domingo, 12 de abril de 2020

Es la Pascua, es el paso salvador del Señor resucitado que nos sale al encuentro para iluminar nuestras sombras, para llenar de vida nuestro mundo ¡Aleluya!



Es la Pascua, es el paso salvador del Señor resucitado que nos sale al encuentro para iluminar nuestras sombras, para llenar de vida nuestro mundo ¡Aleluya!

Mateo 28, 1-10; Juan 20, 1-9
Es la noche y es el día de los contrastes luminosos donde todo se transforma porque nace una vida nueva. Las tinieblas de la noche se transforman en un resplandor de luz; las caminaban llorosas con cara y sentimientos de duelo, su dolor se transforma en alegría; quienes temerosas caminaban hacia el sepulcro sintiéndose impotentes para correr la piedra de la entrada se la encuentran corrida, y al crucificado que buscaban muerto y sepultado ya no lo encuentran porque ha resucitado y está vivo.
Aquel día que aún para algunos se mantenía entre la zozobra y la duda, los miedos que los encerraban o la desesperanza que les hacía poco menos que huir en desbandada para volverse a sus lugares de origen todo se transforma, en medio está Jesús sin que nadie le abriera las puertas, o camina con los apesadumbrados en el camino de Emaús para levantar sus espíritu y hacer que ardiera de nuevo su corazón. Es la Pascua, es el paso salvador del Señor resucitado que nos sale al encuentro.
Es lo que vivimos y celebramos en este día los cristianos de todos los tiempos. Es lo que hoy nos levanta y nos hace despertar para una vida nueva, para un hombre nuevo, para hacer un mundo nuevo. El Señor ha resucitado y se acabaron todos nuestros temores y miedos; el Señor ha resucitado y nuestro corazón se llena de alegría y renace viva la esperanza de ese mundo nuevo que entre todos hemos de construir.
Aunque este año la celebración del misterio pascual ha tenido unas connotaciones especiales, que pareciera que le quitaba su brillo y esplendor sin embargo podemos seguir gritando a todos los vientos con el mismo entusiasmo y con la misma alegría los Aleluyas de la resurrección.
La situación anímica de nuestro mundo, de nuestra sociedad en estos momentos se ve reflejada en esos contrastes a los que hemos hecho alusión. Muchas sombras siguen envolviéndonos que hay el peligro que nos encierren no ya en nuestras casas solo por evitar un virus sino en la tristeza, la angustia, la desesperanza ante lo que está sucediendo y los temores al porvenir que nos espera porque no sabemos cómo vamos a encontrar una salida. Las esperas se nos hacen interminables y angustiosas, como aquellas angustias y miedos que vivían los apóstoles encerrados en el cenáculo o las dudas de aquellas mujeres que aún con valentía en su duelo caminaban hacia el sepulcro sin saber muy bien como resolver los problemas que se les presentarían, o la desolación de los caminantes a quienes se les cegaban sus ojos para no reconocer a quien caminaba con ellos.
Para aquellos discípulos, para aquellas mujeres, para aquellos apóstoles encerrados en el cenáculo todo cambió de repente cuando sintieron la presencia de Cristo resucitado que les salía al encuentro, que caminaba haciendo su mismo camino o estaba allí en medio de ellos con toda su sorpresa y alegría. Pues Cristo resucitado también nos sale al encuentro en esta situación que vivimos hoy en nuestro mundo y quiere ser para nosotros esa luz que tanto necesitamos, esa fuerza de esperanza que nos hace levantarnos para seguir caminando con renovada ilusión, esa vida que nos hace sentirnos hombres nuevos capaces también de hacer un mundo nuevo.
Tendremos que seguir caminando y luchando y aun quizá nos quedan lágrimas que derramar, pero sabemos que en ese camino no estamos solos, que El abre nuestros corazones y nuestras inteligencias para que entendamos bien el sentido de todo lo sucedido pero también el sentido del camino nuevo que tenemos que comenzar a realizar. El es nuestra fuerza y nuestro alimento. El nos da la fuerza de su espíritu para que no desfallezcamos ni en los momentos de zozobra que nos pueden quedar por vivir ni en toda esa lucha que tenemos que realizar donde tendremos que ser también fuerza y apoyo para muchos hermanos nuestros que pudieran flaquear en el camino.
Hoy, a pesar de las oscuridades que sabemos que siguen estando fuera porque nos sentimos llenos de luz nosotros queremos cantar con alegría el aleluya de la resurrección, que sea como nuestro grito de guerra, de entusiasmo, de vida que arrastre también a los que están a nuestro lado. Tenemos, es cierto, la sombra de que no lo podemos hacer en medio de una celebración unidos a los demás hermanos por las circunstancias que vivimos, pero eso no nos quita la certeza y la alegría de que Cristo ha resucitado y con nosotros está y a nosotros nos está infundiendo esa vida nueva. No se merme la alegría y el entusiasmo de nuestra fe que queremos compartir con el mundo que nos rodea.
Cristo verdaderamente ha resucitado. ¡¡Aleluya!! Y nosotros resucitaremos con El. Es la Pascua, es el paso salvador del Señor resucitado que nos sale al encuentro.


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