sábado, 2 de enero de 2021

Asumir nuestro lugar, vivir en la verdad y la humildad, abrir caminos para que otros avancen y crezcan no temer sentirnos los últimos porque nuestra grandeza está en el servir

 


Asumir nuestro lugar, vivir en la verdad y la humildad, abrir caminos para que otros avancen y crezcan no temer sentirnos los últimos porque nuestra grandeza está en el servir

1Juan 2, 22-28; Sal 97; Juan 1, 19-28

Si damos el tirón de que la gente tiene ya un buen concepto de nosotros, procuramos aprovechar la ocasión para tratar de mantener ese prestigio aunque no nos lo hubiésemos ganado por nuestros merecimientos. Si algo nos duele en una acusación que hagan contra nosotros es que la cosa llegue a saberse y la gente llegue a enterarse de nuestra realidad; haremos todo lo posible por mantener ese buen nombre y nos aprovechamos de ello para intentar caminar tranquilo por la vida. Si dicen de nosotros que somos buenos y generosos, que se lo crean y trataré de mantener esa imagen aunque yo sepa allá en lo más hondo de mí mismo que soy un tremendo egoísta que solo mira por sus intereses o en este caso por sus prestigios.

Juan Bautista se pudo haber aprovechado; allá llegaron hasta él en embajada enviada desde Jerusalén para preguntarle que decía de si mismo; es una pregunta que se repite insistentemente. ¿Qué la gente pensaba que él era un profeta? Pues que se lo crean que como tal me voy a presentar. ¿Qué la gente puede intuir que yo soy el Mesías? Y con aquel concepto de Mesías que tenían entonces como un hombre poderoso y que iba a liberar a Israel de la opresión de pueblos extranjeros, pues vamos a armar una revolución. Así hubiera podido pensar Juan, pero Juan no era así.

No se consideraba profeta, bien sabía que no era el Mesías que estaba por llegar y que ya mismo entre ellos estaba aunque no lo conocieran, él solo se presentaba como ese predicador de desierto que venía a preparar los caminos del Señor. Su bautismo sabía que no tenía mayor valor porque solo era un signo de conversión, un bautismo de agua, un signo penitencial, porque ya en medio de ellos estaba el que los iba a bautizar con Espíritu Santo y fuego.

El sabía ponerse en su sitio, reconocer cual era su misión, y solo era la voz que grita en el desierto para allanar los caminos del Señor. El conocía bien la verdad de su vida. Su mismo tiempo de desierto le había hecho asumir su realidad, que seguramente como en esta ocasión tentaciones no le faltarían. Pero asumía su lugar y sabía que él había de mermar para que el que había de venir creciera. Por eso deja paso, deja incluso que sus discípulos se vayan con Jesús, o él mismo los enviará cuando esté en la cárcel para que ellos por sí mismos lleguen a reconocer al Mesías.

Ponernos en nuestro sitio, es reconocer cuáles son nuestros verdaderos valores; es asumir la misión que se nos ha confiado porque hemos descubierto de verdad cuál es nuestra vocación; es vivir en la verdad y en la humildad sabiendo hacer lo que tenemos que hacer, pero sabiendo reconocer cuál es la misión de los demás y dejándole paso a los otros; es vivir sin afán de protagonismos sino siendo capaces de abrir caminos a los otros para que asuman sus funciones y no pensar que todo lo tengo que hacer yo porque soy el que sabe hacer las cosas.

Son muchas las tentaciones que podemos tener en la vida de vivir de las apariencias, de hacernos una imagen y crearnos un prestigio pero para halagar nuestro ego, para vivir la vanidad del orgullo y del amor propio; muchas son las tentaciones a la envidia que corroe cuando quizás vemos que los demás avanzan y progresan y nosotros no logramos dar verdaderos pasos en nuestro crecimiento personal o lograr el éxito en lo que realizamos.

¿Qué es lo que estamos viendo en estos días de Navidad? Al que siendo de categoría de Dios se humilló para hacerse como uno de nosotros, siendo capaz de ponerse en el último lugar, porque su misión y su obra es la del servicio del amor. Pobre e ignorado le vemos nacer en Belén entre los más pobres no siendo ni siquiera admitido en una posada para su nacimiento, como pobre le veremos crecer en aquella olvidada y perdida aldea de Nazaret, donde solamente era el hijo del carpintero. ¿Esa humildad de Jesús no nos moverá de verdad a vivir nuestra vida en la verdad y en la humildad? ¿Descubriremos cuál es nuestra verdadera grandeza para hacernos los últimos y los servidores de los demás?

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