lunes, 17 de agosto de 2020

No es cosa solamente de lo que tengo que hacer para alcanzar la vida eterna sino si en verdad mi vivir es el vivir de Cristo

 

No es cosa solamente de lo que tengo que hacer para alcanzar la vida eterna sino si en verdad mi vivir es el vivir de Cristo

Ezequiel 24, 15-24; Sal.: Dt 32, 18-19. 20. 21; Mateo 19, 16-22

‘¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?’ ¿Qué tengo que hacer para…? Fue la pregunta de aquel joven que con buenos deseos y buena voluntad se acercó a Jesús. Pero ¿no será también la pregunta que nos hacemos muchas veces en la vida? Qué tengo que hacer para… y pensamos en lo que vamos a conseguir, pensamos en el rendimiento efectivo que podemos tener de nuestras acciones y aquí pueden entrar muchas cosas de orden material e incluso del orden económico, de nuestras ganancias, pensamos en que me sirve lo que ahora hacemos para un mañana, pensamos en lo que estudiamos para qué me sirve, pensamos en qué voy a ganar o qué voy a tener de más en aquel lugar que visitamos.

Parece que se trata siempre de hacer cosas, pero de hacer cosas para… y buscamos rendimientos y efectividades. Pero ¿no tendríamos que más en pensar qué cosas hacemos, qué podemos añadir por aquí o por allá, en lo que vivimos? Porque hacemos cosas, quizá porque son una exigencia, porque es un mandato, porque es un requisito, pero son como pegotes que añadimos por acá o por allá, pero nuestro vivir es otro, aunque sea difícil esa dualidad de vivir con un sentido pero luego hacer cosas porque son unas exigencias. Creo que en este sentido tendríamos mucho que reflexionar sobre lo que hacemos y lo que vivimos, sobre el sentido que le damos a la vida, o si es que simplemente nos vamos dejando arrastrar por lo que salga en cada momento.

Aquel joven del que nos habla el evangelio hoy hacía muchas cosas, cumplía, ahora buscaba que más tendría que hacer, pero no estaba del todo satisfecho de su vida. ¿En verdad habría encontrado un sentido para su vida? Se quedaba solo en ir recolectando merecimientos por las cosas que hacia a ver si al final todo sumaba algo para la vida eterna. Pero parece que la suma no le salía.

Aunque parezca que lo que ahora le propone Jesús es simplemente añadir unas cosas de más a su vida, realmente lo que Jesús le está ofreciendo es otro sentido de vivir. No se puede vivir solo para si mismo, otro horizonte hay que darle a la existencia y eso me tiene que hacer pensar en los que están a mi lado, al resto del mundo con el que convivo.

Pero eso Jesús le hablará de un desprendimiento total, un vaciarse de cosas, un vaciarse incluso del orgullo de sí mismo él que se creía tan cumplidor. Era mucho más que hacer algo vendiendo todas sus cosas, porque en lo que Jesús le estaba proponiendo le iba la vida. Y ese sentido de vivir ahora sí que no le satisfacía, porque seguía pensando en sí mismo, en hacer algunas cositas como méritos para sumar, pero no era capaz de darle la vuelta a la vida para un nuevo sentido de vivir.

Y eso sí que cuesta. Por eso nosotros seguimos igual. Cumpliendo. Añadiendo méritos. Pero nuestro sentido de vivir ¿habrá cambiado? ¡Cuántas veces habremos escuchado o habremos dicho nosotros mismos ‘yo ya hoy cumplí’! Y ya nos quedamos tranquilos porque cumplimos y el resto de cosas que sigan igual. Salimos de misa el domingo y decimos ya hoy cumplimos, pero ¿aquella eucaristía no me ha movido a un nuevo vivir? ¿En aquella eucaristía no he sentido esa buena nueva de Jesús que me anunciaba algo nuevo, que me pedía una nueva forma de vivir? Claro, no escuchamos porque solo habíamos ido a cumplir, a hacer cosas para quedarnos tranquilos.

¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna? ¿Cómo ha de ser mi vida para que tenga trascendencia de vida eterna? ¿Mi vivir es en verdad el vivir de Cristo?

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