viernes, 28 de febrero de 2020

No son nuestras obras las que merecen nuestra justificación que nos viene por la misericordia de Dios que nos ama aun siendo nosotros pecadores


No son nuestras obras las que merecen nuestra justificación que nos viene por la misericordia de Dios que nos ama aun siendo nosotros pecadores

 lsaías 58, 1-9ª;Sal 50; Mateo 9, 14-15
Tratar de ganarnos el favor de alguien prometiendo u ofreciendo regalos para ganarnos así su simpatía y benevolencia es algo que sabemos bien que abunda mucho en nuestras relaciones sociales; gestos y detalles de este tipo que se realizan de manera inocente es frecuente entre las personas cercanas, pero que se va agrandando en malicia cuando se trata de ganarse el favor de los poderosos, o de los que tienen alguna influencia en el desarrollo de la sociedad.
Bien sabemos que eso está tipificado como soborno, tráfico de influencias, malversación y otros términos en el aspecto ético y legal y también cómo demasiado funciona nuestra sociedad desde esas instancias; bien conocemos cuantas corruptelas de este tipo manejan los hilos de nuestra sociedad en tantos aspectos de la vida social, política o simplemente de la administración. No es cuestión de ser agradecidos por lo que hayan hecho a favor nuestro, aunque en los que tienen a función de la administración entra esa tarea en su responsabilidad - ¿tendríamos que estar agradecidos por el cumplimiento de su deber? -, sino que podemos descubrir otros intereses o intenciones.
Pero me quiero hacer una pregunta en referencia a nuestras relaciones con Dios. En nuestra mezquindad en muchas de nuestras prácticas religiosas ¿no andaremos actuando en cierto modo de esa manera? ¿No pretenderemos en muchas ocasiones comprarnos el favor de Dios con nuestros regalos, que pueden ser nuestras ayunos o nuestros sacrificios, nuestras ofrendas o la promesa de rezos interminables, o con esas donaciones en las que pretendemos quizá ganarnos un prestigio y hasta que quede nuestro nombre para la posteridad?
Lo hemos escuchado muchas veces en el evangelio y hoy de nuevo vuelve a plantearse, la queja que tenían los fariseos contra Jesús porque sus discípulos no ayunaban como lo hacían los discípulos de Juan o los mismos discípulos de los fariseos. Claro que Jesús les responde que si ayuno tenía un sentido de luto y sacrificio, tal como ellos lo practicaban, qué sentido tenia que los amigos del novio ayunaran mientras estuvieran acompañando al novio en su fiesta de bodas. Pero ellos ayunaban para ganar méritos, que era una forma de justificarse ante Dios, pero también de ganar el prestigio delante de los demás de ser unas personas muy piadosas y cumplidoras.
En otra ocasión Jesús les dirá que bien decía el profeta que este pueblo me honra con sus labios, mientras su corazón está lejos de mí. En los textos que nos ofrece la liturgia para este día escuchamos también la voz del profeta que denuncia la mala práctica que tenían los judíos con sus ayunos. Mucho cumplimiento, muchas prácticas religiosas, muchas ofrendas sobre todo hechas con ostentación, pero en sus corazones no reinaba la compasión y la misericordia.
Es claro, radical podríamos decir, lo que nos dice el profeta que tendríamos que meditar mucho. En realidad, el día de ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores; ayunáis para querellas y litigios, y herís con furibundos puñetazos. No ayunéis de este modo, si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo…’ Es clara la voz del Señor a través del profeta.
Por eso les señala claramente cual ha de ser el verdadero sentido de su ayuno para que sea agradable al Señor: Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor’.
Creo que no hacen falta muchas explicaciones sino escuchar con sincero corazón la Palabra del Señor por el profeta. Pon amor en tu corazón, llena de dulzura tu vida, que te presencia sea agradable para los demás por tu bondad, comparte con generosidad desde lo hondo de tu corazón, vive con cercanía a los hermanos que peregrinan a tu lado.
Esa ofrenda que haces al Señor no es para ganarte su favor, sino es la respuesta generosa que quieres dar con tu vida cuando  has sentido su amor en ti. Como dice oro lugar de la Escritura la limosna borra todos tus pecados; que con la generosidad de tu corazón te desprendas de ti mismo, en lo que quizá más te cuesta que muchas veces no son las cosas de las que desprendes, sino el cambio de actitudes en tu corazón y será la verdadera penitencia que ofrezcas a Dios no como signo de reparación sino como muestra de tu amor.
No son tus obras las que merecerán el perdón y la justificación porque eso es regalo del Señor que nos ofrece en Cristo Jesús que murió no porque nosotros fuéramos buenos sino que nos amó aun siendo pecadores.


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