sábado, 7 de marzo de 2020

Cuando ponemos en nuestra oración a aquel a quien hemos de amar cambian las perspectivas y comenzaremos a mirar con la mirada de Dios


Cuando ponemos en nuestra oración a aquel a quien hemos de amar cambian las perspectivas y comenzaremos a mirar con la mirada de Dios

Deuteronomio 26, 16-19; Sal 118; Mateo 5, 43-48
 “En el amor a Dios puede haber engaños. Puede alguien decir que ama a Dios cuando lo único que siente es un calorcillo que le gusta en su corazón. Puede alguien decir que ama a Dios y lo que ama es la tranquilidad espiritual que ese supuesto amor le da. Amar al prójimo, en cambio, no admite triquiñuelas: Se le ama o no se le ama. Se le sirve o se le utiliza. Se demuestra con obras o es sólo una palabra bonita”. Así escribía aquel gran sacerdote, escritor y periodista que fue José Luis Martín Descalzo. He querido traer aquí este testimonio citado por algún comentarista del texto del evangelio que  hoy nos ocupa, porque puede ser un buen punto de partida también para nuestra reflexión de hoy.
¿Qué buscamos en el amor de Dios? como nos dice el escritor  ¿un regustillo en el corazón que nos deja tranquilos, nos da alguna satisfacción pero no nos lleva a nada más? Cuando hablamos del amor, en este caso del amor de Dios y del amor al prójimo otros tienen que ser los andares, los sentimientos, las actitudes de nuestra vida; a otro compromiso nos llevan. Amar no pueden ser solo palabras; el amor tiene que manifestarse en algo más en lo que se tiene que implicar nuestra vida. Y hemos de reconocer que algunas veces nos cuesta amar.
Nos cuesta amar porque de alguna manera el que ama se despoja de mucho de sí mismo, porque no puede seguir en la misma comodidad de no hacer nada ni en la misma tranquilidad; amar se nos hace difícil porque tenemos que mirar de frente a aquel que hemos de amar, y mirándolo de frente algunas veces no nos gusta, no nos cae bien, vemos cosas que pudieran repugnarnos, hay cosas con las que incluso nos podemos sentir heridos.
No amamos solo al guapo de turno, ni amamos solo al que ya nos ama a nosotros y entonces de alguna manera parece que le debemos algo; no amamos como una deuda que hemos de saldar; amamos y el amor tiene que arrancar primero de nosotros aunque no encontremos reacción positiva ni respuesta; y es que hemos de amar incluso al que no nos ama o se pone en contra nuestra de alguna manera. Y eso no es fácil.
Por eso hoy Jesús nos hablará de forma clara y tajante de cómo ha de ser nuestro amor también al enemigo. ‘Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos’. En algo tenemos que diferenciarnos, nos dice, porque amar al que nos ama o hacer el bien al que nos hace el bien, lo hace cualquiera.
Estamos hablando de la dificultad que encontramos en nosotros mismos para amar al otro; decíamos que tenemos que mirarlo de frente aunque nos cueste, pero tenemos que mirarlo con los ojos del corazón. Los ojos del corazón cuando miran con sinceridad pueden ver las cosas desde otra perspectiva. Cuando miramos con los ojos del corazón nos estamos viendo también a nosotros mismos, y veremos nuestras debilidades y cuántas cosas también hay en nosotros que no son dignas del amor, pero sabemos que aún así Dios nos ama.
Siempre me ha gustado resaltar lo que nos dice Jesús y es que para amar a aquel que se considera un enemigo o que me haya hecho daño es necesario comenzar por rezar por él. Y es que cuando lo ponemos en nuestra oración ya comenzaremos a verlo de manera distinta, ya comenzaremos a verlo con la mirada de Dios. Cómo cambian las perspectivas cuando metemos la vida en nuestra oración, y es que entonces todo se verá iluminado con la luz de Dios. ‘Amad a vuestros enemigos, nos dice, y rezad por los que os persiguen’.

viernes, 6 de marzo de 2020

Caminemos por los caminos de la delicadeza porque son los pasos necesarios que nos llevan al encuentro para vivir un verdadero amor



Caminemos por los caminos de la delicadeza porque son los pasos necesarios que nos llevan al encuentro para vivir un verdadero amor

Ezequiel 18, 21-28: Sal 129; Mateo 5, 20-26
 ‘Yo no tengo pecados, yo no mato ni robo…’ lo habremos escuchado – y no sé si pensado – más de una vez. Solo nos faltaría añadir, como aquello del fariseo en el templo, no soy como esos…
Creo que cosas así tendrían que hacernos pensar. Aunque nos cueste, porque quien piensa así denota una pobreza grande de espíritu y un conformismo demasiado evidente en la vida. No queremos crecer, no queremos avanzar en la vida, no ansiamos de verdad lo mejor, nos conformamos con aquello del mínimo. Y en la cuestión del seguimiento de Jesús no podemos andar con mínimos. Aquello de a ver hasta donde puedo llegar sin pecar, porque eso de esforzarme…
Ya nos dice Jesús en el evangelio que no viene a abolir la ley ni los profetas, El quiere darnos plenitud. Y caminos de plenitud son todas las delicadezas del amor. Porque el ‘no matarás’ del quinto mandamiento no se queda reducido al hecho de quitar la vida en sí, sino que entraña todo lo que atañe al amor o a la falta de amor. Y el amor se hace delicadeza, el amor se desvive en los detalles, el amor se manifiesta en pequeños gestos y también en palabras amables, el amor compromete toda la vida, el amor nos hace tener una mirada distinta. Es lo que nos quiere enseñar Jesús hoy en el evangelio.
Por eso contrapone al no matarás todo lo que sea una falta de delicadeza en el amor para con el hermano. Y entra en el detalle tan simple, podríamos decir, de las palabras malsonantes que nos podamos decir los unos a los otros. Y si uno llama a su hermano “imbécil” tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehena” del fuego’.
Nos puede parecer una cosa baladí, sobre todo hoy cuando escuchamos hablar a las generaciones jóvenes y no tan jóvenes. Se emplea demasiado un lenguaje soez, desagradable, insultante aunque pareciera que ya a nadie le importara porque están acostumbrados a hablar así. Creo que la confianza no nos permite un lenguaje así; la confianza nace del amor y la amistad, pero precisamente por eso tendríamos que ser más delicados con los demás en nuestras palabras o en nuestros gestos y detalles. Ser delicado con los demás, también en nuestras palabras, es decirle al otro que es un ser que nos importa y que lo respetamos, que deseamos lo mejor, que es el mejor camino para la amistad, son los primeros pasos que hemos de saber dar en el camino del amor.
Por eso Jesús nos invita a la reconciliación. No puede haber entre hermanos rupturas que nos separen y nos distancien; hemos de saber tener la humildad suficiente para reconocer nuestros errores y que en un momento determinado hayamos podido hacer algo que dañe al otro, y en consecuencia disculparnos, saber pedir perdón. Después de verdaderas reconciliaciones nacen amistades profundas, porque con nuestra humildad estamos manifestando al otro también la grandeza de nuestro espíritu, porque sabemos reconocer nuestro error.
Por eso nos dice que no busquemos el agradar a Dios si no hemos sabido agradar al hermano que camina a nuestro lado y si sabemos que alguien se ha podido sentir molesto con uno, antes de acercarnos a hacer nuestra ofrenda a Dios o a hacer nuestra oración vayamos primero a reconciliarnos con el  hermano. Aquello que decimos en el padrenuestro ‘perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos al que nos ha ofendido’.
Tenemos que buscar siempre la paz, el encuentro, la reconciliación, siendo capaces de dialogar para escuchar al otro, llenar nuestro corazón de comprensión y de empatía con el otro para saber entenderle, para saber ponernos en su lugar, para tener esa delicadeza del amor que nos hace grandes y que crea verdadera amistad.

jueves, 5 de marzo de 2020

En Dios vamos a encontrar eso que más ansiamos desde lo hondo del corazón, llenos de paz nos sentiremos verdaderamente iluminados con una luz nueva


En Dios vamos a encontrar eso que más ansiamos desde lo hondo del corazón, llenos de paz nos sentiremos verdaderamente iluminados con una luz nueva

 Ester 4, 17k. l-z; Sal 137; Mateo 7, 7-12
Claro que cuando buscamos queremos encontrar o cuando pedimos queremos tener respuesta a nuestra petición. Pedimos ayuda, pedimos compañía, pedimos una respuesta a un interrogante, pedimos desde lo que no podemos tener por nosotros mismos, pedimos desde nuestra necesidad, pedimos paz. Algunas veces podemos sentirnos frustrados porque lo que pedíamos no lo alcanzamos, no nos dieron respuesta, ¿se hicieron sordos quizá a nuestra petición?
Pero es que puede suceder al revés, nos piden y no somos capaces de prestar aquella ayuda, rehuimos el encuentro con aquellos que sabemos que desde su necesidad nos van a pedir, somos nosotros los que nos hacemos los oídos sordos, aunque no siempre es negativo, porque también hay algo bueno aún en nuestro corazón e intentamos hacer algo, aunque quizá no alcanzamos a hacer todo lo que era necesario.
Así somos humanamente, generosos en ocasiones, tacaños en otras, renuentes para no enterarnos de la necesidad, con dolor en el corazón por no poder hacer todo lo que hubiéramos querido, se entremezclan muchos sentimientos, actitudes, o gestos de nuestra vida. Ojalá supiéramos siempre dar respuesta, ojalá no se cierren nuestros oídos al clamor de los que  nos piden, ojalá tengamos suficiente luz en el corazón para dar respuestas que satisfagan y que ayuden. Dentro de nosotros quizás nos debatimos en dudas, en sufrimientos, y también en momentos de luz que nos llenan de satisfacción.
Hoy Jesús en el evangelio nos habla de la oracion y quiere sembrar confianza en nuestro corazón, porque nos dice que ‘quien pide recibe, quien busca encuentra, y a quien llama se le abre’. Y nos lo dice con total seguridad, porque a quien acudimos en nuestro oracion es un Padre bueno, de infinito amor y que nos ama con ese amor infinito. Nos quiere invitar a la confianza porque nos dice que qué padre si su hijo le pide pan le va a dar una piedra o una serpiente. Es el amor infinitamente generoso de Dios. Y nos invita a la confianza con esa seguridad total de lo que es el amor de Dios, porque muchas veces dudamos, pedimos pero no lo hacemos con confianza, acudimos a Dios en nuestra oración pero somos demasiado interesados y muy materialistas en lo que pedimos.
Porque nuestra oración no ha de ser solo pedir, como quien lleva la lista de la compra al supermercado y allí vamos a buscar esas cosas en las que estamos interesados. Nuestra oración tiene que ser algo más porque para empezar tenemos que ser conscientes de lo que tiene que significar ese encuentro con el Señor. Y no es simplemente leer la lista de la compra, sino que tenemos que aprender a gozarnos de la presencia de Dios en nuestra vida, gozarnos en su amor. Nos sentimos a gusto con El porque nos estamos encontrando con su amor y estamos sintiendo toda su ternura de amor en nuestra vida. Por ahí tendríamos que comenzar, disfrutar de esa presencia de amor.
Y es que en Dios vamos a encontrar eso que más ansiamos desde lo hondo del corazón. Y es que en Dios nos vamos a sentir llenos de paz y nos veremos iluminados interiormente para vernos nosotros y para ver todo lo que es la realidad de la vida de una forma distinta. Y entonces nuestra oración no será interesada ni egoísta, sino que cuando nos abrimos así al amor de Dios, nos estaremos abriendo también al amor del hermano, al amor que a todos hemos de tener y se nos van a caer del alma todos esos conflictos que llevamos en nuestro interior por la relación que mantenemos con los demás. Será una mirada nueva para vernos nosotros pero para ver también cuanto nos sucede con los demás.
Que sea así enriquecedora para nuestra vida la oración, porque quienes se llenan de Dios su vida será distinta, otros serán los valores que vivirán, crecerán desde lo más hondo en su espíritu.

miércoles, 4 de marzo de 2020

Seamos capaces de leer nuestra historia personal que también ha sido para nosotros una historia de salvación y nos sintamos así impulsados a dar respuesta al Señor




Seamos capaces de leer nuestra historia personal que también ha sido para nosotros una historia de salvación y nos sintamos así impulsados a dar respuesta al Señor

Jonás 3, 1-10; Sal 50; Lucas 11, 29-32
En la vida no podemos ir con los ojos cerrados para no tener en cuenta la realidad de los acontecimientos que vamos viviendo o que suceden en nuestro entorno. Todo cuanto sucede el hombre de provecho intenta hacer una lectura de ello porque de ello quiere aprender, siempre hay algo nuevo que podemos descubrir, que nos abre horizontes, que nos hace comprender la vida misma que vivimos. No nos encerramos en nuestra autosuficiencia sino que con ojos atentos leemos la vida para sacar lecciones para nuestro vivir, para enriquecer nuestra vida misma. Una forma de crecer y de madurar como personas.
Pero al mismo tiempo miramos la historia, porque aunque sean acontecimientos acaecidos en otra época y en otras circunstancias, sin embargo también hay algo que tenemos que aprender de lo sucedido a otros y en otros tiempos. Leer y estudiar la historia no es simplemente recordar unos hechos, hacer memoria de unas fechas, acontecimientos o personajes, pero quedarnos en una mirada a la lejanía que pareciera que ahora nada tiene que decirnos. Ahí encontramos ejemplos y hasta podemos ver reflejados los hechos que ahora nos suceden porque en fin de cuentas el ser humano es el ser humano aunque sean distintas las circunstancias históricas que cada uno vivamos.
Si el hombre creyente sabe discernir la presencia de Dios en el ahora de nuestra historia, de la misma manera mira esa historia y trata de descubrir también ese actuar de Dios en aquellos acontecimientos que la historia nos relata. Para el creyente verdadero toda historia es de alguna manera una historia de salvación, lo fue para las personas de aquellos tiempos, como lo es ahora para el momento que vivimos, pero en la historia de la salvación siempre veremos ese actuar de Dios que ahora nos enseña también.
Es lo que vemos reflejado en la Biblia, lo que podemos y debemos leer en los antiguos acontecimientos viendo ese actuar de Dios que a través de todos los tiempos nos está manifestando su amor. Y en el actuar de aquellas personas que vivieron aquellos antiguos acontecimientos, con la respuesta que en cada momento daban podemos aprender para la respuesta que nosotros ahora hemos de dar. Qué importante es la lectura de la Biblia, entonces, para nosotros, porque ahí está contenido todo lo que ha sido la voluntad de salvación de Dios para con la humanidad expresada y vivida en cada momento de la historia.
Me hago esta reflexión viendo cómo Jesús hoy en el evangelio quiere enseñar a la gente de su tiempo a hacer esa lectura de la historia de la salvación que nos vale para nosotros también. En aquella obsesión de los judíos de estar pidiendo continuamente pruebas que les llevaran a creer y aceptar a Jesús – obsesión que podemos decir que tenemos nosotros también que de la misma manera estamos siempre el milagro que nos dé las pruebas para creer – Jesús les dice que no se les dará más signo que el de Jonás. Les hace leer de nuevo, podríamos decir, aquel acontecimiento de la historia reflejado en la vida del profeta para que descubran cual ha de ser la respuesta que ellos ahora también han de dar.
Jonás, aunque renuente al principio de ir a Nínive a predicar la conversión, cuando al final se decide a responder a la misión que Dios le ha confiado, se encuentra con un pueblo que escucha la voz del profeta y se convierte de corazón al Señor. Por eso les dice que en los tiempos finales las gentes de Nínive se volverán en contra de los judíos de la época de Jesús, porque ellos escucharon la voz del profeta y ahora tenían a alguien mayor que aquel profeta que era Jesús mismo y sin embargo no lo escuchaban.
Y nosotros, ¿qué respuesta damos hoy a la llamada que nos hace el Señor? Creo que esta Palabra de Dios que se nos está proclamando cuando apenas hemos comenzado este tiempo de Cuaresma es una fuerte advertencia para que también en estos cuarenta días – como en los tiempos de Jonás en Nínive – recapacitemos, seamos capaces de leer nuestra historia, la historia de nuestra vida, que también para nosotros es una historia de salvación y demos respuesta a la llamada del Señor.
Recordemos, sí, nuestra historia, nuestra vida, cuanto nos ha sucedido, cuántas veces en nuestros problemas y angustias invocamos al Señor y si hoy estamos aquí es porque el Señor en su amor misericordioso estuvo a nuestro lado y pudimos seguir el camino de nuestra vida. El recuerdo de esas gracias que a lo largo de la vida hemos recibido del Señor, tendrían que motivarnos ahora a una autentica conversión al Señor. Es el camino de la Cuaresma que hemos de recorrer para llegar a la Pascua.

martes, 3 de marzo de 2020

Orar es disfrutar del gozo de sentir a Dios en nuestra vida, no serán necesarias muchas palabras, sino mucha interiorización en esa presencia de Dios


Orar es disfrutar del gozo de sentir a Dios en nuestra vida, no serán necesarias muchas palabras, sino mucha interiorización en esa presencia de Dios

Isaías 55, 10-11; Sal 33; Mateo 6, 7-15
‘Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca…’
Bella imagen la que nos propone el profeta, la lluvia que empapa la tierra, pero la tierra que encierra en sí un caudal de vida pero que necesita del agua que le haga brotar toda la fecundidad que en cierra para que germine y termine dando fruto. ¿Cuál es esa tierra a la que se refiere en profeta? Creo que casi de entrada tenemos que reconocer que es nuestra misma vida, con todas sus posibilidades, con todas las riquezas en ella encerradas.
Es nuestra vida que está ahí como un diamante en bruto; bien sabemos que el diamante no es extraído de la tierra tal como luego lo veremos pulido y engarzado en una joya; en si mismo al ser extraído de la tierra está lleno de impurezas de las que hay que limpiarlo, para luego tallarlo y pulirlo en esa belleza de ángulos y resplandores que luego en él contemplaremos y admiraremos. Así es nuestra vida.
Toda esa riqueza y esa belleza está encerrada dentro de nosotros pero hemos de saberla hacer florecer, resplandecer. Es la tarea en la que hemos de estar empeñados en la vida tratando de profundizar en lo más hondo de nuestro ser, para resaltar lo bello y lo valioso, para purificarnos de cuantas cosas puedan mermar el brillo de la vida. Es la tarea que vamos realizando en la interiorización, en la reflexión y en la meditación, que vamos realizando también en la oracion.
Dejamos que llegue a nosotros, como decía el profeta, esa lluvia que haga brotar toda esa fecundidad, que haga surgir toda esa vida, que nos haga crecer por dentro como la planta que echa raíces hondas en la tierra, pero que se abre frente al cielo y al universo que la rodea que desde eso que somos podamos hacer el bien, podamos amar, podamos enriquecer con nuestros valores a cuantos nos rodean, lleguemos a enriquecer de verdad ese mundo en el que vivimos. Es desde esa meditación, desde esa oración, porque sabemos bien que no es tarea que realicemos por nosotros mismos. Por eso nos abrimos a Dios, escuchamos su palabra que fecunde nuestro ser y nos llene de verdadera vida.
Es el mensaje que nos ofrece hoy la liturgia y la Palabra de Dios. Lo que nos ha trasmitido el profeta y que ya ha dado pie a esa primera parte de nuestra reflexión y lo que luego nos dirá Jesús en el evangelio. Nos dice Jesús que cuando vayamos a orar no nos entretengamos con muchas palabras, como los gentiles que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. Y Jesús nos ofrece un modelo de oración. Muy escueto y muy concreto en que lo fundamental viene a ser que lleguemos a disfrutar de la presencia de Dios. Disfrutar del gozo de sentir a Dios en nuestra vida y entonces no serán necesarias muchas palabras, sino mucha interiorización en esa presencia de Dios.
Creo que es algo que nos falla muchas veces a los cristianos que incluso decimos que queremos rezar con la oración de Jesús. Pero no la disfrutamos, nos quedamos reducidos a repetirla y muchas veces hasta de carrerilla. Disfrutar de una comida no es tragársela de forma glotona, sino saber saborear cada uno de esos componentes de nuestra alimentación sabiendo sentir en nuestro paladar cada uno de sus sabores. ¿Haremos así con el modo de oración que Jesús nos propone? 
Estamos muchas veces más preocupados con aquello que le queremos pedir cuando rezamos el padrenuestro que en verdad saborear esa presencia y ese amor de Dios en nuestra vida. Por eso nuestra oración no termina siendo esa lluvia que fecunda la tierra de nuestra vida como nos decía el profeta. Nuestra vida no termina de germinar, no terminan de brotar esas buenas obras, ese amor, ese compromiso por los demás, por nuestro mundo y por nuestra iglesia aunque digamos que rezamos mucho. Pero es eso, rezamos mucho, muchas palabras que repetimos, y poco amor y presencia de Dios que saboreamos.


lunes, 2 de marzo de 2020

Poniendo amor en nuestra lo que vivimos cada día y en la relación con los demás embelleceremos el jardín de la vida con resplandores celestiales



Poniendo amor en nuestra lo que vivimos cada día y en la relación con los demás embelleceremos el jardín de la vida con resplandores celestiales

Levítico 19, 1-2. 11-18; Sal 18; Mateo 25, 31-46
San Juan de la Cruz resumiendo en bellas y sabias palabras el evangelio de hoy nos decía que ‘en el atardecer de la vida seremos examinados de amor’. Al escuchar este mensaje ya de entrada me pregunto para mi mismo ¿pasaré yo ese examen?
Nos hace falta delicadeza de espíritu, sensibilidad en el alma, apertura del corazón. Aunque hemos sido creados para el amor, porque somos seres siempre abiertos a la relación con los demás, pronto pueden aparecer sombras en nuestro espíritu que nos apaguen la sensibilidad y la delicadeza. Algo que no podemos perder, tenemos que cultivar, porque la más bella flor la podemos plantar en un hermoso jardín si no la cuidamos y cultivamos debidamente pronto pueden aparecer las malas hierbas que se coman su belleza, pronto puede estar llena de virus y malas plagas que la contaminen y le hagan perder su lozanía y belleza. Nos puede pasar en nuestro espíritu.
Es verdad que ante lo bello nuestra sensibilidad parece que se despierta con facilidad y allí donde vemos la belleza del amor parece que nos sentimos especialmente atraídos y surgen los cuidados y los mimos, pero la sensibilidad de nuestro espíritu tiene que llegar más allá, pues tras esos rostros demudados y aparentemente llenos de amargura y pareciera que hubieran hasta malos sentimientos, tenemos que descubrir lo que hay detrás, porque puede esconder cosas bellas que no hemos sabido resaltar, aunque podemos descubrir tantos sufrimientos y angustias que son las que le amargan el alma. ¿Y no vamos a ser sensibles ante esos sufrimientos, ante esas angustias por las que pueden estar pasando quienes caminan a nuestro lado y quizá se nos presentan con un rostro no demasiado amable?
Hoy Jesús en el evangelio cuando nos está hablando de ese amor del que seremos examinados en la tarde de la vida no quiere que solamente seamos capaces de acoger a aquellos que parecen más agradables y nos hayan podido ofrecer amor, sino que nos está enseñando como tenemos que acoger a cuantos llevan sufrimiento en el alma y también tormentos y dolores en su cuerpo. Nos habla de los hambrientos y sedientos, nos habla de los enfermos y de los que sufren, nos hablan de los que se debaten en la soledad y la amargura porque se sienten unos desconocidos o porque han perdido su libertad a causa quizá de haberla vendido en un mal momento por unos malos deseos, nos habla de los que van por la vida atormentados y con falta de paz en el corazón o de los que se sienten despreciados y marginados o incluso vituperados y perseguidos por los demás.
Esos son los que principalmente tenemos que acoger y mostrar nuestro amor. Y para que nos demos cuenta de lo sublime que es esa acogida, nos está diciendo que cuanto hagamos a esos hermanos que sufren es como si a El mismo se lo estuviéramos haciendo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme… En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis’.
Si nos faltara ese sensibilidad humana para descubrir el valor de todo ser humano que camina a nuestro lado y tratarlo con humanidad y con un corazón rebosante de solidaridad, ahora nos está diciendo Jesús que aprendamos a verle en el hermano, porque todo ser humano ha de ser para nosotros presencia del Dios vivo a quien hemos de amar.  Si alguna vez nos costara mantener esa sensibilidad de la humanidad añadámosle el toque de la gracia, de lo sobrenatural para descubrir en el hermano el rostro de Jesús.  Se embellecerá aun más el jardín de nuestra vida con resplandores celestiales.


domingo, 1 de marzo de 2020

Necesitamos desierto que es silencio, soledad, momentos de interiorización y reflexión, de hacernos preguntas y buscar respuestas que es el camino de cuaresma que iniciamos



Necesitamos desierto que es silencio, soledad, momentos de interiorización y reflexión, de hacernos preguntas y buscar respuestas que es el camino de cuaresma que iniciamos

Génesis 2, 7-9; 3, 1-7; Sal 50; Romanos 5, 12-19; Mateo 4, 1-11
Hay momentos de la vida del hombre, de la vida de toda persona en que surge en su interior una como crisis existencial en la que le parece que su vida está vacía, se siente no solo como perdido sino además como si estuviera perdiendo el tiempo en la vida porque aun cuando se encuentre medianamente satisfecho en sus trabajos le parece que no ha encontrado sus metas o se encuentra como sin metas a las que correr.
Son momentos confusos en la vida de la persona porque además en medio de todo el espectáculo de la vida, de los que corren de un lado para otro siempre con prisas y siempre sin tiempo para llegar a no saben donde, viendo caminar a su lado a muchos a los que parece que todo le va bien y se sienten satisfechos de su mismo, o contemplando también un mundo de desigualdades y de injusticias, de manipulaciones y de abusos de poder que hacen que tantos vivan en la ignorancia o en la miseria, se ven a si mismos desnudos – no porque les importe mucho o poco el pudor ante la desnudez de sus cuerpos que eso parece que hoy ya está superado para la generalidad de las gentes – sino desnudos en lo más hondo de si mismos porque quizá no encuentran valores, porque se sienten vacíos y como unos seres inútiles que no están dejando ninguna huella en la vida.
En la confusión no saben qué camino tomar, si dejarse arrastrar por el materialismo de la vida y contentarse con esos placeres que la vida misma les ofrece desde su propio materialismo o desde una sensualidad desbocada y siempre insatisfecha, o quieren encontrar el milagro que les ilumine o les resuelva sus dudas, o simplemente se contentan con la vanidad de los aplausos o los halagos de los que incluso quieren aprovecharse de su situación.
¿Sabremos encontrar ese necesario parón en la carrera de la vida para reflexionar con serenidad sobre todo esto buscando los verdaderos valores para nuestra existencia? Sería algo que necesitamos, un desierto que nos lleve a un silencio frente a todos esos gritos de la vida que nos llaman de un lado o de otro, unos momentos de soledad para encontrarnos con  nosotros mismos y buscar el verdadero sentido del hombre, una apertura interior a algo nuevo y trascendente que nos eleve y nos haga mirar con una mirada distinta.
Esto nos lo ofrece ahora la liturgia. Hemos comenzado el pasado miércoles el tiempo de la Cuaresma. Creo que tenemos que entender bien su sentido y cuanto nos puede ayudar en esa necesaria profundización que necesitamos en la vida. Decimos comúnmente es el tiempo que nos prepara para la semana santa, o queriendo decirlo mejor, nos prepara para la Pascua. Pero, ¿qué viene a significar esa preparación? ¿Solamente unos ritos que realizamos porque ahora toca, porque es el tiempo penitencial de la cuaresma y nos quedamos tan contentos con eso?
Si nos fijamos, precisamente, en lo que nos ofrece la Palabra de Dios en este domingo creo que podremos comprender que es mucho más. Hoy vemos a Jesús que se va al desierto, donde pasará cuarenta días en la austeridad propia de un lugar tan inhóspito como sea el desierto; por eso al final se nos dirá que tenía hambre.
Pero ese desierto es silencio, es soledad, son momentos de interiorización, de reflexión, de hacernos preguntas y de buscar respuestas. Cuando se vive en la austeridad de un desierto, lejos de las comodidades a las que estamos acostumbrados en la vida, se ve un valor distinto de las cosas y de la vida misma; cuando se vive alejado de todos esos ruidos que nos distraen en la vida nos da tiempo para pensar, para mirarnos por dentro, para tener una nueva y distinta visión de las cosas.
A esto nos está invitando la liturgia de la Iglesia cuando hoy nos ofrece este evangelio del desierto en el monte de la cuarentena y de las tentaciones de Jesús. Contemplar esas tentaciones de Jesús es contemplar lo que es nuestra propia vida con sus apegos, con sus comodidades, con sus apetencias y ambiciones, con sus vanidades y deseos de prestigio, con todas esas locuras en que nos vemos envueltos.
Y tendríamos que preguntarnos, ¿tendría sentido una vida que se deja simplemente arrastrar por todas esas cosas? Quizá nos sentiremos vacíos y desnudos, nos daremos cuenta del poco valor que le hemos dado a la vida y la poca consistencia de lo que hemos hecho hasta el presente y eso nos llevará a buscar valores para nuestra vida que nos alcancen mayor plenitud, se abrirá nuestra mente para ver de forma distinta a los que nos rodean pero también el lugar que ocupamos nosotros en ese mundo donde quizá no estamos dejando demasiadas buenas huellas.
No tengamos miedo al silencio, a la soledad, al desierto, a todos esos interrogantes que se nos plantean por dentro, a esas angustias y ansiedades que sentimos en nuestro interior, a ver la realidad de la propia vida. Enfrentémonos a todo eso con valentía, con decisión, con ganas de encontrar la luz, de encontrar el sentido profundo de nuestro ser. Y para eso miremos a Jesús y escuchemos a Jesús. Esas respuestas que Jesús va dando al tentador también nos ayudan a nosotros a encontrar respuesta, a darle valor y trascendencia a nuestra vida, a ver también la verdad de Dios en nosotros. leamos de nuevo el evangelio.