jueves, 29 de octubre de 2020

Orar por nuestros enemigos, por quienes nos hayan desprestigiado y por aquellos que nos hayan hecho daño es la forma sublime del amor y del perdón

 


Orar por nuestros enemigos, por quienes nos hayan desprestigiado y por aquellos que nos hayan hecho daño es la forma sublime del amor y del perdón

Efesios 6, 10-20; Sal 143; Lucas 13, 31-35

La experiencia de sentirse amenazado es una experiencia dura de la que si tuviéramos que enfrentarnos a ella no sabríamos cómo salir. Miedo, angustia, encerrarse en sí mismo, huida, violencia y enfrentamiento, volvernos en contra de los que nos amenazan… son muchas y diversas la formas de reaccionar dependiendo de la manera de ser de la persona, de su carácter o de su madurez. Puede ser ante situaciones o amenazas graves que puedan poner en peligro la vida, o pueden ser otras amenazas más sutiles que pueden dañar nuestra persona, nuestro prestigio o buen nombre, la situación en la que nos encontremos ante la sociedad.


Enfrentarnos a perder la vida no es quizá tan habitual aunque en el mundo de violencias en que vivimos puede ser cada día más posible y así sucede en muchos lugares con secuestros y extorsiones, pero ese otro tipo de amenaza que nos viene de una crítica o de un juicio que hagan contra nosotros queriendo quizás desprestigiarnos, de una denuncia o incluso desde murmuraciones que pueden terminar en calumnias son cosas que nos pueden suceder más fácilmente. Repito ¿cuál es nuestra reacción? Hay gente que se queda como paralizada con el miedo a perder el nombre o el prestigio que puedan tener; gente que quiere que se la trague la tierra antes de verse en situaciones así; gente que se va en desbandada y huída, son muchas, repito, las reacciones.

Cuando Jesús se dirigía a Jerusalén, escuchamos hoy en el evangelio que vienen unos fariseos a decirle que mejor es que se esconda porque Herodes anda buscándolo para matarlo. Todos tenían conocimiento que así había sucedido un día con Juan el Bautista, primero lo había metido en los calabozos de Maqueronte para hacerlo callar, pero al final había terminado con su muerte como un final de fiesta de aquellas a las que estaba tan acostumbrado Herodes. Son unos fariseos los que vienen ahora a decírselo a Jesús, aunque luego ellos por otra parte unidos a los sumos sacerdotes de Jerusalén también querían quitar de en medio a Jesús.

Pero Jesús no se acobarda, veremos más tarde que cuando enviado por Pilatos lo llevan a la presencia de Herodes, Jesús no le dirigió la palabra, tratándolo Herodes por loco porque no había accedido a lo que le pedía para divertir a su corte.  Jesús dice que no teme. El sabe además que sube a Jerusalén y allí va a ser entregado en manos de los gentiles, como tantas veces le había anunciado a los discípulos más cercanos. Además, como diría en otro momento, nadie le arrebata la vida, nadie tiene poder para arrebatarle la vida, sino que El la entrega libremente.

Claro que la fortaleza del Espíritu de Jesús no se parece en nada a nuestros miedos y cobardías; cómo rehuimos cualquier tipo de sufrimiento, cómo nos quejamos ante cualquier situación adversa en la vida a la que tengamos que enfrentarnos, cómo nos resguardamos y nos ponemos a buen recaudo ante cualquiera que pudiera venir a pedirnos cuentas, cómo escurrimos el bulto tantas veces que tendríamos que dar la cara. Jesús nos está dando una hermosa lección y está siendo de interrogante antes nuestras cobardías y nuestras tibiezas.

Qué hermoso lo que llegaría a poder decir san Pablo ‘ni la muerte ni la vida nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús’. Y es que cuando nos sentimos envueltos en el amor de Dios nos sentimos seguros, no tememos ante los riesgos y los peligros, sentimos en nuestro interior la valentía del amor, la valentía que solo puede dárnosla el Espíritu del Señor. Podremos sentirnos o no culpables ante aquello que presentan contra nosotros, pero de una cosa estamos seguros, de la piedad y de la misericordia del Señor. Los hombres nos juzgarán, nos condenarán, pretenderán atentar contra nosotros e incluso hacer que se ponga en peligro nuestra vida, pero nuestra fortaleza está en el Señor y en su misericordia que aunque seamos pecadores nos ofrece su perdón, aunque nos podamos sentir indignos El sigue contando con nosotros.

Nos manifestará algo más Jesús en este texto que estamos comentando. Contempla con lágrimas en los ojos la infidelidad, la ligereza y la tibieza de espíritu de aquellos a los que se dirige y no le escuchan o incluso se van a poner en su contra. En otro momento del evangelio se nos hablará de las lágrimas de Jesús por la ciudad de Jerusalén que incluso va a ser destruida de manera que todo aquel esplendor que desde el monte de los Olivos se contempla va a desaparecer. Ahora de alguna manera Jesús está manifestando las lágrimas que hay en su corazón por aquellos que no lo escuchan, por aquella ciudad de Jerusalén que un día le rechazará aunque habrá momentos en que se le aclame a la entrada de la ciudad como el que viene en el nombre del Señor

Y nosotros, ¿cómo nos sentimos?, ¿qué actitud tomamos ante aquellos que pudieran hacernos daño? Jesús le vemos ahora orando en sus lágrimas por la ciudad de Jerusalén, nosotros, ¿habremos sido capaces de orar por los que nos persiguen o nos hacen daño? Ya Jesús nos ha enseñado que tenemos que orar por nuestros enemigos y por aquellos que nos hayan hecho daño; es la forma sublime del amor y del perdón.

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