miércoles, 30 de septiembre de 2020

No es hora de mirar por el retrovisor para seguir pensando en nuestros apegos sino la hora de despojarnos de hermosos ropajes y bajarnos de nuestros pedestales

 


No es hora de mirar por el retrovisor para seguir pensando en nuestros apegos sino la hora de despojarnos de hermosos ropajes y bajarnos de nuestros pedestales

Job 9,1-12.14-16; Sal 87; Lucas 9,57-62

A alguien le escuché decir que este evangelio no es para mirar por el retrovisor sino para mirar siempre hacia delante. Si el que va conduciendo un vehículo se entretiene en mirar por el retrovisor lo que va quedando atrás, no podrá observar el camino que se le presenta por delante ni apreciar todo lo bello que va apareciendo tras cada curva o a cada momento. Observamos cualquier peligro que nos pueda salir por un lado o por otro y estamos atentos, es cierto, a cualquier cosa que pudiera dañarnos o distraernos de nuestro camino, venga por donde venga.

Pero  hay que mirar hacia delante. Cosas hermosas se abren ante nosotros hacia donde nos dirigimos y de lo que tenemos que saber disfrutar, aunque también en ese camino que se nos presenta habrá muchas cosas que sortear y superar porque no siempre es fácil ni todo lo llano que nosotros quisiéramos. Pero es el camino que nos lleva a una meta.

A Jesús en este pasaje lo contemplamos también de camino y no quiere detenerse. A su paso salen algunos que se ofrecen para seguirle y otros a los que invita a ir con El. Pero no les oculta algunas condiciones necesarias e importantes. No se trata ya solo lo que hay que dejar, sino el ponernos en camino para ir hacia delante, aquello por lo que nos sentimos cautivados y entonces todo lo que estamos dispuestos a dar.

Es como el enamorado que se va tras la amada, que está dispuesto a todo por ella porque el amor ha prendido su corazón y se ha encendido una llama que ya no puede ahogar y entonces será más lo que a cada momento está dispuesto a dar por la persona que ama. No mira para atrás lo que va dejando, lo que va quedando a un lado, porque ahora la flecha de su amor corre tras la persona a la que ama, y porque ama está dispuesto a dar y entregar todo lo que sea necesario. Triste aquellos que dicen que aman pero se están haciendo reservas y comparaciones porque su amor no es estable ni será así duradero.

Seguir a Jesús es cuestión de amor. Nos sentimos cautivados por su amor y querer amar con un amor igual. Porque queremos hacer de su vida nuestra vida. Y aquel que se siente cautivado por el amor lo hace con gusto, no anda mirando intereses particulares cuando se dispone a seguirle, ni anda añorando cosas pasadas porque desapega el corazón de una manera radical de todo lo que pudiera distraerle en ese camino que ahora quiere seguir.

Nos parecen exigentes las palabras de Jesús pero es la radicalidad del amor con el que hemos de seguirle. Por eso nos dice que nos busquemos comodidades ni privilegios, no andemos buscando la ocasión de medrar buscando el alcanzar puestos o lugares importantes. Cuánto le costaba a Jesús explicarle eso a los discípulos que siempre andaban discutiendo por primeros puestos o lugares de privilegio; quien será el primero y principal, quien estará a su derecha o a su izquierda son las cosas que van aflorando tantas veces. Por eso ahora a quien quiere seguirle le dice que el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza; mejor andan los pájaros del cielo con sus nidos, o las zorras con sus madrigueras.

A quien está mirando siempre por el retrovisor, en aquella imagen que nos poníamos al principio, porque quieren despedirse de sus familias, porque quieren enterrar a sus muertos, les dice que quien pone la mano en al arado y mira atrás no es digno de El, y que los muertos entierren a sus muertos. El camino de Jesús es un camino de vida, de resurrección, de renacer a algo nuevo, de una nueva forma de vivir, del nuevo sentido del amor.

Cuánto tendríamos que meditar en estas palabras los cristianos que nos decimos seguidores de Jesús pero que nos vamos continuamente arrastrando porque no hay toda la alegría que tendría que haber en nuestra vida cristiana; cuánto tendría que meditarse en todos los sectores de la Iglesia, donde todavía sigue habiendo pedestales en que subirnos o hermosos ropajes en los que vestirnos. Cuánto tendríamos que cambiar para ser en verdad unos seguidores de Jesús. Con la fuerza de su Espíritu lo podremos realizar. Sigamos dando pasos mirando siempre adelante, poniendo por encima de todo el amor.

 

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