viernes, 7 de mayo de 2021

Amar, nuestra verdadera grandeza, lo más hermoso que podemos hacer, lo que nos hace felices, con lo que haremos más felices a cuantos nos rodean para un mundo mejor

 


Amar, nuestra verdadera grandeza, lo más hermoso que podemos hacer, lo que nos hace felices, con lo que haremos más felices a cuantos nos rodean para un mundo mejor

Hechos de los apóstoles 15, 22-31; Sal 56; Juan 15, 12-17

Cuando buscamos la importancia de una persona en la vida podemos tener la tentación de buscar grandezas humanas bajo el epígrafe del poder, del prestigio, de la riqueza, de los títulos que hayamos conseguido y cuando no somos capaces de alcanzarlo por ahí porque otros se nos han adelantado podríamos sentirnos frustrados, amargados o como seres inútiles. Ya sabemos como colocamos en nuestros despachos o en aquellos lugares de honor de nuestras casas los títulos que hayamos conseguido para recordarnos a nosotros mismos quizás, pero para restregárselo por las narices a quienes los vean, lo importante que nosotros somos.

En el ámbito en que probablemente se lea esta reflexión quizá me podéis llamar exagerado, o incluso decirme que esos no son nuestros estilos habitualmente. Pero me vais a permitir que mantenga esta consideración inicial, porque en el fondo hemos de reconocer que son tentaciones por las que pasamos y que es muy fácil dejarnos arrastrar por la corriente.

¿Dónde está verdaderamente esa grandeza del ser humano? Directamente tenemos que decir en nuestra capacidad de darnos hasta ser capaces incluso de olvidarnos de nosotros mismos. El que se da y es capaz de darse sin medida – lo que no siempre es fácil – ha comprendido la verdadera grandeza de su vida, está mostrándonos la madurez a la que ha llegado y ha descubierto lo que da verdadero sentido a su vida.

Es cierto que trabajamos y nos afanamos en la vida porque también queremos tener unos rendimientos que mejoren nuestra propia vida y la de aquellos que están bajo nuestra responsabilidad; así desarrollamos de la mejor manera todas nuestras posibilidades y capacidades, sacamos a relucir los mejores valores y cualidades, pero lo hacemos no encerrándonos en nosotros mismos y solo en unos intereses particulares sino que además estamos viendo todo lo que podemos contribuir con esa riqueza de nuestra vida al bien de los demás, a la mejora de nuestra sociedad.

La grandeza mayor de nuestra vida es amar. Y cuando amamos aunque alcanzamos un grado de felicidad insuperable no estamos pensando solo en nosotros mismos sino que estamos queriendo enriquecer y hacer felices a aquellos a los que amamos. Por eso Jesús nos dirá hoy que lo mayor que podemos hacer es amar hasta ser capaz de dar la vida por aquellos a los que amamos.

La verdad que es sublime lo que Jesús nos propone. Y es que ese será el verdadero sentido de nuestra vida; como nos dice hoy, su único mandamiento. Pero cuando Jesús nos está hablando aquí de mandamiento no nos está hablando de una imposición, de algo que tenemos que hacer simplemente porque está mandado, sino que nos está hablado de un sentido de nuestro existir. Amar no se puede por obligación.

Tendríamos que escuchar de nuevo con detenimiento las propias palabras de Jesús. Rumiarlas en nuestro corazón porque será la manera de hacerlas vida nuestra. ‘Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando’.

¿Y de donde arranca todo esto?, podríamos preguntarnos. Como escuchábamos ayer, de que somos amados de Dios, de que Dios nos ama. Y como nos dice Jesús El nos ha elegido. ‘No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros’. Si nos ha elegido es porque nos ha amado; elegimos a los que amamos. Por eso nos llama amigos. Por eso nos dice que así nos ha revelado todo lo que es el corazón de Dios. Nos eligió para regalarnos su amor, pero nos eligió para que viviéramos en ese amor, para que así amáramos también a los demás.

Es nuestra verdadera grandeza. Es lo más hermoso que podemos hacer. Es lo que nos hace felices y con lo que haremos más felices a cuantos nos rodean haciendo un mundo mejor.

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