martes, 5 de mayo de 2020

Corramos el riesgo de escuchar la voz del Buen Pastor que nos llama y nos guía por senderos que nos conducen a la plenitud


Corramos el riesgo de escuchar la voz del Buen Pastor que nos llama y nos guía por senderos que nos conducen a la plenitud

Hechos 11, 19-26; Sal 86; Juan 10, 22-30
‘Vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías…’ así reacciona Jesús ante la incredulidad de los judíos. Escuchaban sus palabras, veían sus obras, podían seguir con todo detalle lo que era su vida, porque hablaba y actuaba públicamente. Cuando le juzgan ante el sanedrín esa es la respuesta que da Jesús; El ha actuado públicamente, todo el mundo conoce sus palabras, sus obras, su vida. Pregunten a toda esa gente. Pero no creen.
Nos topamos en la vida con personajes, con personas, que a nosotros que nos parece tan natural creer, nos extraña que no tengan fe. Son personas buenas, personas que obran con rectitud de conciencia, que tienen unos principios y unos valores, que brillan delante de los demás por su moderación y su sensatez, pero que no hay quien lo haga entrar en el ámbito de la fe. Personas incluso nos encontramos que tienen grandes conocimientos por su cultura y su formación, que incluso saben mucho de la Iglesia e incluso de la Biblia. Pero se quedan en un humanismo sin trascendencia, se quedan en una vida de la que han excluido toda manifestación religiosa, hacen sus explicaciones de la religión, de la historia de los evangelios o de Jesús pero les falta darle el toque sobrenatural a la obra y a la vida de Jesús, se quedan quizás en un Jesús histórico, pero solo como un persona importante para la historia. No entran en el ámbito de la fe.
Efectivamente, no entran en el ámbito de la fe. Eso ya les sobrepasa; pueden entender incluso un algo espiritual de la persona pero llegar a través de ello al encuentro con Dios será algo que les cuesta, algo que es imposible para ellos. Porque claro, no son solo unos conocimientos que tengamos, es una trascendencia que le damos a la vida mucho más de la trascendencia humana y terrena que podamos tener en nuestra apertura al otro. Es una apertura distinta, con una dimensión sobrenatural, es la apertura a la divinidad, al Dios creador y sustentador del universo, y al Dios que es un Dios vivo al que podemos sentir en lo hondo del corazón pero también en el actuar de la vida, en el sucederse de la cosas, en los mismos acontecimientos que nos rodean y a veces nos zarandean.
Es el misterio de la vida, es el misterio de la fe, es el misterio de Dios, ante el que tenemos que abrirnos, ante el cual tenemos que dejarnos sorprender porque las respuestas no serán nunca esas consideraciones humanas que nos podamos hacer. Para ello es necesario una cierta humildad y docilidad, una apertura del corazón y una confianza ante el misterio de Dios que se nos revela.
Quizá podamos tener miedo a esa voz que podemos sentir allá en lo más hondo de nosotros mismos; quizá nos resulte más cómodo no implicarnos ni complicarnos; quizás sea más fácil seguir con nuestras rutinas de siempre que abrirnos a algo nuevo que nos puede elevar de ese arrastrarnos de cada día; quizás nos damos cuenta de que esa apertura a lo nuevo va a obligarnos a un cambio y a una transformación de la vida.
Aprendamos a confiar y arranquemos de nosotros esos miedos; lancémonos a ese abismo que sabemos seguro que no es un vacío sino un cambio a una plenitud de la vida. Escuchemos sin temor esa voz, esa llamada, ese silbo amoroso del pastor bueno que nos va a dar los mejores pastos, el mejor sentido a la vida, la mayor plenitud que nosotros por nosotros mismos jamás hubiéramos podido soñar. Lo podemos ver como un riesgo, pero un riesgo que merece la pena afrontar porque nos llevará a una plenitud de vida. Seamos las ovejas de ese Buen Pastor y pongamos toda nuestra fe en El.

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