martes, 26 de enero de 2021

Como María, la madre de Jesús, y sus hermanos queremos ver a Jesús para estar con El y empaparnos de su presencia

 


Como María, la madre de Jesús, y sus hermanos queremos ver a Jesús para estar con El y empaparnos de su presencia

2Timoteo 1, 1-8; Sal 95; Marcos 3, 31-35

El episodio que nos narra hoy el evangelio tiene los rasgos de algo muy normal y al mismo tiempo refleja una gran humanidad. Es normal que una madre se interese por donde está su hijo, como le va en las tareas que ha emprendido, quiera tener noticias de El o vaya a buscarlo o a verle cuando se entera que está cerca. Jesús había marchado de Nazaret y se había establecido en Cafarnaún; desde allí iba de un lugar para otro haciendo el anuncio del Reino y no hay datos por el relato del evangelio que nos hable de su madre y de su familia como siguiéndole allá por donde vaya haciendo el anuncio del Reino. Esporádicamente aparece casi al comienzo en las bodas de Caná – ambos estaban invitados a la boda -, ahora en esta búsqueda de Jesús, y solamente más tarde la veremos en Jerusalén a la hora de la Pascua. Por eso digo entra en lo más normal y con los rasgos de humanidad que sabe vivir una familia.

Sin embargo aparentemente pareciera que hay un choque y casi como que Jesús no quisiera en esos momentos hablar de su madre y su familia ni incluso atenderlos. Y digo aparentemente, porque si nos ponemos a profundizar en las palabras de Jesús estaremos viendo la profundidad del testimonio que nos quiere ofrecer de su madre.

‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ se pregunta Jesús dirigiéndose a los que le traían el recado pero también a todos los presentes. Y nos dice el evangelista que señalando con su mano a todos los presentes viene a hacer esta afirmación. ‘Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’.

No niega Jesús lo que significan su madre y sus hermanos. Cuando en otra ocasión una mujer anónima en medio de las gentes grite a pleno pulmón en alabanzas para la madre que lo parió, Jesús afirmará entonces que dichosos son los que escuchan la Palabra de Dios y la plantan en su corazón, la cumplen en su vida. Dichosa era María, sí, porque era la madre de Jesús, porque era la Madre de Dios, pero más dichosa aun porque así acogía ella la Palabra de Dios en su vida.

¿No fue María la que plantó la Palabra de Dios en su corazón, porque de Dios se sentía la humilde esclava del Señor y quería que se realizase en ella, se cumpliese la Palabra del Señor? Ahora podemos afirmar lo mismo con las palabras de Jesús, María es la que hace lo que es la voluntad de Dios. Entonces, de alguna manera, nos la está poniendo como ejemplo, como modelo para nosotros para que así plantemos en nuestra vida la Palabra de Señor y así seremos la familia de Dios.

Es la reflexión que surge para nosotros en nuestro interior ante esta Palabra de Dios que hoy se nos proclama. ¿Somos nosotros en verdad la familia de Jesús porque así aceptamos y acogemos en nuestra vida la Palabra de Dios? Como María y los hermanos y las hermanas de Jesús, queremos ir también nosotros a estar con Jesús.

Estar con Jesús, qué cosa más importante; qué cosa más necesaria para nuestra vida. Estamos a su lado y nos gozamos de su presencia, estamos muy cerca de El y nos bebemos sus palabras, no queremos dejar perder ninguna de sus palabras, queremos escucharle atentamente, masticar y saborear cuanto nos dice, sentir la alegría de su mirada llena de ternura pero que llega a lo más hondo de nosotros mismos desnudándonos por dentro, disfrutar conociéndole más y más pero al mismo tiempo sintiendo como se corren muchos velos de nuestro corazón y nos conocemos más sintiéndonos cada vez más impulsados a parecernos a El, a vivir como El, a llenarnos de su vida y de su amor.

Es muy importante para nosotros ese saber estar con Jesús, porque solamente cuando estemos con El desde lo más profundo, podremos ponernos en camino para esa misión que nos confía, para que vayamos a hablar de El a los demás, para que trasmitamos con toda sinceridad y valentía el evangelio, la buena nueva de la salvación que nos trae Jesús. Nos sentimos nosotros salvados porque nos sentimos inundados de su amor, pero sentimos que no nos podemos quedar quietos porque eso tenemos que transmitirlo a los demás.

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