miércoles, 17 de junio de 2020

Quitemos esos rostros de angustia, reflejemos en todo momento la paz de nuestro espíritu, expresemos sin recato la alegría de sentirnos amados del Señor


Quitemos esos rostros de angustia, reflejemos en todo momento la paz de nuestro espíritu, expresemos sin recato la alegría de sentirnos amados del Señor

2Reyes 2, 1. 6-14; Sal 30; Mateo 6, 1-6. 16-18
Quieras que a todos nos halaga un reconocimiento. Todavía hay quien se acerca a una institución o a algún organismo que pueda tener cierta relevancia y quiere dejar ‘un regalo’, un donativo y aunque te dice que no quiere que se sepa, al mismo tiempo nos está rogando que pongamos allí su nombre. Es el cartelito o la plaquita con que se acompaña cualquier obra que se haya realizado, pero que quede allí el nombre de la institución que lo patrocinó o en tiempos de quien se realizó tal obra o tal actuación. Estratégicamente nuestras avenidas o nuestras plazas están llenas de bustos o de placas con la leyenda de quien realizó tal obra, quien la promocionó o la patrocinó para que su nombre quede ‘en la memoria de los pueblos’. Y ya sabemos bien qué pronto los pueblos y generaciones tienen poca memoria y a pesar de todo pronto cae en el olvido de manera que ya ni sabemos quien fue aquel personaje del busto o de quien se hace referencia.
Son nuestros orgullos humanos que tan fácilmente nos aparecen aunque tratemos muchas veces de disimular. Sin embargo hasta en la sabiduría popular de nuestros refranes hay sentencias como aquello de ‘haz el bien pero no mires a quien’, por ejemplo. Es la sencillez y humildad con que hemos de saber ir por la vida no buscando reconocimientos que siempre son efímeros como humo que se lleva el viento sino que calladamente hemos de saber hacer el bien en toda ocasión que tengamos oportunidad o también en todas aquellas ocasiones en que la inventiva del amor nos hará ir siempre con los ojos bien abiertos y dispuestos a derrochar nuestra generosidad.
Es lo que nos está pidiendo hoy Jesús en el evangelio. Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial’, nos dice Jesús. Y nos habla de la limosna, de la oración y del ayuno.
Denuncia Jesús la vanidad y la vanagloria de la que se rodeaban los fariseos y los principales en el pueblo de Israel. Como dirá Jesús van tocando la trompeta para llamar la atención cuando van a dar una limosna, ponen cara de circunstancias cuando hacen un sacrificio como el ayuno, o rezan con altivez delante de todo el mundo presentándose como los mejores y los más piadosos.
Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, nos dirá Jesús. Busca el silencio y la interioridad de tu corazón para poder vivir ese encuentro vivo con Dios y poder escucharle. Que sea la alegría, la serenidad y la paz las que se reflejen en tu rostro cuando tengas que sufrir en tu interior ya fuera por los sacrificios y renuncias que tengas que hacer en la vida, o ya sea cuando el dolor y el sufrimiento te hagan llorar en tu interior.
Solo así podrás llenarte de Dios, podrás escucharle en tu corazón; solo así estarás demostrando la confianza plena que tienes en tu Dios porque bien sabes que El no te abandona nunca. Solo así podrás gozarte en el amor de Dios, pero gozarte con paz interior en ese amor que también quieres expresar y reflejar en los demás.
No terminamos los cristianos de aprender este mensaje de Jesús. Nos hemos creado una religión de muchas tristezas y de muchas lágrimas, parece en muchas ocasiones que vivir como cristianos es como vivir en un tormento que nos oprime y nos comprime, porque parece que con amargura estamos arrancando de nuestra alma lo más hermoso que nos da el Señor. Quitemos esos rostros de angustias, reflejemos en todo momento la paz de nuestro espíritu, expresemos sin recato la alegría de sentirnos amados del Señor.

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