sábado, 1 de febrero de 2020

Que se nos despierte la fe para que no tengamos miedo de ir a la otra orilla como nos pide hoy la Iglesia aunque tengamos que atravesar el mar con tantos peligros


Que se nos despierte la fe para que no tengamos miedo de ir a la otra orilla como nos pide hoy la Iglesia aunque tengamos que atravesar el mar con tantos peligros

2Samuel 12, 1-7a. 10-17; Sal 50; Marcos 4, 35-41
Tempestades y tormentas no nos faltan en la vida. Para las tormentas climatológicas hoy tenemos unos servicios de previsión del tiempo que nos dicen por donde nos vienen las borrascas y en qué momento determinado las alertas se elevan de todo porque encima tenemos la tormenta y no vamos a recordar aquí la serie de nombres que ahora estamos habituados a escuchar en las noticias para referirse a ellas.
Pero no es de esas tormentas y borrascas de las que ahora queremos hacer mención, sino de esos problemas que aparecen cuando menos pensamos y nos envuelven y nos llenan de angustias y desestabilizan nuestra vida. Hay momentos que son duros en la vida y clamamos no sabemos a quien porque parece que ya no podemos más, que la vida se nos convierte en un tubo oscuro y se nos retuerce como una espiral y no sabemos qué solución encontrar. Tantas veces que nos sentimos solos en medio de esos problemas de la vida porque parece que hasta los más amigos se alejan o se desentienden de nosotros y nos retorcemos sin saber a quien acudir.
Qué dura se nos hace esa soledad, ese pasar por esas situaciones en soledad. No sabemos o no queremos porque una de las cosas que nos suceden es que poco menos que nos encerramos en nosotros mismos y somos nosotros los que no queremos contar con nadie. Es duro verse así, pero esas tormentas nos aparecen o nos pueden aparecer de vez en cuando.
El contemplar el pasaje que nos ofrece hoy el evangelio de los discípulos en la barca luchando en medio de la tormenta del lago y donde les parece que Jesús se desentiende de ellos, me hace pensar en esas situaciones duras por las que tantas veces en la vida pasamos o vemos pasar a los demás. Bueno, vemos pasar a los demás, pero quizá nosotros seamos de los que nos desentendemos, de los que no ponemos ni la punta del dedo meñique para prestar alguna ayuda o para hacernos presente al lado de esos que vemos sufrir.
Como decíamos los discípulos lo estaban pasando mal, porque a pesar de que algunos eran avezados pescadores de aquel lago, cuando llegaban esos momentos todos se sentían impotentes; es proverbial la fuerza con que se desatan los vientos en el lago, que ya por si mismo está en una depresión de la tierra – está a un nivel por debajo del nivel del mar – pero además rodeado de las altas montañas del Golán y el monte Hermón. Jesús había querido ir con los discípulos a la otra orilla del lago y allí se habían embarcado. Se había desatado la tormenta y en medio del fragor de las olas y el viento, Jesús, sin embargo, dormía en un rincón de la barca. No sabían que hacer y al final lo despiertan. Y ya sabemos el desenlace. ‘Hombres de poca fe’, les dice. ¿No habían aprendido aun a confiar a Jesús que allí estaba aunque les pareciera que dormido se desatendía de ellos?
Ir a la otra orilla… tendría que hacernos pensar también a nosotros. ¿Estaremos dispuestos a ir con Jesús a la otra orilla? ¿No es a lo que está llamada la Iglesia hoy, como nos repite continuamente el Papa? Pero también sentimos tormentas en el seno de la Iglesia y algunas veces clamamos como si fuéramos hombres de poca fe, porque no sabemos descubrir la presencia y la fuerza del Espíritu de Jesús que está con nosotros.
Parece que la barca de la Iglesia se tambalea demasiado en medio de las corrientes y los vientos del mundo que nos rodea, y nos sentimos quizá desorientados, llenos de dudas y de miedos. ¿Nos estará queriendo decir algo este texto del evangelio para que se nos despierte la fe, para que no tengamos miedo de ir a la otra orilla aunque tengamos que atravesar el mar con tantos peligros, para que sepamos seguir adelante? Mucho nos da que pensar.

viernes, 31 de enero de 2020

Vivimos llenos de confianza porque ponemos nuestra fe en Dios y nuestro corazón se llena de esperanza que nos trasciende a la vida eterna


Vivimos llenos de confianza porque ponemos nuestra fe en Dios y nuestro corazón se llena de esperanza que nos trasciende a la vida eterna

2Samuel 11, 1-4a. 4c-10a. 13-17; Sal 50; Marcos 4, 26-34
Quizá pueda parecer algo como muy genérico lo que voy a expresar, pero me atrevo a decir que la vida, lo que hacemos y lo que vivimos es como un acto de confianza y de esperanza en si misma. ¿Tenemos seguridad de lo que va a suceder mañana? ¿Tenemos la certeza absoluta de que aquello que hacemos va a dar el fruto que esperamos? La experiencia de la vida nos ha ido enseñando que si realizamos determinados actos como fruto obtendremos unas cosas concretas. Pero también sabemos por experiencia que las cosas se pueden torcer y no siempre obtenemos el fruto esperado y deseado por el que habíamos luchado. Pero confiamos, tenemos esperanza, seguimos construyendo con el deseo de ver realizadas las metas que nos propusimos. ¿Lo dejamos al azar? ¿Es solamente un destino? Pensamos que hay algo más y distinto.
El agricultor echa la semilla a la tierra con la esperanza de una cosecha; confía en que poniendo los medios que tiene a su disposición pueda lograrlo. Como el educador que quiere forjar el espíritu de aquellos que están a su cuidado, los padres en la educación y formación de sus hijos a los que quieren ver crecer. Confían, tienen esperanza. Como el que quiere emprender un trabajo, un negocio, un viaje… confiamos, esperamos verlo realizado, obtener los beneficios, llegar a la meta y al regreso.
Quizá en cosas así nos hacen pensar las parábolas que hoy Jesús nos propone. Nos habla del agricultor que hecha la semilla en la tierra y, como nos dice Jesús en la parábola, él no sabe cómo, pero aquella semilla un día germina y brota una planta, y al final recogerá un fruto. ¿Algo milagroso? ¿Algo automático? No nos queremos quedar solo en la imagen de la semilla, sino que con esa imagen podemos pensar en la vida, en lo que somos o en lo que es nuestra sociedad. Están es cierto nuestras voluntades y nuestros esfuerzos, pero bien sabemos que tiene que haber algo más.
Hoy la gente para no querer referirse a Dios habla de energías positivas y no sé cuantas cosas. Pero, ¿por qué no pensamos en ese Espíritu divino que desde lo más hondo de nosotros mismos nos anima y nos da la fuerza que necesitamos? ¿Quién es el que en verdad mueve nuestro corazón y nos da fuerza? Cuántas veces estamos en nuestras luchas y hasta en cierto modo nos podemos sentir desanimados y cansados en nuestro esfuerzo, pero en un momento dado sentimos dentro de nosotros una fuerza interior que nos empujaba a la lucha, que nos iluminaba con nuevos caminos y salidas, que nos hacia sentir dentro de nosotros con esa energía espiritual para saltar por encima de todas las barreras. Es la gracia del Señor, es la inspiración del Espíritu divino, es Dios que actúa en nosotros.
Es ese misterio del crecimiento del que nos habla la parábola, ese crecimiento interior que nosotros sabemos muy bien que es la inspiración del Espíritu de Dios en nosotros.  Pero eso también en cierto modo tenemos que cultivarlo, como el agricultor que preparó la tierra para echar la semilla; y lo cultivamos manteniendo viva esa sensibilidad espiritual en nuestra vida, abriendo nuestro corazón a la trascendencia, nuestro espíritu a Dios. Cuidando que los materialismos y las sensualidades de la vida no ensordezcan nuestro corazón y ya no seamos capaces de captar esa sintonía de Dios en nosotros. Nos damos cuenta que no somos solo materia, sino que en nosotros hay algo más, somos seres espirituales capaces de elevar nuestro corazón más allá y más arriba de esas cosas materiales que tantas veces nos envuelven.
Si así lo hacemos es porque confiamos y no en cualquier cosa, es que ponemos nuestra fe en Dios y así nuestro corazón se llena de esperanza, no solo para el fruto que ahora en la tierra podamos obtener sino algo más porque nos hace pensar en frutos de vida eterna.

jueves, 30 de enero de 2020

Demos una imagen clara de lo que significa ser cristiano y de cómo nosotros los cristianos somos los primeros en contribuir a lo mejor para nuestra sociedad


Demos una imagen clara de lo que significa ser cristiano y de cómo nosotros los cristianos somos los primeros en contribuir a lo mejor para nuestra sociedad

2Samuel 7, 18-19. 24-29; Sal 131; Marcos 4, 21-25
No solo sería incomprensible sino incongruente que encendiéramos una luz pero la metiéramos en un cajón cerrado para que nadie pueda detectar esa luz. Si tenemos una luz encendida la pondremos en el lugar adecuado para que su resplandor ilumine el mayor espacio posible. Y no es ya el juego de luces indirectas que en nuestra ornamentación colocamos, para que quizá sin ver el foco de luz, sin embargo su resplandor haga resplandecer determinados aspectos que queremos destacar en aquel conjunto arquitectónico o ante aquella obra de arte. Eso es otra cosa destacable también, pero a lo que nos referíamos es al ocultamiento de la luz pero para que no produzca su efecto de iluminar.
Creo que Jesús hoy en el evangelio nos está dando un fuerte toque de atención cuando nos propone esta imagen de la luz oculta bajo un celemín. ¿No será eso lo que de alguna manera los cristianos estamos haciendo? Somos luz, llevamos una luz en nosotros desde el momento que por nuestra fe hemos hecho una opción por Jesús y por su evangelio. Pero, ¿estaremos reflejando suficientemente esa luz? ¿Estaremos ofertando suficientemente esa luz al mundo que nos rodea?
Algunas veces parecemos unos cristianos vergonzosos que no somos capaces de dar la cara por nuestra fe. Nos quejamos fácilmente de que en nuestra sociedad no brillan los valores cristianos, que se va perdiendo un sentido de religiosidad en la vida, que el materialismo nos invade y toda una serie de contravalores al sentido cristiano se van imponiendo en nuestra sociedad, que hasta los signos cristianos van desapareciendo de la vida de nuestra sociedad porque otros tratan de imponer su visión de la vida y nos van comiendo terreno.
Pero, ¿quién tiene la culpa de todo eso? Tenemos que reconocer que nosotros los cristianos porque no damos la cara, porque ocultamos esos valores y parece que nos da vergüenza manifestar que tenemos una fe y un sentido de la vida, porque dejamos que sean otros los que vayan marcando el ritmo de la sociedad mientras nosotros nos quedamos callados y dejamos hacer. Quizá en otros momentos parecía que lo teníamos más fácil y hasta quisimos imponer nuestros sentimientos y nuestras costumbres sin respetar del todo a los demás, pero ahora hemos pasado al estado contrario, donde nada hacemos y dejamos que nos coman el terreno.
Hagamos gala de nuestra fe, de nuestra religiosidad, de nuestros valores, del sentido de la vida que nos ofrece el evangelio de Jesús y demos testimonio de todo ello con valentía. No nos ocultemos; respetemos, es cierto, a los demás sin imposiciones por nuestra parte, pero que también nos hagamos respetar, porque el respeto tiene que ser mutuo. Demos una imagen clara de lo que significa ser cristiano y de cómo nosotros los cristianos somos los primeros en contribuir a lo mejor para nuestra sociedad.
Mucho podemos y tenemos que hacer, no nos ocultemos. Somos luz para nuestro mundo y el mundo necesita también de esa luz. Es incomprensible e incongruente cómo los cristianos ocultamos la luz que llevamos en nuestra vida. Estemos convencidos de que nuestro mundo será mejor si damos nuestro testimonio y contagiamos de nuestros valores al mundo en el que vivimos. Seguro que sería más luminoso.

miércoles, 29 de enero de 2020

Solo la tierra pacientemente labrada será la que está bien preparada para recibir la semilla y que en ella pueda fructificar


Solo la tierra pacientemente labrada será la que está bien preparada para recibir la semilla y que en ella pueda fructificar

2Samuel 7, 4-17; Sal 88; Marcos 4, 1-20
Se nos habrá pasado alguna vez por la cabeza o acaso lo hemos oído comentar; alguien hizo una buena reflexión en la que se denunciaban situaciones injustas, o se hablaba de cosas que había que corregir o mejorar y a la mente nos vino el pensamiento de que bueno sería que determinaba persona escuchara esto, o que bien le vendría a alguien estas cosas porque, pensamos, están retratando su vida. Es fácil tirar balones fuera, que lo que se dice o lo que se escucha le vendría bien a esta o aquella persona, pero no pensamos en nosotros mismos que tendríamos que ser los primeros que nos lo aplicáramos.
Esto significa esas actitudes pasivas que podemos tener en nuestro interior donde nos encerramos como detrás de una coraza para no dejar que se nos señale de forma concreta aquello que tendría que ser distinto en nuestra vida. Pues creo que pudiera ser la actitud o la postura que nos denuncia la parábola y esa actitud nueva con que nosotros debemos escucharla.
Hoy nos habla el evangelio de la parábola del sembrador. Somos capaces de decir cosas muy bellas de ella, como una de las páginas más hermosas del evangelio y un montón de cosas en ese estilo; pero ahí nos quedamos, en su belleza, en la riqueza de matices que puede tener, en todas las cosas que nos puede decir, pero ya nos la sabemos. Desde que comenzamos a escucharla ya vamos por adelantado pensando en su significado que nos lo sabemos porque tantas veces lo hemos escuchado y hasta lo habremos meditado.
Quizá en un momento determinado nos impactó, pero fue el impacto de aquel momento, porque parece que ha dejado de ser ya esa buena nueva que hoy llega a nuestra vida. Y es que esa tiene que ser la actitud, sentir que ahora, en este momento, es buena noticia para nosotros, es una buena nueva, no una cosa sabida ya y que ahora estamos repitiendo. Es por eso por lo que tantas veces, y nos sucede con esta parábola y nos puede suceder con tantos pasajes del evangelio, se nos queda sin dar fruto, porque ya de antemano hemos puesto esa costra de que ya nos la sabemos y no llega a penetrar de verdad en nuestro corazón.
Es cierto que todos conocemos la parábola, de cómo el sembrador va arrojando la semilla que va cayendo en distintos terrenos, en la orilla del camino, o entre los zarzales y malas hierbas o los pedruscos, y solo la que cayó en buena tierra llegó a fructificar. La conocemos y conocemos bien la explicación que Jesús mismo hace de la parábola, pero eso no debe impedirnos para que abramos bien nuestro corazón al escucharla y lleguemos a descubrir lo que ha de ser esa buena nueva ahora y en las circunstancias concretas que vivimos esa palabra del Señor.
Podemos mirar lo que es la situación de nuestro mundo hoy que se hace sordo a la Palabra de Dios, porque ha eliminado todo sentido de trascendencia de su vida y solo vive pensando en las beneficios concretos que ha de tener para si o para la sociedad todo aquello que hace; es el materialismo con que vivimos, es la ausencia de valores espirituales en la que vamos educando a las jóvenes generaciones, es el hedonismo de la vida donde todo lo que hacemos es para buscar sensaciones placenteras que nos hagan disfrutar solamente del momento, es la impaciencia con que vivimos en que todo tiene que estar como automatizado para podamos obtener fruto o beneficio inmediato.
Pero eso no es cuestión solo del mundo que nos rodea sino que son las posturas, las formas de hacer con que nosotros habitualmente actuamos. Lo que no nos da una satisfacción inmediata, un beneficio pronto y abundante no nos vale, pero es que nosotros tampoco queremos saber nada de la perseverancia y la constancia en el esfuerzo aunque nos cueste sacrificio, porque eso siempre lo rehuimos.
Solo aquella tierra pacientemente labrada será la que está bien preparada para recibir la semilla y que en ella pueda fructificar, pero no nos importa estar de cualquier manera – como la tierra endurecida del camino, la llena de abrojos o los pedregales – con tal de evitar el esfuerzo del trabajo que significa preparar una buena tierra para recibir la semilla.
¿No será esta parábola hoy una invitación a revisar esas posturas que tenemos en nosotros ante la vida y ante el esfuerzo que tendríamos que hacer por cultivarla?

martes, 28 de enero de 2020

Una nueva relación, una nueva comunión que a todos nos hace sentirnos familia de una manera especial


Una nueva relación, una nueva comunión que a todos nos hace sentirnos familia de una manera especial

2Samuel 6, 12b-15. 17-19; Sal 23;  Marcos 3, 31-35
Somos conscientes de que las relaciones primarias y básicas de toda persona están en la familia en la que hemos nacido y donde  nos hemos criado, allí donde hemos crecido como personas en esa hermosa relación de amor entre padres e hijos, entre hermanos y también con el resto de la familia más cercano. Ese hogar que ha sido caldo de cultivo de esos valores de los que nos hemos impregnado y donde hemos aprendido a relacionarnos y a comunicarnos y que nos ha ayudado en ese crecimiento humano y espiritual.
Pero somos conscientes también  que hay otro entorno que ha ampliado ese campo de relación y que muchas veces tiene una riqueza extraordinaria que nos hace establecer unos vínculos tan fuertes en muchas ocasiones como aquellos que tenemos en el seno de la familia. Son los amigos, son esas personas cercanas a nosotros a los que miramos de una forma especial, de manera que aunque no hayan vínculos de carne y sangre sin embargo los vínculos son tan estrechos que con ellos nos sentimos como si fueran de la misma familia. Es una apertura hermosa que nos tendría que hacer mirar al mundo con otros ojos y que tendría que ser un camino de esa nueva fraternidad que entre todos los seres humanos tendríamos que establecer. Ya la Sagrada Escritura nos dice en los libros sapienciales que ‘hay amigos que son más afectos que un hermano…’
Con estos preámbulos de reflexión que nos estamos haciendo no nos han de resultar extrañas las palabras que escuchamos hoy a Jesús en el Evangelio. Estaba Jesús como siempre rodeado de gente que venia a escucharle y que a gusto se sentían con El apretujándose en su entorno para no perder ni una sola de sus palabras y para sentir el calor de su amor y cercanía. Y nos dice el evangelista que llegaron su madre y sus hermanos. No es necesario extendernos excesivamente para entender que la palabra hermano entre las gentes de aquella época y más en un mundo semita hace referencia a todos los familiares cercanos.
Le comunican a Jesús, ante la imposibilidad de poder llegar por si mismos a sus pies, que allí están su madre y sus hermanos. A algunos les podría parecer extraña la reacción y respuesta de Jesús pero creo que estamos en camino de entenderlo. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Y derramando su mirada en torno en todos aquellos que le escuchaban exclamó: ‘Estos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen…’
No rechaza Jesús la presencia de María, su madre, y demás familiares que le buscan. Pero Jesús nos está abriendo horizontes cuando nos anuncia el nuevo Reino de Dios; Jesús nos está hablando de esa nueva fraternidad que tenemos que aprender a vivir, donde en verdad todos nos sintamos hermanos; no han de ser solo los vínculos de la sangre los que nos han de unir, sino que han de haber otros vínculos de amor, de amistad, de cercanía, de fraternidad que nos han de hacer entrar en una nueva relación. ¿No ha de ser el amor nuestro distintivo? Pero no es un mero amor romántico o de bonitas palabras, sino que ha de ser otra relación más honda, más concreta, más palpable que nos ha de hacer sentirnos hermanos.
No perdamos de vista nunca lo que es el eje fundamental de la predicación de Jesús, el Reino de Dios; ese Reino de Dios que viviremos sintiendo que Dios es el único Señor de nuestra vida, pero donde todos hemos de sentirnos hermanos, donde hemos de cultivar esos valores del Reino que nos harán entrar en esa nueva relación que entre unos y otros ha de existir.

lunes, 27 de enero de 2020

Descubramos en lo bueno que realizan los demás una gracia de Dios para nosotros que nos hace ver la maravilla de su bondad


Descubramos en lo bueno que realizan los demás una gracia de Dios para nosotros que nos hace ver la maravilla de su bondad

2Samuel 5, 1-7. 10; Sal 88; Marcos 3, 22-30
Sembrar desconfianza es como ir socavando el terreno por los cimientos y como aparentemente nadie lo ve o se da cuenta pronto el edificio se vendrá abajo. Parece una maldad grande y así es realmente y con frecuencia nos encontramos actitudes así en la vida. No podemos alcanzar las altas cotas que otros están logrando con su tarea, nos corroe la envidia por dentro y buscaríamos la forma que fuera para destruir.
Y una forma es sembrar desconfianza; una forma es querer quitar el prestigio de aquel que vemos como contrincante. Es un lenguaje que vemos con demasiada frecuencia en la vida social, en la vida política, donde se siembra con facilidad la sospecha de los dobles intereses, se hace desconfiar de la gente porque les ponemos intenciones que ellos no tienen, porque aplicamos el éxito de lo que los otros han conseguido a las malas artes. Cuantas situaciones en este sentido podemos ver cada día en la vida social y en la vida política, pero que eso luego se traslada también a nuestras relaciones personales con los que estamos más cerca. Nos volvemos destructivos en lugar de ser constructores aprovechando todo  lo bueno de los demás.
Cuando le has quitado el prestigio a alguien con tus falsedades que difícil es que lo pueda recuperar. Es lo que hacemos con las críticas destructivas, que es como si desplumaras a una gallina en la calle un día de viento y luego quisieras recoger de nuevo las plumas. Y esos bulos corren disparatados sin que nadie los pueda detener; es lo que ahora llaman las falsas noticias, fake news creo que se dice ahora, para distraer al personal de lo que está sucediendo y para socavar lo bueno que los otros puedan estar haciendo. No somos capaces de aceptar nuestra incapacidad para hacer algo bueno pero lo que hacemos es desprestigiar al otro.
Es lo que vemos que sucede con Jesús. Hay quien no puede aceptar aquel mensaje nuevo que Jesús les ofrece. Anclados en su conservadurismo, que muchas veces es cuidar por sus posicionamientos, por las ventajas y beneficios que para ellos mismos tienen, no son capaces de abrirse a aquel mundo nuevo, a aquel sentido nuevo de las cosas, de la vida, que les ofrece Jesús.
Son graves las acusaciones que hacen contra Jesús, graves y blasfemas. Por eso les dirá Jesús que quien peca contra el Espíritu Santo no tiene perdón, porque quien niega la acción del Espíritu divino en nuestros corazones nunca será capaz de reconocer la negrura de su corazón y abrirse a la gracia misericordiosa de Dios. Acusan a Jesús de que obra con el poder del maligno; es algo muy grave lo que están diciendo.
No podemos negar el amor y la misericordia de Dios cuando lo vemos tan palpable delante de nuestros ojos. Es la acción de Jesús que nos muestra el rostro misericordioso de Dios en aquellos signos que realiza. Pero veamos eso mismo en nuestra propia vida, o en lo que sucede a nuestro alrededor. Eso bueno que vemos realizar a los demás ¿por qué no lo vemos como una gracia de Dios para nosotros, porque en esas obras buenas se manifiesta lo que es la bondad de Dios?
Seamos capaces de descubrir y aceptar tanto bueno que podemos recibir de los demás. Es una gracia de Dios para nosotros. Que no haya nunca actitudes y posturas negativas ante lo bueno que realizan los otros.

domingo, 26 de enero de 2020

Nuestra oscuridad quizás está en que nos creemos en la luz y con nuestro orgullo y autosuficiencia no nos damos cuenta del vacío y oscuridad que llevamos en el interior




Nuestra oscuridad quizás está en que nos creemos en la luz y con nuestro orgullo y autosuficiencia no nos damos cuenta del vacío y oscuridad que llevamos en el interior

Isaías 8, 23b-9, 3; Sal 26; 1Corintios 1, 10-13. 17; Mateo 4, 12-23
Si el evangelio de Lucas nos presenta a Jesús en la sinagoga de Nazaret con el texto del profeta Isaías que habla del que está lleno del Espíritu del Señor y ha sido enviado a hacer el anuncio de la buena nueva a los pobres para proclamar el año de gracia del Señor, el evangelio de Mateo, que corresponde al ciclo de este año, nos habla de la luz que brilla en las tinieblas porque el anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios vino a ser ese rayo de luz y de esperanza para aquellos que lo escuchaban, trayéndonos a colación también un texto de Isaías.
De una forma o de otra, en uno o en otro evangelista, se nos presente algo así como el programa del Evangelio que Jesús nos anuncia. Anunciar la llegada del Reinado de Dios, no solo con palabras sino acompañado de muchos signos y la invitación a la conversión. Algo nuevo se nos anunciaba pero creer en ese anuncio implica la conversión del corazón, el darle la vuelta a la vida porque algo nuevo comenzaba. Y cuando se despiertan las esperanzas en el corazón de los hombres es como si una luz nueva comenzara a brillar para sus vidas. Qué cosa más esperanzadora cuando vamos caminando por un lugar oscuro ver alguna ráfaga de luz que nos anuncia el final del camino de oscuridad y tener la certeza de que saldremos de esas tinieblas.
El texto de Isaías que nos trae a colación el evangelista Mateo hacia referencia en su hecho histórico concreto un momento difícil de la historia de Israel, en que se veían envueltos en guerras y acosos de los pueblos vecinos en que por la inoperancia e insensatez de sus dirigentes no veían una salida airosa de aquella situación. Aquello cambiará y es lo que anuncia el profeta, por eso el pueblo se llena de esperanza y de alegría, como los que vienen de la siega con cantos de victoria.
Cuando Mateo nos hace esa cita del profeta está haciendo una lectura de la historia en el momento concreto en que apareció Jesús, profeta de Nazaret por las tierras de Galilea. Tiempos de pobreza y de opresión bajo el poder de los romanos donde todo les parecía también oscuro y lleno de tinieblas. La palabra profética de Jesús anunciando el Reinado de Dios es como un despertar de esas esperanzas dormidas o perdidas y fue para ellos como comenzar a brillar una luz nueva para sus vidas.
Por eso escuchan a Jesús y le siguen, les traen los enfermos para que los cure que vienen a ser los signos de lo nuevo que comenzaba como una nueva vida para aquellas gentes y la gente busca por todas partes. Todos escucharán el mensaje de invitación a la conversión y a la confianza en su Palabra. Pronto serán invitados algunos a seguirle más de cerca porque en aquellos tiempos nuevos que se avecinan serán necesarios unos nuevos pescadores o unos nuevos sembradores para ese nuevo pueblo que se irá constituyendo y que serán capaces de dar las señales de lo nuevo que está comenzando cuando son capaces de dejarlo todo por seguir a Jesús.
Por eso al pasar Jesús por la orilla del lago ya comenzará a llamar de forma concreta a algunos porque los quiere trabajadores en su Reino. Señales de esa conversión, de ese cambio y transformación de sus vidas las darán cuando son capaces de dejarlo todo por seguirle, y muestras de esa fe que comienzan a tener en Jesús y en su Palabra es que sin más se confían de la Palabra de Jesús para seguirle y para estar con El.
Pero cuando hoy nosotros escuchamos esta Palabra del Señor no es para quedarnos en lo que entonces se dijo o sucedió. La Palabra que escuchamos es una Palabra viva, una Palabra que también quiere ser vida y luz para los hombres de hoy. También a los pobres de hoy se les ha de anunciar la Buena Noticia, también para los oprimidos de hoy es el anuncio de la amnistía, del año de gracia del Señor, también para los hombres y mujeres de hoy esa Palabra tiene que ser un rayo de luz que despierte la esperanza. Pero ¿llegará esta Palabra a los hombres y mujeres del siglo XXI como ese mismo rayo de esperanza?
Nuestra oscuridad quizás está en que nos creemos en la luz. Andamos confundidos. Confundidos porque no sabemos ya donde buscar la luz, o no sabemos cuál es la luz que tendríamos que buscar. Nos creemos llenos de luces con nuestros orgullos y autosuficiencias. Para todo queremos tener una explicación pero a nuestra manera y nos podemos quedar en superficialidades. Buscamos por fuera y queremos acallar la oscuridad que quizá llevamos dentro. Nos creemos saberlo todo pero quizá haya interrogantes profundos a los que no queremos enfrentarnos. Nos creemos en el camino bueno porque vamos encontrando satisfacciones fáciles y no nos damos cuenta que muchas de esas luces son efímeras y pronto dejarán de darnos luz permanente que dé sentido permanente a nuestra existencia.
¿Cómo despertar de esa inconciencia? Hemos de tener la valentía de ponernos a escuchar y hacerlo con sinceridad. Nos costará porque quizá ya no estamos acostumbrados sino a escucharnos a nosotros mismos, a nuestro ego, o dejar que nos satisfagan solo nuestras pasiones. Cuesta reconocer que hay un vacío dentro de nosotros mismos y cuesta abrirnos a la trascendencia, abrirnos a Dios para dejar que sea El quien llene nuestras vidas.
Por eso con sinceridad escuchemos esa voz, esa Palabra del Señor que nos invita a creer, a confiar, a ser capaces de darnos cuenta de que tenemos que darle la vuelta a nuestra vida. Es difícil porque alrededor de esa voz y como queriendo acallarla escucharemos muchas músicas que nos embelesan y nos distraen. Tratemos de acallar esas falsas sintonías para sintonizar de verdad la Palabra que nos salva, que nos hace encontrar la luz y salir de las tinieblas.