martes, 6 de abril de 2021

Que vuelen nuestros pies con las alas del amor como María Magdalena para llevar la Buena Nueva de Cristo resucitado y renazca de nuevo la esperanza en nuestro mundo

 


Que vuelen nuestros pies con las alas del amor como María Magdalena para llevar la Buena Nueva de Cristo resucitado y renazca de nuevo la esperanza en nuestro mundo

Hechos de los apóstoles 2, 36-41; Sal 32; Juan 20, 11-18

Algunas veces parece que nos cegamos; no vemos lo que tenemos delante. Pero no solo es cuando no vemos cosas, sino lo peor porque además luego lo pasamos mal es cuando nos sucede con personas; alguien que nos habla, nos mira, notamos que aquella persona nos conoce y nosotros deberíamos conocerla, pero parece que nos cegamos y no caemos en la cuenta de quien es.

Cuántas veces nos habrá sucedido que le hemos seguido un tanto la conversación y al final nos hemos marchado sin saber quien es, sintiéndonos mal porque la otra persona quizá se ha dado cuenta de que no la hemos reconocido. Andamos despistados por la vida. Quizás al final aquella persona nos llama por nuestro nombre, ese que tantas veces hemos oído en sus labios, y parece que despertamos, y surge la alegría del reconocimiento.

Esto a lo que estoy refiriéndome es quizás es en aspectos sin importancia a causa de nuestros despistes, pero nos sucede también como consecuencia de nuestros agobios, nuestro estrés, nuestras preocupaciones; quizá andamos envueltos en problemas que nos absorben por completo y no nos dejan respirar, no nos dejan reaccionar, todo el mundo se nos cae encima y no sabemos como salir adelante; y claro no estamos para nada, y podíamos decir también, tampoco estamos para nadie. No reconocemos ni lo más palpable que tengamos ante nuestros ojos.

Es lo que sucedía a María Magdalena. Podríamos decir que el amor había cegado sus ojos, porque en el amor grande que sentía por Jesús – ¿agradecimiento quizás por todo lo que de El había recibido cuando la había perdonado? – ahora su ausencia, su muerte en la cruz, y el no poder encontrarle ni siquiera en el descanso de su sepultura, hacía que sus ojos llorosos no fueran capaces ni de reconocerle a El.

Allí estaba al pie de la tumba; había venido muy temprano con las otras mujeres porque deseaban embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús, pero se habían encontrado la tumba abierta y el cuerpo de Jesús allí no estaba; unos personajes que parecían Ángeles les habían dicho que había resucitado, las otras mujeres marcharon a llevar la noticia a los demás discípulos, pero ella se había quedado allí llorando a la entrada del sepulcro. No lo podía evitar, no podía desprenderse de aquel sitio.

Quien a ella le pareció el encargado del huerto se había acercado para preguntarle por qué lloraba, y allí estaba ella contándole y preguntándole si se había llevado por alguna razón el cuerpo de Jesús que le dijera donde lo había colocado que ella iría a buscarlo. Grande era la pena que embargaba su corazón que le hacía no reconocer a quien ella buscaba y con ella estaba hablándole.

Será necesario que El la llame por su nombre ‘¡María!’ para ella despertar y tirarse a sus pies. ‘¡Rabonni! ¡Maestro!’ fue su grito y su respuesta. Ahora sí era el sonido de su voz, ahora era la palabra que ella escuchara de sus labios tantas veces, ahora era la voz que un día le había perdonado y le había hecho recobrar la dignidad de su nombre. Ahora reconoció al Señor.

‘Y María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: He visto al Señor y ha dicho esto’.

Con que alegría desandaría sus pasos para llegar de nuevo a donde estaban los discípulos reunidos. Sus pies llevaban alas, las alas del amor, que la harían ir volando – como es la expresión que solemos usar para decir cuando vamos rápido y con prisa a llevar una buena noticia – porque tenía que comunicar que era verdad que el Señor había resucitado. Ahora ella era testigo también, a sus pies se había abrazado, y era también su corazón el que había resucitado porque se había encontrado con el Señor Jesús resucitado.

¿Será la alegría con que nosotros estamos yendo a los demás para comunicar esta gran noticia? ¿Volarán también nuestros pies en las alas del amor porque tenemos verdaderas ansias de que en el mundo vuelva a aparecer la esperanza? ¿Nos sentiremos también nosotros resucitados con Cristo y llenos de nueva vida?

 

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