lunes, 28 de septiembre de 2020

No nos valen los sueños de grandeza que todos llevamos dentro, serán otros los valores a los que tenemos que darle importancia, aprendiendo a contar con lo pequeño

 


No nos valen los sueños de grandeza que todos llevamos dentro, serán otros los valores a los que tenemos que darle importancia, aprendiendo a contar con lo pequeño

Job 1, 6-22; Sal 16;  Lucas 9, 46-50

Los sueños son gratis se suele decir. Cuánto soñamos en la vida, y no se trata de los sueños que tengamos mientras estamos durmiendo, sino bien despiertos muchas veces en que volamos con nuestra imaginación, pero con nuestros deseos de las cosas más bellas y mejores para nuestro futuro.

Los sueños pueden ser castillos en el aire, que se esfuman cuando pasa la brisa del momento, pero con los sueños también podemos labrar nuestro futuro, porque de ellos pueden salir las aspiraciones más hermosas por las que nos pondremos a luchar y que animarán y motivarán nuestros esfuerzos y nuestros sacrificios por alcanzar unas metas. Yo diría que es bueno soñar, porque de alguna manera es aspirar a algo mejor y es ahí donde tendríamos que poner metas altas.

Pero ahí en lo más hondo de nuestra humanidad los sueños nos pueden hacer aspirar a grandezas que nos eleven sobre pedestales y nos hagan perder el pie de la realidad, es el camino de labrarnos aquellos castillos en el aire que alimentan nuestro ego, que nos pueden hacer sentir orgullosos para ponernos por encima de los demás en deseos que pueden aparecer en nosotros de cotas de poder y de grandeza que nos endiosan y que a la larga nos aíslan de la verdadera humanidad.

Los discípulos de Jesús también se ponían a soñar. En las confusiones existenciales que se provocaban en ellos como en el pueblo sencillo, pensaban si acaso Jesús fuera el Mesías y de alguna manera tenían el concepto de un Mesías liberador, pero liberador del poder de potencias extranjeras para devolver a Israel los sueños de grandeza que habían tenido en otros tiempos. Por eso en torno a la figura del futuro Mesías se montaba, por así decirlo, todo un operativo donde serían importantes los que en esa organización pudieran alcanzar mejores cotas de poder.

Por eso iban discutiendo por el camino sobre quien iba a ser más importante. Sus sueños les estaban llevando a aspiraciones de grandezas humanas. Y mira que Jesús lo había explicado, que entre ellos no podía ser como entre los poderosos de este mundo. Pero no terminaban de entender las palabras, los planteamientos de Jesús, lo que en verdad tendría que significar el Reino de Dios.

Ahora Jesús coge un niño y lo pone en medio de ellos. ‘El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Pues el más pequeño de vosotros es el más importante’. Un niño en aquella época era tenido en poca cosa. Mientras fuera menor de edad no tenia derecho alguno, ni se le dejaba hablar en las conversaciones de los mayores. No era tenido en cuenta. Y ahora Jesús habla de acoger a un niño, porque el que acoge a un niño le está acogiendo a El.

Hay que comenzar por valorar lo pequeño, lo que nos pueda parecer insignificante. Y el niño no será ya alguien insignificante, sino que tiene que ser acogido por los mayores que tenemos que aprender a hacernos niños y pequeños para llegar a ser importantes.

Es otro el estilo de Jesús. Aquí no nos valen esos sueños de grandeza que todos llevamos dentro, porque todo va a ser distinto. Serán otros los valores, serán otras las cosas a las que le tenemos que darle importancia, hemos de valorar lo pequeño, hemos de saber contar también con lo pequeño. Será el camino de la verdadera grandeza. Hemos de pasar por caminos de humildad que se hacen caminos de servicio.

No valen las envidias, ni el creer que somos los únicos que hacemos las cosas bien. Hemos de aprender a valorar todo lo bueno, venga de donde venga, hágalo quien lo haya hecho. Que podemos encontrar semillas del reino de Dios en los otros, también en los que nos parece que están en contra.

Nos conviene aprender a pensar en estas cosas y de esta manera en este mundo en que todos nos creemos que tenemos la exclusividad, de la verdad, del bien, de la justicia. Mira cómo nos descalificamos los unos a los otros porque no son de nuestra cuerda. Cuantas aplicaciones tiene esto en el día a día de nuestra vida, de nuestras políticas, de nuestra vida social, de todo lo bueno que hay que hacer para entre todos mejorar nuestro mundo, mejorar nuestra sociedad.

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