sábado, 22 de febrero de 2020

La fiesta de la Cátedra de san Pedro que hoy celebramos nos invita a vivir en comunión con Papa y con toda la Iglesia universal escuchando la Palabra que nos guía




La fiesta de la Cátedra de san Pedro que hoy celebramos nos invita a vivir en comunión con Papa y con toda la Iglesia universal escuchando la Palabra que nos guía

1Pedro 5, 1-4; Sal 22; Mateo 16, 13-19
Hoy es una fiesta litúrgica muy especial para toda la Iglesia aunque con especial relevancia en la Iglesia de Roma. Es por eso por lo que hemos vuelto a escuchar el evangelio que recientemente se nos ha ofrecido en la liturgia de cada día del tiempo ordinario. Hoy es la fiesta llamada así de la ‘Cátedra de san Pedro’.
¿Qué significado tiene? La cátedra es la sede desde la que enseña el maestro, el catedrático. Algo así como la silla donde se sienta para impartir con autoridad su enseñanza. Para que un poco nos entendamos recordemos que los profesores titulares, podríamos llamarlos así, de una universidad son los catedráticos, tienen cátedra, tienen la autoridad de la enseñanza porque así se le reconoce siendo así algo más que un titulo, porque es la autoridad de su saber, de su enseñanza.
Hablar de la Cátedra de Pedro es pensar en la autoridad que le dio Jesús sobre toda la Iglesia. ‘Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré la Iglesia… Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos’. Así lo hemos escuchado hoy en el evangelio, como podríamos recordar que le dice que se mantenga firme para que confirme en la fe a los hermanos. Y ya sabemos como después de la resurrección allá en la orilla del lago de Galilea le confirma esa misión tras aquella triple declaración de amor, ‘apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos…
Antes de la reforma del calendario litúrgico tras el concilio Vaticano II había dos fiestas de la Cátedra de Pedro, una celebrada en este día 22 de Febrero que era la llamada Cátedra de Antioquia, y el 18 de enero se celebraba la Cátedra de Roma. Se unificaron en una sola celebración en este día sin mención especial al lugar sino al hecho de la Cátedra.
Así como tenemos en Roma con todo esplendor el signo de esa Cátedra y recordamos como en la Basílica de san Pedro el Ábside de la Basílica está totalmente dedicado a la Cátedra de Pedro, sin embargo en Antioquia de Siria – hoy territorio turco – que tanta importancia tuvo en la iglesia primitiva porque allí fue donde primeramente se llamaron cristianos los seguidores del camino de Jesús no quedan restos ni señales como no hay vestigios del cristianismo primitivo. Recordemos todo lo que se dice de la comunidad de Antioquia en los Hechos de los Apóstoles. En las afueras de la ciudad nos encontramos unas ruinas muy mal conservadas de lo que pudo haber sido un templo que nos recuerdan esa Iglesia primitiva y esa cátedra de Pedro en aquel lugar. He podido tener la suerte de estar en ese lugar.
Pero centrémonos en lo que ha de significar esta fiesta y celebración en nuestra vida cristiana. Una invitación a la comunión, porque nos sentimos una Iglesia de Cristo que en comunión con el Papa y todos los Obispos, sucesores de Pedro y de todos los apóstoles conformamos la Iglesia de Cristo sobre la tierra. Una invitación a dejarnos conducir y a dejarnos guiar, manteniendo íntegra nuestra fe, alimentando ese amor de comunión en la celebración de la Eucaristía y de todos los sacramentos, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios que con toda fidelidad nos transmite la Iglesia. Sabemos que la Iglesia está asistida por la fuerza del Espíritu del Señor que nos prometió que estaría siempre con nosotros hasta el final de los tiempos.
Esa Iglesia que conformamos todos los que creemos en Cristo como nuestro Salvador, aunque en medio de debilidades y también muchas veces oscuridades queremos mantener íntegra nuestra fe y nuestro amor. Porque confiamos en la asistencia y fuerza del Espíritu nos sentimos seguros en nuestro caminar y nos sentimos fortalecidos para el amor y para la comunión. Es una invitación a que nos sintamos Iglesia, a que amemos a la Iglesia como cosa nuestra que es, a que con orgullo nos manifestemos también como miembros de esa Iglesia y la defendamos también cuando es necesario.
Es ese espíritu de comunión el que nos hace escuchar con toda atención y amor la enseñanza de la Iglesia que nos llega por el ministerio del Papa y de los Obispos. Prestemos atención a su palabra, a su enseñanza.

viernes, 21 de febrero de 2020

Ganamos o perdemos la vida en la medida en que hacemos que haya más humanidad porque el mundo sea mejor y crezca en armonía y en justicia



Ganamos o perdemos la vida en la medida en que hacemos que haya más humanidad porque el mundo sea mejor y crezca en armonía y en justicia

Santiago 2, 14-24. 26; Sal 111; Marcos 8, 34 – 9, 1
¿Qué significará ganar o perder en la vida? Parece que la gente lo tiene claro. Hay triunfadores y hay perdedores. Ganar va unido fácilmente al prestigio y al poder, a la riqueza y al dominio sobre los demás, al hacer carrera pero que de esa carrera se vean unos frutos en unos buenos puestos y en unas ganancias, en la ostentación que pueda hacer de mi poder, de mis riquezas, de mis influencias, del dominio sobre el mundo.
¿Perdedores? Los que son todo lo contrario, que no tienen triunfos en la vida, que no avanzan, que se quedan siempre en lo mismo, que estarán pendientes o quizá subyugados al dominio de los otros; los que no son capaces, no son emprendedores, parece que van como con miedo por la vida porque pueden ser atropellados por los que se consideran triunfadores; los que llevan una vida callada sin sobresalir, sin destacar, parece que van como arrastrándose por la vida. Y sus vidas se llenan de amarguras, porque la ambición quizá está pero no han sabido cómo ganar porque quizá han tenido miedo.
¿En esto dividimos la categoría de las personas? Pudiera ser una manera muy simplista de ver las cosas, porque quizá no todos entran ni en una ni en otra categoría, pero en el fondo hay quizá esa apetencia y ambición de ser ganador así. Lo vemos en tantos que quizá con sus palabras parece que quieren cambiar el mundo para una mayor justicia, pero pronto entran también en esa carrera y parece que se comieron aquellas antiguas palabras. ¿No es lo que vemos en esa carrera desaforada por el poder ya sea político, social o económico donde al final parece que todos terminan como tiranos de los demás? Ejemplos muy claros y palpables tenemos en nuestra sociedad actual.
Claro que con estos presupuestos de ideas resulta muy difícil entender lo que nos dice Jesús hoy en el evangelio. No nos extraña lo que ayer contemplábamos en Pedro como rechaza las palabras de Jesús porque aquello que anunciaba no podía pasar. Así desconcertados se quedarían cuando escucharon lo que seguía y hemos escuchado hoy.
Son fuertes y desconcertantes las palabras de Jesús y creo que no las hemos meditado y reflexionado lo suficiente. Porque realmente nos ofrece algo revolucionario. ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla?
A las preguntas que Jesús les había hecho allá por Cesarea de Filipo, los discípulos le habían respondido que El era el Mesías de Dios. Y a continuación les había explicado hasta donde llegaría su entrega, que les había costado aceptar. Pero ahora Jesús les dice que quien quiera seguirle, quien quiera en verdad reconocerle como el Mesías de Dios tendrá que negarse a si mismo, porque para salvar la vida habría que perderla. Palabras desconcertantes cuando habían pensado en un Mesías caudillo triunfador, palabras desconcertantes también para nosotros cuando nos queremos comer el mundo y tenemos la ambición de los triunfadores.
¿Significarán estas palabras de Jesús que tenemos que anularnos para no ser nada en la vida? Ni mucho menos cuando El nos dirá que los talentos tenemos que negociarlos. Lo que nos está queriendo decir cual es el estilo y sentido de vida que nosotros hemos de vivir. Empezando porque siempre tenemos que estar abiertos a los demás, que el valor de nuestra vida está en el servicio.
Es el estilo del amor donde no nos importa darnos aunque parezca que perdamos porque lo importante es el bien que hacemos aunque nos cueste sacrificio. No son esas ambiciones de ganarnos el mundo, sino de hacer que el mundo gane, porque el mundo sea mejor, porque haya una nueva armonía y paz en la convivencia de todos, porque luchemos por la justicia buscando siempre el bien y la dignidad de toda persona. No es que el mundo gane en ese sentido de los poderosos de este mundo, sino que el mundo gane en humanidad, y entonces sí que nos llenaremos de vida, sí que nos sentiremos en plenitud. Por eso cuanto valemos siempre estará al servicio del bien, al servicio del otro, al servicio de hacer el mundo mejor. No nos anulamos, a la larga estaremos creciendo de verdad, porque estamos haciendo mejor nuestro mundo.

jueves, 20 de febrero de 2020

No podemos quedarnos en lo superficial ni en generalidades cuando hablamos de nuestra fe, hemos de ahondar mucho en el conocimiento de Jesús


No podemos quedarnos en lo superficial ni en generalidades cuando hablamos de nuestra fe, hemos de ahondar mucho en el conocimiento de Jesús

Santiago 2, 1-9; Sal 33; Marcos 8, 27-33
Si uno se pone un poco a pensar podría definir la vida como un camino continuo  que vamos haciendo a través de lo que es toda nuestra existencia y es algo que está también en continuo crecimiento, porque no crecer significa de alguna manera morir.
Y no es solo en un sentido vegetativo o somático porque crece nuestro cuerpo, se modifica y se transforma de alguna manera, las células se van renovando continuamente sino que en algo más profundo de nuestro ser nos damos cuenta también de ese cambio, de esa transformación, de ese crecimiento.
Miramos hacia atrás y no solo veremos nuestro cuerpo distinto en esas diferentes etapas de la vida, sino que nos vemos a nosotros mismos también distintos; han crecido nuestros conocimientos, pero es que podríamos decir en el paso de los años nos hemos abierto a otras muchas cosas que nos hacen tener una mirada distinta, un pensamiento distinto, unas convicciones más maduras; claro que hay gente que se queda anquilosada siempre en el mismo pensamiento, en la misma visión y de alguna manera ha dejado de crecer, se ha estancado, como decimos, en tantas cosas.
Miremos si no todo lo que ha sido el recorrido de nuestra vida en lo que hemos hecho pero también en la manera que se ha ido transformando nuestro pensamiento y suponemos que haya ido en verdad madurando. Y eso también en las convicciones más profundas, en el sentido que le damos a la vida, y en lo que es nuestra fe.  Malo seria que en este aspecto de nuestra fe no hubiéramos crecido y nos hubiéramos quedado en una fe infantil, como demasiadas veces sucede en muchas personas.
Ahondando en este aspecto nos damos cuenta que la misma vivencia de la fe, cuando lo hacemos de una forma auténtica y cuando hay apertura también en nuestro corazón, nos ha hecho crecer y madurar en muchas cosas, en muchos aspectos de todo lo que es nuestra fe y su vivencia religiosa, porque desde lo mismo que vamos experimentando, de lo que vamos conociendo o incluso hasta de las dudas que nos van surgiendo, en nuestro interior vamos rumiando todo eso en lo que creemos.
Habrá habido momento en que nos hemos quedado con una fe simple que no nos ha llevado a demasiados compromisos de vida, pero ha habido momentos en que la vida misma nos ha hecho pensar, ahondar en algunos aspectos, darle una mayor comprensión a muchas cosas y a comenzar a vivir con una mayor madurez. No nos han faltado por medio dudas, problemas, soledades, oscuridades, hasta ganas en ocasiones de echarnos a correr pero en huida, mas si con sinceridad hemos querido buscar hemos ido encontrando esa salida y esa luz.
Me ha llevado a esta reflexión el evangelio que hoy se nos ofrece que podríamos decir que viene a ser todo un proceso que aun en los apóstoles está en camino. Jesús que se ha retirado con los discípulos casi a las afueras de lo que es el territorio palestino le pregunta a los discípulos por lo que dice la gente de El; pero tras esas respuestas que expresan lo que era el sentir común de las gentes que lo ven como un gran profeta, Jesús quiere algo más personal de aquellos que están cerca de El. ¿Habrán pasado de esa imagen común de las gentes a descubrir algo más en Jesús? Pedro da la respuesta, ‘Tú eres el Mesías’.
No significaba esa respuesta que ya hubieran descubierto todo el secreto de Jesús. El Mesías tenía para los judíos una connotación en cierto modo política y guerrera; era quien había de liberarlos de la opresión de pueblos extranjeros para que Israel fuera en verdad lo que ellos consideraban que se merecía su pueblo. Por eso Jesús trata de explicarles que ser el Mesías, el Hijo del hombre, connotaba algo más. No venia por caminos de poder y de victorias guerreras. Es que el Hijo del hombre habría de padecer, iba a ser entregado incluso en manos de los gentiles, iba a ser reprobado por las autoridades del pueblo, y al final terminaría ejecutado; claro que les dice también que al tercer día resucitará.
Pero eso ellos no lo entienden. No ha terminado aun su proceso de conocimiento de Jesús y va a ser duro para ellos. Por eso Pedro trata de quitarle de la cabeza esas ideas a Jesús porque eso no le puede pasar. Es cuando Jesús lo aparta a un lado y le dice que aun sigue pensando como todos, que aun no ha llegado al pensamiento de Dios, que aun no ha llegado a descubrirle de verdad.
Y ¿nosotros? ¿Qué idea tenemos de Jesús? ¿Por donde va el camino de nuestra fe? ¿Nos quedaremos también en superficialidades y generalidades? ¿Hasta donde llega nuestro compromiso? Necesitamos seguir ahondando en el misterio de Cristo, seguir profundizando en nuestra fe para que se haga vida en nosotros. Dejémonos conducir. Que nuestra fe sea lo que da hondo sentido a nuestra vida.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Nos dejamos conducir hasta Jesús y El pondrá una mirada nueva en nuestros ojos que ilumina con una nueva luz también nuestro mundo


Nos dejamos conducir hasta Jesús y El pondrá una mirada nueva en nuestros ojos que ilumina con una nueva luz también nuestro mundo

Santiago 1, 19-27; Sal 14; Marcos 8, 22-26
Hay ocasiones en que nos cuesta entender la vida; suceden tantas cosas a nuestro alrededor y a veces de forma vertiginosa que no llegamos a captar su sentido, nos sentimos confusos. Son complejas las interpretaciones que escuchamos por acá o por allá, nuestra mente da vueltas y vueltas queriendo encontrar un sentido, un por qué, un valor, un significado a cuanto sucede y además nos podemos ver influenciados por interpretaciones que se hacen acá y allá y nos llenan de mayor confusión.
Como en ocasiones parece que se resaltan más las cosas negativas y no dejamos de ver tantas ambiciones que llevan a una lucha sin cuartel entre unos y otros llenando el mundo de violencias pero también de corrupción, nos hace sentirnos más confusos y sin saber qué interpretación podemos dar. Ese torbellino de violencias, de catástrofes o de muerte que vemos que sucede en nuestro entorno lleva a muchos a hacer interpretaciones catastrofistas donde todo les parece perdido y que ya es el comienzo del final.
Necesitamos una luz que nos dé esperanza; necesitamos quien pueda sembrar claridad sobre tanta confusión y podamos llegar a descubrir que a pesar de todo se pueden abrir horizontes de esperanza delante de nosotros que nos impulsarán a buscar caminos nuevos. Necesitamos un colirio para nuestros ojos que nos hace mirar con una mirada distinta, de la que quitemos sombras para poder ver con esa nueva claridad.
Y es que algunos podrán venir, incluso queriendo apoyarse en la misma Palabra de Dios, para sembrar más confusión con sus visiones catastrofistas y con no correctas interpretaciones de esas Palabra de Dios. Muchos quizá sin hacer una lectura bien hecho del mismo texto sagrado se dejarán influir por conceptos preconcebidos que nos pueden crear mas confusión.
Es lo que sucede por ejemplo con el Apocalipsis que sirve para muchos como cauce de interpretación de todas esas violencias de que está lleno nuestro mundo y le hacen decir cosas que realmente no es el sentido del Apocalipsis. Ya que lo hemos mencionado decir que es un libro de esperanza, porque en medio de toda esa confusión que podemos contemplar con esas descripciones violentas del mundo quiere sin embargo alumbrar la visión de un mundo nuevo, de un cielo nuevo donde podemos contemplar la victoria del Cordero.
Hoy nos encontramos en el evangelio cómo Jesús fue luz para aquel ciego de Betsaida. En pocas palabras el evangelio nos presenta todo un proceso. Le llevaron aquel ciego a Jesús para que lo curara y Jesús lo apartó a un sitio aparte, como queriéndolo arrancar de allí donde estaba siempre, y le impone las manos untándole los ojos con saliva. Aquel hombre comienza a ver, en principio confundido porque los hombres le parecían árboles pero que andaban; Jesús vuelve a imponerle las manos y aquel hombre comienza a ver con toda claridad.
Nuestras confusiones allí donde estamos y donde no vemos con claridad, pero necesitamos apartarnos de eso, dejarnos conducir por la mano de Jesús hacia algo nuevo y distinto; el proceso de crecimiento de nuestra fe algunas veces es costoso, no lo vemos todo claro, pero si nos dejamos hacer por Jesús vendrá la luz a los ojos, vendrá la luz a nuestro corazón.
Recientemente charlaba con un joven de todo ese mundo de confusión y catastrófico del que hablamos al principio de esta reflexión, pero nuestra reflexión podríamos decir que fue dando pasos y al final aquel joven me decía que para él mejorar y ver las cosas distintas necesitaba de las lentes de Jesús que sería quien iluminaría su camino. Creo que no es necesario decir nada más. Dejemos que Jesús abra nuestros ojos, ponga una mirada nueva en nuestra vida y veremos distinto, seremos distintos. Es lo que estamos contemplando en el evangelio.
¿Habrá quien nos lleve hasta Jesús? ¿Seremos nosotros capaces de llevar a otros hasta que Jesús para que miren con esos lentes nuevos que pone Jesús en nuestros ojos?

martes, 18 de febrero de 2020

Evitemos las levaduras del mundo y no olvidemos cuales son nuestras metas, los valores que tienen que envolver nuestra existencia y da un sentido hondo a la vida


Evitemos las levaduras del mundo y no olvidemos cuales son nuestras metas, los valores que tienen que envolver nuestra existencia y da un sentido hondo a la vida

Santiago 1, 12-18; Sal 93; Marcos 8, 14-21
‘A los discípulos se les olvidó tomar pan, y no tenían más que un pan en la barca’. Vaya despiste. Lo normal era que cuando se ponían en camino echaran un poco de pan en la alforja. El bocadillo para el camino que diríamos hoy. Lo normal era que en sus propias casas se hicieran el pan; tenemos que situarnos en la época y en sus costumbres, pero contando también con su pobreza. ¿Por qué llevaba aquel muchacho aquellos cinco panes y dos peces de los que se nos habla en otro lugar? Eran las previsiones para el camino.
Así andaban los discípulos, quizá preocupados, quizá imaginando lo que Jesús les pudiera decir y como resolver el asunto cuando Jesús como cambiando de tercio pero dentro aun del mismo campo les dice que tengan cuidado con la levadura de los fariseos y la levadura de Herodes. ¿Era una forma de reprensión? ¿Se sentían aludidos en sus despistes o qué quería decir Jesús? No terminan de entender, andan como embotados y Jesús se los echará en cara, por hablar de pan por pan les recuerda lo que había hecho en varias ocasiones en que la multitud había comida hasta saciarse y aun había sobrado. Luego Jesús quería decir algo más.
Los panaderos lo saben y quienes hacen sus amasijos en casa para lo que fuera saben muy bien que no todas las levaduras son iguales. Que algunas fermentan mejor o nos dan mejor sabor de pan y otras quizá hasta lo pueden estropear. Y Jesús ahora no está hablando de cantidades de pan sino de distintas levaduras, pero para la vida. Podíamos decir que la levadura hace que el pan sea pan y sea buen pan, y esa levadura de la que ahora nos habla Jesús es la que nos da sentido o valor a la vida y tendríamos que ver cual es ese sentido y ese valor.
En la vida recibimos una educación de nuestros padres que nos inculcan unos valores  que nos enseñan a vivir. Y el padre se siente satisfecho y orgulloso cuando ve crecer a su hijo y lo ve madurar en responsabilidades y en buenos valores. Pero sabemos también que se puede torcer, porque hay otras influencias que recibimos de nuestro entorno, que recibimos de los amigos, que recibimos del conjunto de la sociedad, que nos bombardea con sus publicidades engañosas y pretende muchas veces hacernos cambiar en nuestros principios y en nuestros valores.
Y el mundo se nos presenta sensual y materialista y nos quiere hacer ver que esas son las cosas importantes que nos pueden hacer felices; y nos encontramos con corruptelas de todo tipo en los negocios, en la vida social, en la política y ya tenemos el peligro de verlo tan normal y natural que casi nos sentimos impulsados a actuar de esa manera. Y nos parece que si no damos el pelotazo para sacar unos provechos y unas ganancias en aquello que hacemos olvidando los mínimos principios éticos, seriamos los más tontos del mundo que no sabemos aprovecharnos como lo hace todo el mundo.
Muchos ejemplos, muchas situaciones podríamos seguir contando pero creo que todos entendemos. Es esa levadura corrompida que nos corrompe, es esa levadura de maldad que se nos mete en los entresijos de la vida y nos lleva a actuar de esa forma injusta y dañina produciendo también tanto dolor en el mundo. Cuando llegamos a acostumbramos a esos sabores todo nos parece normal y perdemos la sensibilidad ética y moral de nuestra conciencia.
Jesús les dice a los discípulos que cuidado con la levadura de los fariseos que trataban de influir en la gente convirtiendo en manipuladores de sus conciencias y que estaban dispuestos a destruir todo lo que no fuera a su manera y según el concepto que ellos tenían de la vida y de la religión. Y lo mismo de la levadura corrupta y sensual de Herodes que en todo buscaba los placeres a su conveniencia y también dispuesto a quitar de en medio a quien pudiera oponerse a su manera de entender la vida como hizo con el Bautista.
Evitemos esas levaduras del mundo, nos viene a decir Jesús, y no olvidemos cuales son nuestras metas, cuales son los valores que tienen que envolver nuestra existencia, cuales son las verdaderas cosas que dan un sentido hondo a nuestras vidas. Busquemos la levadura de Jesús.

lunes, 17 de febrero de 2020

Cuidado no nos dejemos seducir solo por cosas atractivas o según sea la simpatía de quien nos ofrece el mensaje



Cuidado no nos dejemos seducir solo por cosas atractivas o según sea la simpatía de quien nos ofrece el mensaje

Santiago 1, 1-11; Sal 118; Marcos 8, 11-13
No hay peor ciego que el que no quiere ver. Siempre se ha dicho eso y es cierto. Cuántas veces contemplamos una diatriba o una discusión y hasta nos parece que están diciendo las mismas cosas una y otra parte. No se escuchan, no quiere ninguna parte entrar en razones, nadie quiere entender lo que el otro dice, sino que nos ofuscamos en nuestra idea y no sabemos ver las razones de la otra parte.
Pero no solo es en una discusión o como mejor tendríamos que decir en un diálogo, pero que no termina de ser diálogo, sino que es en la comprensión que vamos teniendo en la vida de los hechos que suceden, de lo que vemos en el actuar de los demás, de los planteamientos que se nos pueden hacer en que no somos capaces de ver lo que se nos dice, lo que sucede o de lo que se nos trata de plantear. Y pedimos más razones, y pedimos más pruebas, cuando las cosas están claras o ya se nos han ofrecido suficientes pruebas. Pero nos encerramos en nosotros mismos, en nuestros prejuicios, en la manera en que nosotros vemos las cosas que no somos capaces de abrirnos a un nuevo planteamiento, a una nueva idea, a una nueva razón para vivir.
Jesús en el evangelio hay ocasiones en que les echa en cara a los fariseos, a los maestros de la ley, o a aquellos que no querían entender el mensaje nuevo del evangelio que son ciegos que no quieren ver, y que además son ciegos que pretenden conducir a otros ciegos, y al final los dos caerán en el hoyo.
Es lo que vemos que sucede hoy en el pasaje que nos ofrece el evangelio, una vez más vienen a pedirle a Jesús pruebas, signos, cosas extraordinarias para ellos poder aceptarle y creer. No les bastan los signos que Jesús cada día realiza cuando cura a los enfermos, cuando resucita a los muertos, cuando les ha dado de comer milagrosamente allá en el desierto. Podríamos decir que aun les parecen pocas pruebas. Y en este pasaje que nos narra san Marcos, Jesús termina pasando de ellos, empleando nosotros un lenguaje de los que se usan hoy día.
En otra ocasión les dirá que se les ofrecerá el signo de Jonás, al que incluso le costaba anunciar la Palabra de Dios, pero sin embargo el pueblo creyó, o Jonás el que fue engullido por el cetáceo y vuelto con vida a los tres días al ser vomitado por aquel cetáceo, signo de la muerte y de la resurrección de Jesús. Hoy Jesús no les responde nada para que simplemente piensen en lo que están viendo cada día y los signos que Jesús continuamente realiza con sus milagros.
Pero tenemos que preguntarnos, ¿Nosotros vemos o no vemos? ¿Nos cerraremos los ojos y la mente también para no descubrir las obras maravillosas de Dios? ¿Andaremos también pidiendo o buscando pruebas, signos milagrosos para nosotros también creer? Ya bien sabemos cómo somos muy dados a las cosas espectaculares y allá donde nos dicen que ha sucedido algo extraordinario vamos corriendo para querer apuntalar nuestra fe.
Nos dejamos seducir muchas veces por cosas atractivas y parece que nos cuesta menos creer según sea la simpatía, por ejemplo, del sacerdote que conozcamos o de las cosas extrañas que pudiera hacer. ¿Buscamos la simpatía que nos atraiga o buscamos la verdad de la Palabra de Dios? algunas veces también los tienen la misión de guiar al pueblo de Dios se dejan arrastrar por esas cosas y pretenden presentarse como muy simpáticos para así, dicen, agradar a la gente y hacer más atractiva la Palabra de Dios.
Seguramente en las redes sociales les habrá llegado más de un video de si un cura en la boda de unos amigos cantó no sé qué canción que le gustaba mucho a la novia, o si en la misa se daba sus pasos de baile con vestiduras litúrgicas incluidas mientras se cantaban los cantos de la celebración, o si contaba no sé qué cosas llamativas cuando trataba de explicar la palabra de Dios. Me pregunta si es necesario que lleguemos a eso y por ese camino a quien estamos anunciando, ¿a Jesús y el mensaje del evangelio o al propio sacerdote que quiere ganarse unos enteros de simpatía con su gente?
Le pedían un signo a Jesús y Jesús no quiso darles ningún signo de lo que ellos le pedían.

domingo, 16 de febrero de 2020

Vivamos un camino de ascensión y de superación que nos dé una verdadera hondura espiritual y humana y cristianamente nos conduzca a una mayor plenitud



Vivamos un camino de ascensión y de superación que nos dé una verdadera hondura espiritual y humana y cristianamente nos conduzca a una mayor plenitud

Eclesiástico 15, 16-21; Sal 118; 1Corintios 2, 6-10; Mateo 5, 17-37
El camino de la vida en cierto modo es una ascensión; un camino ascendente que siempre nos ha de llevar a más. Vamos teniendo por decirlo así unas metas parciales, pero conseguidas estas buscamos otras más altas; no nos podemos quedar en esa primera meta parcial que hayamos conseguido porque sería como si nuestros esfuerzos se convirtieran en inútiles e inservibles.
Queremos más, y no es solo en el aspecto de ganancias materiales – que también es justo que en ello vayamos subiendo – sino en todo lo que son buenas aspiraciones de la vida en el nivel humano, en el nivel profesional, en el nivel de la familia, o de lo que queramos incluso conseguir para la humanidad. La imagen la tenemos en el deportista que cada día supera sus retos, en el atleta que pone cada día el listón más alto y no se contenta con lo ya conseguido.
En ese aspecto humano de la vida vamos logrando superar unos retos cada día que nos hagan mejores, más humanos, que nos lleven a cultivar los mejores valores; es el espíritu de superación y de crecimiento que ha de haber en todo ser humano en que nunca lo damos todo por hecho, sino que siempre queremos dar un paso más en nuestra madurez humana y en la asunción de responsabilidades. Igual decimos en el plano profesional como en lo que luchamos por hacer también que nuestra sociedad sea mejor y más humana cada día.
Y así ha de ser en el cultivo de nuestra propia espiritualidad y de nuestro ser cristiano. A esto nos invita Jesús en el evangelio. Hoy nos habla de alcanzar plenitud. Y será así como se va purificando y ahondando más y más nuestro amor que nos va haciendo extremadamente delicados en sus expresiones y en su vivencia. No nos contentamos con decir que no matamos a nadie, sino que vamos analizando posturas, gestos y palabras que tengamos con los demás para que ya no solo evitemos cualquier ofensa que podamos hacerle sino que además le expresemos con mayor intensidad nuestro amor.
Por eso Jesús nos dice hoy que no ha venido a abolir la ley y los profetas – que eran los pilares de toda la espiritualidad del pueblo de Israel – sino que hemos de hacer que hasta los más pequeños detalles nos tienen que conducir a darle la mayor y mejor plenitud. Nos dice que podrán pasar el cielo y la tierra, pero ha de cumplirse hasta la última jota o tilde de la ley. No es buscar legalismo por legalismo – eso nunca lo querrá Jesús – sino encontrar el sentido  hondo de la cosas poniendo verdadero amor en lo que hacemos y en lo que vivimos que será lo que dará verdadera plenitud a nuestro ser.
Así nos hablará luego del respeto y valoración que siempre hemos de hacer de las personas poniendo todo nuestro amor para que el matrimonio, por ejemplo, adquiera todo su sentido y valor. Es la autenticidad y la veracidad de la que hemos de hacer gala en la vida porque si obramos siempre en rectitud nuestra palabra estará siempre llena de sentido y la verdad brillará por si misma sin necesidad del juramento.
Pero todo esto significa los pasos que hemos de ir dando en nuestra vida cada día, unos pasos que nos lleven a más, unos pasos que nos lleven a crecer y a madurar, unos pasos que nos ayudan a ir superando en cada momento buscando siempre lo mejor. Hemos de reconocer que no es fácil porque pueden aparecer los cansancios y las rutinas, la tentación continuamente nos está acechando y el conformismo puede hacer aparición en nuestra vida que sería nuestro gran enemigo.
Siempre ha de ser camino de ascensión como decíamos al principio. Y ya sabemos que cuando subimos la montaña nos aparecen los cansancios, el conformismo de decir bueno ya es suficiente que desde aquí se ve bien bonito, y tenemos el peligro de no llegar hasta la cima donde alcanzaríamos la plenitud de la montaña y la belleza de cuanto desde allí podemos contemplar.
De ahí la mediocridad peligrosa en que podemos vivir nuestra vida cristiana cuando nos falta este espíritu de ascensión. Cuando nos entra esa tibieza espiritual en lugar de crecer lo que hacemos es que nos vamos destruyendo. Nos sucede a tantos con nuestro conservadurismo espiritual; nos contentamos con poco y así es la flojera que vemos en nuestras comunidades cristianas a las que les falta vitalidad, empuje, espíritu apostólico, ser verdaderos misioneros en medio del mundo.
La pendiente de la tibieza espiritual es muy peligrosa porque cada día en lugar de ascender lo que hacemos es que bajamos más, nos hundimos más. El espíritu mundano, materialista y sensual que nos rodea nos va comiendo, nos va haciendo perder nuestro sentido, nuestra verdadera espiritualidad que tiene que ser siempre ascendente y de empuje fuerte. Tenemos que saber ser exigentes con nosotros mismos.
Escuchemos con corazón bien abierto la Palabra del Señor y dejémonos interpelar por ella y demos respuestas de vida porque verdaderamente despertemos de ese letargo en que tantas veces caemos en nuestra vida espiritual y cristiana.