viernes, 20 de noviembre de 2020

No es una página cualquiera la que nos ofrece hoy el evangelio porque nos llena de esperanzas, pero también porque pone inquietud en el corazón

 


No es una página cualquiera la que nos ofrece hoy el evangelio porque nos llena de esperanzas, pero también porque pone inquietud en el corazón

 Apocalipsis 10, 8-11; Sal 118; Lucas 19, 45-48

Hay páginas de la vida que parece que no tienen luz propia, ningún resplandor especial, nos preguntamos que nos sucedió ese día y decimos nada especial, pero si nos detenemos un poco encontramos detalles, pequeños gestos, decisiones tomadas, palabras y encuentros que nos parecieron fortuitos, pero que sin embargo cada uno de ellos tiene su propio peso, vienen a ser muy significativos o pueden incluso marcar rumbo de futuras actuaciones y hasta ser un punto y aparte en la vida. Cada momento tiene su sustancia, cada gesto tiene su valor, cada palabra encierra una riqueza, cada encuentro puede ser un momento importante para alguien. Seguramente cuando recapitulemos nuestra historia personal nos daremos cuenta de esos momentos que nos parecían insulsos e insignificantes pero que sin embargo tuvieron un gran valor. Es lo que se suele hacer cuando uno se dedica a relatar sus memorias.

Así nos sucede con páginas del evangelio de Jesús, como la que hoy escuchamos. En el relato de san Lucas es muy escueto lo que nos dice, pues san Mateo se extiende mucho más en darnos detalles de lo sucedido en el templo aquella mañana. Según nos cuenta san Lucas hoy parece que lo de la expulsión de los vendedores fue un incidente que no tuvo mayores consecuencias, pero bien significativo es en el anuncio del Reino de Dios que nos viene haciendo Jesús. Luego nos habla de cómo Jesús enseñaba en el templo, la gente venía con gusto a escucharle, aunque por allá atrás andaban los sumos sacerdotes y los principales del pueblo estudiando cómo quitarle de en medio. Parecía que no pasaba nada, pero importantes son las señales, los gestos y los signos que contemplamos en este pasaje.

Es bien significativo lo que ha de representar el Reino de Dios en nosotros el gesto profético de Jesús de expulsar a los vendedores del templo. Es casa de oración y lo habéis convertido en un mercado, les dice Jesús. ¿Con qué imagen queremos presentar el Reino de Dios? ¿Cuál es la imagen de Dios que hemos de tener? ¿Andaremos con Dios como a la compraventa, yo te doy para que tú me des, o nuestra relación con Dios ha de ser de otra manera? Cuántas cosas hemos de purificar, empezando por esa imagen empañada que muchas veces damos de Dios. Tenemos que descubrir ese Dios que Jesús nos revela, abrir en verdad nuestra mente y nuestro corazón para darle cabida a ese Dios de amor en nuestra vida. Qué distinta nuestra relación con Dios, qué distinta la manera de mirar y ver a nuestros hermanos los hombres.

Cuando aceptamos el Reino de Dios estamos aceptando al Dios de amor que es Padre y que se posesiona de nuestro corazón, pero con Dios metido en el centro de nuestra vida nuestra mirada tiene que ser distinta, nuestra comprensión de las cosas, nuestra responsabilidad ante ese mundo que tenemos en nuestras manos, ante esos hermanos nuestros que caminan a nuestro lado y que con nosotros quieren hacer también un camino de amor. Por eso cuando Jesús nos habla de aceptar el Reino de Dios nos habla de conversión, nos habla de que tenemos que darle en verdad la vuelta a la vida, porque será una mirada distinta, porque será un nuevo vivir, en nuestra relación con Dios y en nuestra relación con los demás.

Era en verdad algo nuevo lo que nos presentaba Jesús. Buena Nueva, decimos, no solo son palabras nuevas sino nuevas actitudes y nuevas posturas, nueva visión de Dios y nueva visión de cuánto nos rodea, empezando por los hombres a los que ya veremos para siempre como hermanos. Por eso serán los sencillos los que se gocen en las palabras de Jesús. Allí le contemplamos rodeado de gente en el templo escuchándoles, porque sus corazones se llenaban de alegría y de esperanza, porque en verdad sentían que algo nuevo comenzaba.

¿Abrimos así nuestro corazón a la Palabra del Evangelio? ¿Sentimos en verdad cómo vibra nuestro corazón cuando escuchamos a Jesús porque se renuevan nuestras esperanzas, porque nos sentimos impulsados a realizar ese camino nuevo? Cuidado nos acostumbremos a las palabras de Jesús y terminan por no tener sentido ni significado para nosotros; sucede con demasiada frecuencia, porque manipulamos, porque tergiversamos, porque no queremos que nos inquiete demasiado, porque no nos gusta sentir esa revolcadura interior – permítaseme la palabra - que tiene que producir siempre la palabra de Jesús. No seamos nunca como aquellos que estaban al acecho, sino como los sencillos y humildes que sentían la alegría de las palabras de Jesús. No es una página cualquiera la que estamos escuchando.

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