domingo, 23 de febrero de 2020

Comencemos a respetar, comprender, disculpar, descubrir lo bueno que hay en las personas, colaborar en su crecimiento, pasos importantes para vivir el amor cristiano



Comencemos a respetar, comprender, disculpar, descubrir lo bueno que hay en las personas, colaborar en su crecimiento, pasos importantes para vivir el amor cristiano

Levítico 19, 1-2. 17-18; Sal 102; 1Corintios 3, 16-23; Mateo 5, 38-48
Yo soy amigo de mis amigos, alardeamos en los perfiles de las redes sociales. Somos buenos con nuestros amigos, si hay que hacer un favor, se hace; nos gusta estar juntos y compartir nuestras cosas, y si es muy amigo hasta llegamos a confidencias de lo que llevamos en nuestro interior. Pero y si no es amigo, ¿qué pasa? Y si tampoco es amigo de tus amigos ¿cómo lo miras? ¿Qué estarías dispuesto a hacer?
Es bueno ser amigo de nuestros amigos y de los amigos de nuestros amigos; es bueno ser humano los unos con los otros y prestarnos esa ayuda y si es necesario defendernos; está bien eso de llevarse con todos, pero claro nuestros amigos son nuestros amigos, y con ellos habrá algo más especial. Podríamos decir que entrar en la normalidad de las relaciones humanas entre unos y otros. Yo soy bueno decimos, y si no que pregunten a mis amigos y conocidos. Y hasta alardeamos de que nos amamos como nos dice Jesús.
Somos amigos y nos queremos. Pero ¿solo en eso consiste el amor cristiano del que nos habla Jesús? Es aquí donde tenemos que pararnos un poco para ver la sublimidad de lo que nos enseña y nos pide Jesús. No es cualquier cosa. Mirando lo que son nuestras relaciones normales entre unos y otros donde, como decimos, nos llevamos bien y nos tratamos bien hasta… que no me ofendan, no me molesten, no me hagan daño en lo mío o en mis cosas.
Somos buenos y nos queremos, pero tenemos nuestros límites porque fácilmente nos sentimos heridos, fácilmente nos aparece el rencor y nos volvemos vengativos, o al menos ya queremos tener cuidado porque el que me la hizo una vez, no me la hace dos… Ya sabemos cómo son nuestras reacciones, como aparecer nuestro ego y nuestro amor propio, y ya no son todos amigos.
Valiente fue Jesús para que precisamente en medio de aquel pueblo que tenían tan desarrollado su amor propio y su orgullo nacional viniera a proponer lo que les estaba diciendo de ese nuevo estilo del amor. Valientes tenemos que ser nosotros para que, sabiendo como somos y sabiendo cual es el ambiente y el sentido de tantos a nuestro alrededor, nos arriesguemos por Jesús, nos lancemos a querer vivir el amor en los parámetros que El nos propone.
Y es que Jesús nos vendrá a decir que los que le siguen no pueden contentarse con hacer como todos hacen. Saludar al que te saluda, ser bueno y ayudar al que te ha ayudado lo hace cualquiera aunque no se llame cristiano. Como dirá Jesús en el evangelio eso lo hacen también los gentiles. Y es que Jesús nos está ofreciendo lo que podríamos llamar una utopía, pero que no es un sueño simplemente sino que ha de ser la realidad de lo que nosotros hemos de vivir.
Aquí está la sublimidad del evangelio, de la Buena Nueva del Reino de Dios. Una buena nueva que tenemos que creer; una buena nueva que para aceptarle tenemos que convertirnos de corazón. Por algo insistiría Jesús tanto al principio de su predicación en la conversión del corazón, en la vuelta que había que darle al corazón. Porque pensando lo que siempre hemos pensado no es estar aceptando esa buena nueva, ese evangelio; viviendo como siempre hemos vivido no es precisamente vivir el Reino de Dios.
Ese Reino del Dios compasivo y misericordioso, de ese Dios que siempre nos ama y que nos enseña a amar de la misma manera. Porque aceptar su Reino, reconocerle como Rey y Señor de nuestra vida implica comenzar a vivir de una forma nueva, desde unos valores nuevos, desde un estilo de amor nuevo cuyo modelo y ejemplo tenemos en Dios.
Por eso nos hablará Jesús del amor también al que no es amigo o no se ha comportado como amigo contigo, amar también al que nos agravia, amar también al que nos haya podido hacer daño, amar también al que nos ha ofendido, amar a todo hombre porque es mi hermano porque también es amado de Dios y Dios también lo quiere hacer y tener como hijo.
Por eso nos hablara Jesús también del amor a los enemigos hasta el punto de a ellos también hacerles el bien, o como nos dice concretamente, rezar por el enemigo, por el que te haya hecho daño. No tienen cabida las venganzas ni los resentimientos; ya está superado aquello del ojo por ojo y diente por diente que se había impuesto pero que al menos el que se vengaba no se pasara sino solo exigiera una medida semejante; ahora ya no cabe el que hagamos frente a aquel que nos ha agraviado y ya nos ponemos a la distancia manteniendo nuestras reservas en el hablar o llevarnos con él. Ahora tendremos que aprender a tratarlo como a un hermano y ser capaz hasta de perder la capa por mantener intacta nuestra relacion con él.
Y es que Jesús nos pone el listón muy alto y para ello tenemos que entrenarnos, porque todo no se consigue de una vez. Algunas veces no se nos quita el peso de nuestra conciencia porque no terminamos de ver con buenos ojos a aquel que nos ofendió y parece que nos duele el corazón. Comencemos a dar pasos, comencemos a tener una mirada nueva, comencemos a contemplar el amor que Dios nos tiene a pesar también de nuestras propias debilidades y caídas, comencemos por rezar por aquel a quien nos cuesta tragar, comencemos a respetar, comprender, disculpar, descubrir lo bueno que hay en las personas, para colaborar en su crecimiento. Ya es comenzar a vivir un amor como nos propone Jesús. Es mucho más que ser amigo de mis amigos.
Es un entrenamiento, pero con la mirada puesta en la meta que nos presenta hoy Jesús. ‘Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos… Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’.


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