domingo, 14 de marzo de 2021

Dos momentos, vividos espiritualmente en la Pascua de Jesús, la liberación y la fidelidad de Dios, que siguen estando presentes en nuestra historia de salvación

 


Dos momentos, vividos espiritualmente en la Pascua de Jesús, la liberación y la fidelidad de Dios, que siguen estando presentes en nuestra historia de salvación

2Crónicas 36, 14-16. 19-23; Sal 136; Efesios 2, 4-10; Juan 3, 14-21

La historia de las personas y de los pueblos suele estar marcada por experiencias vividas con gran intensidad y que de alguna manera le dan como un sello de identidad, ya sea la persona, ya sea la comunidad. Todos hemos tenido momentos importantes en la vida que nos han marcado, que no podemos olvidar, que nos señalan de alguna manera un antes y un después; y como lo decimos de los individuos lo decimos de la sociedad, lo decimos de nuestros pueblos. Acontecimientos de la historia que han marcado del devenir de nuestros pueblos que no son los mismos antes o depuse de tales acontecimientos.

Durante siglos España estuvo marcada por el acontecimiento del viaje de Colon y el descubrimiento de un nuevo mundo América, de manera ha sido momento de división o de encuentro de diversas etapas de la historia, pasar de la edad media a la edad del renacimiento o edad moderna fue algo que marcó no solo la historia de España sino del mismo mundo.

Igualmente acontecimientos más recientes en el devenir de nuestra historia por su gravedad, por todas las circunstancias que concurrieron a su alrededor han marcado la historia de España en el último siglo. Individualmente todos recordaremos también hitos importantes de nuestra historia personal que han dejado huella en nuestra vida.

En la historia de la salvación, siguiendo la historia del pueblo de Dios, el pueblo de Israel también hubo momentos que determinaron su historia y su vida. Un primer momento fue la liberación de Egipto con el paso del mar Rojo; por eso cada año celebraban la Pascua, el paso del Señor, el paso de liberación y salvación. Pero otro fue el momento en el destierro y cautividad de Babilonia; ese sería el momento de la fidelidad de Dios para con su pueblo; a pesar de las infidelidades del pueblo que les había llevado a desastre y a la pérdida, en cierto modo, de su identidad como pueblo, Dios se mantuvo fiel a la Alianza que había hecho con su pueblo y así obtendrían un día de nuevo la liberación. De ello nos ha hablado la primera lectura de hoy.

Pero son dos momentos, vividos espiritualmente en la Pascua de Jesús, la liberación y la fidelidad de Dios, los que siguen estando presentes en nuestra historia de salvación. Son los que mantienen viva nuestra fe, como respuesta a esa fidelidad de Dios. Es lo que nos hace celebrar nosotros cada año la Pascua de Jesús como signo de esa liberación que nosotros hemos de vivir también, pero como camino de fidelidad en nosotros a imagen de la fidelidad de Dios para con su pueblo.

San Pablo nos ha hablado hoy maravillosamente de ello en la lectura de la carta a los Efesios. Nos habla de la misericordia de Dios que permanece inalterable a pesar de nuestras infidelidades y pecados; una misericordia que nos llena de esperanza porque no nos sentiremos castigados para siempre sino que en la entrega de Jesús sabemos que tenemos el perdón y la gracia, el regalo de la vida de Dios que nos ofrece. 'Por gracia estáis salvados, mediante la fe’, nos dice. ‘Y esto no viene de nosotros, sino que es un don de Dios’. No podemos cansarnos de dar gracias, una y otra vez nos ponemos en camino del encuentro con la misericordia.

Y el evangelio que hoy escuchamos es el culmen de todo ese maravilloso mensaje. Nos encontramos ante una de las páginas más bellas y más profundas de todo el evangelio. Casi no es necesario hacer mucho comentario. ‘Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él’.

Son las palabras de Jesús a Nicodemo, aquel hombre principal entre los judíos que fue de noche a ver a Jesús. En la oscuridad de la noche encontró la luz. Qué hermoso el juego de imágenes que Juan nos ofrece en el evangelio. Son las palabras que a nosotros nos iluminan también y nos llenan de esperanza. No nos sentiremos condenados para siempre porque Jesús no viene a condenar sino a salvar. Cómo se regocija nuestro espíritu, cómo nos sentimos impulsados a vivir en la fidelidad, cómo queremos renovar la alianza una y otra vez en nosotros.

Tenemos que rumiar estas palabras una y otra vez en nuestro corazón en este camino que estamos haciendo de preparación para la celebración de la Pascua. Cómo sentimos el gozo de la fidelidad de Dios que mantiene su alianza a pesar de que tantas veces nosotros la hemos roto con nuestro pecado. Cómo tenemos que intensificar los pasos que vamos dando en este camino cuaresmal para que se realice en nosotros esa renovación pascual.

Recordemos esos hitos de nuestra historia personal en que en diversos momentos de la vida hemos vivido con especial intensidad en nuestra vida la misericordia del Señor. Todos hemos tenido alguna vez noches oscuras, momentos oscuros de nuestra vida, momentos en que nos hemos sentido rotos por dentro pero que un día apareció de nuevo la luz en nuestra vida para recomenzar a vivir de forma distinta. Esas experiencias de Dios que hemos tenido no las podemos olvidar de ninguna manera porque han marcado nuestra vida y porque siguen siendo motores que nos ayuda a vivir en la fidelidad y en el amor.

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