domingo, 16 de agosto de 2020

Tratemos de escuchar la buena noticia que Jesús tiene para nosotros hoy cuando escuchamos su evangelio

Tratemos de escuchar la buena noticia que Jesús tiene para nosotros hoy cuando escuchamos su evangelio

 Isaías 56, 1. 6-7; Sal 66; Romanos 11, 13-15. 29-32; Mateo 15, 21-28

El evangelio siempre tiene que ser evangelio, siempre tiene que ser buena noticia para aquellos a los que se proclama; cuando deje de ser buena noticia dejará de ser evangelio, habrá perdido todo su sentido y todo su valor. Puede parecer un juego de palabras pero es algo más que eso, aunque estemos jugando con las palabras, porque la palabra evangelio eso es lo que significa. Tiene que proclamarse siempre con ese sentido; si lo proclamamos o escuchamos como algo ya sabido, ya no es noticia. Noticia es algo que es nuevo, que sucede ahora y nos impacta y nos llama la atención, por eso decía un periodista que no nada más viejo que un periódico de ayer, porque ya no nos está trasmitiendo noticias de hoy que es su sentido.

Cuidado que vayamos tanto a proclamarlo a quienes les corresponda, como a escucharlo como una noticia ya sabida, ya repetida porque perdería todo su sentido, la novedad de gracia y de salvación que en el hoy de nuestra vida tiene que significar para nosotros. Mala actitud es la de quien cuando comienza a escuchar un evangelio ya se está diciendo para si mismo, ah, sí, eso ya lo sabia, es aquel episodio tan conocido. Lo estaríamos echando todo a perder. De ahí la necesidad de una capacidad de asombro que tiene que haber en nosotros para dejarse sorprender por lo que aquí y ahora a través de ese hecho, es cierto que ya lo conocemos, algo nuevo nos quiere decir el Señor.

Confieso que me estoy haciendo esta reflexión primero que nada para mi mismo; no hace pocos días hemos escuchado este mismo episodio, y reconozco que cuando hoy me he puesto de nuevo delante de esta pagina del evangelio he pensado ¿qué es lo que voy a decir, que es lo que me puede decir de nuevo este texto que ya lo reflexionamos hace poquitos días? Y me he detenido a pensar ¿qué tiene de nuevo que decirme el Señor hoy y con este mismo texto de la mujer cananea?

Me interpela la fe de aquella mujer. No era judía, era cananea y su fe la tendría puesta en sus dioses cananeos, aquellos baales quizás que a lo largo de la historia habían sido un peligro y una tentación para el pueblo judío; recordemos los tiempos del profeta Eliseo. Sin embargo cuando se entera de la llegada de Jesús  viene suplicando, utilizando incluso expresiones propiamente judías, misericordia y compasión, no para ella, sino para su hija poseída por un espíritu muy malo. Lo que podría entrar incluso en el terreno de los desaires, cuando Jesús no quiere escucharla, cuando dice que solo ha venido para las ovejas descarriadas de Israel, avivan con más fuerza su fe y no ceja en su suplica y petición con perseverancia yendo tras Jesús hasta la casa en que se aloja donde se establece el diálogo que nos presenta el evangelio. Serán incluso los discípulos los que se la quieren quitar de encima intercediendo por ella ante Jesús. ‘Grande es tu fe’ reconocerá Jesús finalmente y la hija de aquella mujer se vería libre de todo mal.

¿Dónde está mi fe? ¿Dónde está la perseverancia de mi fe y de mis súplicas? Cuantas veces decimos que Dios no nos escucha; cuantas veces nuestras súplicas son frías y rutinarias porque rezamos simplemente porque sabemos que tenemos que rezar, pero no está esa oración viva, esa oración que nos hace caminar detrás del Señor con insistencia esperando encontrar esa palabra de vida que nos transforme, que nos llene de salvación. Porque tenemos que preguntarnos si es que rezamos y de verdad buscamos al Señor, buscamos esa palabra nueva que el Señor quiere decirnos y para eso es necesario que abramos con sinceridad nuestro corazón. Quizá lo único que hacemos es repetir nuestros rezos, repetir unas palabras aprendidas de memoria pero nos falta ese encuentro vivo con el Señor.

Tras aquella prueba que significó todo aquel recorrido, incluso físico, que hizo aquella mujer en su súplica, aquella mujer salio fortalecida en su fe. No fue solamente el que su hija fuera liberada del espíritu maligno, sino cuanta purificación interior tuvo que producirse en el corazón de aquella mujer. Fue ella la primera liberada por Jesús porque como se suele decir se tuvo que comer sus orgullos y su amor propio para ponerse humilde a los pies de Jesús. Aquella mujer sí podía decir luego que había encontrado una palabra de vida, una palabra de salvación para su vida.

Nos interpela, pues, la fe de aquella mujer, la búsqueda de Dios que le hizo caminar humilde tras Jesús; nos interpela la oración de aquella mujer que nos hace mirar nuestra oración, nuestra manera de rezar y suplicar o las mismas cosas que pedimos de forma interesada tantas veces en nuestra oración. Es la buena noticia que hoy escuchamos, es el evangelio que vamos a llevar en nuestro corazón cuando salgamos hoy de esta celebración. Aprendamos a caminar tras Jesús suplicando pero escuchándole, abriéndonos a su Palabra, esa palabra nueva que tiene para nosotros hoy, pero dejándonos transformar en tantas cosas que tenemos que hacer nuevas en nuestra vida.


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