domingo, 8 de marzo de 2020

Con este pregustar la gloria del Señor en su transfiguración nos vamos a sentir seguros cuando lleguen los momentos negros de la pasión, la certeza de que Jesús es el Hijo de Dios


Con este pregustar la gloria del Señor en su transfiguración nos vamos a sentir seguros cuando lleguen los momentos negros de la pasión, la certeza de que Jesús es el Hijo de Dios

Génesis 12, 1-4ª; Sal 32; 2imoteo 1, 8b-10; Mateo 17, 1-9
Hay momentos en que la vida parece que da un volantazo, porque nos damos cuenta que no podemos seguir por donde íbamos, que quizá todo parecía fácil y entraba en una normalidad, pero de pronto los cosas se pusieron difíciles, íbamos como por una llanura y ahora nos encontramos subiendo una pendiente. ¿Por qué? nos preguntamos. ¿Por qué ahora tenemos que tomar este otro camino? Como cuando vamos haciendo un camino para llegar a algún sitio y de pronto el camino cambió, lo que era llano y suave se hizo subida, lo que parecía que no costaba, ahora nos exige un esfuerzo distinto. Nos habíamos acostumbrado y ahora el cambio cuesta. ¿Qué es lo que hay detrás que merezca este cambio?
¿Por qué tenemos que subir ahora esta montaña? Quizá se estaban preguntando aquellos tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, a quienes Jesús se había llevado aparte y se había dispuesto a subir con ellos a aquella montaña. Iba a orar en lo alto ¿era necesario? Si Jesús oraba en cualquier sitio, en la noche solamente se apartaba un poco del resto y allí se ponía a orar. Pero ahora estaban subiendo y con no poco esfuerzo a lo alto de aquella montaña. La identificamos como el Tabor, que se alza en medios de las llanuras y valles de Galilea y es de costosa subida.
Cansados llegaron a lo alto y Jesús se dispuso para la oracion invitándoles a ellos a hacer lo mismo. Seguramente preferirían un descanso para entrar en un sopor que les hiciera recuperar las fuerzas, pero Jesús les estaba pidiendo con su propio ejemplo que se dispusieran a orar. Y comienza lo extraordinario y lo no esperado porque en la oración Jesús comienza a transfigurarse en su presencia. Su rostro resplandecía, sus vestiduras eran de un blanco deslumbrador, aparecía como nimbado por la gloria del Señor y allí estaban también Moisés y Elías junto a Jesús. Aquella presencia también iba a significar algo. Se quedaron ciegos de emoción y no querían que aquello se acabase.
Ya Pedro estaba disponiendo el levantar tres tiendas para que aquella visión continuase. ‘¡Qué bien se está aquí!’ fue su grito de exclamación y su deseo. La gloria de Dios los envolvía a ellos también. Una nube lo envolvía todo. La voz desde el cielo proclamaba que Jesús era el Hijo de Dios. ‘Este es mi Hijo amado. Escuchadle’, era la voz del Padre. Al escuchar la voz cayeron por tierra. ‘No temáis’, les dice Jesús y allí están solos con Jesús. ‘No habléis de esto a nadie hasta después de la resurrección de entre los muertos’, era el encargo que Jesús les hacia, pero había que bajar de nuevo de la montaña para seguir el camino. Había merecido la pena el esfuerzo y sacrificio de la subida.
Es tradición en la liturgia de la Iglesia que este segundo domingo de Cuaresma se nos presente este evangelio de la Transfiguración. Es una invitación, casi al principio de este camino cuaresmal, a que nos tomemos en serio del camino de la Pascua. Vamos subiendo con Jesús a Jerusalén. Un camino y una subida cuaresmal que no siempre es fácil, que exige su esfuerzo. Un camino que nos invita a seguir. Ni nos podemos quedar al pie de la montaña aplatanados por es fuerte el esfuerzo que se nos pide, pero tampoco nos podremos luego quedar en lo alto por muy bien que se esté allí, como se sentía Pedro.
El cristiano tiene que estar siempre en camino, caminos de superación y esfuerzo, camino de búsqueda de la presencia del Señor, caminos que se abren delante de nosotros bajando de la montaña o abriéndonos paso por los valles de la vida porque siempre tenemos que ir al encuentro del otro, al encuentro del mundo porque tenemos un anuncio que hacer. ¿Nos costará a nosotros también ese cambio que supone ponernos en camino en los caminos nuevos que se abren ante nosotros? ¿Hay algo que nos da certeza y seguridad?
A Abrahán Dios le pide, lo escuchamos en la primera lectura que se ponga en camino para ir a la tierra que el Señor le va a dar. Un camino de cierta incertidumbre porque no sabe hasta donde tiene que llegar, solo sabe que tiene que salir de su tierra y de la casa de su padre. Los apóstoles tras la visión de la gloria de Dios también han de seguir en camino, bajar de la montaña llevando con ellos un secreto que ahora no pueden revelar pero que es preanuncio para ellos de que en la pascua tras la pasión y la muerte va a haber resurrección. Luego tendrán que seguir haciendo camino porque será entonces cuando han de salir a hacer ese anuncio al mundo. ‘Id al mundo entero a proclamar esa buena noticia’, les dirá Jesús antes de la Ascensión. Serán testigos no solo en Jerusalén sino hasta los confines de la tierra.
La contemplación que hoy hacemos de la transfiguración es una invitación a ponernos en camino, a salir de nuestra casa, de la casa de nuestras comodidades y rutinas, para entrar en ese camino nuevo que se abre ante nosotros para que también hagamos el anuncio. Llevaremos con nosotros el secreto de la Pascua pero que hemos de transmitir a los demás, la certeza de que Jesús es el Hijo de Dios y es nuestra salvación y la salvación del mundo que tenemos que anunciar.
No nos asusta la pascua porque aunque haya pasión y muerte tenemos la certeza de la vida y de la resurrección. Merece la pena el sacrificio de la pasión, como les mereció la pena el sacrificio y esfuerzo de la ascensión del Tabor para los tres discípulos que acompañaban a Jesús.
Con este pregustar la gloria del Señor en su transfiguración también nos vamos a sentir seguros cuando lleguen los momentos negros de la pasión – nos podemos sentir tentados como los discípulos en la pasión a abandonar y huir como salieron huyendo del huerto, o a encerrarse donde se sintieran seguros como estuvieron encerrados en el Cenáculo -, porque sabemos bien lo que hay detrás, la certeza de que Jesús es el Hijo de Dios. Así hemos escuchado hoy la voz del Padre que nos lo certifica desde el cielo. Así podremos superar la tentación de la huida o del encerrarnos llenos de miedo en lugar cómodo donde nada nos pueda pasar.
Subimos hoy al Tabor de la Transfiguración porque queremos subir también con Jesús a su Pascua; nos gozamos  hoy con la gloria del Señor transfigurado como sentiremos la alegría de la resurrección para sentirnos enviados a llevar la Buena Nueva de la salvación al mundo que nos rodea.  Queremos vivir el compromiso de la Transfiguración y de la Pascua.

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