miércoles, 23 de septiembre de 2020

Anunciamos la Buena Nueva del Reino de Dios y tenemos en verdad que ir sanando nuestro mundo, sanándonos también desde dentro nosotros mismos

 


Anunciamos la Buena Nueva del Reino de Dios y tenemos en verdad que ir sanando nuestro mundo, sanándonos también desde dentro nosotros mismos

Proverbios 30, 5-9; Sal 118; Lucas 9, 1-6

‘Se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes’. Es lo que les había mandado Jesús; había escogido a los doce apóstoles, les había confiado su propia autoridad y ‘luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos’. Era lo que ahora realizaban.

Alguna vez hemos escuchado a algún comentarista, fundado no sé en qué, que había sido como un ensayo; Jesús preparaba a sus discípulos y a sus apóstoles y ahora los había enviado como una prueba de si estaban o no preparados. Me atrevo a decir que de ensayo nada, era la misión que les confiaba. Ahora aún estaba con ellos, pero sería lo que para siempre habían de realizar, tendríamos que realizar porque se trata de nuestra misión, la que nosotros también recibimos.

Era el anuncio del Reino al que tendrían que acompañar las señales de ese Reino de Dios; y nos habla de que iban curando por todas partes. Es cierto que se emplea la expresión de curar enfermos, pero era algo más que la sanación física de unas enfermedades o limitaciones físicas o corporales.

Curar, sanar es quitar el sufrimiento, es restablecer la vida, es arrancarnos de todo aquello que ponga limitaciones a nuestra vida; claro que pensamos primero que en nada en los sufrimientos corporales, una parálisis o una ceguera, unas fiebres o una lepra, las limitaciones que podamos tener para comunicarnos porque ni oímos ni podemos hablar pero bien sabemos que es mucho más. Son muchas las limitaciones que nos impiden caminar al paso de los otros o que merman nuestra comunicación, son muchos los sufrimientos que llevamos dentro de nosotros cuando nos encerramos tanto en nosotros y en nuestro orgullo que ya no podemos estar en contacto con los demás.

El otro día le escuchaba decir a una persona cuando ocasionalmente se le mencionó a un vecino que había fallecido, que esa persona estaba muerta para ella desde hacía mucho tiempo, y como cuando se pone a hervir un líquido comenzó a salir del corazón de aquella persona resabios antiguos, resentimientos y hasta en cierto modo odios guardados en el corazón que no hacían tanto daño al que había muerto y no se le perdonaba, sino era el daño y el dolor de aquella persona guardado en el corazón y del que nunca se había curado.

Por eso cuando Jesús nos envía, como hoy lo escuchamos, a anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios y a curar la transformación profunda que se ha de realizar cuando se acepta el Reino de Dios es curarnos de todo ese sufrimiento que llevamos encerrado en el corazón y que tantas limitaciones y barreras vamos poniendo continuamente para que en verdad lleguemos a vivir en un mundo en que nos sintamos hermanos.

Tenemos que descubrir muy bien cuál es esa sanación, esa curación que Jesús quiere realizar en nosotros como signo de que hemos aceptado esa Buena Nueva del Reino de Dios; acudimos muy prontos al Señor pidiendo que nos cure de aquel dolor que tenemos en alguno de nuestros miembros o de aquella enfermedad que pueda poner en peligro nuestra vida o al menos pone muchas limitaciones en nosotros, pero nos olvidamos de pedir por ese dolor más hondo, de querer sanar de todas esas cosas que llevamos en el corazón y que nos impide de verdad ser hermanos.

Decir que vivimos en el Reino de Dios no es decir simplemente que hemos erradicado sufrimientos y enfermedades, o superado la pobreza en que pueden estar viviendo tantos. En eso se ha de manifestar también porque viviendo en el amor como hemos de vivir también serviremos de consuelo, ayudaremos en las necesidades o compartiremos lo que tenemos con los otros; pero vivir en el Reino de Dios es entrar en otra dinámica de la vida porque desterremos todos esos odios, toda esa falta de amor, todos esos orgullos y resentimientos que nos aíslan, nos dividen, nos separan a los unos de los otros.

Anunciamos la Buena Nueva del Reino de Dios y tenemos en verdad que ir sanando nuestro mundo, sanándonos también desde dentro nosotros mismos.

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