miércoles, 23 de diciembre de 2020

La alegría del nacimiento de aquel niño en las montañas de Judea tiene que motivarnos a todos para llegar al nacimiento de Jesús llenos de la más confiada esperanza

 

La alegría del nacimiento de aquel niño en las montañas de Judea tiene que motivarnos a todos para llegar al nacimiento de Jesús llenos de la más confiada esperanza

Malaquías 3, 1-4. 23-24; Sal 24; Lucas 1, 57-66

El nacimiento de un niño siempre se ve rodeado de alegría y de expectativas. Es como un signo de esperanza que se levanta al surgir esa nueva vida y en el fondo todos nos preguntamos qué va a ser de aquel niño; su nacimiento viene rodeado de muchos sueños, llenos de imaginación quizá, pero que son deseos de un futuro bueno al que miramos con esperanza. Todos se alegran y se felicitan en su nacimiento, porque todos al contacto de esa nueva vida que en aquel niño está palpitando nos hace desear incluso lo que nosotros no hemos conseguido pero con la esperanza que esos mejores sueños se conviertan en realidad de vida para aquel ser que allí comienza a palpitar.

Es lo que nos está reflejando el evangelio de lo sucedido entonces en las montañas de Judea. Felicitan a la madre y todos mutuamente se felicitan. Las circunstancias especiales que acompañan el nacimiento de aquel niño de unos padres que parece que se les ha pasado la edad de engendrar, hace suscitar mayores esperanzas porque los que mantienen su actitud creyente están viendo la mano de Dios en el nacimiento de aquel niño.

En cierto modo lo miran como algo propio cuando todos se disputan cual ha de ser el nombre de aquel niño. Pero el nombre que va a llevar vendrá determinado por lo que se está ya manifestando que es la acción de Dios con su pueblo a través del nacimiento de aquel niño, por eso su nombre será Juan. Lo señala la madre, lo corrobora el padre a través de la escritura en una tablilla, pero es que está expresándose como Dios ama a su pueblo y está con él.

El nacimiento de Juan es algo verdaderamente importante porque llega la voz del mensajero que nos vendrá a señalar donde está la Palabra. Su misión será grande porque está llamado como había anunciado el profeta porque venia a convertir el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres, porque había de preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto.

El será la voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor, el mensajero que nos anuncia la inminente llegada del Salvador, por eso también con regocijo hemos de acoger al mensajero que llega porque es una forma de escucharle y es una forma de preparar en nuestros corazones los verdaderos caminos del Señor.

Necesitamos escuchar y acoger al mensajero. Es más necesitamos hoy un mensajero que nos anuncie una Buena Nueva cuando parece que todo fueran malas noticias. Necesitamos un mensajero que brille como una luz porque son muchas las tinieblas de muerte que nos están envolviendo en el hoy de nuestra vida.

Escuchemos las noticias y fijémonos bien en lo que nos están diciendo cada día; cada día parece que con mayor intensidad se nos anuncian números teñidos de luto y de muerte, nos hablan del crecimiento de la pandemia, nos hablan del número de muertos y pocas son las esperanzas que se suscitan en nuestros corazones incluso con las noticias buenas y que podrían ser esperanzadoras que en ocasiones se intentan transmitir. Aumenta el desasosiego en nuestros corazones, nos sentimos frustrados cuando no vemos mejoría y nuestros corazones se visten cada vez más de luto.

Por eso, como decíamos, necesitamos un mensajero que alumbre alguna nueva esperanza; no podemos seguir viviendo con nuestros espíritus turbados por la incertidumbre. Necesitamos que la Navidad sea en verdad para nosotros una luz de nueva esperanza, porque ahora más que nunca necesitamos un Salvador pero que no queremos recibir solamente de una forma ritual.

Nuestra navidad a pesar de todas las turbulencias tiene que estar llena de vida y de luz. Escuchemos al mensajero, predispongamos nuestro espíritu para algo nuevo y para algo bueno. El Señor puede realizar maravillas en nuestros corazones. Avivemos nuestra fe para que no decaiga la esperanza, encendamos ese fuego del amor que dé un calor nuevo y vivo a nuestra vida, alejémonos de todo lo que signifique frialdad de muerte. La alegría del nacimiento de aquel niño en las montañas de Judea tiene que motivarnos a todos para llegar al nacimiento de Jesús llenos de la más confiada esperanza.

‘¡Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación!’

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