lunes, 14 de diciembre de 2020

Nuestra verdadera autoridad tenemos que mostrarla desde la autenticidad de las obras del amor que realicemos fundamentados en la fe que tenemos en Jesús

 


Nuestra verdadera autoridad tenemos que mostrarla desde la autenticidad de las obras del amor que realicemos fundamentados en la fe que tenemos en Jesús

Números 24, 2-7. 15-17ª; Sal 24; Mateo 21, 23-27

¿Quién eres tú para hablarme así? ¿Quién eres tú para decirme eso? ¿Quién te crees que eres? Reacciones así habremos escuchado más de una vez, o tal vez hasta nos lo han echado en cara cuando quizá quisimos intermediar y poner paz entre dos que se consideraban enemigos irreconciliables, cuando alguien con inquietud dentro de su corazón saltó porque aquella injusticia no la podía soportar o aquel mal trato que le estuvieran dando a una persona determinada.

Muchos ejemplos podríamos poner. Muchas frases que quieren desautorizar, muchas actitudes o posturas que quieren hacer lo que les da la gana y no soportan que alguien quiera pararles los pies y poner un poco de orden. Siempre ha sucedido; se quita autoridad o se desprestigia al que actúa con autoridad, en el fondo no se quiere aceptar la propia metedura de pata y buscamos subterfugios sea como sea para que no haya nadie que quiere poner orden.

Así hacían con Jesús o trataban de hacer con Jesús. Las autoridades judías en cierto modo se sienten interpeladas por lo que Jesús enseña al pueblo y no lo pueden soportar. Por eso quieren quitar autoridad, desprestigiar, pero Jesús no depende de esos prestigios humanos ni de la aprobación o no que los otros quieran darle a Jesús. Si hoy en el evangelio vemos que sobre todo los jerarcas dentro del pueblo de Israel quien desprestigiar o quitar autoridad a Jesús, por otra parte hemos visto que ante la gente sencilla Jesús se presenta con autoridad y la gente sencilla lo reconoce. ‘¡Qué autoridad tienen sus palabras!’, se dicen unos a otros. Se dicen otros. ‘¡Nadie ha hablado con tanta autoridad!’

Pero es que cuando caemos en esa pendiente de confusionismo al final estamos tan liados que hasta nos contradecimos a nosotros mismos, estamos tan confundidos que ya no sabemos ni en qué ni en quien apoyarnos para lo que hacemos o decimos. Es la trampa en que caen cuando vienen a preguntarle a Jesús por su autoridad, porque Jesús les devuelve la pregunta haciendo una referencia a Juan. El pueblo admiraba a Juan aunque no habían tenido el valor para defenderlo cuando Herodes quiso quitárselo de encima. Y ahora Jesús les pregunta cuál era el valor de las palabras y de los gestos de Juan, al que, por cierto, ellos tampoco habían querido escuchar. Se veían en la trampa de tener que comerse sus propias palabras o podían callarse y dar la huida por respuesta que es lo que intentaron hacer. Por eso Jesús no entró al trapo con las preguntas y las insinuaciones que le hacían, sino que siguió actuando con total libertad y valentía.

¿No será eso lo que nos hace falta a nosotros? porque también nos enredamos y terminamos por no saber lo que queremos y en quien creemos. Nuestras palabras y nuestros gestos algunas veces se nos quedan en fantochadas, porque les falta la profundidad de la vida; simplemente nos dejamos arrastrar por aquello de que esto siempre ha sido así pero no intentamos preguntarnos por el sentido evangélico que tienen las cosas que nosotros hacemos o tendríamos que hacer.

Nuestra autoridad se reciente en muchas ocasiones por la poca sinceridad con que actuamos en la vida, o porque en ocasiones buscamos apariencias pero que no es una vivencia profunda y sentida del evangelio.

Nuestra verdadera autoridad tenemos que mostrarla desde las obras del amor que realicemos fundamentados en la fe que tenemos en Jesús. Cuando sea claro nuestro compromiso por el amor entonces estaremos dando verdadera señal de nuestra vivencia del evangelio y estaremos dando verdadero testimonio de la fe que profesamos.

Cuando nos ponemos de verdad al lado de los que sufren, a lado de los pobres, al lado de los que padecen injusticia, al lado de los que son considerados como los últimos de este mundo, entonces estaremos dando verdadero testimonio de Jesús, estaremos mostrándonos como verdaderos profetas por la autenticidad de nuestras obras y palabras.

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