lunes, 13 de abril de 2020

Nada puede ni debe empañar el resplandor de Cristo resucitado que nos sale al encuentro y nos pone en camino para que llevemos esperanza al mundo lleno de sombras que nos rodea


Nada puede ni debe empañar el resplandor de Cristo resucitado que nos sale al encuentro y nos pone en camino para que llevemos esperanza al mundo lleno de sombras que nos rodea

Hechos, 2, 14.22-32; Sal. 15; Mateo, 28, 8-15
La noticia de la pascua es algo que no nos podemos quedar con ella; la noticia de que Jesús ha resucitado no la podemos callar, es algo que tenemos que comunicar.
Las mujeres que fueron al sepulcro temprano con la idea de embalsamar el cuerpo muerto de Jesús, al encontrarse la piedra de la entrada corrida, que allí no estaba el cuerpo de Jesús y escuchar el anuncio de los Ángeles corrieron, impresionadas y llenas de alegría nos dice el evangelista para ir a anunciarlo a los discípulos. Había sido algo grande que les había impresionado. Pero más grande fue su alegría cuando Jesús mismo les sale al encuentro. ‘Alegraos… no temáis, no tengáis miedo…’ fueron las palabras de Jesús. Les bastaba. Allí estaba El. Se postraron y le abrazaron los pies, nos detalla el evangelista. Pero la misión continuaba en el anuncio que habían de hacer a los discípulos.
Indirectamente nos encontramos otro testimonio en el mismo evangelio, aunque la intención era de ocultar lo que había sucedido. Los guardianes que habían puesto los sumos sacerdotes para que no robaran el cuerpo de Jesús son también testigos. Al ver lo sucedido es lo que van a contar a quienes allí los habían puesto. Ahora tratan de hacerlos callar, los sobornan con una cantidad de dinero, pero el mismo hecho ya los convierte en testigos.
Ambos testimonios nos ayudan a nosotros que también hemos de ser testigos y que estamos viviendo con intensidad esta semana de pascua prolongando la alegría vivida en el día de la resurrección del Señor. Este año, como todos sabemos, con especiales circunstancias pero que no tienen que mermar ni la vivencia de nuestra fe ni el entusiasmo del testimonio que tenemos que dar. Pudiera parecernos que estas circunstancias nos afectan y que la alegría de la pascua se vería notablemente mermada. Es aquí donde tenemos que manifestar la firmeza y la madurez de nuestra fe. Nada nos puede hacer callar.
Y es que precisamente esa luz que brota del sepulcro vacío porque allí queda el resplandor de Cristo resucitado es lo que tenemos que llevar a nuestros sepulcros, a los sepulcros de nuestras tristezas y preocupaciones, del sufrimiento de tantos que padecen en si mismos estos malos momentos de nuestra historia, ya porque estén afectados por la enfermedad, ya sea por la incertidumbre que viven en el riesgo de poder contraerla, ya sea por el dolor de los seres queridos fallecidos con todas las circunstancias tristes que acompañan este hecho.
Cristo resucitado es nuestra señal de victoria; Cristo resucitado llena de consuelo y fortaleza nuestros corazones; Cristo resucitado nos da la esperanza de que las sombras pasarán y de nuevo brillará la luz; Cristo resucitado nos sale al encuentro para que encontremos el verdadero sentido de cuanto nos pasa; Cristo resucitado también nos está enviando a quienes tenemos puesta nuestra fe en El para que vayamos a hacer ese anuncio de vida y esperanza a los que sufren a nuestro lado. Nada puede ni debe empañar el resplandor de esa luz. Una luz que tenemos que mantener encendida y bien en alto para que se disipen tantas sombras como envuelven nuestro mundo. No perdamos la alegría ni el entusiasmo de nuestra fe. No podrán callarnos como quisieron hacerlo con los soldados de la guardia del sepulcro.

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