sábado, 31 de octubre de 2020

Que sea en verdad la humildad nuestra forma de actuar, es la consecuencia y el fruto del amor y la generadora de la más hermosa de las sonrisas



Que sea en verdad la humildad nuestra forma de actuar, es la consecuencia y el fruto del amor y la generadora de la más hermosa de las sonrisas

Filipenses 1, 18b-26; Sal 41; Lucas 14, 1. 7-11

¡Qué distinta es la sonrisa del que lo hace forzado por aparentar y agradar buscando la adulación y los halagos, de aquel que sonríe de verdad porque es feliz en lo que es y en lo que está!

Nos llenamos fácilmente la vida de vanidad y falsedad. Queremos aparentar, sentirnos el ombligo del mundo, que nos tengan en consideración y nos hagan reverencias. Hay quienes son verdaderamente unos artistas en estas simulaciones, en la colocación de esas caretas con las que queremos aparentar nuestras grandezas y en echarnos incienso a nosotros mismos sintiéndonos poco menos que los dioses y los reyes del mundo. Personas que lo buscan, que darían cualquier cosa por aparecer al lado de los que consideramos o nos parecen personas importantes, para que vean lo importantes que nosotros somos que tenemos tan grandes amistades e influencias.

Cuántos codazos nos damos en la vida por alcanzar esos lugares, pero también cuantas veces nos vamos de bruces en la vida porque las cosas no resultaron como nosotros nos imaginábamos y al final no tuvimos la influencia ni el lugar que nosotros esperábamos. Con qué mal cuerpo nos quedamos pero cuantos orgullos hervían dentro de nosotros quemándonos y destrozándonos por dentro, porque nos sentimos heridos con lo que nosotros llamamos esos desaires. Son cosas que vemos que suceden en la vida, y acaso alguna vez nos han sucedido a nosotros.

Jesús se encuentra en una ocasión en medio de esos ruidos mundanos. Lo habían invitado a comer y entre los invitados había fariseos y escribas que siempre estaban al acecho de lo que Jesús hiciera o de las actitudes que Jesús tomara. Pero era Jesús el que los estaba observando y aprovecha la ocasión para dejarles el mensaje. Los invitados eran personajes que se consideraban importantes en aquella sociedad pero todos con el deseo de medrar, de alcanzar lugares de relumbrón, puestos en aquella mesa en la que se reconociera lo que ellos consideraban que era su dignidad y grandeza. Por eso Jesús observa que andan como a la carrera a ver quien consigue mejor lugar.

Jesús comienza por hacerles buenas recomendaciones como buen amigo para que no se vean en situaciones embarazosas. Que no sea que te echen para abajo porque has ocupado un sitio que no te corresponde. Parecen palabras de amigo, palabras para evitar el bochorno, pero es algo más hondo lo que Jesús quiere enseñarnos, porque nos da unos principios de unos valores nuevos. Seguro que se sentirían aludidos por las palabras de Jesús y no se si serían capaces de dejar que el sonrojo apareciera en sus mejillas.

Nos viene bien recordar una vez más las palabras de Jesús: ‘Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: Cédele el puesto a este. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales’.

Pero como decíamos Jesús no solo quiere darnos buenos consejos de urbanidad y buen comportamiento, sino a enseñarnos actitudes nuevas que tenemos que cultivar en nuestro espíritu. ‘Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido’. Es lo que nos dirá y repetirá en muchos momentos del evangelio. A los discípulos cercanos a Jesús también les costaba digerir estas palabras, o mejor, estas nuevas actitudes de la humildad y de la sencillez, de la grandeza de servir y de la importancia de ser capaces de hacernos los últimos y servidores de todos.

Que sea en verdad la humildad nuestra forma de actuar; es la consecuencia y el fruto del amor y generadora de la más hermosa de las sonrisas.

 


viernes, 30 de octubre de 2020

Quizás seamos los que llevemos la miseria en el corazón porque no somos capaces de tener misericordia con el hermano, mientras decimos que amamos tanto al Señor

 


Quizás seamos los que llevemos la miseria en el corazón porque no somos capaces de tener misericordia con el hermano, mientras decimos que amamos tanto al Señor

 Filipenses 1, 1-11; Sal 110; Lucas 14, 1-6

El creyente dice por encima de todo está Dios. Es cierto, es nuestra fe. Y Dios es solamente uno, y a Dios tenemos que amarle sobre todas las cosas, como decimos en nuestra formulación breve del catecismo. En consecuencia, decimos, nada ni nadie puede superar ese amor que le tenemos a Dios, nada ni nadie podemos poner por encima de Dios. Decimos que cuando ponemos algo sobre Dios estamos cometiendo idolatría, porque adoramos a quien no es Dios. Hasta aquí, podemos decir, todo correcto.

¿Y qué lugar ocupa el hombre? ¿Qué lugar ocupamos nosotros? ¿Podemos sustituir a Dios o convertirnos nosotros en Dios? Algunas veces quizás nos idolatramos a nosotros mismos, cuando queremos poner nuestra voluntad por encima de lo que es la voluntad de Dios. Pero precisamente es aquí donde el mensaje nuevo de Jesús, el mensaje del Reino de Dios que Jesús nos proclama nos va poniendo, por así decirlo, unos matices distintos. Y es que para Jesús, y nos enseña que para Dios, el importante es el hombre, es la persona.

En primer lugar quizá tendríamos que recordar aquella primera página de la Biblia donde se nos habla de la creación y de la creación del hombre y ya allí se nos dice que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Cuando Dios crea al hombre no quiere hacer de él una criatura cualquiera, ‘hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’ y a imagen de Dios nos creó. Aquí empezamos a ver la maravilla.

Pero luego Jesús nos irá recalcando en el evangelio continuamente el valor de la persona humana, el valor del hombre y no me importa emplear este lenguaje de toda la vida, porque nos estamos refiriendo por igual al hombre y a la mujer, al varón y a la hembra. Hoy es una muestra de ello, pero no hace mucho hemos recordado aquel pasaje del evangelio en que le preguntan cuál es el mandamiento principal y nos habla del amor a Dios con todo el corazón, con todo el alma, con todo el ser, pero nos dice a continuación y el segundo es semejante a este, amarás a tu prójimo como a tí mismo. Un amor semejante al que le tenemos a Dios hemos de tenerle a nuestro prójimo, sea quien sea. Maravillas de Dios, tenemos que volver a decir.

Y es lo que Jesús nos quiere resaltar hoy como en tantos otros pasajes del evangelio, que por así decirlo se convierten siempre en la defensa del hombre, en la defensa del ser humano. Hoy será con ocasión de aquel hombre con su mano paralizada que está allí en medio de ellos cuando le invitan a comer en casa de un fariseo. Pero es sábado y el sábado no se puede curar; en la visión estricta de los fariseos el sábado estaba dedicado totalmente a Dios y no se podía trabajar, entonces, como Jesús les hace ver, ¿tenemos que dejar a una persona en su sufrimiento porque ese día no podemos curar por estar dedicado totalmente al culto del Señor?

El culto que el Señor quiere, y ya lo decían también los profetas, es abrir las prisiones injustas, vestir al que ves desnudo, enternecerte en tu propia carne ante el sufrimiento del hermano para ayudarle, para curarle. Es lo que hace Jesús con gran escándalo de los fariseos que sin embargo no saben qué decir. El hombre está por encima de todas nuestras leyes y nuestras normas, y poner al hombre por encima de todo lo hacemos porque en verdad Dios está por encima de todo y lo que Dios siempre quiere es la felicidad y el bien del hombre.

Ya decíamos que Jesús en todo su evangelio nos va dando siempre esta valoración de la persona, que es lo que agrada a Dios; podríamos recordar muchos pasajes pero podemos traer a colación la parábola del buen samaritano. ‘Acaso por llegar temprano al templo’, como cantamos también en un canto de celebración, aquel sacerdote y aquel levita pasaron de largo ante el hombre caído a la orilla del camino. Pero, ¿quién se portó como verdadero prójimo del caído? Aquel que se bajó de su cabalgadura para montar al  herido y llevarlo donde fuera en verdad socorrido.

¿Será esa nuestra manera de actuar? ¿Será esa la valoración que hacemos de toda persona? ¿Será así cómo levantamos al caído? ¿No nos haremos nuestras distinciones y acaso nos apartamos a un lado por miedo a ‘contagiarnos’ cuando nos encontramos al paso a determinadas personas quizá con sus vicios y con sus miserias? ¿Quién será entonces el que lleva la miseria en el corazón porque no es capaz de tener misericordia con el hermano, mientras dice que ama tanto al Señor?

Reconozcamos que nos cuesta cambiar muchas cosas en nuestra mentalidad, en nuestras costumbres y rutinas.

jueves, 29 de octubre de 2020

Orar por nuestros enemigos, por quienes nos hayan desprestigiado y por aquellos que nos hayan hecho daño es la forma sublime del amor y del perdón

 


Orar por nuestros enemigos, por quienes nos hayan desprestigiado y por aquellos que nos hayan hecho daño es la forma sublime del amor y del perdón

Efesios 6, 10-20; Sal 143; Lucas 13, 31-35

La experiencia de sentirse amenazado es una experiencia dura de la que si tuviéramos que enfrentarnos a ella no sabríamos cómo salir. Miedo, angustia, encerrarse en sí mismo, huida, violencia y enfrentamiento, volvernos en contra de los que nos amenazan… son muchas y diversas la formas de reaccionar dependiendo de la manera de ser de la persona, de su carácter o de su madurez. Puede ser ante situaciones o amenazas graves que puedan poner en peligro la vida, o pueden ser otras amenazas más sutiles que pueden dañar nuestra persona, nuestro prestigio o buen nombre, la situación en la que nos encontremos ante la sociedad.


Enfrentarnos a perder la vida no es quizá tan habitual aunque en el mundo de violencias en que vivimos puede ser cada día más posible y así sucede en muchos lugares con secuestros y extorsiones, pero ese otro tipo de amenaza que nos viene de una crítica o de un juicio que hagan contra nosotros queriendo quizás desprestigiarnos, de una denuncia o incluso desde murmuraciones que pueden terminar en calumnias son cosas que nos pueden suceder más fácilmente. Repito ¿cuál es nuestra reacción? Hay gente que se queda como paralizada con el miedo a perder el nombre o el prestigio que puedan tener; gente que quiere que se la trague la tierra antes de verse en situaciones así; gente que se va en desbandada y huída, son muchas, repito, las reacciones.

Cuando Jesús se dirigía a Jerusalén, escuchamos hoy en el evangelio que vienen unos fariseos a decirle que mejor es que se esconda porque Herodes anda buscándolo para matarlo. Todos tenían conocimiento que así había sucedido un día con Juan el Bautista, primero lo había metido en los calabozos de Maqueronte para hacerlo callar, pero al final había terminado con su muerte como un final de fiesta de aquellas a las que estaba tan acostumbrado Herodes. Son unos fariseos los que vienen ahora a decírselo a Jesús, aunque luego ellos por otra parte unidos a los sumos sacerdotes de Jerusalén también querían quitar de en medio a Jesús.

Pero Jesús no se acobarda, veremos más tarde que cuando enviado por Pilatos lo llevan a la presencia de Herodes, Jesús no le dirigió la palabra, tratándolo Herodes por loco porque no había accedido a lo que le pedía para divertir a su corte.  Jesús dice que no teme. El sabe además que sube a Jerusalén y allí va a ser entregado en manos de los gentiles, como tantas veces le había anunciado a los discípulos más cercanos. Además, como diría en otro momento, nadie le arrebata la vida, nadie tiene poder para arrebatarle la vida, sino que El la entrega libremente.

Claro que la fortaleza del Espíritu de Jesús no se parece en nada a nuestros miedos y cobardías; cómo rehuimos cualquier tipo de sufrimiento, cómo nos quejamos ante cualquier situación adversa en la vida a la que tengamos que enfrentarnos, cómo nos resguardamos y nos ponemos a buen recaudo ante cualquiera que pudiera venir a pedirnos cuentas, cómo escurrimos el bulto tantas veces que tendríamos que dar la cara. Jesús nos está dando una hermosa lección y está siendo de interrogante antes nuestras cobardías y nuestras tibiezas.

Qué hermoso lo que llegaría a poder decir san Pablo ‘ni la muerte ni la vida nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús’. Y es que cuando nos sentimos envueltos en el amor de Dios nos sentimos seguros, no tememos ante los riesgos y los peligros, sentimos en nuestro interior la valentía del amor, la valentía que solo puede dárnosla el Espíritu del Señor. Podremos sentirnos o no culpables ante aquello que presentan contra nosotros, pero de una cosa estamos seguros, de la piedad y de la misericordia del Señor. Los hombres nos juzgarán, nos condenarán, pretenderán atentar contra nosotros e incluso hacer que se ponga en peligro nuestra vida, pero nuestra fortaleza está en el Señor y en su misericordia que aunque seamos pecadores nos ofrece su perdón, aunque nos podamos sentir indignos El sigue contando con nosotros.

Nos manifestará algo más Jesús en este texto que estamos comentando. Contempla con lágrimas en los ojos la infidelidad, la ligereza y la tibieza de espíritu de aquellos a los que se dirige y no le escuchan o incluso se van a poner en su contra. En otro momento del evangelio se nos hablará de las lágrimas de Jesús por la ciudad de Jerusalén que incluso va a ser destruida de manera que todo aquel esplendor que desde el monte de los Olivos se contempla va a desaparecer. Ahora de alguna manera Jesús está manifestando las lágrimas que hay en su corazón por aquellos que no lo escuchan, por aquella ciudad de Jerusalén que un día le rechazará aunque habrá momentos en que se le aclame a la entrada de la ciudad como el que viene en el nombre del Señor

Y nosotros, ¿cómo nos sentimos?, ¿qué actitud tomamos ante aquellos que pudieran hacernos daño? Jesús le vemos ahora orando en sus lágrimas por la ciudad de Jerusalén, nosotros, ¿habremos sido capaces de orar por los que nos persiguen o nos hacen daño? Ya Jesús nos ha enseñado que tenemos que orar por nuestros enemigos y por aquellos que nos hayan hecho daño; es la forma sublime del amor y del perdón.

miércoles, 28 de octubre de 2020

A pesar de todo Jesús quiere contar contigo y conmigo en la construcción de su edificio y podemos sentir el gozo de tocar las llagas de Cristo en los hermanos que sufren

 

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A pesar de todo Jesús quiere contar contigo y conmigo en la construcción de su edificio y podemos sentir el gozo de tocar las llagas de Cristo en los hermanos que sufren

Efesios 2, 19-22; Sal 18; Lucas 6, 12-19

Todos lo sabemos. Un edificio no se construye solo ni lo construye una sola persona. Un promotor tendrá la idea, aquí quiero construir un edificio, y nos dará algunas características de lo que él sueña para aquel edificio; pero tendrá que acudir al arquitecto que elabore el proyecto y luego a los constructores que lo levanten; ni la elaboración del proyecto será solo obra del arquitecto – como se ve que tengo algún amigo arquitecto, ¡je je je! – sino que serán muchos los que colaborarán en su diseño y el proyecto definitivo, como no será solo un constructor sino que tendrán que intervenir diferentes especialista para llevar la obra hasta el final, según aquel proyecto deseado por el promotor y diseñado por el arquitecto. Cuántas personas han de colaborar en la construcción de aquel edificio.


¿Y a qué viene todo esto? Se podrá estar preguntando alguno. Hoy estamos celebrando la fiesta de dos santos Apóstoles, san Simón y san  Judas Tadeo; por supuesto además del poco conocimiento que tenemos de estos dos apóstoles, tampoco nos vamos a quedar en las leyendas populares que nos hablarán de unos santos muy milagrosos y a los que tenemos que rezarles en determinadas circunstancias, manifestando la pobreza espiritual con que vivimos tantos cristianos.

Quiero centrarme en la Palabra del Señor que se nos ha proclamado y en un texto de la carta de san Pablo a los Efesios que leemos habitualmente en las festividades de los apóstoles y que nos habla de que ‘Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor’. Un edificio, una construcción como seguirá diciéndonos, unos cimientos, una piedra angular que lo ensambla todo. Eso somos como Iglesia y esa es la construcción en la que todos nos tenemos que sentir comprometidos. Como termina diciéndonos el apóstol ‘por él también vosotros entráis con ellos en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu’.

Pero veamos unas cosas esenciales también de la que nos habla el evangelio. Hoy nos dice que Jesús pasó la noche en oración, y a las primeras luces del alba llamó a los discípulos y de entre ellos escogió a Doce a los que constituyó Apóstoles. Nos da la referencia y el listado. Ellos iban a tener una función especial; san Pablo luego nos hablará del cimiento de los apóstoles sobre el que estamos edificados. Y eso fue haciendo el Señor con aquellos doce, convertirlos en cimiento.

¿Por qué aquellos doce y no otros si algunos les salieron ‘rana’? Pedro lo negó y siguió confiando en él; Tomás lleno de sus dudas que siempre estaba haciendo preguntas, luego no estaría presente en la primera aparición de Jesús resucitado al grupo y pedirá pruebas palpables de que en verdad era Jesús, pero Jesús había seguido contando con él; Santiago y Juan andarían ambiciosos y queriéndose quizá aprovechar del parentesco - ¿o sería la influencia de la madre? – para ocupar primeros puestos en el reino nuevo, pero Jesús siguió contando con ellos; Mateo eran un recaudador de impuestos y no era bien mirado por los principales del pueblo, porque lo consideraban un publicano y un pecador, y sin embargo Jesús lo había llamado; Judas Iscariote le robaba y al final lo entregó por treinta monedas y sin embargo lo mantuvo en el grupo.

Una lección podemos aprender y es que Jesús quiere contar con todos, no importa sus debilidades o sus mayores o menores cualidades. No es la obra de los hombres, es la obra de Dios pero que sin embargo Dios quiere contar con nosotros y también con nuestras debilidades, porque así nos enseña como El está buscando a todos sin distinción, aunque seamos pecadores. Pensemos en tí y en mí, ¿somos realmente tan perfectos? ¿No estaremos llenos de debilidades? Tú y yo sabemos cuales son nuestros pecados, nuestras caídas, nuestras reincidencias, nuestras negaciones y traiciones a lo lago de la vida. Alguien quizá no querría contar con nosotros y quizás nos dejaría a un lado.

Pero Jesús ha querido contar conmigo a pesar de todo, y Jesús ha querido contar contigo y tú sabes bien los secretos que guardas en el corazón. Solo tenemos que hacer una cosa, estar dispuesto a seguirle, a irnos con El, a dejarnos cautivar por su amor, a llorar nuestras debilidades pero a sentir el gozo que El nos permita llevar nuestra mano hasta sus llagas para reconocerle.

Ah, aquí está algo importante, saber ver las llagas de Cristo hoy y reconocerle, en esos hermanos que vemos quizá tirados junto al camino, en esos a los que nadie quiere porque tienen no sé que vicios o porque son injustos y perversos, en esos que caminan en la soledad abandonados de todos y a los que vemos siempre sus defectos… son tantas las llagas de Cristo que tenemos que reconocer.

Dos cosas para terminar, a aquellos que había llamado los envió a curar y a predicar; pensemos pues la tarea que tenemos por delante. Pero otro detalle que quiero resaltar, Jesús bajó de la montaña, llegó a la llanura y se encontró una muchedumbre que le esperaba. ‘Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos’. Venían a verlo, a escucharlo y a que El los escuchara; venían con sus tormentos en el alma y sufrimientos para que Jesús los curara ‘y salía de El una fuerza que los curaba a todos’.

¿Será eso lo que nosotros estamos haciendo cuando vemos esa multitud a nuestro alrededor? ¿Será eso en verdad lo que hace la Iglesia, o andaremos por otros intereses y preocupaciones que parece que están lejos de lo que el Señor hacía? Recordemos lo que decíamos al principio ese edificio somos todos, lo construimos entre todos, y de todos es la responsabilidad de que cumpla su función.

 

martes, 27 de octubre de 2020

Creer en el Reino de Dios y vivirlo no es un simple entretenimiento ni el extraordinario espectáculo que nos va a impresionar de forma asombrosa y momentánea

 


Creer en el Reino de Dios y vivirlo no es un simple entretenimiento ni el extraordinario espectáculo que nos va a impresionar de forma asombrosa y momentánea

Efesios 5, 21-33; Sal 127; Lucas 13, 18-21

Nos gusta lo espectacular. Como ahora cuando vemos una película con efectos extraordinarios y espectaculares como se pueden obtener con los medios digitales y tecnológicos de los que hoy se dispone. Nos llama la atención el espectáculo cuánto más insólito mejor, nos entretiene, nos lleva quizá en nuestra imaginación por caminos insospechados y vamos de asombro en asombro. Pero aunque no siempre se ha tenido esa posibilidad de crear lo espectacular como lo podemos hacer hoy por ejemplo con el cine, cualquier cosa que se saliera de lo normal en todos los tiempos a la gente le apasionaba, aunque hubiera algo de terror y pudiera producir temores y miedos.

En los tiempos de Jesús cuando les hablaba del Reino de Dios que venía a instaurar, de alguna manera la gente que lo escuchaba también estaban esperando cosas espectaculares; quizás las guerras con toda la destrucción que les acarreaban de alguna manera subirán en la mente de los hombres esas ansiedades y deseos que de alguna manera podían estar latiendo en el corazón; y si no, eran los espectáculos que nos podía ofrecer la naturaleza en medio de una tormenta; es por eso que los profetas utilizaron esas imágenes, pero también ahora se emplearían para hablar del sentido o de la forma del final de la historia; recordemos algunas cosas que nos dirá Jesús y que próximamente en el final del año litúrgico vamos a escuchar de nuevo.

¿Sería algo así como se imaginaban que se iba a realizar el Reino de Dios que tanto anunciaba Jesús y que estaba en la esperanza de la llegada del Mesías? No olvidemos que en el concepto del pueblo venía algo así como un guerrero al frente de un ejército liberador de aquellas esclavitudes que vivían bajo la dominación de pueblos extranjeros. En ese sentido eran los diversos movimientos que había entre en el pueblo dispuestos a esas guerrillas liberadoras.

En algún momento le preguntarán a Jesús si era ya llegado el momento de la liberación del pueblo como signo de la constitución del Reino de Dios del que El les hablaba. Ya andaban los discípulos cercanos a Jesús preparándose para conseguir los primeros puestos de poder, como tantas veces hemos reflexionado. Pero Jesús propone hoy dos parábolas que rompen todos esos parámetros que se habían construido en sus mentes, porque no habrá nada más espectacular como sencillo que la imagen de una insignificante semilla sembrada y que nos podría dar una gran arbusto capaz hasta de acoger a los pajarillos para que en él hicieran sus nidos; o les habla también de ese pequeño puñado de levadura, algo tan fino que parece como polvo, que sin embargo es capaz de transformar la masa para darnos buen pan. Y nos dice Jesús, así es el Reino de Dios.

Nosotros también soñamos con una iglesia de cristiandad, triunfante sobre todo y sobre todos, acompañada de los sones de los himnos que más bien en algunas ocasiones parecen guerreros y donde todo parece que tendría que someterse a nuestros pies. Algo de eso nos queda de espectacularidad con la herencia de signos grandiosos que con el arte a través de los tiempos nos han levantado grandes edificios a los que hoy quizá contemplamos vacíos porque no se encuentran los verdaderos adoradores del Padre en espíritu y verdad de lo que nos habla Jesús en el evangelio.

Nos ponemos tristes muchas veces porque ya no podemos hacer esas espectaculares procesiones que más bien podrían parecer los desfiles victoriosos de los generales cuando venían de la guerra y en cuyo honor se levantaban arcos de triunfo que han quedado para la posteridad. No toda la gente está hoy por esas espectacularidades o cuando hay quien las promueve tenemos el peligro de que se desvíen de su verdadero sentido y no sea una auténtica expresión religiosa lo que allí estemos manifestando, y por otra parte ya son cada vez menos los que participan en esos desfiles procesionales.

Nos olvidamos quizás – y ya son varias las veces que empleo la palabra olvido – de esa pequeña semilla que tenemos que sembrar y que tenemos que cultivar, quizá de forma callada y silenciosa, pero haciendo que cada día más y mejor llegue el mensaje del evangelio al corazón de las personas. Ese tendría que ser nuestro esfuerzo como cristianos, como iglesia, donde en un tú a tú con las personas, en unos encuentros personales pero también en los pequeños grupos que se formen en nuestras comunidades vayamos de verdad difundiendo la buena nueva del evangelio.

Que en verdad seamos como esa levadura que nos transforme a nosotros y que ayude a transformar a los que están a nuestro lado y que ese bien de la buena nueva de Jesús, esa verdad del evangelio se vaya difundiendo por sí misma y extendiéndose cada vez más como una mancha de aceite que vaya contagiando todos los corazones. Eso es lo grande en lo que tenemos que soñar, eso es lo verdaderamente espectacular del Reino de Dios.

Creer en Jesús y en el evangelio no es simplemente un entretenimiento ni el espectáculo de algo extraordinario que nos va a impresionar con mucho asombro de forma momentánea. Será, tiene que ser, algo que de verdad nos transforme desde lo más hondo de nosotros mismos. Mucho tendríamos que cambiar los cristianos en esas cosas que se nos han metido en la cabeza.

lunes, 26 de octubre de 2020

No nos quiere Jesús que andemos encorvados y escondidos en nuestros miedos y complejos sino hombres libres que gozan de la nueva libertad y ofrecen su mano regalando libertad

 


No nos quiere Jesús que andemos encorvados y escondidos en nuestros miedos y complejos sino hombres libres que gozan de la nueva libertad y ofrecen su mano regalando libertad

Efesios 4, 32 — 5, 8; Sal 1; Lucas 13, 10-17

Aquella mujer pasaba desapercibida en medio del grupo que aquel sábado frecuentaba la sinagoga. Encorvado, encogida más bien diríamos nosotros en su complejo, en su dolor e imposibilidad, en su pobreza de espíritu, en su humildad allí estaba y si Jesús no se acerca a ella para levantarla y para curarla quizá nadie se habría fijado en ella. Como tantas veces pasa; gente en silencio que no hacen ruido en su humildad, gente encogida en sus complejos y en sus miedos, gente que parece meterse en el último y más escondido lugar casada quizás de luchas y de fracasos, gente en la que nadie se fija porque no relumbran como tanto nos gusta relumbrar y llamar la atención quizás a nosotros.

Pero Jesús vino a sacarla de su anonimato, Jesús quería levantarla, no podía permitir Jesús que siguiera encorvada con tantos sufrimientos que probablemente atenazaban su corazón, el que había venido a liberar a los oprimidos como había proclamado en la otra sinagoga, en la de Nazaret,  y a romper toda clase de cepos no podía dejarla con aquellas ataduras y la quería con una vida nueva, con un nuevo dinamismo en su vida. Y Jesús se acercó y la puso derecha, la mujer se levantó y la que había estado en silencio se puso a glorificar al Señor.

Claro que habrá siempre quien prefiera que los que están acobardados y escondidos así permanezcan para que no produzcan ninguna perturbación; hay quien prefiere que la gente siga calladita y perdida anónimamente en medio de la multitud no sea que vayan a decir o a mostrar algo que nos desestabilicen esa paz que artificialmente nos hemos creado. Ya habrá razones que invocar para que los que están oprimidos no se les suelte la lengua y comiencen a hablar; mejor todos calladitos y nadie se ofende, y se buscarán razones hasta espirituales y religiosas queriendo escudarnos en Dios cuando precisamente Dios no es eso lo que quiere para la humanidad. En este caso era sábado y había que guardar el descanso sabático, no importaba quien siguiera esclavizado. Para algunos parecía más importante soltar el borrico para que fuera a abrevar aunque fuera sábado que una persona se viera libre de su enfermedad o de sus opresiones.

No olvidemos que Jesús nos quiere con los hombros bien levantados, en disponibilidad de ir siempre al encuentro del otro, con la cintura ceñida porque estamos siempre dispuestos a servir y hacer el bien y con la lámpara encendida en nuestra mano porque tenemos que salir a los caminos a alumbrar los senderos de los hombres para que alcancen la verdadera luz. Nos quiere humildes y serviciales, si, pero nunca humillados y oprimidos, nos quiere hombres libres con la nueva libertad del hombre nuevo que Jesús nos ofrece porque siempre su presencia ha de ser para nosotros un año de gracia del Señor.

Es lo que hemos de ir haciendo nosotros por los demás, encontrando esas personas que pasan desapercibidas, esas personas a las que la vida ha hundido quizás y se sienten incapaces de levantarse, a esas personas que no saben valorarse para que les demos confianza en sí mismas y sepan ponerse a caminar. Somos los que tenemos que ir proclamando la libertad que Dios nos ofrece a todos y ayudando a todos a que se liberen de sus esclavitudes, somos los que tenemos que sentir esa mano amiga de Jesús que se nos ofrece para levantarnos y ser nosotros esa mano de Jesús que ayude a levantarse a los demás.

Todos al final cantaremos la gloria del Señor.

domingo, 25 de octubre de 2020

La plenitud del ser, de la existencia, es amar y hacerlo de corazón, con entrega total, con lo que cada uno es, con lo que somos porque sin amor no seríamos humanos

 


La plenitud del ser, de la existencia, es amar y hacerlo de corazón, con entrega total, con lo que cada uno es, con lo que somos porque sin amor no seríamos humanos

Éxodo 22, 20-26; Sal 17; 1Tesalonicenses 1, 5c-10; Mateo 22, 34-40

Cuando es nuestro modo de hablar humano hablamos de la ley, hablamos de las leyes pensamos de forma espontánea en todas esas normas y preceptos que nos hemos dado para regular la relación y la vida de las personas dentro de la sociedad en la que vivimos; cada vez son más complejas las leyes – y claro que no soy un erudito en el tema del derecho – porque más complejas son las relaciones entre los hombres, entre las personas y las leyes de cada lugar, aunque hay algo universal que nos afecta a todos, sin embargo tienen más las características de ese lugar según las normas y preceptos que se han ido elaborando y mejorando con el paso del tiempo. Me atrevería, sin embargo, a decir algo así de entrada y es que las leyes que nos imponemos tienen que estar siempre por el bien de la persona en medio de esa comunidad en la que vive.

Me hago esta consideración previa al escuchar el texto del evangelio de hoy. Ya dice el evangelista que aquellos que fueron a preguntar pretendían tentar a Jesús con preguntas que presentaban como capciosas, la pregunta que le lanzan a bocajarro es ‘Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?’ preguntan por la ley y preguntan por el mandamiento principal. Si en nuestra cultura actual se hiciera o nos hicieran esa pregunta iríamos al fundamento de nuestras constituciones que nos conforman como pueblo y de donde dimanan luego todas las leyes y preceptos de nuestros códigos civiles.

Pero la pregunta que le lanzan a Jesús tiene una respuesta clara y que parece no tener sentido para el hombre de hoy que ha construido su vida quizá sobre otros parámetros o principios, que vive de una forma en la práctica agnóstica o donde la fe o la religión parece que no tienen que ver con las leyes de la vida de los hombres, ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero’.

Sin embargo ess respuesta tiene una razón para el que se siente creyente. Por otra parte Jesús no hace sino repetir al pie de la letra lo que está escrito en la ley judía y tiene todo su sentido. Tengamos en cuenta que Jesús además añade ‘El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas’.

Sí, somos creyentes y Dios sí tiene que ver con la vida del hombre, con el sentido y el valor de la vida de las personas, sobre el camino verdadero de la construcción de nuestra sociedad. En Dios tenemos el fundamento de todo y la historia de la presencia de Dios en la vida del hombre es una historia de amor. Una historia de amor donde nos hemos sentido amados porque hemos estado, podemos decirlo así, en la preocupación de Dios. Por eso primero que nada y por encima de todo nuestro amor para Dios. ‘Con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente’. Es el eje y el fundamento.

Pero nunca ese amor a Dios va a mermar nuestro amor al hombre sino todo lo contrario. Va a ser el cauce y la fuerza precisamente para que nos amemos los unos a los otros. ‘El segundo es semejante a él’, nos dice Jesús. Que no podemos vivir el uno sin el otro, que no podemos decir que tenemos amor a Dios si no tenemos amor al prójimo. Es la base de todo. ‘Sostienen toda la ley y los profetas’, termina diciendo Jesús.

Por algo san Juan en su carta cuando nos habla de que Dios es amor nos dice que en consecuencia tenemos que amarnos los unos a los otros. ‘Si Dios nos ha amado de esta manera, amémonos los unos a los otros’, nos dice. No dice si Dios nos ha amado de esta manera, amémosle a El, amemos a Dios, sino amémonos los unos a los otros. Y es que en ese amor que nos tenemos mutuamente estamos amando a Dios. ¿No nos dirá Jesús que cuando dimos pan al hambriento o agua al sediento era a El a quien estábamos alimentando o calmando su sed?

Creo que no es necesario hacernos más consideraciones sino rumiar muy bien esto que nos ha trasmitido hoy el Evangelio y hemos venido comentando y reflexionando. Luego saquemos nuestras conclusiones, veamos cómo con toda claridad cada uno de los mandamientos que tenemos reflejados en el decálogo buscarán siempre el bien del otro, el respeto al otro, la valoración del otro, en una palabra el amor que hemos de tener al prójimo. La verdadera gloria de Dios está en la gloria que le demos al hombre, en el amor que les tengamos a los demás. Por eso cuando nosotros vamos anunciando el evangelio de Jesús lo que queremos ir haciendo es que haya más humanidad entre los hombres y las mujeres de hoy. La Buena nueva de Jesús nos descubre ese amor nuevo, esa vida nueva, ese estilo de nuevo de tratarnos y de amarnos en que siempre estaremos buscando el bien del prójimo.

Recojo algunos párrafos de un comentario que me ha llegado y pienso que nos pueden ayudar a completar esta reflexión. ‘Ahí está la esencia y la radicalidad de la fe y de la identidad cristiana… Nuestra felicidad depende de acoger y poner por obra los preceptos y mandatos del Señor, porque ellos son misericordia, en ellos hay sabiduría, hay esperanza de un vivir mejor, hay vida eterna… La plenitud del ser, de la existencia, es amar y hacerlo de corazón, con entrega total, con lo que cada uno es, con lo que somos.  Sin amor la ley y los preceptos se vuelven tiranía, sin amor nada seríamos, es decir, no seríamos humanos (una persona inhumana es aquella que no conoce ni sabe del amor), sin amor todo se vuelve oscuro, estéril, vacío’ (Fray Manuel Jesús Romero Blanco O.P.).

Nuestro mandamiento principal es el amor.