sábado, 27 de junio de 2020

Es necesario saber sintonizar mejor con los demás, y para ello necesitamos detenernos para escuchar dejando a un lado prejuicios e insensibilidades


Es necesario saber sintonizar mejor con los demás, y para ello necesitamos detenernos para escuchar dejando a un lado prejuicios e insensibilidades

Lamentaciones 2, 2. 10-14. 18-19; Sal 73; Mateo 8, 5-17
‘Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho’. Hermosa oracion, hermosa súplica aunque en sus palabras pareciera que no pide nada. Simplemente está contando lo que sucede, está hablándole a Jesús del sufrimiento del criado que tiene en casa discapacitado. Por supuesto que en sus palabras está la intención de la súplica; pero destaca la sencillez y la humildad; destaca su sensibilidad, su preocupación por los que tiene cerca de sí. Luego manifestará la fe grande que tiene que merecerá incluso la alabanza de Jesús.
Pero creo que este primer pensamiento ya nos tendría que llevar a más reflexiones. Su sensibilidad y su preocupación. Parece como si lo sintiera como algo propio, lo está sufriendo él también. Ya sé que este texto en ocasiones ha dado pie a comentarios muy interesados desde ciertos sectores queriendo ver más allá de lo que realmente nos dice el evangelio. Como si el sentir o sufrir como algo propio el sufrimiento de otra persona solo se pudiera tener desde ciertos estilos de vida que hoy se tratan mucho de justificar. Cuesta incluso desligar una amistad sincera y limpia de otros llamémoslo intereses en la relacion entre las personas.
Yo quiero mirar la sensibilidad del centurión por el sufrimiento de su criado simplemente desde la sensibilidad de un corazón que sabe estar abierto a los demás. Muchas veces en la vida vamos demasiado insensibles en medio de un mundo de sufrimientos que nos rodea y ante el que intentamos cerrar los ojos para que no nos compliquen; demasiadas veces en nuestra insensibilidad hasta querer culpabilizar a esas personas que sufren de su propio sufrimiento, quizá para disculparnos con disculpan que no nos valen de nuestra insensibilidad.
Es necesario saber sintonizar mejor con los demás, y para ello necesitamos detenernos para escuchar, pero eso nos cuesta en nuestro mundo de prisas; y así vamos con nuestros prejuicios, con las valoraciones que nosotros nos hemos hecho sin haberlos escuchado, con cierto racismo en el interior de nuestro corazón en tantas ocasiones. Conocer y comprender, y para eso es necesario escuchar, nos complica la vida; por aquello de que ojos que no ven corazón que no siente, no queremos saber y juzgamos y hasta condenamos de antemano. Si abriéramos los oídos de nuestro corazón un poquito más seguro que nos llevaríamos grandes sorpresas.
Jesús se detuvo junto a aquel hombre que venia con su súplica. No era un judío en este caso, porque era un centurión romano; para más perteneciente al ejército que los dominaba y que les hacia sentirse tan mal a los judíos. No entraban en sus casas, porque incluso era causa de una impureza legal, los rechazaban ya de antemano por ser extranjeros. El judío como miembro del pueblo elegido ya se sentía superior de todo extranjero al que llamaban gentil y tenían otros epítetos muy fuertes para referirse a ellos – recordemos el episodio de la mujer cananea -.
Pero Jesús se ofreció a ir a su casa para curar al paralítico, como haría en tantas otras ocasiones como en el caso de Jairo, y ante las protestas de humildad de aquel hombre que no se consideraba digno de que Jesús entrara en su casa, Jesús se detiene a escucharle. Y aquí está la sorpresa, Jesús va a alabar la fe de aquel  hombre. ‘No he encontrado en Israel una fe tan grande’. Y dirá Jesús entonces palabras que tendrían muy en cuenta todos los que estaban en su contra porque parece que los elegidos del pueblo de Dios van a ser sustituidos por los que vienen de otras partes. ‘Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera, a las tinieblas’
Aprendamos el hermoso mensaje de este evangelio. Tengamos siempre la sensibilidad de escuchar a los demás y sentir como propio el sufrimiento de nuestros hermanos.

viernes, 26 de junio de 2020

Los leprosos se veían obligados a vivir confinados, pero tendríamos que pensar en los que realmente hoy en nuestra sociedad viven una situación también de confinamiento



Los leprosos se veían obligados a vivir confinados, pero tendríamos que pensar en los que realmente hoy en nuestra sociedad viven una situación también de confinamiento

2Reyes 25, 1-12; Sal 136; Mateo 8, 1-4
Nos habla hoy de un leproso, y de un leproso que se atreve a acercarse hasta Jesús para pedirle que tenga misericordia con él y lo cure. Ya conocemos todo cuanto sucede y el breve diálogo entre Jesús y el leproso. Pero quería fijarme en este aspecto que hemos mencionado de que se atreve a acercarse hasta donde estaba Jesús.
En tiempos de confinamiento como los que estamos es bueno subrayar este aspecto. En el mundo antiguo toda enfermedad era como un castigo de Dios. ‘¿Quién pecó, éste o sus padres para que naciera ciego?’ recordamos que le preguntaban los discípulos de Jesús en las calles de Jerusalén cuando con aquel ciego de nacimiento que pedía limosna que era el destino más pronto de los ciegos para poder sobrevivir. ¿Una maldición de Dios? algo así pensaban y mucho más de aquellas enfermedades que eran propensas al contagio. Los leprosos se veían marginados totalmente de la sociedad porque tenían que vivir en lugares apartados, no podían acercarse ni permitir que nadie se acercara a ellos. Así los vemos habitualmente en el evangelio.
‘Ni este pecó ni sus padres para que naciera ciego, sino para que se manifieste la gloria de Dios’, respondería Jesús en el caso del ciego de nacimiento de Jerusalén cuya curación también iba a producir tanto revuelo entre los judíos. Ahora solo hay el gesto de Jesús que extiende su mano y que dirá ‘quiero, queda limpio’.
Aquel hombre no teme, no tiene vergüenza de reconocer su enfermedad, que le llevaba incluso a una situación de impureza legal. No se esconde, no se queda lejos, se mete en medio de la gente arriesgándose incluso a que pudieran apedrearle, no teme el rechazo de nadie ni menos de Jesús. En su concepto también incluso podría considerarse pecador aunque no supiera cual era su pecado, pero si conocía su sufrimiento, pero allí va con esa impureza legal, con esa enfermedad propensa al contagio, pero se postra ante Jesús. En El tiene toda su confianza.
¿Habrán situaciones semejantes entre nosotros? y al hablar de situación semejante pienso en todo lo que era el sufrimiento de aquel hombre alejado de la sociedad, discriminado y despreciado por todos, que llevaba a la inmensa mayoría a esconderse de los demás y refugiarse en aquellos lugares de muerte que les estaban reservados. Normalmente es cierto que decimos que sentimos compasión por los enfermos, pero pensemos si acaso entre nosotros pudiera haber actitudes un tanto parecidas a lo que vemos reflejados en aquel mundo antiguo.
¿No tendremos también muchos miedos ante todo lo que signifique sufrimiento y soledad? O también quizá tendríamos que preguntarnos a cuantos condenamos a la soledad porque tienen unas limitaciones físicas o síquicas, porque son dependientes y ya pesa sobre ellos la debilidad de los años. Es cierto que van surgiendo en la sociedad diversas instituciones y organismos que dicen cuidar y preocuparse por estas personas discapacitadas y dependientes por sus limitaciones físicas o síquicas o por sus muchos años, pero ¿no significará una condena de soledad que desde nuestras familias, desde el funcionamiento de la sociedad estamos haciendo de todas esas personas? No tenemos tiempo, no hay lugar en nuestros hogares modernos o en nuestros pisos pequeños, no somos capaces de hacer por ellos desde la cercanía de una familia y de un hogar.
Nos duele el tener que estar confinados en este estado de alarma que hemos vivido o seguimos aun viviendo – mucha gente dice que lo ha pasado muy mal al verse así confinados en su propio hogar -, pero no pensamos en tantos seres que por una razón o por otra también confinamos en residencias, asilos, o lugares a los que queremos dar el hombre de hogares de nuestros mayores, y realmente porque no queremos complicarnos la vida; exigencias de la vida moderna, decimos en tantas ocasiones.
Mucho tendrían que hacernos pensar estas cosas. Y también de esta situación dolorosa que hemos venido viviendo tendríamos que sacar muchas lecciones, aprender muchas cosas, valorar lo que verdaderamente es principal en nuestras vidas. Quizá aprendamos a dejar que ‘el leproso’ se acerque a nosotros diciéndonos que podemos limpiarlo y aprendamos a tender la mano como Jesús pero decir que sí, que queremos hacerlo y hacer que otras actitudes nuevas surjan en nuestros corazones. Claro que tendríamos que preguntamos cual es el pecado de nuestra sociedad.

jueves, 25 de junio de 2020

Busquemos los verdaderos cimientos de nuestra vida que nos den fortaleza cuando nos vengan los temporales de las crisis y las dudas


Busquemos los verdaderos cimientos de nuestra vida que nos den fortaleza cuando nos vengan los temporales de las crisis y las dudas

2Reyes 24, 8-17; Sal 78; Mateo 7, 21-29
¿Cuáles son los cimientos sobre los que construimos y fundamentamos la vida? No es una pregunta baladí ni retórica. Es algo que toda persona ha de tener muy claro. No nos referimos, es cierto, a los cimientos de cualquier construcción o edificio en sentido físico o material, pero la imagen nos viene muy bien para pensar en nuestra vida.
Y es que una vida sin esos fundamentos es como un edificio construido a lo tonto y a lo loco sin ninguna planificación, sin ningún proyecto, porque cuando vamos a edificar algo, por supuesto valiéndonos de un técnico, haremos ese proyecto donde como base está ese terreno sobre el que vamos a edificar y la cimentación necesaria para su estructura. Si mi amigo arquitecto me estuviera oyendo me diría que en qué berenjenales me estoy metiendo que soy analfabeto en esas cosas.
Para así es la vida. No podemos ir a tontas y locas, sino que hemos de tener esa necesaria fundamentación para ese proyecto de nuestra vida, que serán nuestros principios, que serán las líneas que me voy marcando en lo que voy haciendo, que serán las metas que espero alcanzar, pero que tiene que ser eso hondo que llevamos dentro de nosotros mismos que nos dará fundamento y fortaleza.
Muchas veces nos encontramos nosotros mismos quizá, pero también lo observamos a nuestro lado, en tantos que parece que no saben a donde van, qué es lo que buscan en la vida, que pronto le vienen los cansancios y aburrimientos y les dan ganas de echarlo todo a rodar, que se sienten vacíos por muchas cosas que hagan, que da la impresión que falta esa fortaleza interior.
No nos podemos contentar con hacer cosas una detrás de otra como quien amontona aparatos o utensilios en su garaje pero que no sabe para qué los quiere. Tenemos que tener un motivo grande en nuestro interior que nos dé profundidad a lo que hacemos, pero que al mismo tiempo nos eleve a las alturas. Ese espíritu que hay en nosotros no nos permite que vayamos siempre arrastrándonos a ras de tierra, sino que tenemos que elevarnos, buscar esa trascendencia de nuestra vida, algo que en verdad nos dé sentido y profundidad.
Lo llamamos espiritualidad o le damos el nombre que queramos, pero tiene que ser esa fortaleza interior que necesitamos y que nosotros los que creemos en Dios en El buscamos y en El podemos encontrar. Pero ese ser espirituales es algo más que en un momento determinado porque nos veamos apurados acudamos a Dios pidiendo su ayuda. Esa espiritualidad nos hace estar siempre fundamentados en Dios para en El encontrar ese sentido y esa luz que necesitamos, pero también esa fuerza que El nos da con la presencia del espíritu para que podamos hacer nuestro camino.
De eso nos está hablando hoy Jesús en el evangelio. No basta decir ‘Señor, Señor’, sino que tiene que ser ese buscar a Dios en todo momento para descubrir su voluntad, su plan divino sobre nosotros, que no nos va anular nuestra humanidad, sino todo lo contrario, nos va a elevar mucho más y nos hará alcanzar la mayor dignidad.
Hoy nos habla Jesús de la casa edificada sobre roca o sobre arena. Según sea la cimentación que tenga cuando vengan los temporales podrá resistir o se verá arrasada. Muchas veces cuando nos vienen los temporales de los momentos de crisis y dificultades nosotros vamos a ver que también nuestra vida se nos arruina; algo nos ha faltado que le dé esa fortaleza a nuestra vida, es lo que tenemos que saber buscar.
¿Cómo tenemos presente la Palabra de Dios en nuestra vida? No puede ser algo que en un momento ocasional escuchemos, sino que tiene que ser algo que vayamos meditando, rumiando continuamente en nuestro corazón.

miércoles, 24 de junio de 2020

Como las gentes se interrogaban ante el nacimiento o la figura del Bautista nosotros también tenemos que preguntarnos qué es lo que tenemos que hacer



Como las gentes se interrogaban ante el nacimiento o la figura del Bautista nosotros también tenemos que preguntarnos qué es lo que tenemos que hacer

Isaías 49, 1-6; Sal 138; Hechos 13, 22-26; Lucas 1, 57-66. 80
La sorpresa y también, por qué no, los interrogantes se habían ido adueñando de las montañas de Judea. Las noticias, como se suele decir, corren como la pólvora, y más cuando son hechos inauditos pero que además podían significar alegría para una familia, para una mujer que va a ser madre. Si normalmente el embarazo de una mujer es alegría para una familia como una comidilla de gozo corre habitualmente entre los vecinos de modo que pronto se suceden las felicitaciones a la futura madre, el hecho de que una mujer ya muy anciana y que había dado señales de esterilidad durante toda su vida ahora apareciera embarazada era más motivo aun para la alegría, para la felicitación y también en unas personas creyentes para la alabanza y bendición al Señor.
Es lo que sucedía en las montañas de Judea con el embarazo de Isabel, la mudez que se había apoderado del anciano padre y ahora con el nacimiento de aquel niño. ¿Qué va a ser de aquel niño? Se preguntaban todos, porque todos estaban viendo la mano del Señor. Más sorpresa fue aun el nombre que se le impuso al niño, ‘Juan es su nombre’ había escrito en una tablilla el anciano Zacarías, aunque nadie hasta entonces en aquella familia había llevado tal nombre. Pero era el signo también porque en aquel niño se iba a manifestar de manera especial la misericordia del Señor.
No era extraño, pues, aquel canto de bendición en que prorrumpió el anciano al soltársele la lengua que antes que dar explicaciones de cuanto había sucedido era una forma de alabar y bendecir al Señor que en su misericordia venia a visitar a su pueblo, porque aquel niño iba a ser en verdad el Profeta del Altísimo que iría delante del Mesías prometido preparando un pueblo bien dispuesto. Lo que Dios había prometido desde siglos comenzaba ahora a realizarse y se anunciaba al pueblo de Dios la salvación. Era el principio de una Buena Nueva que se nos anunciaría invitándonos a la conversión para enderezar los caminos que nos llevan al Señor.
Interrogantes y preguntas se sucederían desde el nacimiento de Juan pero que se repetirían también a lo largo de su vida. Si ahora las gentes se preguntaban qué iba a ser de aquel niño en quien se estaban manifestando las glorias del Señor, serían luego las preguntas que se hacían de si era un profeta o era el Mesías prometido, para concluir en la pregunta que se hacían y le hacían a Juan ‘¿qué es lo que hemos de hacer?’
Cuando hoy con alegría nosotros también celebramos su nacimiento ya quizá no nos preguntamos quien es Juan, si es un profeta o es el Mesías, porque bien clara tenemos su misión de ser el precursor del Mesías, el que venia a preparar los caminos del Señor. Pero sí hay una pregunta que tenemos que hacernos y era lo que los que acudían hasta el bautista de todas partes le hacían. ‘¿Qué hemos de hacer?’
Y es importante porque ni nos queremos quedar en una alegría pasajera ni tampoco en tradiciones ancestrales que en el principio del verano hoy la sociedad trata de reavivar. Puede ser que en estos días luminosos hasta el extremo, sobre todo en nuestro hemisferio norte, queramos llenarnos de una energía nueva queriendo llenarnos de vitalidad o que queremos hacer una purificación de nosotros mismos en esas tradiciones de las hogueras – aunque este año se vean limitadas por la situación que vivimos – pero esto quizá puede ayudarnos a encontrar la respuesta a esa pregunta que nos estamos haciendo.
‘¿Qué hemos de hacer?’ será una pregunta que se repita en el evangelio en muchos cuando se acercaban a Jesús cuando planteaban quizá cuál era el mandamiento principal o qué habían de hacer para alcanzar la vida eterna. Es la pregunta que se hacían también las gentes de Jerusalén ante la predicación de Pedro en la mañana de Pentecostés.
Es quizá la pregunta que de una forma u otra nos estamos haciendo en la situación que estamos viviendo en nuestros tiempos. Nos sentimos confundidos, no sabemos como vamos a salir de todo esto, que nuevo tendría que surgir en nosotros pero también en el estilo de vida de nuestro mundo. Sabemos muy bien que son muchas las cosas que tendríamos que mejorar, que nuevas actitudes, posturas y compromisos tienen que surgir en nosotros si queremos que nuestro mundo sea distinto, porque no estamos del todo satisfechos del mundo que hemos venido haciendo.
La respuesta de Juan a los que a él acudían allá junto al Jordán, como la respuesta de Pedro en aquella mañana de Pentecostés a todos los que se habían congregado en Jerusalén iba por el camino de que era necesario un nuevo estilo y sentido de vida, por eso hablaban de conversión, de una vuelta a donde en verdad está nuestra salvación y Juan preparaba el camino de Jesús y Pedro anunciaba que aquel Jesús que habían crucificado Dios lo había resucitado y convertido en nuestro Salvador. Los gestos y ritos ancestrales que se realizan en estos días nos hablan también de algo nuevo, de una luz nueva, de una purificación y renovación. ‘¿Qué tenemos que hacer?’
¿Seremos capaces de aunar esfuerzos para lograr un mundo mejor? Esta tarde me encontraba con unos vecinos que se habían movilizado por algo que estaba sucediendo en el barrio y con lo que no estaban de acuerdo; allí estaban reunidos, trabajando juntos, preparando sus pancartas y carteles porque querían hacerse oír frente a algo que consideraban que no era bueno. De acuerdo o no de acuerdo con sus ideas o la solución de las cosas, sin embargo lo vi como una buena señal, eran capaces de unirse, de trabajar juntos, de olvidarse quizá un poco de las rutinas de cada día, para estar allí queriendo luchar por algo que consideraban mejor.
Cuánto podríamos conseguir por hacer que nuestro mundo sea mejor si fuéramos capaces de unirnos más, de aceptarnos y comprendernos y de ponernos a trabajar juntos por algo nuevo y mejor. Creo que puede ser una lección, una señal, un camino que se abra ante nosotros cuando hoy celebramos al que vino a preparar los caminos del Señor.

martes, 23 de junio de 2020

Tratar a los demás como queremos que ellos nos traten es un camino de exigencia y superación que nos hace crecer espiritualmente cada día más


Tratar a los demás como queremos que ellos nos traten es un camino de exigencia y superación que nos hace crecer espiritualmente cada día más

2Reyes 19, 9b-11. 14-21. 31-35a. 36; Sal 47; Mateo 7, 6. 12-14
A nadie le gusta que lo traten mal. Eso está claro. Nos gusta ser bien tratados, que nos hablen con amabilidad, que no sean violentos con nosotros, que nadie quiera aprovecharse de nosotros y quizá de nuestra buena voluntad; no nos gusta que nos critiquen y menos que digan contra nosotros cosas que no son verdad; nos agrada la gente sincera y amable y que nos hagan sentir bien. Así podríamos seguir diciendo un montón de cosas que queremos en el trato que tengan con nosotros.
Pero es cierto también que aunque tenemos buena voluntad y desearíamos ser buenos con todo el mundo – bueno, algunos dicen que son buenos con sus amigos si sus amigos son buenos con ellos, lo cual significa estar poniendo una condición – pero reconocemos que algunas veces nos supera nuestro malhumor o nuestro mal carácter, que en ocasiones juzgamos a los demás y está el peligro que vaya por delante la condena antes que la comprensión, que nos volvemos exigentes y quizá les exigimos a los demás lo que no nos exigimos a nosotros mismos, y aquí también podríamos poner un montón de cosas en las que no sabemos tratar con la amabilidad debida a los que nos rodean.
Nos volvemos desconfiados y no somos sinceros, nos aparecen vientos de violencia en nuestras palabras o en nuestros gestos, hacemos desplantes a los demás y no los tratamos como queremos que ellos nos traten a nosotros. O sea, que para nosotros si, pero para los otros no sabemos superarnos lo suficiente para controlarnos y poner un poco de más amabilidad en la vida.
No nos está pidiendo Jesús nada extraordinario sino lo que en un trato verdaderamente humanitario tendría que ser nuestra relación habitual con los demás. Claro que no es una motivación egoísta la que nos tiene que llevar a este buen trato a los demás, sino que siempre nosotros vamos motivados por el amor, que es verdaderamente nuestro distintivo cristiano.
Claro que este camino de amor que hemos de vivir en nuestras mutuas relaciones para nosotros los seguidores de Jesús se convierte en una exigencia fuerte. Es una vigilancia continua de nuestras relaciones con los otros, de nuestros gestos y de nuestras palabras, de nuestras actitudes ante los otros y de la delicadeza que hemos de poner. Es un camino de superación y de esfuerzo; es un camino de crecimiento humano y de crecimiento espiritual; es un camino donde la vamos dando cada día una mayor profundidad a nuestra vida. Es un camino que algunas veces nos cuesta, porque por mucho amor que queramos poner pueden aparecer esas sombras de los demás que nos confunden, como pueden aparecer esas aristas en nuestra vida con la que podemos dañar a los demás.
Hoy nos habla Jesús de un camino estrecho que hemos de tomar porque es el que nos lleva a la vida. ¿Significa esto que es un camino que hacemos con amargura? De ninguna manera, es un camino en que nos sentimos los seres más felices del mundo aunque en cada momento tengamos que superarnos en muchas cosas, porque en nuestro amor nos sentimos felices cuando hacemos más felices a los demás.
Muchas veces se han malinterpretado estas palabras de Jesús como si el camino de Jesús fuera un camino de sacrificio duro y lleno de amarguras, un camino de negación constante como si todo fuera negativo. Es cierto que exige esfuerzo, pero es un camino que vivimos con amor y el amor nos hace sentirnos en paz, una paz interior muy grande.

lunes, 22 de junio de 2020

Que el colirio del amor limpie y llene de luminosidad nuestros ojos para mirar con mirada limpia y saber poner siempre el amor por delante en nuestras relaciones mutuas


Que el colirio del amor limpie y llene de luminosidad nuestros ojos para mirar con mirada limpia y saber poner siempre el amor por delante en nuestras relaciones mutuas

2Reyes 17, 5-8. 13-15a. 18; Sal 59; Mateo 7, 1-5
Es cierto que nos pueden gustar o no las cosas que vemos. Incluso la manera de actuar de los demás; cada uno tenemos nuestros criterios, nuestros principios, nuestra manera de hacer las cosas, y podremos estar de acuerdo o no, podremos tener distintos enfoques, podremos estar profundamente en desacuerdo, pero no nos podemos meter en el interior de la persona, no somos nadie para juzgar su manera de actuar con un juicio que signifique condena; y a eso es a lo más que estamos acostumbrados, es quizás lo que nos es más fácil hacer. Tratar de comprender su punto de vista, el por qué hace las cosas como las hace, respetar la decisión de la persona, por mucho que pensemos que está equivocada eso es algo que nos cuesta mucho.
Tenemos que aprender a vivir en un mundo de respeto y comprensión, que es mucho más que eso que ahora se dice tanto de la tolerancia. Porque nosotros podemos presentar con la misma libertad nuestra opinión, nuestra manera de hacer las cosas, pero tenemos que respetar, no podemos nunca condenar.
Además si vemos errores, o nos parece a nosotros, en la otra persona que pueden afectar a lo moral, aparte de esa comprensión y respeto, que también con humildad podemos acercarnos a esa persona sin juzgar ni condenar y hacerle ver lo que a nosotros nos parece que hace mal; pero eso nos hace mirarnos también a nosotros mismos.
¿Es que somos perfectos? ¿Es que todo siempre lo hacemos bien y no cometemos errores? ¿Seríamos capaces de aceptar esa corrección fraterna que nos puede venir del otro que nos quiere hacer ver en qué también nosotros nos hemos equivocado? Y sabemos que salta enseguida nuestro amor propio y nuestro orgullo y no pasamos por eso que consideramos una humillación cuando nos corrigen por muy bien que lo hagan.
Creo que a pensamientos así nos tiene que llevar lo que hoy Jesús nos está enseñando en el evangelio. Porque en ese mundo de amor que es el Reino de Dios que El nos anuncia, ese respeto y esa comprensión tienen que brillar fuertemente en nuestras vidas. Cuando amamos de verdad y entre nosotros tendríamos que sentirnos verdaderamente hermanos sabemos ayudarnos mutuamente, nos dejamos ayudar también por los demás porque nunca con soberbia nos ponemos en el pedestal de querer ser siempre los perfectos.
Creo que no son necesarios muchos más razonamientos sino ser capaces de tener ese espíritu de humildad, ese corazón generoso y lleno de amor para lograr que nuestras relaciones sean siempre hermosas porque estén llenas de paz y porque sepamos colaborar los unos con los otros para ir haciendo que el mundo sea mejor. Y no se trata de hacer grandes cosas, sino esas pequeñas cosas que son nuestras relaciones de cada día con aquellos que más cercanos están a nosotros con los que sabemos ser comprensivos, para los que no estamos teniendo siempre palabras de condena, sino siempre ha de ser palabras y gestos de estímulo, para que nos sintamos bien interiormente, para que no nos falta la paz, para que sepamos aceptarnos aquello que tenemos que decirnos, para que haya siempre una relación de humildad y de sencillez.
Seremos capaces entonces de ir con delicadeza a tratar el ojo del hermano pero también de dejarnos limpiar nuestros ojos que tantas veces llenamos de pedruscos o los enturbiamos demasiado para no ver con claridad. De eso nos habla Jesús cuando habla de la mota o de la viga que puede haber en nuestros ojos. Que el colirio del amor llene de luminosidad nuestros ojos.

domingo, 21 de junio de 2020

La luz y verdad del evangelio amplía los horizontes de nuestra existencia, dándonos trascendencia, disipando dudas y temores, sintiendo la fortaleza del Espíritu




La luz y verdad del evangelio amplía los horizontes de nuestra existencia, dándonos trascendencia, disipando dudas y temores, sintiendo la fortaleza del Espíritu

Jeremías 20, 10-13; Sal 68; Romanos 5, 12-15; Mateo 10, 26-33
Cuando éramos pequeños nuestros mayores querían que quitáramos el miedo y nos decían que los hombres no tienen miedo, que los hombres son valientes. Sé que lo hacían con la buena voluntad de que aprendiéramos a superar situaciones difíciles, el paso por lugares oscuros de la vida y al mismo tiempo superar o enfrentarnos a las dificultades que encontráramos, pero no sé si acaso ellos a pesar de sus palabras también ocultaban sus miedos y sus temores.
Es algo humano cuando tenemos que enfrentarnos a lo desconocido, cuando sabemos que vamos a encontrar dificultades que nos va costar superar, cuando incluso pensamos en el futuro de la vida lo que nos puede deparar, las circunstancias que vamos a encontrar o reconocer la debilidad que hay en nosotros mismos. Claro que tenemos que prepararnos para ello, saber encontrar una fortaleza interior que nos dé seguridad, tenemos unos recursos y no se trata solo de cosas materiales sino psicológicos y espirituales que no nos hagan perder la paz.
Ahora mismo en nuestra sociedad nos encontramos con muchas incertidumbres; hemos estado viviendo momentos difíciles que de alguna manera nos han cogido desprevenidos y con nuestros miedos en nuestro interior hemos tratado de ir sorteando dificultades. El temor a un contagio, la enfermedad, las dificultades de atención ante tanta improvisación por lo desconocido nos ha venido acompañando, pero seguramente las preocupaciones van cambiando y ya no es solo el temor a un contagio, sino la situación en que queda nuestra sociedad. Son preocupaciones que tenemos que afrontar, necesitamos algo en que apoyarnos, algo que nos de esperanza y fortaleza para seguir en este camino en que nos hemos visto envueltos. Y algo tiene que ver también nuestra fe, algo tenemos que saber encontrar en nuestra fe.
Las palabras de Jesús hoy en el evangelio si sabemos escucharlas allá en lo más hondo del corazón pueden ser luz en medio de nuestras oscuridades. Es cierto que estas palabras de Jesús en su intención primaria, por decirlo de alguna manera, era prevenir a los discípulos en las dificultades en que se iban a encontrar en la tarea del anuncio del evangelio y de su vivencia en medio del mundo. Iban los seguidores de Jesús a encontrar oposición, y más que oposición encontrarían también persecuciones que afectarían también a sus vidas. Y Jesús por tres veces en este texto que hoy hemos escuchado les dice que no tengan miedo.
El cristiano sabe que no se encuentra solo, que en la tarea que Jesús le ha encomendado del anuncio y testimonio del Evangelio cuenta siempre con la presencia del Espíritu del Señor que es su fortaleza. El discípulo de Jesús sabe que no es más que su maestro, y si a Jesús lo llevaron hasta la cruz el discípulo puede encontrarse también en ese camino. Hoy con la experiencia de la historia que también se vive en el momento presente de muchas formas sabemos las persecuciones con que nos vamos a encontrar. Y el cristiano sabe que lo de menos es que pueda perder la vida de su cuerpo, que lo importante es la fidelidad interior que ha de mantener en todo momento. Su seguridad y su fortaleza están en el Señor.
Es el testimonio claro que tiene que dar con toda su vida, con la fidelidad al mensaje que no puede callar, ocultar o disimular. La verdad del evangelio tiene que salir siempre a la luz. Y esa verdad del evangelio la tenemos que llevar reflejada en nuestra vida. Esa verdad del evangelio que amplía los horizontes de nuestra existencia, que llena de trascendencia nuestros actos y nuestra vida toda, que nos hace mirar a nuestro mundo con una mirada nueva para sentirnos también responsables de él, que nos da unos valores por los que luchar y que dan sentido a cuanto hacemos, unas nuevas actitudes ante los demás a los que miraremos con una mirada distinta porque son unos hermanos que caminan a nuestro lado.
Es la luz nueva que nos proyecta el evangelio, aunque enfrente encontremos otras luces que encandilan, que nos llaman la atención, que tratan de distraernos de nuestro camino, que van a tratar de oscurecer cuanto nosotros podamos hacer. Pero nos sentimos seguros en lo que hacemos, en el camino que queremos recorrer, en nuestra tarea y compromiso por hacer un mundo mejor. Y aunque mucha sea la tarea o muchas sean las dificultades no tenemos miedo; es lo que el Señor quiere inculcar hoy en nuestro corazón.
Todo esto que estamos reflexionando está haciendo referencia a todo lo que es nuestra vida y nuestra vida desde el sentido de Cristo cualesquiera que sea la situación que vivamos. Por eso ahora en estos momentos tiene que brillar fuerte esa luz del evangelio en la situación en la que encontramos. En nosotros no puede faltar la esperanza, porque sabemos de quien nos confiamos. Pero no es un optimismo ensoñador que nos haga perder contacto con la realidad. Es una esperanza viva porque tenemos que tener muy claro como tenemos que actuar.
Tenemos que ser los primeros en el compromiso, los que vayamos sembrando ilusión nueva y mucha esperanza en los que caminan a nuestro lado para hacer que nos sintamos fuertes; tiene que ser fuerte nuestro espíritu de solidaridad porque sabemos que apoyándonos juntos y sabiendo caminar de la mano los unos con los otros es como saldremos adelante y podremos alcanzar nuestras metas; tenemos mucho que luchar y luchar sin cansarnos, sin tirar la toalla, sin estar con ensoñaciones de lo que pudiéramos hacer sido sin estas circunstancias; tenemos que saber sacar todos los recursos de un espíritu que se siente fuerte; no podemos permitir que el derrotismo se nos meta por dentro porque sería el mejor camino para hundirnos.
Hoy nos habla Jesús de cómo el Padre bueno del cielo cuida de los pajarillos del cielo, como dice, que se venden por unos cuartos, cuánto más no cuidará de nosotros que somos sus hijos. Es la confianza de los que nos sentimos amados y queremos poner amor porque es el camino que nos salva, que nos lleva a la luz.