martes, 22 de septiembre de 2020

Tendremos momentos de duda y de oscuridad, tormentas y situaciones que nos parecen sin salida, pero sabemos dónde está la luz, vayamos en búsqueda de la Palabra de Dios


 

Tendremos momentos de duda y de oscuridad, tormentas y situaciones que nos parecen sin salida, pero sabemos dónde está la luz, vayamos en búsqueda de la Palabra de Dios

Proverbios 21, 1-6. 10-13; Sal 118; Lucas 8, 19-21

‘Vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él…’ así nos dice el evangelista. Tanto que la voz corre entre los que están más cercanos a Jesús que le dicen que ‘fuera están tu madre y tus hermanos’.

Ahora no vivimos tiempos de aglomeraciones por las circunstancias en las que estamos, pero todos habremos pasado por la circunstancia de que queremos acercarnos a alguien, queremos llegar a un punto determinado pero es tanta la gente que se nos vuelve inalcanzable. Quizá a codazos intentamos abrirnos paso. En concurrencias de mucha gente, en aglomeraciones por espectáculos, en una manifestación que convoca a mucha gente, en momentos de circunstancias especiales ya sean de fiesta ya sean también en situaciones difíciles, nos encontramos con esa dificultad.

Son muy diversas las situaciones de este tipo en un sentido físico en que podemos encontrarnos; pero también son otras búsquedas que podamos estar desarrollando en nuestro interior. Todos en la vida en un momento determinado se hacen eso que podríamos llamar preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida, que lleva incluido quizá una pregunta por el más allá y la trascendencia que le podemos dar a la vida, o incluso sobre el mismo sentido de Dios.

Pueden ser esos interrogantes que en lo más hondo de nosotros surgen en momentos difíciles donde nos preguntamos por el sentido de las cosas; por pensar en cosas concretas, la misma situación en que vivimos en estos momentos nos llenan de preguntas a las que no encontramos respuestas. Son momentos de dolor ante una desgracia en una catástrofe, ante un accidente inesperado, ante una muerte repentina, ante una enfermedad que se alarga parece que sin piedad para quien la sufre.

Nos encontramos como paralizados, hay como barreras que se nos atraviesan en la mente, que se nos atraviesan dentro de nosotros mismos, que nos impiden llegar a encontrar un rayito de luz que nos dé esperanza. Queremos llegar y parece que no podemos, muchas barreras, muchas amarguras quizás se interponen en nuestro camino. ¿Habrá quien nos eche una mano? ¿Habrá alguien que nos pueda alcanzar algo de luz? ¿Habrá quien nos abra un camino que nos haga encontrar un valor y un sentido? Hemos de tener la humildad de dejarnos ayudar, aunque nos tengamos que tragar nuestros orgullos.

Hemos arrancado esta reflexión desde ese momento en que María quería llegar hasta Jesús, y serán algunas personas con buena voluntad las que le quieran abrir camino y por eso le señalan a Jesús que allí están su madre y sus hermanos. Y hemos venido hablando de esos caminos de búsquedas tantas veces llenos de dificultades y de oscuridades.

Unos caminos que sí, es cierto, tenemos que hacer personalmente, porque es encontrar esa luz y ese sentido para mi vida; pero un camino que no podemos olvidar que estamos haciendo también junto a tantos que viven esos mismos interrogantes, que también están buscando la luz. Es cierto también que muchas veces los que nos rodean, o el sentido de vivir de tantos a nuestro lado no nos ayuda, pueden ser un estorbo, un obstáculo porque nos lleven a la confusión.

Pero también tenemos una seguridad y es que encontrándonos con Jesús vamos a encontrar esa luz, esa verdad para nuestra vida, ese sentido para nuestro vivir, ese camino que nos conduzca a la plenitud de nuestra existencia. Ya nos lo dice El en otro momento que es el Camino, y la Verdad, y la Vida, y nadie podrá llegar a esa plenitud sino por El.

¿No será eso lo que de alguna manera nos está señalando hoy Jesús con sus palabras en el Evangelio? Cuando le dicen que allí están su madre y sus hermanos nos dice el evangelista que señalando a los que estaban a su alrededor les dice: ‘Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen’. Escuchando la Palabra de Dios y llevándola a la vida encontramos ese camino, esa respuesta, esa luz que necesitamos. Y estas palabras de Jesús no son un desprecio a su madre ni mucho menos, porque María fue la primera que escuchó y plantó en su corazón la Palabra de Dios. María escuchó a Dios en la voz del ángel de Nazaret y plantó esa Palabra en su corazón. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra’, respondió al ángel.

Buscamos, nos interrogamos, nos planteamos cosas, deseamos la luz y el sentido de nuestra vida, vayamos a la Palabra de Dios, vayamos al encuentro con Jesús. Escuchando su Palabra en nuestro corazón se abrirán caminos en nuestro corazón para llegar a Dios, pero también para llegar a los demás con un sentido nuevo, y para llegar a lo más hondo de nosotros mismos para encontrar esa plenitud que tanto ansiamos. Podrá haber momentos de duda y de oscuridad, podrá haber tormentas en la vida y situaciones embarazosas de las que no sabemos como salir, pero sabemos donde está la luz, vayamos en su búsqueda en la Palabra de Dios.

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