sábado, 16 de mayo de 2020

Cuidado con las proclamas que nos dicen que tenemos que modernizarnos porque es una forma sutil de embaucarnos para hacer rebajas en el espíritu del Evangelio


Cuidado con las proclamas que nos dicen que tenemos que modernizarnos porque es una forma sutil de embaucarnos para hacer rebajas en el espíritu del Evangelio

Hechos 16, 1-10; Sal 99;  Juan 15, 18-21
Sin querer llegar a sincretismos estériles donde todo nos pueda parecer igual de bueno haciendo una mezcolanza imposible de lo bueno y de lo malo, sin embargo tendríamos que saber vivir en una sociedad plural en que por encima de todos nos respetemos y el hemos de que pensemos de forma distinta incluso sobre algo tan fundamental como el sentido de la vida sin embargo no tratemos de destruirnos unos a otros en razón de nuestro pensamiento o incluso nuestra manera de presentar el sentido de la sociedad.
Hay que reconocer que es difícil porque cada uno se siente seguro de su verdad y tratará de imponerla a los demás, cuando lo que tendría que haber simplemente es una oferta generosa en que respetándonos sepamos caminar juntos a pesar incluso de nuestras diferencias. Y la historia está llena de estas intransigencias que nos hacen la vida imposible en verdadera paz y donde seguimos tratando de destruirnos unos a otros.
Y no son cosas del pasado, sino cosas que día a día estamos viendo en nuestra sociedad en que empezamos por desprestigiarnos por pensar de manera distinta pero que muchas veces se llega a una autentica dictadura aun en tiempos que decimos de democracia, y no me meto solo en el sentido de lo político, sino en todo lo que hace referencia a la sociedad sus valores.
Hoy en el evangelio que me ha dado pie a esta reflexión inicial sobre algo que seguimos viviendo en nuestra sociedad, y no hace falta poner nombres que todos conocemos, Jesús quiere prevenir a sus discípulos, a los que le siguen de las dificultades que en este orden van a tener que sufrir como así ha sido a lo largo de los tiempos.
‘Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia’.
No temamos. Pero tampoco nos camuflemos. Tenemos con nosotros la fortaleza del Espíritu. Es cierto que algunas veces nos va a costar. Y no hablo solamente de las grandes persecuciones como a lo largo de la historia hasta nuestros tiempos han sufrido los cristianos, ha sufrido la Iglesia. Hablo del día a día de nuestra vida donde nos cuesta dar testimonio, donde somos rechazados y se querrá evitar que en nuestra sociedad resalten los valores cristianos, donde se busca el desprestigio, la burla, la ridiculización de lo que suene a espiritual o religioso. Y eso se hace en muchas ocasiones de forma sutil, con la manipulación de medios, con el engaño de los más sencillos e ingenuos. Con la verborrea sofista de los que tratan de imponer sus ideas.
Y algunas veces los cristianos tratamos de disimular, no damos valientemente la cara, queremos en ocasiones acomodarnos, incluso llegamos a imponernos normas para contentar a la sociedad que nos rodea. Nos falta coraje a los cristianos, creer más en lo que es nuestra fe, presentar con claridad nuestro mensaje aunque no sea comprendido por muchos desde sus intereses o incluso sea rechazado. Nos hablan de que tenemos que modernizarnos y queremos cambiar nuestra moral y nuestros principios. Son tentaciones que sufrimos que son mayores que las propias persecuciones de que seamos objeto.
‘Recordad lo que os dije: No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra’. Seamos valientes en proclamar con todo respeto a los demás lo que son nuestros principios y lo que es nuestra fe. Con nosotros, no lo olvidemos, está la fuerza del espíritu del Señor.

viernes, 15 de mayo de 2020

Qué gozo sentir que somos amados del Señor y así queremos ser nosotros también los amigos, porque de la misma manera queremos darnos nosotros también


Qué gozo sentir que somos amados del Señor y así queremos ser nosotros también los amigos, porque de la misma manera queremos darnos nosotros también

Hechos 15, 22-31; Sal 56; Juan 15, 12-17
Yo elijo a los amigos que quiero, solemos pensar, que nadie nos puede imponer una amistad. Efectivamente en la vida vamos conociendo a mucha gente, y aunque a todos apreciáramos sin embargo no a todos consideramos amigos. Una palabra que de alguna manera tenemos un poco devaluada, porque a todos llamamos amigos, apenas conocemos a alguien enseguida decimos que es un amigo. Hoy con la comunicación de las redes sociales se hace muy universal este mundo de la amistad porque se nos facilita el conocimiento de otras personas en lugares y en situaciones distintas.
Es bueno y sería ideal que en verdad todos fuéramos amigos porque todos nos queramos los unos a los otros, pero bien sabemos que la verdadera amistad llega después de un camino pacientemente hecho; poco a poco nos vamos conociendo y poco a poco vamos dando de nosotros mismos porque queremos compartir con el otro, aunque no siempre encontremos quizá pronta respuesta. Pero tenemos que partir de ahí, de ese darnos porque amamos, porque apreciamos a esa persona con la que queremos entrar en sintonía, pero no es tanto por lo que le pidamos o le exijamos, sino por lo que nosotros damos. Será un mutuo intercambio realizado libremente, donde siempre está, por mucho que amemos, el respeto a la libertad de la respuesta del otro.
He querido comenzar hoy con esta breve – o no tan breve – consideración sobre la amistad por lo que Jesús nos dice en el evangelio. Humanamente hablando en aquel grupo que se había formado en torno a Jesús podríamos pensar en ese grupo de amigos que se sentían cercanos a Jesús y le seguían. Pero hay algo que se nos repite en el evangelio y que convendría tener en cuenta. Es Jesús el que va formando ese grupo de discípulos cercanos a El; es quien los llama y les plantea, es cierto, sus exigencias, recordemos cuando algo se ha ofrecido a seguirle, la respuesta que le da Jesús. Pero también podemos ver a ese grupo de discípulos que siguen al Maestro, estableciéndose esa especial relación que hay entre maestro y discípulo; así vemos que le llaman.
Sin embargo algo más hondo va creciendo en ese conocimiento y relación, hay amor; veremos cómo manifiestan estar dispuesto a todo por estar con Jesús hasta llegar a ser capaces de dar su vida. Pero es Jesús el que se va dando, porque con ellos tiene consideraciones especiales, a ellos lleva a lugares apartados para estar a solas y descansar, a ellos de manera especial les explica las parábolas con las que habla a la gente, a ellos les va descubriendo todo el misterio del Reino de Dios y el camino que han de recorrer, el sentido de vida que han de tener; a ellos de manera especial Jesús les descubre su corazón.
Ahora en la cena pascual cuando se está desbordando de amor su corazón, con ellos ha tenido gestos especiales y les ha dejado signos muy concretos con los que sigan viviendo su presencia, su vida y la fuerza de su espíritu, les ama y les habla del amor más grandioso del que sabe dar la vida por el amado, y les manifiesta cómo con ellos así es su amor. Por eso ya no son solo los discípulos, no son unos siervos ni alguien ajeno al corazón de Cristo, son sus amigos. ‘A vosotros os llamo amigos…’ les dice. ‘Todo lo que he recibido de mi Padre os lo he dado a conocer’, porque el misterio de Dios se ha derramado sobre ellos empapando sus vidas.
Entran en una nueva relación en la que está el amor de quien da su vida por nosotros porque nos ama, y a quien nosotros correspondemos amando con el mismo amor, queriendo amar con la misma intensidad, queriendo convertir lo que son sus palabras y su vida en vida nuestra. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca’. Serán los frutos del amor.
Qué gozo sentir que así somos amados del Señor. Así se nos ha dado el Señor. Queremos ser nosotros también los amigos, porque así queremos darnos nosotros también.


jueves, 14 de mayo de 2020

Allí donde va un cristiano tendría que notarse ese resplandor del amor de Dios que llena su corazón y en el que quiere permanecer


Allí donde va un cristiano tendría que notarse ese resplandor del amor de Dios que llena su corazón y en el que quiere permanecer

Hechos 1, 15-17. 20-26; Sal 112; Juan 15, 9-17
Mantenernos siempre en una misma actitud o postura, perseverar en aquello que nos hemos propuesto, mantenernos en una fidelidad absoluta a unos principios o a unos valores, la permanencia en una misma tarea es algo que hoy nos cuesta mucho. Sabemos, es cierto al menos teóricamente, que esa constancia y esa perseverancia es una prueba de nuestra madurez y que de alguna manera tenemos claras las cosas, pero luego por así decirlo nos gusta andar de flor en flor, probar suerte decimos en ocasiones, o también nos viene el cansancio y el aburrimiento porque tenemos el peligro o la tentación de entrar en una rutina.
Hasta del trabajo que nos facilita nuestro sustento y el de los nuestros nos parece un aburrimiento permanecer siempre en el mismo, y no es por la ambición de mejorar o ampliar horizontes en la vida, sino muchas veces lo que pueda ser la novedad de probar otra cosa. Nos obligan a la permanencia en algunas cosas, queriéndonoslo imponer como si fuera ley porque de lo contrario estaríamos cambiando de todo como de camisa cada día.
Pero mira por donde hoy el evangelio nos hace conjugar el verbo permanecer. Ya en lo que escuchábamos ayer aparecía aquello del sarmiento que aparece unido a la cepa, a la vida para que pueda dar fruto. Hoy, por así decirlo, Jesús da un paso más y vuelve a hablarnos de permanecer en su amor. Y si ayer ya comentábamos que todo arranca de ese amor que Dios nos tiene hoy Jesús vuelve a reafirmarlo. Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor’.
Permanecer en su amor, nos viene a decir Jesús. Si ha sido un gozo, y de lo más profundo, experimentar el amor que Dios nos tiene, lo lógico sería que nunca nos apartáramos de ese amor. Pero esa permanencia en el amor no será de ninguna manera algo pasivo, un simplemente estar; tiene que ser algo más dinámico porque el amor en si  mismo es siempre creativo. Permanecer, pues, en ese amor es estar buscando cómo mejor amar, como mejor dar respuesta a ese amor que Dios nos tiene, es estar abriendo cauces continuamente en el quehacer diario de nuestra vida a horizontes nuevos de amor.
Permanecer en el amor es crecer en el amor creciendo en esa intima comunión de amor que tenemos con Dios lo que espiritualmente tiene que hacernos crecer; creciendo en esa intima comunión con Dios nuestra oración no será nunca fría ni rutinaria sino que hará arder cada vez más nuestro corazón en ese amor y en esa presencia de Dios. Es así como los místicos creciendo en esa intimidad con Dios llegaban a ver a Dios místicamente se les revelaba. Con qué palabras misteriosas en ocasiones para los más legos en estas cosas del espíritu, pero cada vez más maravillosas, nos hablaban de esa intimidad de Dios a quien sentían y vivían de manera tan especial.
Permanecer en ese amor es gustar las mieles del amor, saborear en el alma esa presencia de Dios en nuestra vida, reflejar con todo nuestro ser esa presencia de amor de Dios en nosotros. ¿No recordamos como Moisés salían con el rostro refulgente de la presencia de Dios cuando subía a la montaña de manera que incluso los israelitas le pedían que se cubriera el rostro con un velo para no sentirse deslumbrados por tal resplandor? No es que nosotros vayamos con el rostro demudado por los resplandores divinos, pero si de nuestra presencia ha de surgir por nuestra manera de ser y de actuar ese resplandor que llevamos dentro con el amor de Dios que nos envuelve.
Allí donde va un cristiano tendría que notarse ese resplandor del amor de Dios que llena su corazón y en el que quiere permanecer. Serán los gestos, las palabras, las actitudes y posturas, la manera de hacer y de actuar, la ternura y cercanía con que se acerca a los demás, la misericordia que siempre resplandece en su corazón, la sonrisa que lleva en sus labios que brota de un corazón que va lleno del amor de Dios.
Queremos en verdad permanecer en el amor de Dios para siempre, no por una permanencia pasiva sino porque al sentirnos inundados del amor de Dios nuestra vida se transforma en los frutos del amor.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Porque nos sentimos amados de Dios, a El permanecemos unidos para siendo en verdad así discípulos de Jesús para dar en abundancia los frutos del amor



Porque nos sentimos amados de Dios, a El permanecemos unidos para siendo en verdad así discípulos de Jesús para dar en abundancia los frutos del amor

Hechos 15, 1-6; Sal 121;  Juan 15, 1-8
Unidos venceremos, es una expresión que como un slogan quizás habremos escuchado más de una vez en distintas manifestaciones de la vida social queriendo expresar como entendemos bien en la frase que la unión hace la fuerza en otra expresión presentada como un principio y un valor para la vida de la sociedad. No pretendo hacerme portavoz de ningún tipo de reivindicación social pero con toda libertad creo que podemos usar esta expresión que nos viene a resumir lo que Jesús hoy nos quiere presentar en el evangelio.
Y no se trata ya de la unión entre unos y otros donde sintamos el apoyo de los otros en nuestras luchas o en nuestro camino de superación, sino que Jesús quiere hablarnos de otra muy necesaria unión para poder realizar el camino de la vida cristiana. Un camino como llevamos bien experimentado en la vida que no siempre es fácil, un camino con obstáculos y tropiezos, un camino en cuyo entorno nos pueden aparecer en muchas ocasiones tantas cosas que nos atraen y nos distraen de esa meta a la que queremos llegar; un camino de exigencias dentro de nosotros mismos en ese crecimiento humano y personal, pero en ese camino de crecimiento espiritual que tenemos que realizar; un camino en el que sentimos la tentación, porque el enemigo como león rugiente anda a nuestro acecho, como nos dirá la carta del apóstol san Pedro.
Otra dificultad que podemos encontrar en el camino y que está en nosotros mismos es la autosuficiencia. Nos creemos capaces de hacer el camino por nosotros mismos, sin darnos cuenta de que no es solo la voluntad o la decisión que tomemos por nosotros mismos, sino que también es puro asunto de gracia. No se trata de vivir nuestra vida; no se trata de hacer nuestros esfuerzos personales porque queremos cultivar esta virtud o aquella otra; no se trata de ese deseo de superación por nuestra parte en que queremos ir haciendo una ascesis como si solo se tratara de un programa que nos trazamos y que nos proponemos cumplir.
Y es que todo parte del regalo del amor de Dios; nos sentimos amados por Dios, nos sentimos inundados y nuestra vida se transforma como hemos dicho en más de una ocasión recientemente. No es que nosotros hayamos amado a Dios y por eso tratamos de hacer méritos cumpliendo con esto o con aquello, sino que el amor consiste en que Dios nos amó primero, como nos enseña san Juan en sus cartas. Esa es la grandeza y la maravilla de nuestra vida cristiana.
Y aquí viene lo que nos dice Jesús hoy. Tenemos que estar unidos a El como el sarmiento a la vid, porque el sarmiento que se desgaja no dará fruto, se secará y poco más servirá que para el fuego. Esa es la unión que nos hace fuertes, nuestra unión con El, porque sin El nada podemos hacer, como nos dice hoy. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí’.
Podrán venirnos tormentas, momentos oscuros y de tensión, tentaciones y cosas que nos pueda distraer, pero nada podrá apartarnos del amor de Cristo, como nos dice san Pablo. Y es ese amor, y esa unión la que tenemos que mantener; unidos, pero no es una unión cualquiera, es nuestra unión con el Señor, venceremos. No nos faltará su gracia, como la savia que corre por los sarmientos que están unidos a la vid.
Claro que nuestra unión con el Señor nos hace mantenernos unidos también con los demás hermanos, porque formamos como un gran racimo, como una piña, porque somos una familia, porque vivimos la comunión del amor que parte y arranca del amor que el Señor nos tiene. Y con ese amor amaremos a los demás, cumpliremos el mandamiento del Señor, el mandamiento del amor. Unidos venceremos, como decíamos al principio que es mucho más que un slogan para nuestras relaciones o reivindicaciones sociales, porque la unión importante es la que mantenemos con el Señor.
Como termina diciéndonos Jesús hoy, ‘con esto recibe gloria mi Padre, daréis fruto abundante y seréis discípulos míos’.

martes, 12 de mayo de 2020

Necesitamos fortalecer nuestra fe para abrirnos a la presencia del Señor y en toda circunstancia de la vida sepamos mantener siempre la paz en el corazón



Necesitamos fortalecer nuestra fe para abrirnos a la presencia del Señor y en toda circunstancia de la vida sepamos mantener siempre la paz en el corazón

Hechos 14, 19-28; Sal 144; Juan 14, 27-31a
Cuando escuchamos hoy a Jesús que les dice a sus discípulos, en las circunstancias concretas que están viviendo, que tengan paz, que El les da la paz, que no se turbe su corazón ni se acobarden, pudiera ser que nos cueste entender las palabras de Jesús.
¿Cómo les puede decir que se mantengan en paz, que no pierdan la calma, que no se acobarden cuando tantas veces les ha anunciado – y esta misma noche de la cena pascual lo ha repetido – que lo van a prender, que lo van a entregar en manos de los gentiles con las consecuencias que de todo eso se derivarán? Si nos anuncian cosas semejantes de un familiar nuestro o de alguien a quien tenemos mucho aprecio seguro que no nos podemos quedar tranquilos como si nada pasara. Si nos anuncian una muerte inminente de alguien a quien queremos seguro que la angustia se  nos va a meter por dentro,
Pero ahí están firmes las palabras de Jesús que tratan de darles esa paz que parece imposible que puedan mantener. Pero ya Jesús les dice que la paz que El nos da no es como la paz que da el mundo. Pensemos un poco en el concepto o sentido que podamos tener de lo que es la paz. Decimos quizás que vivimos momentos de paz porque no hay guerras, porque quizá se haya vencido el terrorismo o al menos no está atacando con la misma virulencia, porque hay un cierto orden social y las fuerzas de seguridad ciudadana tratan de mantener esa tranquilidad, evitando protestas y manifestaciones, tratando de imponer un cierto orden y evitar lo que pueda dañar a los ciudadanos o sus propiedades. Pero ¿solo eso es tener paz?
Porque quizá en el interior de las personas sigan las preocupaciones, porque mantenemos nuestras desconfianzas y reservas, porque nunca estamos contentos con lo que tenemos, porque sigue habiendo personas con muchas angustias en su espíritu, ¿y esas personas tienen paz, pueden vivir en paz? Entendemos que la paz no es solo algo externo que quizá nos puedan imponer. Entendemos que sentirnos con paz, a pesar de los problemas que cada día se nos presentan en la sociedad es algo que tenemos que conseguir de otra manera.
Y Jesús nos está hablando, en momentos muy turbulentos como eran aquellos anteriores a su pasión, como pueden ser los momentos que nosotros vivamos en nuestro mundo en las circunstancias que nos ha tocado vivir, pero que así ha sido a lo largo de la historia en todos los tiempos, que nos ofrece la paz, que El ha venido para que tengamos paz. ¿De un plumazo van a desaparecer todas esas preocupaciones, iba a pasar y dejar de beber aquel cáliz de pasión que El iba a comenzar a beber y de alguna manera también sus discípulos? Ya les había preguntado un día a aquellos que aspiraban a primeros puestos si estaban dispuestos a beber el mismo cáliz que El había de beber.
Y Jesús ahora les da unas pautas para que en verdad también en esos momentos difíciles no les faltara la paz en su corazón. Porque esa es la paz que no podemos perder, esa serenidad del espíritu para afrontar los momentos de pasión, para afrontar ese cáliz amargo que tantas veces nos ofrece la vida, y podamos seguir caminando hacia adelante.
No es fácil, pero interiormente hemos de saber sentirnos fuertes y seguros, no nos podemos sentir solos. Y hemos de sentirnos seguros en el camino que hemos emprendido con la conciencia de que estamos haciendo lo que hemos de hacer. Eso nos da seguridad y confianza. ¿Quién es para nosotros esa seguridad y esa confianza? Sabemos que el espíritu del Señor está con nosotros, que Jesús no nos abandona, que El es nuestra luz y nuestra fuerza para que no perdamos el rumbo en la oscuridad ni nos tiemble la mano cuando con paso firme seguimos caminando a pesar de las tormentas.
Muchas veces nos admiramos, por ejemplo, cuando vemos a una persona en medio de grandes y múltiples sufrimientos – ya sean los problemas que nos agobian habitualmente o ya sea por ejemplo una terrible enfermedad que quizá está poniendo en peligro la propia vida o la de uno de los suyos – pero que sin embargo esa persona se mantiene serena, no pierde la paz. Nos preguntamos como puede esa persona estar así con todo lo que se le viene encima. Hay algo en su interior que le da esa fortaleza y esa paz. Como creyentes sabemos descubrir y sentir la presencia del Espíritu del Señor que está a nuestro lado, que nos da esa fortaleza, que impide que podamos perder la paz.
Mucho más podemos seguir considerando en este sentido, pero que todo esto nos haga en verdad reflexionar en esa fortaleza de la fe que necesitamos para abrir nuestro corazón de verdad a esa presencia del Señor y su gracia junto a nosotros en toda circunstancia de la vida. Con Jesús en nuestro corazón no perderemos la paz. 

lunes, 11 de mayo de 2020

Experimentemos lo que es sentirnos amados por Dios cuando en su amor El nos pone en su corazón y al mismo tiempo se adueña del nuestro para hacernos vivir una vida nueva



Experimentemos lo que es sentirnos amados por Dios cuando en su amor El nos pone en su corazón y al mismo tiempo se adueña del nuestro para hacernos vivir una vida nueva

Hechos 14, 5-18; Sal 113; Juan 14, 21-26
Supongamos que en estas circunstancias en que vivimos, con gente que retorna de la noche a la mañana a sus pueblos y familias de origen como sucede con tantos emigrantes, por ejemplo, de pronto nos llega una familia nuestra que no tiene a donde ir y que nos dicen que como en nuestra casa hay espacio más o menos suficiente se vengan a vivir con nosotros; sin saber qué hacer o como reaccionar nos vimos comprometidos a acogerlos para que habitaran en nuestro mismo hogar. Nos veríamos quizá que se nos trastocaba nuestra vida, se rompía el ritmo de nuestras rutinas a las que estamos acostumbrados, que aun con todo el respeto del mundo esas personas vienen con las costumbres y modos de vivir del lugar o país donde hasta ahora han habitado; todo en nuestra vida quedaría trastocado y con mucho esfuerzo y sacrificio quizá trataríamos de amoldarnos a esa nueva situación que de alguna manera rompe nuestros planes.
Es algo que puede sonar idílico o irreal de alguna manera y quizá hacemos demasiado hincapié en las incomodidades que nos surgirían con esas personas que de alguna manera van a influir también en nuestra manera de vivir y de sentir. Quizá recalcamos un tanto lo que nos puede parecer en principio negativo porque nos haría cambiar muchas cosas de nuestra vida, pero quizá no apreciamos la riqueza que al mismo tiempo puede significar para nosotros con lo nuevo que nos pueden aportar. De todas maneras sentiríamos que la vida se nos cambia, se nos hace distinta.
No sé bien si entendemos y nos puede valer esto que ponemos como imagen y ejemplo de lo que hoy nos ofrece el evangelio. Y es que en el seguimiento de Jesús y en consecuencia nuestra vida cristiana puede haber y de hecho hay algo de esto que estamos diciendo pero con un nivel infinitamente superior. Y es que la vida cristiana no se reduce a hacer cosas, a cumplir unas normas o unos mandatos, ni simplemente decir que nos estamos poniendo en el nuevo camino del amor porque ese es el mandato que Jesús nos ha dejado como distintivo.
Y es que cuando estamos hablando de lo que es nuestra vida cristiana, lo que representa en nosotros el seguimiento de Jesús es algo mucho más hondo, porque es dejar que Dios habite en nosotros y nosotros habitemos en El. Es lo que nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio. Es cierto que el ser cristiano porque seguimos a Jesús implica el que entremos en una nueva honda, la honda del amor que tiene que envolver toda nuestra vida, pero es que como nos dice Jesús hoy cuando le amamos, porque entramos en la honda de su amor, y porque le amamos queremos cumplir su voluntad, sus mandamientos lo más maravilloso es que vamos a experimentar lo que significa sentirse amado por Dios, y cuando decimos que Dios nos ama es que Dios se adueña y se aposenta en nuestro corazón.
Si decimos que amar al otro es ponerlo en nuestro corazón, decir que Dios nos ama es que nos ha puesto en su corazón, pero es que se ha adueñado de nuestro corazón para por su amor vivir en nosotros. Y, como decíamos antes con el ejemplo que proponíamos, al habitar Dios en nosotros todo cambia en nuestro corazón, todo cambia en nuestra vida; no es que dejemos que Dios habite en nosotros y sigamos con nuestras rutinas y costumbres del hombre viejo, es que cuando Dios habita en nosotros nos sentimos transformados y en nosotros nace un hombre nuevo, que tendrá un nuevo vivir, que tendrá unos nuevos valores, que tendrá un nuevo sentido para su existencia, que se va a ver profundamente enriquecido con la gracia de Dios.
Y ya esto no lo haremos por sacrificio o solamente valorando nuestros esfuerzos humanos, sino que esto lo hacemos, lo vivimos por gracia, porque es el regalo de Dios que así enriquece nuestra vida que nos convierte en hijos de Dios.

domingo, 10 de mayo de 2020

Cuanto nos sucede puede convertirse para nosotros en una verdadera pascua si somos capaces de verlo con ojos de fe y escuchar ese paso de Dios y esa Palabra de vida



Cuanto nos sucede puede convertirse para nosotros en una verdadera pascua si somos capaces de verlo con ojos de fe y escuchar ese paso de Dios y esa Palabra de vida

Hechos 6, 1-7; Sal 32; 1Pedro 2, 4-9; Juan 14, 1-12
En los tiempos de aflicción y desconsuelo es cuando más necesitamos una palabra de ánimo y de esperanza. Todos pasamos o hemos pasado por momentos así y cuanto agradecemos esa palabra de consuelo, esa palabra de ánimo que en aquel momento recibimos de alguien. Es amargo el sufrimiento en soledad, sin una mirada de comprensión, sin una mano que se pose sobre nuestro hombro, sin una palabra que nos haga confiar en que aunque sean negras las sombras algún rayo de luz nos puede aparecer.
Turbulencias nos aparecen en la vida para las que necesitamos serenidad y fortaleza interior. Si en medio de la turbulencia aérea el piloto se pone nervioso y pierde la serenidad no podrá tener esa mano firme que empuñe el timón y haga mantener el avión en su rumbo. Así nosotros en la vida; nos aparecen turbulencias en algo inesperado que nos llega y nos hace sufrir, una enfermedad, una muerte de un ser cercano a nosotros, un accidente que lo pone todo patas arriba.
Turbulencias son las que vivimos muchas veces en un mundo revuelto en que parece que se han perdido los valores fundamentales que como carriles nos ayudaban a tener motivos para la lucha y para levantarnos cuando nos encontrábamos derrotados; turbulencias cuando vemos que la sociedad se desestabiliza y todo aquello que antes parecía que tenia tanta importancia para nosotros, ahora vemos que de nada nos sirve y buscamos de qué agarrarnos, en qué apoyarnos y no terminamos de hacer pie; turbulencias cuando se han perdido los valores espirituales y lo que ha sido nuestra fe tradicional nos parece que no da respuesta a los problemas y a las inquietudes del hombre y mujer de hoy, y eso nos llena de dudas e interrogantes que no sabemos cómo resolver.
Son algunas de las cosas que ahora mismo vivimos buscando salidas, buscando respuestas, buscando apoyos que desde dentro nos hagan sentirnos fuertes y que algunas veces no sabemos cómo encontrar. ¿No es así como nos encontramos o aún peor en esa crisis sanitaria que vive nuestra sociedad y que nos ha puesto todo patas arriba?
Muchas veces en momentos de sensatez en medio de esa carrera loca en la que vivíamos pensábamos que nuestra sociedad no podía seguir así; augurábamos que quizá por alguna parte todo tendría que explotar, pero muchas veces se nos quedaba en teoría en nuestras cabezas que no llegaban a lo hondo de nosotros para hacer que hiciéramos un parón para tratar de poner orden a nuestro mundo antes de que sucediera lo peor; siempre habían mentes como proféticas que nos pedían un cambio antes de que todo se destruyese pero quizá costaba escuchar o lo veíamos como un catastrofismo sin una verdadera salida. Ha bastado un simple virus para que nuestro mundo se paralice y ahora no sabemos ni qué hacer.
Lección deberíamos de aprender para darnos cuenta de que ahora hemos comenzado a darle importancia a cosas que estaban ahí pero a las que no prestábamos atención, familia, silencios y soledades, parón de tanta carrera, momentos de austeridad, el deseo de un encuentro con los otros que ahora no podemos tener como quisiéramos y así tantas cosas que tendrían que hacernos reflexionar. Pueden ser pequeños o grandes ráfagas de luz que nos hagan mirar de otra manera; pensando en lenguaje cristiano quizá podríamos pensar que esto es una pascua, lo que estamos viviendo, y podríamos descubrir ahí un nuevo paso de Dios por nuestra historia que nos está haciendo una profunda llamada a nuestros corazones.
Hoy escuchamos en el evangelio unas palabras de Jesús que nos invitan al ánimo y a la esperanza, a la confianza y a la fe. Palabras que Jesús dirigía a aquellos discípulos que lo estaban pasando mal en aquellos momentos por lo que intuyan que iba a suceder, conforme también a lo que Jesús les había anunciado. Todo lo que había sucedido aquella noche en la cena pascual había sido desconcertante y eran nuevos los signos que Jesús estaba realizando que aun no terminan de llegar a comprender.
Pero Jesús les dice: No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí’. Una invitación a la serenidad y a la confianza, una invitación a creer de verdad en El, que se nos presentará como camino, verdad y vida. Una invitación a poner toda su confianza en El para llegar a ver en El y en sus obras la obra de Dios, para poder llegar al conocimiento del misterio de Dios precisamente a través de El. Jesús les está revelando a un Dios Padre que les ama y que la señal la tienen en El, que es el rostro misericordioso de Dios. ‘Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre’. Miramos a Jesús y conoceremos a Dios. Miramos a Jesús y encontramos el camino que hemos de hacer para que se realice el plan de Dios.
Y es que Jesús está abriendo caminos nuevos a los que El llama el Reino de Dios. Son nuevas las actitudes, son nuevos los valores, es nuevo el modo de actuar porque todo tiene que estar guiado por otro interés, la motivación del amor. Y eso tenemos que seguirlo escuchando hoy, cuando quizá nos habíamos hecho un mundo demasiado motivado por lo material, por el bienestar que decíamos que era más bien una posesión incontrolada de cosas con las que ya no sabíamos ni qué hacer.
Nos damos cuenta que el bienestar no lo dan las cosas, que ahora podemos tenerlas incluso amontonadas y de nada nos sirven, sino que hemos redescubierto quizás lo que significa un encuentro humano, un detenerse de nuevo quizás los padres al lado de los hijos para jugar con ellos o simplemente para hablar, ahora sentimos de nuevo necesidad de ese encuentro humano con el otro no simplemente por el pasarlo bien en la diversión, sino en el compartir nuestras experiencias, nuestras vivencias, lo que llevamos dentro, el hablar y escucharnos de nuevo serenamente sabiendo dedicarnos tiempo los unos a los otros. Y así tantas cosas que son las que verdaderamente nos hacen humanos y mantener unas relaciones llenas de humanidad con lo que en verdad seríamos más felices.
Antes decíamos que todo esto que nos sucede puede convertirse verdaderamente para nosotros en una verdadera pascua si todo somos capaces de verlo con ojos de fe para entonces escuchar ese paso de Dios por nuestra vida, para escuchar esa palabra que nos anima y nos llena de nueva vida. Es el consuelo de Dios para nosotros.