domingo, 9 de agosto de 2020

Una barca que va atravesando el lago, una travesía que se hace costosa y con el viento en contra pero en el susurro silencioso de la suave brisa se hace presente el Señor

 

Una barca que va atravesando el lago, una travesía que se hace costosa y con el viento en contra pero en el susurro silencioso de la suave brisa se hace presente el Señor

1Reyes 19, 9a. 11-13ª; Sal 84; Romanos 9, 1-5; Mateo 14, 22-33

Una barca que va atravesando el lago, una travesía que se hace costosa y con el viento en contra parece que los brazos son pocos para hacerla avanzar, una sensación de soledad en el silencio de la noche porque aquel que más deseaban que estuviera con ellos los había apremiado a embarcarse pero él se había quedado en tierra, imágenes que aparecen ante sus ojos que les parecen frutos de su imaginación pero que no terminan de comprender todo su sentido. Una descripción de la situación anímica en que muchas veces nos encontramos en la travesía de la vida. Nos sentimos solos y sin fuerzas, parece que nunca vamos a alcanzar la meta hacia la que queremos avanzar.

Este episodio del evangelio que nos presenta la liturgia en este domingo lo podemos transportar y traducir a muchas situaciones en las que nos encontramos en la vida. No siempre los caminos son fáciles, no siempre logramos lo que ansiamos a la primera sino que muchas veces parece que todo se nos viene en contra. Lo pensamos a nivel individual de nuestras luchas particulares pero lo pensamos en el camino de nuestra sociedad y en el camino de la Iglesia.

Puede reflejar muy bien el momento presente de nuestra sociedad con sus crisis y con sus pandemias; porque ahora nos vemos muy afectados por esta crisis sanitaria que vive toda la humanidad y que luego se deriva en muchísimos otros problemas sociales que están desequilibrando la vida y el sentido y valor que le hemos dado a las cosas hasta el momento presente. Pero no es la única crisis del mundo de hoy tan envuelto en corrupción, con tantos intereses encontrados, con tantos enfrentamientos sociales de todo tipo, con la falta de paz en nuestro mundo tan lleno de violencias que no son solamente las guerras entre pueblos y naciones, sino en esa acritud con que vivimos la vida y con esa violencia que aparece a cualquier momento o a cualquier tensión.

El viento en contra. Son muchas las personas de buena voluntad que quieren un mundo mejor y por ello y para ello intentan trabajar pero aparecen tantas cosas que destruyen ese trabajo, rompen esas ilusiones, nos hacen perder la fuerza y el empuje que tanto necesitamos para ir levantando poco a poco ese mundo mejor. Pero son muchos los vientos en contra.

Y decíamos antes también es el camino de la Iglesia. Los que creemos en Jesús hemos sido enviados al mundo con una Buena Nueva de salvación y así la Iglesia va atravesando esas aguas procelosas de nuestro mundo que tantas veces incluso se le vuelve adverso. Hubo quizá momentos de cristiandad en que todo parecía triunfalismo y nos creíamos que ya el mundo estaba convertido al evangelio, pero nos vamos dando cuenta de cuántos vacíos hay en nuestra sociedad, de cuánta falta la fe y cómo en tan poco valor se tienen los valores del Evangelio.

El mundo que nos creíamos tan religioso no lo es tanto porque un nuevo paganismo aflora por todas partes y algunos quieren incluso resucitar viejas tradiciones paganas porque nos dicen que no teníamos derecho a transformar nuestro mundo según los valores del evangelio. Son muchos los vientos en contra con los que nos encontramos y sentimos también en ocasiones, por nuestra falta de fe, una sensación de soledad y casi como si estuviéramos abandonados a nuestra suerte.

Y nos pueden aparecer fantasmas que nos confundan. O quizá nosotros mismos nos creamos expectativas de cosas extraordinarias, milagros espectaculares en los que queremos encontrar a Dios y encontrar el camino de salvación que El nos ofrece. Pero hoy nos está pidiendo que sencillamente nos mantengamos firmes en nuestra fe, sin desconfianzas ni miedos, sin buscar cosas espectaculares, sino sabiendo sentir en silencio esa mano de Dios que está con nosotros, nos levanta, y nos hace sentir su presencia con nosotros en la barca. Pedro quizá quiso hacer cosas espectaculares y él caminar también sobre las aguas, pero cuando se levantó un poco de viento y se movieron un poco las olas dudó y casi se hundía.

Pero allí estaba el Señor, aquí está el Señor tenemos que decir con toda confianza. Y hacer silencio en nuestra oracion para escuchar el susurro de su presencia y el susurro de amor de sus palabras. Elías allá en el monte de Dios no lo encontró ni en la tormenta ni en el viento impetuoso, lo sintió y experimentó en el silencio de la suave brisa. Tenemos que aprender a saborear esa suave brisa de la presencia del Señor en nuestra vida, en medio de nuestras tormentas, nuestras luchas, nuestras dudas, nuestros miedos e incertidumbres, en medio de ese mundo revuelto en el que vivimos y que nos parece que no sabemos como vamos a salir adelante. Cada uno pensemos también en nuestras propias tormentas personales. A través de todo eso y en el silencio de nuestro corazón nos habla el Señor, se hace presente el Señor.

Pero ahí está el Señor, que viene a nosotros cuando está el viento en contra, que viene a nosotros en la suave brisa, que viene a nosotros en el silencio de la montaña, que viene a nosotros cuando nos parece que nos sentimos en soledad pero El nos hace sentir a su manera las llamadas del amor.

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