jueves, 14 de mayo de 2020

Allí donde va un cristiano tendría que notarse ese resplandor del amor de Dios que llena su corazón y en el que quiere permanecer


Allí donde va un cristiano tendría que notarse ese resplandor del amor de Dios que llena su corazón y en el que quiere permanecer

Hechos 1, 15-17. 20-26; Sal 112; Juan 15, 9-17
Mantenernos siempre en una misma actitud o postura, perseverar en aquello que nos hemos propuesto, mantenernos en una fidelidad absoluta a unos principios o a unos valores, la permanencia en una misma tarea es algo que hoy nos cuesta mucho. Sabemos, es cierto al menos teóricamente, que esa constancia y esa perseverancia es una prueba de nuestra madurez y que de alguna manera tenemos claras las cosas, pero luego por así decirlo nos gusta andar de flor en flor, probar suerte decimos en ocasiones, o también nos viene el cansancio y el aburrimiento porque tenemos el peligro o la tentación de entrar en una rutina.
Hasta del trabajo que nos facilita nuestro sustento y el de los nuestros nos parece un aburrimiento permanecer siempre en el mismo, y no es por la ambición de mejorar o ampliar horizontes en la vida, sino muchas veces lo que pueda ser la novedad de probar otra cosa. Nos obligan a la permanencia en algunas cosas, queriéndonoslo imponer como si fuera ley porque de lo contrario estaríamos cambiando de todo como de camisa cada día.
Pero mira por donde hoy el evangelio nos hace conjugar el verbo permanecer. Ya en lo que escuchábamos ayer aparecía aquello del sarmiento que aparece unido a la cepa, a la vida para que pueda dar fruto. Hoy, por así decirlo, Jesús da un paso más y vuelve a hablarnos de permanecer en su amor. Y si ayer ya comentábamos que todo arranca de ese amor que Dios nos tiene hoy Jesús vuelve a reafirmarlo. Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor’.
Permanecer en su amor, nos viene a decir Jesús. Si ha sido un gozo, y de lo más profundo, experimentar el amor que Dios nos tiene, lo lógico sería que nunca nos apartáramos de ese amor. Pero esa permanencia en el amor no será de ninguna manera algo pasivo, un simplemente estar; tiene que ser algo más dinámico porque el amor en si  mismo es siempre creativo. Permanecer, pues, en ese amor es estar buscando cómo mejor amar, como mejor dar respuesta a ese amor que Dios nos tiene, es estar abriendo cauces continuamente en el quehacer diario de nuestra vida a horizontes nuevos de amor.
Permanecer en el amor es crecer en el amor creciendo en esa intima comunión de amor que tenemos con Dios lo que espiritualmente tiene que hacernos crecer; creciendo en esa intima comunión con Dios nuestra oración no será nunca fría ni rutinaria sino que hará arder cada vez más nuestro corazón en ese amor y en esa presencia de Dios. Es así como los místicos creciendo en esa intimidad con Dios llegaban a ver a Dios místicamente se les revelaba. Con qué palabras misteriosas en ocasiones para los más legos en estas cosas del espíritu, pero cada vez más maravillosas, nos hablaban de esa intimidad de Dios a quien sentían y vivían de manera tan especial.
Permanecer en ese amor es gustar las mieles del amor, saborear en el alma esa presencia de Dios en nuestra vida, reflejar con todo nuestro ser esa presencia de amor de Dios en nosotros. ¿No recordamos como Moisés salían con el rostro refulgente de la presencia de Dios cuando subía a la montaña de manera que incluso los israelitas le pedían que se cubriera el rostro con un velo para no sentirse deslumbrados por tal resplandor? No es que nosotros vayamos con el rostro demudado por los resplandores divinos, pero si de nuestra presencia ha de surgir por nuestra manera de ser y de actuar ese resplandor que llevamos dentro con el amor de Dios que nos envuelve.
Allí donde va un cristiano tendría que notarse ese resplandor del amor de Dios que llena su corazón y en el que quiere permanecer. Serán los gestos, las palabras, las actitudes y posturas, la manera de hacer y de actuar, la ternura y cercanía con que se acerca a los demás, la misericordia que siempre resplandece en su corazón, la sonrisa que lleva en sus labios que brota de un corazón que va lleno del amor de Dios.
Queremos en verdad permanecer en el amor de Dios para siempre, no por una permanencia pasiva sino porque al sentirnos inundados del amor de Dios nuestra vida se transforma en los frutos del amor.

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