viernes, 31 de enero de 2020

Vivimos llenos de confianza porque ponemos nuestra fe en Dios y nuestro corazón se llena de esperanza que nos trasciende a la vida eterna


Vivimos llenos de confianza porque ponemos nuestra fe en Dios y nuestro corazón se llena de esperanza que nos trasciende a la vida eterna

2Samuel 11, 1-4a. 4c-10a. 13-17; Sal 50; Marcos 4, 26-34
Quizá pueda parecer algo como muy genérico lo que voy a expresar, pero me atrevo a decir que la vida, lo que hacemos y lo que vivimos es como un acto de confianza y de esperanza en si misma. ¿Tenemos seguridad de lo que va a suceder mañana? ¿Tenemos la certeza absoluta de que aquello que hacemos va a dar el fruto que esperamos? La experiencia de la vida nos ha ido enseñando que si realizamos determinados actos como fruto obtendremos unas cosas concretas. Pero también sabemos por experiencia que las cosas se pueden torcer y no siempre obtenemos el fruto esperado y deseado por el que habíamos luchado. Pero confiamos, tenemos esperanza, seguimos construyendo con el deseo de ver realizadas las metas que nos propusimos. ¿Lo dejamos al azar? ¿Es solamente un destino? Pensamos que hay algo más y distinto.
El agricultor echa la semilla a la tierra con la esperanza de una cosecha; confía en que poniendo los medios que tiene a su disposición pueda lograrlo. Como el educador que quiere forjar el espíritu de aquellos que están a su cuidado, los padres en la educación y formación de sus hijos a los que quieren ver crecer. Confían, tienen esperanza. Como el que quiere emprender un trabajo, un negocio, un viaje… confiamos, esperamos verlo realizado, obtener los beneficios, llegar a la meta y al regreso.
Quizá en cosas así nos hacen pensar las parábolas que hoy Jesús nos propone. Nos habla del agricultor que hecha la semilla en la tierra y, como nos dice Jesús en la parábola, él no sabe cómo, pero aquella semilla un día germina y brota una planta, y al final recogerá un fruto. ¿Algo milagroso? ¿Algo automático? No nos queremos quedar solo en la imagen de la semilla, sino que con esa imagen podemos pensar en la vida, en lo que somos o en lo que es nuestra sociedad. Están es cierto nuestras voluntades y nuestros esfuerzos, pero bien sabemos que tiene que haber algo más.
Hoy la gente para no querer referirse a Dios habla de energías positivas y no sé cuantas cosas. Pero, ¿por qué no pensamos en ese Espíritu divino que desde lo más hondo de nosotros mismos nos anima y nos da la fuerza que necesitamos? ¿Quién es el que en verdad mueve nuestro corazón y nos da fuerza? Cuántas veces estamos en nuestras luchas y hasta en cierto modo nos podemos sentir desanimados y cansados en nuestro esfuerzo, pero en un momento dado sentimos dentro de nosotros una fuerza interior que nos empujaba a la lucha, que nos iluminaba con nuevos caminos y salidas, que nos hacia sentir dentro de nosotros con esa energía espiritual para saltar por encima de todas las barreras. Es la gracia del Señor, es la inspiración del Espíritu divino, es Dios que actúa en nosotros.
Es ese misterio del crecimiento del que nos habla la parábola, ese crecimiento interior que nosotros sabemos muy bien que es la inspiración del Espíritu de Dios en nosotros.  Pero eso también en cierto modo tenemos que cultivarlo, como el agricultor que preparó la tierra para echar la semilla; y lo cultivamos manteniendo viva esa sensibilidad espiritual en nuestra vida, abriendo nuestro corazón a la trascendencia, nuestro espíritu a Dios. Cuidando que los materialismos y las sensualidades de la vida no ensordezcan nuestro corazón y ya no seamos capaces de captar esa sintonía de Dios en nosotros. Nos damos cuenta que no somos solo materia, sino que en nosotros hay algo más, somos seres espirituales capaces de elevar nuestro corazón más allá y más arriba de esas cosas materiales que tantas veces nos envuelven.
Si así lo hacemos es porque confiamos y no en cualquier cosa, es que ponemos nuestra fe en Dios y así nuestro corazón se llena de esperanza, no solo para el fruto que ahora en la tierra podamos obtener sino algo más porque nos hace pensar en frutos de vida eterna.

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