sábado, 11 de enero de 2020

Sentirnos levantados por una mano que nos llena de vida no solo para restablecer la salud del cuerpo roto por la enfermedad, sino el espíritu condenado a estar muerto en vida


Sentirnos levantados por una mano que nos llena de vida no solo para restablecer la salud del cuerpo roto por la enfermedad, sino el espíritu condenado a estar muerto en vida

1Juan 5, 5-13; Sal 147; Lucas 5, 12-16
¿Cómo te sentirías si acaso tu fueras una persona que no es tenida en cuenta en la vida, sino más bien algunas veces por circunstancias que te rodean de las que no puedes sentirse culpable más bien eres una persona despreciada, a la que nunca no solo no se le tiene en cuenta sino que más bien es excluida y casi no se le deja participar en los actos de la vida comunitaria? Te sentirías humillado en esos desprecios y en esa exclusión, pero si en un determinado momento te encuentras a alguien que públicamente te manifiesta tu aprecio, eso haría subir en muchos grados tu autoestima, y si además esa persona es de las que se consideran importantes y llega y te echa el brazo por encima como en un abrazo y te invita a que expreses tus opiniones y tengas incluso participación y responsabilidad en las actividades de la comunidad, no solo te sentirías halagado sino que en cierto modo lleno de orgullo y engrandecido al ver como cuentan contigo y serias capaz de dar lo mejor de ti mismo por lo que sea y por quien sea con tal de ser reconocido.
Hoy en el evangelio vemos que llega a la presencia de Jesús un hombre que es leproso. Por el mero hecho de tener esta enfermedad se le consideraba una persona impura y ya no podía participar en la vida ni familiar ni de la comunidad; condenado en vida había de vivir en lugares apartados, lejos de todo contacto humano con los que no estaban enfermos, viviendo una vida de pobreza y degradación sin parangón. Eran unos condenados en vida; ellos mismos habían de ir gritando que eran impuros para que nadie pudiera acercarse a ellos. Una vida dura y cruel a la que estaban condenados sin posibilidad de recuperación, como difícil podía ser el curarse entonces con los pobres medios de los que se poseía de tan terrible enfermedad.
Pero aquel hombre se abrió paso hasta Jesús sin encontrar resistencia, es más, Jesús tampoco lo rechaza, sino todo lo contrario hace lo que nadie seria capaz de hacer, poner su mano sobre él. El diálogo había sido breve. ‘Al ver a Jesús, cayendo sobre su rostro, le suplicó diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Y extendiendo la mano, lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio. Y enseguida la lepra se le quitó’.
Tenía deseos como todo leproso de ser curado, pero está tan acostumbrado a los desprecios y al ninguneo que casi no se atreve a expresar lo que desea. Podrá o no podrá Jesús tener autoridad para curar de la enfermedad, pero está acostumbrado a que nadie le hace caso, por eso solamente se atreve a sugerir ‘Señor, si quieres puedes limpiarme’. Qué humildad y qué valor, qué grandeza de su espíritu. Solo dirá ‘si quieres…’
Pero ya estaba sintiendo cómo su alma se regeneraba, porque de entrada no había encontrado rechazo, la primera vez desde el comienzo de su enfermedad. Pero siente algo más que lo levanta a él que en su humildad está postrado en tierra como tantas veces se había visto tirado por tierra por quienes le rechazaban. Se siente levantado porque siente una mano sobre él, una mano que llena de vida no solo para restablecer la salud de aquel cuerpo roto por la enfermedad, sino para llenar de vida un espíritu que está muerto, que está condenado por todos a estar muerto en vida. Es algo más que la curación de unas llagas corporales lo que está sintiendo porque es su alma la que se siente sanada y salvada, llena de vida nueva.
No podrá ya dejar de gritar a todos los vientos lo que ha sucedido con él aunque le hayan prohibido hablar de ello. Tiene que hablarlo, tiene que gritarlo, tiene que hacer que todo el mundo lo sepa, porque para él ha comenzado una vida nueva.
¿Podremos nosotros hacer que alguien a nuestro lado se sienta así resucitado cuando estaba muerto en vida? Creo que es lo que Jesús nos está diciendo que comencemos a hacer, oportunidades muchas tenemos. Alguien está esperando que le restituyas la autoestima perdida.

viernes, 10 de enero de 2020

Necesitamos una buena noticia que nos haga ver la luz en medio de tantas oscuridades y los que creemos en Jesús la tenemos en nuestras manos ¿qué hacemos?


Necesitamos una buena noticia que nos haga ver la luz en medio de tantas oscuridades y los que creemos en Jesús la tenemos en nuestras manos ¿qué hacemos?

1Juan 4, 19–5, 4; Sal 71; Lucas 4, 14-22a
Ya no les prestamos atención a las buenas noticias o será acaso que no hay buenas noticias que lleguen a nosotros. Son tantas las cosas impactantes que recibimos a cada momento a través de los medios de comunicación que quizá tendríamos que detenernos un poco y respirar cuando en medio de tantas calamidades aparece una buena noticia. Nos cansamos de todo y sobre todo, valga la redundancia, que lo que nos llega sea la mayor parte desagradable y no haga sino en abundar en las violencias que cada día nos envuelven, y no precisamente con papel de regalo. Terremotos, incendios, asesinatos, corrupción, mentiras y falsedades… son tantas las cosas que al final no queremos oír nada y si acaso llega una buena noticia queda traspapelada y perdida en ese cajón de desastres.
Es importante todo esto que voy reflexionando porque es constatar unas realidades, pero también como seguidores de Jesús tenemos que hacer que esas cosas cambien, no nos podemos conformar quedándonos con los brazos cruzados. Tenemos que aprender a destacar las cosas buenas aunque sean pequeñas e imperceptibles, porque son semillas poderosas que a la larga pueden darnos buenos frutos.
Hoy contemplamos en el evangelio que Jesús va a su pueblo de Nazaret. Desde el comienzo de su actividad pública se había establecido en Cafarnaún pero ahora vuelve a su pueblo y el sábado se presenta en la sinagoga, como era su costumbre. Le ofrecen hacer la lectura del profeta y hace el comentario. Y con la palabra del profeta en la mano les viene a decir que es el Ungido del Espíritu que trae una buena noticia para los pobres, que habrá libertad para los cautivos y que llega el año de gracia del Señor. Pero lo más importante y radical es decirles que eso ya se está comenzando a cumplir. ‘Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír’.
Una buena noticia que es anuncio de libertad y de perdón, una buena noticia de manera especial para los pobres y para los que se sienten cautivos, cautivos en la cárcel o cautivos en sus limitaciones, ciegos, cojos, inválidos... En aquel momento podríamos decir que aquello era revolucionario, porque era un cambio radical lo que se anunciaba. La buena noticia no era para los poderosos o los que sentían bien, la buena noticia era para los pobres y para los que sufrían. Y no era algo para otro tiempo sino que era algo para ‘hoy’. Hoy se cumple, porque allí está el ungido del Señor, el enviado con el poder del Espíritu. Comenzaba una vida nueva, comenzaba un mundo nuevo.
¿No necesitamos hoy nosotros escuchar también esa buena noticia? Pobres, cautivos, con multitud de limitaciones e imposibilidades en nuestro mundo en crisis y desorientado, en ese mundo de mentiras y de falsedad que vivimos, en ese mundo inquieto pero al que le falta la paz, que ha perdido su norte, en ese mundo en que los que se creen poderosos solo actúan desde sus intereses y les falta una visión amplia para ver lo mejor que necesita nuestra sociedad y trabajar por ello, en esa lucha de poder que vemos que cada día aflora con un matiz nuevo pero no para mejorar sino para hundirnos más en nuestras crisis que no hacen vislumbrar la posibilidad de un mundo mejor. Miremos lo que hacen los dirigentes de nuestra sociedad, veamos por el camino que nos llevan o nos quieren llevar como corderitos porque quien no piense como ellos ya no las tiene todas consigo.
Necesitamos una buena noticia que nos haga ver la luz en medio de tantas oscuridades. Nosotros los creyentes en Jesús tenemos esa buena noticia en nuestras manos, porque tenemos el evangelio de Jesús, pero ¿qué estamos haciendo con esa buena noticia? ¿En qué se nota que nos sentimos comprometidos con ese evangelio? ¿Qué es lo nuevo que le ofrecemos a nuestra sociedad desde esos valores en los que creemos? Podría seguir diciendo o preguntándome muchas cosas, pero es hora de que cada uno nos pongamos a pensar seriamente pero seriamente a comprometernos.

jueves, 9 de enero de 2020

‘Ánimo, soy yo, no temáis’, ¡qué palabras más bonitas y qué sensación de paz podemos de nuevo sentir desde esas situaciones de miedos y temores que nos aparecen tantas veces


‘Ánimo, soy yo, no temáis’, ¡qué palabras más bonitas  y qué sensación de paz podemos de nuevo sentir desde esas situaciones de miedos y temores que nos aparecen tantas veces!

1Juan 4, 11-18; Sal 71; Marcos 6, 45-52
Hay ocasiones en que se nos mete el miedo en el cuerpo, como solemos decir, aunque bien sabemos que es algo mucho más hondo. Físicamente hasta nuestro cuerpo se sienten aturdidos y los temores nos hacen ver más densas las sombras. Pudiera ser incluso después de experiencias muy intensas y reconfortantes pero cuando todo aquello pasa nos viene un vació y una soledad que nos llena de temores. ¿Sería todo un sueño? ¿Sucedió en realidad? ¿Por qué ahora nos sentimos solos? Porque esa soledad la sentimos incluso aunque físicamente haya personas cerca, porque es algo que llevamos o sentimos por dentro.
El miedo y el temor nos hacen sentirnos cada vez más desorientados y sin rumbo y nuestra imaginación se nos llena de fantasías que no son en la mayoría de las ocasiones nada estimulantes sino todo lo contrario. El miedo nos hace barruntar siempre lo peor y ya nos vemos envueltos en no sé cuantas catástrofes y calamidades. Al final aquello que pudiera ser un rayo de luz también nos confunde y hace que nuestros temores aumenten.
Un problema que un día nos apareció y nos sentíamos acosados por todas partes; el miedo a no saber enfrentarnos hace que nos encerremos más en nosotros mismos y no contemos con nadie; las posibles soluciones nos parecen imposibles aunque parezca un contrasentido pero es que la oscuridad de nuestra mente lo revuelve y lo confunde todo. Seguramente en alguna ocasión nos habremos visto envueltos en situaciones así sin saber darle salida.
No era quizá un problema tan existencial el que podían estar pasando los discípulos en aquella travesía del lago que se les estaba haciendo tan costosa. Para ellos sin embargo ahora era un problema el que tenían.  Se mezclaban muchas cosas. El viento en contra les impedía avanzar y las sombras de la noche lo envuelven y lo confunden todo. Pero ellos que siempre habían estado con el Maestro, ahora El se había querido quedar en tierra donde lo de la multiplicación de los panes e iban solos en la barca hacia la otra orilla. Es cierto que le tenían miedo al lado, aunque allí iban avezados pescadores, pero de todos eran conocidas las tormentas que con facilidad se desataban sobre el lago. Y esos peligros aumentaban sus miedos. Ahora hasta les parecía ver fantasmas.
Jesús se había quedado en la orilla para despedir a la gente y luego se había metido monte arriba buscando la soledad para la oracion. Pasada media noche sabiendo lo que les estaba pasando a los que iban en la barca decidió ir a su encuentro andando sobre el agua. Era el fantasma que ellos creían ver. ‘Animo, soy yo, no temáis’, fueron las palabras de Jesús. El estaba con ellos ya en la barca y la calma volvió por todas partes, en el viento del lago que cesó pero cuanto más en el corazón de los discípulos que se sentían solos y con tantos miedos dentro de ellos. Y es que ‘ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque tenían la mente embotada’. Eran muchas las cosas que se iban sucediendo y aun no terminaban de comprenderlo todo.
Animo, soy yo, no temáis’, ¡qué palabras más bonitas  y qué sensación de paz se puede sentir dentro del corazón! Pensemos de nuevo en esas situaciones de miedos y temores como comenzábamos recordando, pero que en medio de ese torbellino escuchemos la voz de Jesús. Como un día María Magdalena a la entrada del sepulcro vacío. Como los apóstoles en el cenáculo la tarde de aquel primer día de la semana que era como la tarde del primer día de la nueva creación.
‘Soy yo, no temáis’, y sentiremos la mano de Jesús sobre nuestro hombro cuando nos sentimos hundidos, o vemos la mano tendida de Jesús que nos quiere levantar después de nuestras caídas, o le veremos caminar a nuestro lado queriendo hacer arder de nuevo nuestro corazón cuando nos sentimos desilusionados y desesperanzados, tantas veces que Jesús vendrá a nuestro encuentro y hemos de saber verle, sentir su presencia junto a nosotros caldeando de nuevo nuestro corazón con su amor.

miércoles, 8 de enero de 2020

Siempre hay algo nuevo que hacer, siempre hay algo bueno que va a surgir y vamos a terminar disfrutando de todo eso bueno que va surgiendo en el corazón


Siempre hay algo nuevo que hacer, siempre hay algo bueno que va a surgir y vamos a terminar disfrutando de todo eso bueno que va surgiendo en el corazón

1Juan 4, 7-10; Sal 71; Marcos 6, 34-44
Absortos estamos en aquello que nos gusta, que es de nuestro agrado, con lo que estamos disfrutando cuando lo hacemos, de manera que se nos pasa el tiempo y ni nos damos cuenta. Bien porque miramos el reloj y nos damos cuenta de cuanto tiempo ha pasado o porque llama nuestra atención por cualquier motivo se nos irían las horas disfrutando de aquellos momentos, de aquel entretenimiento en que nos habíamos metido o de aquel trabajo que tantas satisfacciones interiores nos produce. Qué importante que disfrutemos de aquello que hacemos, que disfrutemos de nuestro trabajo.
Algo así le estaba pasando a Jesús en aquella ocasión. Habían llegado a un descampado porque quería irse a solas con sus discípulos más cercanos, pero se encontraron con una multitud que les estaba esperando. ‘Sintió lástima’, nos dice el evangelista, eran como ovejas descarriadas, como ovejas que no tienen pastor que les ofrezca buenos pastos. Y allí se puso Jesús a hablar, a enseñarles, a escuchar sus cuitas y sus dolores, a curar a los enfermos; la gente no se separaba de Jesús y el tiempo pasaba; se sentían todos a gusto, Jesús y la gente que lo escuchaba.
Vendrán los discípulos con un toque de atención, a decir que se hace tarde, que va a caer la noche y que están lejos, que no tienen nada para que coma toda aquella gente. ‘Dadles vosotros de comer’, les dice Jesús.
Son muchos los detalles en los que podemos fijarnos aparte de ese disfrutar de la presencia de Jesús por parte de aquella gente y del disfrutar de Jesús atendiendo y escuchando a aquella gente. En los discípulos más cercanos ya se iban gestando otros nuevos sentimientos, aparece la preocupación por los demás y aparece la solidaridad aunque aun no saben hasta donde les llevará. Pero andan preocupados por aquella gente. Pero aparece un nuevo detalle, Jesús quiere que sean ellos los que le den de comer, que se las ingenien, que tomen iniciativas, que busquen hasta por donde no haya, pero que encuentren la solución. Es fácil decir que las cosas andan mal, es fácil decir que estamos en una situación peligrosa; no es tan fácil encontrar la solución, no es tan fácil que comencemos a comprometernos, que comencemos a buscar soluciones, a encontrar alguien a nuestro lado que nos ayude, que nos abra puertas, que nos abra los ojos.
Ahora había solamente cinco panes y dos peces y la multitud era grande. Aquello no parece que sea la solución, como tantas veces que nos encontramos con las manos vacías, que nos sentimos incapaces, que no vemos qué es lo que podamos hacer con aquello poco que tenemos. Pero ya se ha desbordado el camino de la solidaridad, ya se han abierto nuevas puertas y allí está Jesús que nos ayudará con su gracia y su poder a que los problemas se puedan solucionar.
Al final aquella multitud comió hasta saciarse y hasta recoger cestos de pan con lo que había sobrado. Como tantas veces vemos que se desborda la generosidad cuando pensábamos que no había y las cosas se solucionan y la gente se implica, y comienzan a aparecer actitudes nuevas. Cómo tenemos que ir dejándonos conducir por esa generosidad que aparece en un momento dado en el corazón y que nos la da el Espíritu del Señor que es nuestra fuerza y nuestra vida. No nos podemos ya quedar cruzados de brazos ni derrotados porque los problemas nos parezca que son muchos y superan nuestra capacidad. Siempre hay algo nuevo que hacer, siempre hay algo bueno que va a surgir y vamos a terminar disfrutando de todo eso bueno que va surgiendo en el corazón.

martes, 7 de enero de 2020

Cuando se reciben influencias desde distintas corrientes hay desconcierto y desorientación, ni se sabe el camino ni se sabe la meta hacia la que se quiere caminar


Cuando se reciben influencias desde distintas corrientes hay  desconcierto y desorientación, ni se sabe el camino ni se sabe la meta hacia la que se quiere caminar

1Juan 3, 22–4, 6; Sal 2; Mateo 4, 12-17. 23-25
Aunque cuando iniciemos el tiempo ordinario la próxima semana comencemos a hacer una lectura continuada del evangelio y los primero que contemplemos sea el inicio de la predicación de Jesús en Galilea, en estos días que nos restan del tiempo de la Navidad después de la Epifanía del Señor que celebrábamos ayer contemplaremos también diversos momentos de ese inicio de la predicación de Jesús.
Es bien significativo que los inicios se sitúen en Galilea, en los alrededores del lago de Tiberíades, pero ya lo había anunciado el profeta como hoy mismo escuchamos. Y es significativo por el impacto que representa la predicación de Jesús en aquellos pueblos, ya en los límites geográficos de Palestina y muy en contacto también con otros pueblos y otras religiones. Por eso el profeta la llama ‘Galilea de los Gentiles’, no en vano no están lejos de aquellas ciudades de la Decápolis muy helenizadas y con fuertes influencias paganas. Es en las cercanías de Siria y recordamos lo que significó el poder del rey Antíoco y los Seléucidas en el intento de helenización también de todo el territorio de Israel que tantos mártires y tantas luchas originó.
¿Una región que andaba en tinieblas? Esas influencias externas hacían también más liberales a los galileos, aunque allí también se formaron aquellos grupos que luchaban contra el poder del extranjero como fueron los zelotes, al que en su origen pertenecieron quienes luego serían discípulos de Jesús y del grupo de los doce apóstoles. Cuando se reciben influencias desde distintas corrientes muchas veces se produce el desconcierto y la desorientación y quien anda desorientado es como si caminara en tinieblas porque ni sabe el camino ni sabe la meta hacia la que quiere caminar. Cuántas veces en la vida andamos de esa manera. Cuántos interrogantes se nos producen en nuestro interior que si no encontramos respuesta es como si andáramos ciegos por la vida.
Y allí, situando el centro de su predicación en Cafarnaún por la importancia que este lugar tenia junto a la orilla del lago pero como cruce de caminos y de culturas comenzó el actuar de Jesús. ‘Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos. Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo’.
El anuncio del Reino que para creer en él es necesario darle la vuelta al corazón. Es algo nuevo, algo distinto, un sentido nuevo de la vida, de las cosas, de la religión, de la relación con los demás. Lo irá explicando enseñando en las sinagogas, nos dice, aprovechando el encuentro de los sábados de todos para escuchar la ley y para la oración. Pero no se quedaba ahí, sino que donde tenia ocasión hacía el anuncio, ‘recorría toda Galilea’.
Pero un anuncio que iba acompañado de las obras, de los signos de ese Reino de Dios, ‘curando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo’. Porque si vivimos en el Reino de Dios no puede seguir dominándonos el mal, tiene que desaparecer todo aquello que nos hace sufrir. Por eso aquellas obras que hacia cuando curaba a los enfermos eran los signos de la vida nueva, del Reino nuevo.
Escuchemos nosotros también el anuncio y el mensaje. Lo necesitamos aunque nos creamos convertidos, porque hemos de reconocer que sigue habiendo tinieblas y oscuridad en la vida. Decimos que andamos influenciados desde lo externo, desde lo que el mundo nos ofrece, es cierto, pero también en nosotros hay falta de voluntad y de constancia. Vivimos en ocasiones a impulsos y aquello que ahora nos impulse con más fuerza sin nosotros tenemos que poner mucho de nuestra parte, es lo que nos lleva y nos arrastra. Despertemos ante este anuncio profético de Jesús.


lunes, 6 de enero de 2020

Ha nacido una nueva estrella y no precisamente entre los astros del firmamento sino en quienes con pequeños gestos llenan de alegría cada día nuestro corazón


Ha nacido una nueva estrella y no precisamente entre los astros del firmamento sino en quienes con pequeños gestos llenan de alegría cada día nuestro corazón

Isaías 60, 1-6; Sal 71; Efesios 3, 2-3a. 5-6; Mateo 2, 1-12
Hoy es una fiesta entrañablemente popular que aun con la marcada que está por lo infantil, pero sobre todo más por el consumismo, tiene su encanto y se llena de ternura que algunas veces tanta falta nos hace a los humanos. Tan metida está al menos en nuestros espacios culturales en esa ternura casi infantil que no nos hace daño que ha perdido incluso su verdadera titularidad para quedarse en la fiesta de los Reyes Magos, por aquello que nos cuenta el evangelio.
Una fiesta que con todos los peligros del consumismo que algunas veces nos ahoga tiene esos gestos y esos detalles de los regalos que llenan de alegría y ternura nuestro corazón. Hemos de recoger lo bueno en ese compartir generoso para mutuamente llenarnos de alegría, pero no podemos olvidar toda la riqueza que tiene esta fiesta de la Epifanía del Señor.
Unos magos – no significa que tengan que ser reyes que no lo dice el evangelio – que aparecen por Jerusalén buscando al recién nacido rey de los judíos. Unos hombres acostumbrados a mirar para las estrellas que sin embargo vienen a buscar a un niño recién nacido. Hombres de ciencia, podríamos decir, que sin embargo buscan lo pequeño, buscan a un niño, porque aquellas estrellas que están acostumbrados de estudiar en el firmamento les señalan que una estrella nueva ha nacido y no se refieren ya a un astro que cruza los cielos y el firmamento, sino que en ese niño vislumbran una luz para Israel y para todos los pueblos.
Perseverantes escrutan las señales del firmamento, pero perseverantes buscan en las escrituras sagradas de todos los pueblos las señales más cercanas que les harán llegar a encontrar a ese niño recién nacido. podríamos decir que aunque nos parezca lo contrario no buscan cosas extraordinarias ni maravillosas sino algo tan sencillo como una madre que ha dado a luz y ese niño que en verdad está llamado a ser luz, de ahí la imagen y la señal de la estrella mencionada repetidamente.
Ya conocemos por el relato todo lo sucedido en Jerusalén, con la intriga del rey Herodes, con la búsqueda en las Escrituras por parte de los sacerdotes y maestros del templo que les ayudarán y les Irán marcando el camino. Esa búsqueda afanosa encontrará su resultado cuando de nuevo aparece la estrella sobre una humilde casa y será donde encuentran a al niño con su Madre, María. Algo tan sencillo y tan humilde pero que sin embargo les produce una inmensa alegría. Quizás hemos rodeado la escena de gran aparatosidad cuando a los magos los hemos hecho reyes, pero fue algo humilde y sencillo que de alguna manera se va a quedar oculto en aquel humilde hogar.
Creo que esta fiesta para nosotros puede ser una invitación a una búsqueda. Pero para esa búsqueda necesitamos la humildad de los que reconocemos que no sabemos, que muchas veces andamos también perdidos y desorientados, pero necesitamos también la capacidad del asombro. Sí, ser capaces de asombrarnos ante lo que se nos manifiesta y quizá a través de gestos sencillos.
Hay una autosuficiencia soterrada que a la larga es orgullo que nos hace creer que ya no necesitamos asombrarnos por nada. Nos hemos curado de espanto (¿?) porque ya nos lo creemos saber todo, son tantas las cosas extraordinarias que vamos recibiendo cada día cuando incluso la humanidad viaja ya por el universo a través sondas cósmicas y no sé cuentos inventos que en los avances de la ciencia vamos logrando, que ya parece que hemos pedido la capacidad del asombro.
Sin embargo cada día podríamos observar tantas maravillas en lo cotidiano, en lo pequeño que sucede a nuestro lado, en el actuar de las personas con quienes nos vamos encontrando, en tantos gestos sencillos pero maravillosos que podemos observar en quienes nos rodean, y sin embargo parece que ya eso no nos llama la atención perdiendo una riqueza y una sabiduría admirable que podíamos encontrar a nuestro lado.
Palabras llenas de sabiduría en la boca de la gente mas sencilla, gestos de humanidad y cercanía que muchas veces podemos encontrar en quienes menos lo esperamos, sonrisas sinceras que nos pueden llegar al alma para darnos ánimo cuando estamos decaídos y que podemos encontrar en tantos cerca de nosotros, una mano tendida cuando vamos a caer o sobre nuestro hombro cuando nos sentimos derrotados y sin ilusión… gestos humildes, sencillos que tenemos que saber descubrir y ante los que tenemos que sentir admiración.
Aquellos magos del evangelio se asombraron ante las maravillas de Dios que se manifestaban en lo más pequeño y sencillo como encontrar a un niño recién nacido en los brazos de su madre. También en los gestos sencillos y tremendamente humanos que hoy podemos vislumbrar en esta fiesta de reyes seamos capaces de asombrarnos y ser agradecidos aprendiendo como desde lo pequeño podemos hacer felices a los demás.

domingo, 5 de enero de 2020

Necesitamos reenvangelizar nuestras fiestas de navidad para que el centro sea siempre la buena nueva que nos trae Jesús de que Dios nos ama y nos hace sus hijos


Necesitamos reenvangelizar nuestras fiestas de navidad para que el centro sea siempre la buena nueva que nos trae Jesús de que Dios nos ama y nos hace sus hijos

Eclesiástico 24, 1-2. 8-12; Sal 147;  Efesios 1, 3-6. 15-18; Juan 1, 1-18
Estamos de fiesta. Seguimos de fiesta. Parece que no queremos que la fiesta se acabe. Navidad, fin de año y año nuevo, los Reyes, se concatenan unas y otras cosa con encuentros familiares y de amigos, añoranzas de otros tiempos y regalos y más regalos que más bien pareciera que se convierten en obligaciones que llevan su contrapartida y pierden el sentido de la gratuidad de un regalo, y hasta quisiéramos inventarnos más motivos de fiesta.
Es algo que llevamos tan impreso en nuestra naturaleza humana que nos buscamos mil motivos para estar de fiesta, aunque en ocasiones nos vemos tan envueltos en la vorágine de la misma fiesta, de las cosas que hacemos para expresar y vivir la fiesta que terminamos perdiendo el sentido que originó aquella fiesta. Porque pensemos seriamente si en las fiestas de navidad que celebramos tenemos muy presente lo que hace esa navidad y que tiene que ser lo que realmente celebremos. Casi con temor me pregunto quién será el gran ausente de la navidad.
Pues bien, seguimos de fiesta y seguimos con el espíritu de la Navidad. Y los cristianos que queremos en verdad celebrarla con todo sentido y nos acercamos al menos cada festivo o cada domingo a la celebración de la Eucaristía encontramos en la Palabra de Dios que se nos proclama ese alimento de vida que nos haga permanecer en ese sentido profundo de la Navidad.
‘El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron’. Es el principio del Evangelio de san Juan. De una forma casi poética por las imágenes con que nos habla, pero de una profundidad teológica y mística admirable podíamos decir que esta primera página del evangelio de san Juan es como su relato de la Natividad.
No nos hace un relato a la manera de Lucas o incluso Mateo abundando en descripciones que podríamos llamar históricas de lugar y de familia, pero si nos está trasmitiendo lo mismo que es la Encarnación de Dios que en el seno de María se hizo hombre. Llega a su momento cumbre cuando nos dice: ‘Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad’.
El Verbo que desde toda la eternidad estaba junto a Dios porque es Dios mismo, y que ‘por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho’ es el que planta su tienda entre nosotros, a quien contemplamos niño en Belén, como hemos venido celebrando, y que es la verdadera luz que alumbra a todo hombre.
Pero es en esas mismas palabras del evangelio donde se nos describe lo que podríamos llamar el drama de la navidad y el drama que nosotros mismos vivimos o podemos estar viviendo en nuestra forma de celebrar la Navidad. ‘En el mundo estaba… y el mundo no lo conoció, vino a su casa y los suyos no lo recibieron, era la luz verdadera, pero la tiniebla no la recibió…’
¿No será lo que nos sucede o nos puede suceder a nosotros que nos envolvemos de tantas luces en estos días pero no llegamos a recibir la luz verdadera? ¿No nos puede suceder a nosotros, como antes decíamos, que celebramos la navidad y el gran ausente de la Navidad es el mismo Jesús a quien decimos que queremos celebrar? Nos vemos envueltos en tantas cosas externas de la fiesta que terminamos por olvidar lo que es el verdadero motivo de la fiesta.
¿No habremos escuchado estos días a algunos que nos dicen que la navidad para ellos son tiempos de añoranzas y de recuerdos de otros momentos o de otras personas que un día estuvieron con nosotros y que por eso estos días en cierto modo se convierten en días de tristeza? A alguien escuché decir no hace mucho que ojalá estos días de fiestas de navidad desaparecieran del calendario porque a el no hacían sino llenarlo de tristeza. Me lo decía con una tristeza grande llena de desesperanza. Es algo dramático, como antes insinuábamos, que llegue a suceder esto así para muchos, que en eso se haya quedado la navidad. ¿No estaremos necesitando un anuncio auténtico del evangelio?
Pero las palabras del evangelio hoy nos llenan de esperanza. ‘Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios’. Y es que la navidad para nosotros es un admirable intercambio como se dice en la liturgia en algún momento. Viene el Hijo de Dios que quiere tomar nuestra carne, nuestra naturaleza humana, pero ‘a los que creen en su nombre les da el poder de ser hijos de Dios’.
Viene para elevarnos, viene para levantar nuestra naturaleza humana y hacerla casi divina, porque nos hace hijos de Dios. Ya podía decir Juan en sus cartas que la maravilla grande no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Dios nos ha amado y nos hace sus hijos, la maravilla de poder llamar a Dios Padre porque en verdad somos sus hijos. ‘En verdad lo somos’, afirma categóricamente.
¿Y no es un gozo el sentirnos amados así? Esta es la alegría grande que hemos de vivir que está por encima de todas nuestras tristezas y añoranzas. Este tiene que ser el sentido grande de nuestra fiesta de Navidad. Este es el evangelio que tenemos que proclamar. Esa es la necesaria nueva evangelización que todos necesitamos y en la que en verdad tenemos que embarcarnos.