viernes, 13 de marzo de 2020

Cuidemos la vida y el mundo para embellecerlo en frutos de valores que nos engrandecen y evitando la destrucción a que en ocasiones le sometemos con nuestra maldad


Cuidemos la vida y el mundo para embellecerlo en frutos de valores que nos engrandecen y evitando la destrucción a que en ocasiones le sometemos con nuestra maldad

Génesis 37, 3-4. 12-13a. 17b-28; Sal 104; Mateo 21, 33-43, 45-46
Cada día en mi paseo con mi perrito paso entre los viñedos de mi pueblo asentados en las cercanías de mi casa. A lo largo del año voy viendo todo el proceso que lleva su cultivo, preparando las tierras y liberándolas de toda maleza que pueda dañar el cultivo y desarrollo de la vida, pero contemplando también en su tiempo las podas que liberan de ramajes inútiles e innecesarios, pero también cómo en la medida que van surgiendo y creciendo los distintos brotes se sulfatan para liberarlos de dañinas plagas hasta ver brotar sus frutos en hermosos racimos cortados a su tiempo para llevar al lagar. En ocasiones son los propietarios quienes realizan su labor o en otras son personas que las han arrendado para cultivarlas, pero siempre con mimo y esmero esperando obtener los mejores frutos a su sacrificado trabajo. Pero siento la tristeza también de los terrenos abandonados, de las viñas no cuidadas y, podríamos decir, enterradas en medio de zarzales y de abrojos que las ahogan y no las dejan producir.
Confieso que me recuerda continuamente diversos momentos del evangelio como la parábola que hoy se nos ofrece. No habla también de un propietario de una vida que la preparó y la cuidó de la mejor manera posible, confiándola a unos viñadores para que continuaran el trabajo y le hicieran rendir los mejores frutos. Pero aquellos arrendadores se creyeron dueños en su ambición haciéndose oídos sordos para el rendimiento de cuentas a quien era el verdadero propietario.
Cuando escuchamos una parábola ya sabemos que no nos quedamos en la literalidad de lo que es la narración que se nos ofrece en ella, pero bien sabemos que todos los detalles que se nos ofrecen han de tener su traslación a lo que es nuestra vida concreta y a lo que es el meollo del mensaje que se nos quiere ofrecer. Así tenemos que hacerlo con esta parábola tratando de interpretar y entender muy bien lo que significa cada uno de los personas o en este caso hasta la misma propiedad de la viña.
Aquellos escribas y fariseos que escucharon de labios de Jesús la parábola bien entendieron su significado sabiendo que iba por ellos y por lo que ha sido toda la historia de Israel. Se sintieron aludidos, de manera que esto les motivaba más para tratar de eliminar a Jesús.
¿Nos sentiremos aludidos nosotros de igual modo? ¿Esa viña cuidada y preparada por aquel propietario que luego confió a aquellos viñadores no estará significando también la historia de nuestra vida? Ese regalo que Dios ha puesto en nuestras manos, como ha sido toda la creación para el servicio del hombre, de la humanidad, que Dios nos confía no solo para que la cuidemos en su primigenio estado sino que la desarrollemos y hagamos crecer llenando de vitalidad nuestro mundo, un mundo que no es solo exclusividad de algunos sino que es bien y riqueza para toda la humanidad.
¿Qué hacemos de nuestra vida?, nos preguntamos. ¿Qué estamos haciendo de nuestro mundo? Tenemos que interrogarnos nosotros y sentirnos interpelados por cuando sucede en nuestro mundo desde el mal uso, la mala administración que nosotros estamos haciendo de esa riqueza de la creación.
Con demasiado egoísmo tratamos nosotros nuestra propia vida, como toda la obra de la creación, porque nos adueñamos de ella como si fuera algo exclusivo nuestro que podemos hacer con ello lo que nos da la gana. Será el mal trato que le damos a nuestra propia vida cuando no solo no la cuidamos sino que la dañamos con tantos abusos que de ella hacemos. Podemos pensar en ese mundo de violencia en que nos vemos envueltos, como puede ser tantas cosas viciosas que dañan nuestra vida por el mal uso que hacemos de cuanto está en nuestras manos. Y pensamos, repito, en nuestra propia vida, pero tenemos que pensar en todo lo que hacemos con nuestro mundo que en lugar de embellecerlo muchas veces lo que hacemos es destruirlo.
Muchas más consideraciones podríamos hacernos al hilo de esta parábola, pero valgo esto para hacernos tomar conciencia de la responsabilidad con que hemos de tratar nuestra vida y la naturaleza de ese mundo que nos rodea y en el cual vivimos. ¿Qué dejaremos o cómo lo vamos a dejar para cuantos vienen después de nosotros? ¿Será como esas viñas maltratadas o descuidadas que a veces nos encontramos en nuestro entorno?

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