sábado, 5 de octubre de 2019

No te olvides del Señor, tu Dios, siendo agradecidos por su inmenso amor y misericordia sintiendo siempre su presencia de amor en nosotros


No te olvides del Señor, tu Dios, siendo agradecidos por su inmenso amor y misericordia sintiendo siempre su presencia de amor en nosotros

Deuteronomio 8, 7-18; Sal. 1 Cro 29, 10; 2Corintios 5, 17-21; Mateo 7, 7-11
‘Pero cuidado, no te olvides del Señor, tu Dios, siendo infiel a los preceptos, mandatos y decretos que yo te mando hoy…
¡Cuidado no te olvides! Somos olvidadizos. De tantas cosas, sobre todo de lo bueno que hemos recibido. Quizá si alguien un día nos hizo una jugarreta, no se lo olvidaremos y lo tendremos en cuenta siempre. Pero lo bueno lo olvidamos; aquellas cosas por las que tendríamos que estar agradecidos siempre, pronto pasan a la región del olvido. Y no sabemos ser agradecidos de verdad, actuar en consecuencia actuando nosotros bien. Lo podríamos aplicar a muchos aspectos de la vida. Vamos tan entretenidos con nuestras cosas, con nuestros intereses…
El texto con que hemos comenzado esta reflexión y que ha motivado este primer comentario nos lo ofrece la liturgia de este día tomado del libro del Deuteronomio. Son las sabias palabras de Moisés en sus recomendaciones al pueblo que había guiado por el desierto para cuando se establezcan en la tierra prometida y comiencen a prosperar. Han tenido una vida dura, primero en Egipto como esclavos, y ahora en el camino del desierto en que han padecido tantas privaciones.
Ahora se van a establecer en una tierra que con su trabajo van a comenzar a producir sus frutos para ellos y que le pueden llevar a la prosperidad. Y en tiempos de prosperidad fácilmente olvidamos los tiempos malos, pero sobre todo olvidamos a quien estuvo con nosotros en esos momentos dándonos ánimo y fuerza para seguir adelante. Pueden olvidar al Señor su Dios que los sacó de Egipto y los condujo por el desierto hasta la tierra prometida. ‘¡No te olvides del Señor, tu Dios…!’
La liturgia nos ofrece este texto en este día que llamamos de témporas. Un momento en que sobre todo en nuestro hemisferio terminamos una etapa y tras las vacaciones reiniciamos todo el trabajo con intensidad. Hoy nos invita la Iglesia a la acción de gracias, a la petición de perdón y a pedir con fuerza la presencia del Señor en el camino de la vida que vamos realizando.
Absortos como vamos en nuestras tareas, en nuestros problemas y preocupaciones, en ese correr de la vida de cada día fácilmente vamos dejando a un lado el aspecto religioso de la vida, las actitudes y posturas de fe las dejamos quizá para momentos puntuales cuando no las olvidamos, y aunque seguimos diciéndonos cristianos y personas creyentes a la larga vivimos una vida muy al margen de la fe y de las expresiones religiosas, casi como si fuéramos unos ateos. Es un peligro que tenemos en la vida y que se acentúa con tantas influencias negativas en ese sentido.
Tenemos que despertar nuestra fe, pero no solo como una confesión de fe que hagamos en determinados momentos, sino como actitud fundamental de nuestra vida que se vaya reflejando en nuestros comportamientos, en las posturas que tomemos ante la vida, en el compromiso que tengamos con nuestra familia, con los que están en nuestro entorno y con esa sociedad en la que vivimos.
Como cristiano y como creyente hay unos valores que tengo que cultivar, hay una manera de vivir la vida y de trabajar por la sociedad, hay un sentido de nuestra existencia. Y tenemos que comenzar por no olvidarnos de Dios, por sentirle de verdad presente en nuestra vida para darle gracias por cuanto de Dios recibimos, como para pedirle perdón por nuestros olvidos, por nuestros errores, por las veces que prescindimos incluso de su mandamiento.
A esto se nos invita hoy de manera especial. No nos olvidemos del Señor nuestro Dios. Seamos agradecidos, contemos con El, sintamos lo inmensa que es la misericordia que tiene que nosotros y por eso una y otra vez también la pedimos perdón.

viernes, 4 de octubre de 2019

Aprendamos a valorar lo bueno que recibimos de los demás signo de las maravillas que el Señor cada día hace en nosotros


Aprendamos a valorar lo bueno que recibimos de los demás signo de las maravillas que el Señor cada día hace en nosotros

Baruc 1,15-22; Sal 78; Lucas 10,13-16
No siempre sabemos apreciar ni valorar lo que hacen por nosotros. Nos creemos quizás merecedores de todo y casi vemos como una exigencia que tengan que hacernos algo que nos beneficie. Ahora todo son derechos, nos creemos con derecho a todo, y esto en ocasiones nos hace exigentes con los demás. Y no sabemos apreciar lo que generosamente los otros hacen por nosotros. Quizá vamos de engreídos por la vida y somos nosotros lo que no somos generosos con los demás. Parece en ocasiones que todo se tiene que hacer por un interés, todo se hace a cambio de lo que el otro tenga que hacer por mí.
Es un mundo complejo en este sentido en el que vivimos. Hoy se habla mucho de humanidad, hay muchos movimientos de gente altruista que quieren hacer cosas buenas, en ocasiones vemos gestos hermosos de solidaridad por ejemplo a la hora de catástrofes, de situaciones de peligro, o en llamadas que se hacen para colaborar en campañas determinadas. Podríamos decir que hay un hermoso despertar.
Pero en el fondo nos quedan resabios que no hemos sabido superar y nos encontramos con gentes desconfiadas que no quieren valorar el altruismo generoso de otros y surgen murmuraciones y comentarios que pueden rayar lo difamatorio. Actitudes y posturas que surgen muchas veces de aquellos que no saben ser generosos ni valorar bien lo que reciben de los demás.
En una ocasión en un comentario en grupo surgía una persona que decía que a él no le vinieran con penas, que ya tenía bastante con las suyas y que para pertenecer a un grupo donde los demás estuvieran contando sus penas y sus amarguras, a él no le iba eso. Alguien, sin embargo, le hizo reflexionar quizá de una forma dura porque le hizo ver su realidad; era una persona con discapacidad que mucho tenia que depender de los demás para poder realizar muchas acciones, y que con su presencia él estaba ya manifestando su pena o su angustia aunque no dijera nada, pero que sin embargo la gente lo aceptaba y lo ayudaba, que pensara cuanto debía a los demás de alguna manera en todas las ayudas que recibía. Al final lo reconoció.
Lo que decíamos al principio nos cuesta reconocer cuanto de bueno recibimos de los demás y algunas veces parece que ni nos damos cuenta. Reconociendo lo que recibimos con humildad aprenderemos a ser agradecidos, aprenderemos nosotros también a ser generosos con los demás, aprenderemos a ver la respuesta que nosotros tendríamos que dar y cuánto entonces nosotros podemos hacer también por los otros. Aprendamos a valorar el granito de arena que pone el otro, aprendamos a valorar lo que recibimos y seamos generosos para poner de forma altruista y solidaria también nuestro grano de arena junto con los granos de arena que ponen los demás para crear una riqueza de bondad en nuestro mundo.
Me ha surgido esta reflexión en la que quizá me haya extendido de forma excesiva desde las recriminaciones que Jesús les hace a las ciudades de Betsaida y Corozaín. Cuantos milagros había realizado Jesús en su entorno, de cuantas obras maravillosas de Jesús eran testigos, pero sin embargo no daban respuesta de conversión. Siente dolor Jesús en su corazón por la terquedad de aquellas gentes que no sabían descubrir las señales maravillosas de Dios en medio de ellos.
Pensemos en nosotros mismos, a lo largo de la vida cuánta gracia del Señor hemos recibido, cuanto se ha proclamado la Palabra de Dios ante nosotros, cuantos sacramentos hemos recibido, cuantas maravillas de Dios en nuestro entorno que tenemos que reconocer, cuantos testimonios buenos hemos recibido de los otros, ¿cuál ha sido nuestra respuesta? Abramos los ojos para ver las maravillas que el Señor ha hecho en nosotros a lo largo de la vida y demos respuesta.

jueves, 3 de octubre de 2019

No es solo el camino que nosotros buenamente hagamos sino que Jesús nos pone en camino para ser instrumentos de paz como anuncio del Reino de Dios


No es solo el camino que nosotros buenamente hagamos sino que Jesús nos pone en camino para ser instrumentos de paz como anuncio del Reino de Dios

Nehemías 8, 1-4ª. 5-6. 7b-12; Sal 18; Lucas 10, 1-12
En camino vamos por la vida. En camino hacia algo, hacia vivir la propia vida con todo lo que nos sucede o con todo lo que nos vamos encontrando. No queremos quedarnos estancados en lo mismo y vamos en búsqueda, aun con la incertidumbre de lo que vamos a encontrar sin embargo con la curiosidad de lo nuevo que puede ir apareciendo ante nosotros.
Aunque siempre nos encontremos quizá en un mismo lugar o rodeados de las mismas personas sin embargo algo nuevo nos va saliendo a nuestro encuentro en esa convivencia con los demás, en el trabajo que realizamos, en el hogar en que vivimos, o también en cosas insospechadas que se van presentando ante nosotros. En nuestros deseos está el ir hacia algo nuevo, hacia otros lugares, hacia mundo distintos, y si podemos viajamos porque queremos conocer otros mundos, otras culturas, otro paisaje de la vida porque no queremos quedarnos en lo mismo.
En ese camino o en ese viaje de la vida deseamos que no nos falte paz y armonía, aunque ya sabemos que nos vamos a encontrar un mundo en guerra, un mundo en violencia porque en muchas ocasiones se hace difícil ese encuentro o esa convivencia entre personas y pueblos. Si en nuestro corazón hay buenos sentimientos nuestro deseo es la paz; y no pensamos solo en los grandes conflictos y guerras que asolan nuestro mundo en tantos sitios, sino que pensamos ahí en ese lugar cercano donde realizamos nuestra convivencia de cada día y fácilmente afloran también los conflictos y los desencuentros en los que quisiéramos también poner paz. El hombre, todo hombre, toda persona creo que a pesar de los pesares tiene sentimientos y deseos de paz en su corazón y tendría que ser siempre un instrumento de paz.
Y eso que estamos viendo y sintiendo que es algo que tendría que como connatural a la vida de toda persona, vemos que para nosotros los cristianos es una misión especial. Es lo que escuchamos hoy en el evangelio del envío que Jesús hace de sus discípulos. Los llamó, los eligió y los escogió y los envió con la misión de la paz. Y porque lo importante que han de realizar ese anuncio de la paz, quiere Jesús que vayan desprendidos de todo, ni alforjas, ni dineros, ni previsiones sino abiertos a ese mundo, que no siempre va a ser fácil, pero en el que tienen que ser constructores de paz.
Es el saludo, es la primera palabra que han de pronunciar, es el gesto y actitud que han de llevar en sus vidas, es la disponibilidad de su corazón para llevar la paz y también para sentirse acogidos por aquellos con los que se van a encontrar. No llevan contratado por adelantado el hotel donde se van a hospedar, diríamos en lenguaje y rutinas de nuestros tiempos modernos, sino que simplemente se quedarán en la casa donde sean acogidos. Porque eso va a ser un signo también; si se sienten acogidos dirán ‘está cerca de vosotros el Reino de Dios’. En la actitud pacifica y de disponibilidad en la que van han de despertar los buenos sentimientos en aquellos con los que se encuentren y aflorará entonces la hospitalidad y la acogida, señales que son del Reino de Dios.
Si algún poder les concede Jesús es el de sanar y curar. Cuando se habla de sanar y curar es normal que pensemos en enfermos o en personas con discapacidades como pueda ser una invalidez, una ceguera o el ser sordomudo, pero cuando Jesús habla de sanar nos está enviando a algo más que curar uno cuerpos enfermos de sus discapacidades. En ese mundo lleno de conflictos y violencias con que nos encontramos, donde quizá se haga difícil la convivencia y falte la paz mucho hay que sanar en los corazones de los hombres para lograr ese mundo de paz.
Es la misión del discípulo, es la misión del cristiano también y especialmente hoy tendríamos que decir. Es la misión que tenemos en el mundo de ser, como decíamos antes, siempre unos instrumentos de paz, unos constructores de la paz. Ingente es la tarea. Es para lo que hoy Jesús nos pone en camino también a nosotros. No es ya solo el camino que nosotros buenamente hagamos, sino el camino nuevo que Jesús abre delante de nosotros para que nos pongamos en camino para ser constructores de paz en nuestro mundo hoy.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Los ángeles son presencia de Dios en nuestra vida y también, por qué no, en nuestra historia, que nos impulsan siempre al bien y nos aleja del mal



Los ángeles son presencia de Dios en nuestra vida y también, por qué no, en nuestra historia, que nos impulsan siempre al bien y nos aleja del mal

Éxodo 23, 20-23ª; Sal 90, 1-2. 3-4. 5-6. 10-11; Mateo 18, 1-5- 10
En este dos de octubre la liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar a los Santos Ángeles Custodios. Quizás a los mayores el oír hablar de los Ángeles Custodios nos rememora años de nuestra infancia con aquellas oraciones infantiles que nos enseñaban a rezar a los Ángeles que en cada esquinita de nuestra cama guardaban nuestros sueños, o quizá nos viene a la memoria aquel cuadro que solía haber en nuestras casa del Ángel que cuidaba del niño que no se cayera en aquel lugar de peligro.
Y con ello nos hemos quedado en una imagen muy infantil que con el paso de los años quizá hemos desechado y nosotros mayores ya en lo menos que pensamos es en ese ángel que está junto a nosotros y nos cuida y previene de toda clase de mal o peligro. Ya ni siquiera en nuestros hogares se les menciona a nuestros niños ni el ángel de la guarda ni por tanto algún sentido religioso de la vida que le haga entrar en relación con Dios.
Hoy también hay ciertas corrientes que nos hablan de los Ángeles como de unos talismanes misteriosos que nos alejan de peligros o nos dan suerte en la vida; en las redes sociales habremos recibido en más de una ocasión esas cadenas que nos hablan de los Ángeles que nos envían, pero que también nosotros hemos de enviar porque de lo contrario la desgracia se cebaría sobre nosotros. Confusiones y más confusiones que muchas veces se llenan de superstición y que nos alejan de un verdadero sentido religioso de nuestra relación con Dios a través de sus ángeles.
Claro que todo lo que entra en relación con el misterio de Dios muchas veces cuando  no nos sabemos explicar lo llenamos de imaginación con el peligro de que al final nos quedemos con las imágenes pero no lleguemos a penetrar en el misterio. En referencia a los Ángeles Custodios que hoy nos invita a celebrar la liturgia tendríamos que hacernos una buena reflexión para que comprendamos su verdadero sentido y significado.
En la Biblia, y hablo también de todo el Antiguo Testamento, se nos hace referencia continuamente de la presencia de Dios que camina junto al hombre y a su pueblo. Pero una forma de expresar esa presencia de Dios es a través de sus Ángeles. En las visitas, llamémoslas así, de Dios a los grandes patriarcas Abrahán, Isaac, Jacob para hablarnos de esa presencia de Dios en muchas ocasiones se habla del Ángel del Señor. Es a través de ese Ángel del Señor como Dios se les comunica, se les manifiesta, les hace comprender su voluntad y señala la que son los designios de Dios para la humanidad.
Será el Ángel del Señor el que anunciará, por ejemplo, el nacimiento de los llamados Jueces de Israel en aquellos tiempos tan turbulentos y difíciles pero donde Dios quería hacer sentir se presencia junto a su pueblo. Será un Ángel del Señor el que vaya junto a su pueblo guiándolos de día y de noche a través del desierto camino de la tierra prometida. Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que he preparado’, le dice Dios a Moisés cuando le confía la misión de llevar a su pueblo a la tierra que le ha prometido. 
En la brevedad de esta reflexión no podemos aducir más textos del Antiguo Testamento que nos manifiestan esa presencia de Dios junto a su pueblo con esa expresión de sus Ángeles que le cuidan y le dirigen. Podemos pensar también en el ángel que acompañó a Tobías en su camino y que decía como estaba también ante el trono de Dios para presentar sus oraciones al Todopoderoso.
En el texto que hoy hemos escuchado en el evangelio Jesús habla de los ángeles de aquellos niños que están en la presencia de Dios. Esa presencia de Dios a nuestro lado que se manifiesta en la presencia de su Ángeles que nos acompañan, nos inspiran y nos iluminan en nuestro camino. Cuántas veces nosotros en la vida no hemos sentido como una moción interior que nos quería apartar de un camino – y no me refiero solo a un camino geográfico – porque nos inspiraban algo mejor, porque hacían surgir en nosotros ese deseo de lo bueno, esa inspiración de algo que ni siquiera habríamos imaginado, pero que allí esta latente en nuestro interior impulsándonos a una obra buena y mejor.
Es esa gracia de Dios, esa presencia de Dios en nosotros que quizá algunas veces no queremos escuchar pero que ahí está queriendo alejarnos de lo malo e impulsarnos a lo bueno. Espíritus puros decimos que son los ángeles, una participación del Espíritu divino que así nos hace sentir la presencia de Dios en nuestra vida. Más oídos atentos tendríamos que tener en nuestro corazón para saber escuchar, para dejarnos conducir, para dejarnos llenar del Espíritu de Dios que se hace presente en nosotros.
Lejos de nosotros supersticiones y miedos a maleficios que en ciertos ambientes rodean la imagen de los Ángeles desvirtuando su verdadero sentido. Muchas cosas tenemos que purificar de esas religiosidades que nos acompañan y que muchas veces se van alejando de un verdadero sentido cristiano.
Los ángeles son presencia de Dios en nuestra vida y también, por qué no, en nuestra historia, y siempre la presencia de Dios nos impulsa al bien y nos aleja del mal. ‘Delante de tus ángeles tañeré para ti’, como decimos en los salmos. O también podemos recordar aquello otro ‘a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos’.

martes, 1 de octubre de 2019

Haciéndonos pequeños, sencillos, humildes con la prontitud generosa del niño, siempre dispuestos a servir y a hacer el bien viviremos el Reino de Dios



Haciéndonos pequeños, sencillos, humildes con la prontitud generosa del niño, siempre dispuestos a servir y a hacer el bien viviremos el Reino de Dios

2Corintios 10, 17--11, 2; Sal 130;  Mateo 18, 1-4
Son como niños, decimos algunas veces quizá de una forma un tanto despectiva cuando vemos a alguien en su edad ya un tanto mayores pero en la forma de comportarse no nos parecen tan mayores sino que nos parece que hacen cosas de niño.
Una cosa es comportarse de una manera infantil quizá por la formas un tanto inocentes en su comportamiento, actuando sin reflexionar en lo que hacen y de manera superficial e irresponsable, sin ser capaces de ver las consecuencias de lo que hacen, y otra cosa es actuar de una manera sencilla y humilde, alejando malicias de nuestras intenciones, sabiendo creer y confiar en las personas y con las buenos deseos de quien espera también buenos deseos de los demás.
A los primeros con razón les decimos que tienen cosas de niños y no valoramos su actuar y desconfiamos de su irresponsabilidad, pero quizás ante los segundos nos quedamos en silencio admirando la pureza de sus intenciones y ese actuar humilde y sencillo que si somos algo sensibles hará que nos sintamos cautivados de su manera de ser tan genuina y tan con el corazón en la mano.
En eso nos quiere hacer pensar hoy el evangelio. Si ayer en el evangelio que escuchábamos Jesús nos enseñaba a acoger a los pequeños y a los sencillos, el texto que se nos ofrece hoy en razón de la festividad que celebramos, que luego mencionaremos, es una invitación a hacernos niños. Nos dice Jesús que si no nos hacemos como niños no podremos entrar en el reino de los cielos. Es un aspecto distinto el que nos quiere señalar hoy el evangelio. Es hacerse pequeño, humilde, sencillo como el niño que no tiene malicia en su corazón y sabe confiar porque no verá nunca malicia en los demás. Qué pronto los echamos a perder haciéndoles perder su inocencia y llenando de malicias y desconfianza su corazón, aunque no es este el tema que quiera subrayar el evangelio.
En otras ocasiones Jesús nos enseñará y nos pedirá que seamos serviciales, que haya disponibilidad en nuestras vidas y generosidad en el corazón; frente a quienes buscaban los primeros puestos les señalaba que había que aprender a hacerse los últimos y los servidores de todos. Llamará dichosos a los que son pequeños, pero a los que tienen el corazón limpio de malicia porque de ellos será el reino de los cielos y serán los que podrán contemplar a Dios. El mismo se hace el último y el servidor de todos cuando llegará a postrarse a los pies de los discípulos para lavarles los pies.
Hoy nos dice que nos hagamos como niños. Y estamos escuchando este evangelio en la fiesta de Santa Teresa del Niño Jesús, la que vivió como espiritualidad la llamada infancia espiritual del que se hace niño, del que se hace pequeño, del que se deja conducir de la mano, del que pone toda su confianza en el Dios que es Padre y que nos ama como sus hijos. Así hijo, niños pequeños, nos ponemos en las manos de Dios que sabemos que es Padre y que nos ama como a sus hijos; es la confianza humilde pero llena de amor del niño que confía en su Padre porque sabe que su Padre nunca le fallará.
Es la prontitud del niño que siempre está dispuesto para ofrecerse para servir. ¿Quién me puede ayudar?, decimos delante de un grupo de personas y los primeros que correrán a nuestra llamada son los niños prontos siempre para el servicio, serán los que tienen un corazón humilde y por eso siempre disponible para hacer el bien, serán los que son sencillos que  no buscan vanidades ni apariencias sino que lo que les importa es servir y hacer el bien y por eso están siempre dispuestos a colaborar en todo lo bueno.
No es ser infantiles en el sentido de insensatos e irreflexivos, sino niños generosos y humildes que son felices haciendo el bien y colaborando en todo lo bueno. ¿Seremos capaces de ser así nosotros?

lunes, 30 de septiembre de 2019

Un espíritu humilde y callado, un corazón lleno de sencillez como para acercarse a los que parece que menos valen ha de ser la manera y estilo de los seguidores de Jesús


Un espíritu humilde y callado, un corazón lleno de sencillez como para acercarse a los que parece que menos valen ha de ser la manera y estilo de los seguidores de Jesús

Zacarías 8,1-8; Sal 101; Lucas 9,46-50
Cuánto nos cuesta seguir caminos de sencillez y de humildad. Y es que están ocultos en nuestro interior y muchas veces hacen su aparición esos deseos de grandeza, de codearnos con los grandes y con los que consideramos importantes, y llegar nosotros a ocupar lugares importantes en la vida; no siempre desde un espíritu de servicio, sino alimentando nuestro ego, nuestro orgullo, con lo que nos parece que nos hace superiores a los que nos rodean. A veces incluso una apariencia de humildad puede incluso ocultar un orgullo mal disimulado.
Todos estamos sujetos a esas tentaciones y deseos que nos cuesta tanto superar. Nos hacemos oídos sordos a la invitación a la humildad y al servicio que tantas veces recibimos, como les pasaba a los discípulos de Jesús. Habían escuchado que Jesús les hablaba de su propia entrega hasta la muerte, en los anuncios que les hacia de su pasión en su subida a Jerusalén, pero ellos una y otra vez andan discutiendo entre ellos quien ha de ser más importante. No en vano quedaba en ellos la imagen de un Mesías caudillo y triunfador que había de levantar al pueblo de Israel por encima de los otros pueblos, y estando ellos junto a ese Mesías esperaban ocupar puestos principales en ese nuevo reino.
¿Quieren ser importantes? ¿Quieren arrimarse al lado de los poderosos o de los que ellos consideran importantes en este mundo? Jesús toma un niño y lo pone en medio de ellos y les dice que quien acoge a un niño, a alguien que es pequeño y parece insignificante, le está acogiendo a El. Es un cambio de chip. No es precisamente la imagen de un niño la expresión de grandezas y de gente importante. Es la pequeñez, es lo sencillo y lo humilde, es lo que parece insignificante lo que expresa la verdadera grandeza. Y quien sabe ponerse al lado de lo pequeño, de lo que parece que no cuenta es el que sabe encontrar la verdadera grandeza.
Ese es el estilo nuevo que nos está ofreciendo Jesús. Ese espíritu humilde y callado, ese corazón lleno de sencillez como para acercarse a los que parece que menos valen ha de ser la manera de los seguidores de Jesús. De tantas maneras nos lo enseña Jesús a lo largo del evangelio; es lo que le vemos que el realiza; es la cercanía de Jesús al lado de los pobres y de los que sufren. Para ellos y para los que saben actuar así les promete Jesús la mayor de las felicidades. Recordemos el mensaje de las bienaventuranzas.
Por eso tenemos que saber detenernos en el camino junto a aquel que está caído, en lugar de dar rodeos; por eso buscamos a aquel que nadie busca ni encuentra ayuda en nadie, para allí anónimamente tenderle la mano y ayudarle a levantarse; por eso nos separamos del bullicio de las gentes donde nos podemos hacer notar, para abrirle los ojos al ciego o los oídos al que nada oye; por eso calladamente nos acercamos al que está en la soledad de su cama y de su dolor para hacerle compañía y decirle palabras de vida.
Muchos gestos así le vemos hacer a Jesús a lo largo del evangelio que son los gestos que calladamente nosotros tenemos que seguir repitiendo en su nombre; aunque nadie no vea, aunque nadie sepa de nuestros servicios, aunque no sea notorio, pero humilde y calladamente ponemos nuestro amor.
‘El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante’.

domingo, 29 de septiembre de 2019

Abismos y vacíos que nos creamos distanciándonos de los demás


Abismos y vacíos que nos creamos distanciándonos de los demás que tenemos que transformar llenando de humanidad el corazón para ver y actuar con una mirada distinta

Amós 6, 1a. 4-7; Sal 145; 1Timoteo 6, 11-16; Lucas 16, 19-31
Consecuencia de la poca profundidad que le damos a la vida y a las cosas y entonces vivimos en un mundo de incongruencias. Hoy todo facilita la comunicación, el encuentro, el contacto con los demás y así buscamos amistades y relaciones a través de las redes sociales con personas que están a miles de kilómetros de nosotros. Pero la incongruencia está en que luego no conocemos el nombre del vecino de al lado y cada uno viviendo en su mundo se crean abismos difíciles de transitar entre los que más cerca estamos. Luego caemos en la indiferencia hacia esos seres cercanos y nada sabemos de ellos y pueden estar envueltos en miles de problemas pero como no nos comunicamos nada sabemos o nada queremos saber.
Buscamos mil fórmulas y culpabilizamos a quien sea para que se resuelvan los grandes problemas del mundo, que si la contaminación, que si el cambio climático, que si los grandes problemas de la inmigración en que tantos se ven abocados a salir de sus países buscando una vida mejor, pero nada sabemos – o no queremos saber – de los problemas del vecino de al lado. No digo que no tengamos sensibilidad para esos grandes problemas de la humanidad que tienen que preocuparnos y por los que tenemos que hacer algo, pero descendamos al que está a ras de la misma calle que nosotros.
Y podríamos hablar de los abismos que se ahondan cada vez más entre países ricos y países pobres, podemos hablar de la mala distribución de la riqueza de la tierra que crea discriminaciones y mundo a los que ya no sabemos que número dar por la pobreza cada vez mayor. Pero ¿seremos conscientes del pobre que está a nuestro lado? Ese pobre que tiene una cara y tiene un hombre, pero que pasamos a su lado sin mirarle a la cara ni nunca nos hemos interesado por su nombre.
Hoy Jesús comienza a hablarnos del rico que banqueteaba espléndidamente cada día, pero que tenia a la puerta de su casa un pobre llamado Lázaro, echado en su portal y con el cuerpo lleno de llagas y con ganas de alcanzar al menos la migajas que caían de la mesa del rico, pero que nadie le daba nada. Estaba a la puerta, en su mismo portal, pero qué abismo más grande había entre ellos. Y es curioso que Jesús incluso le ponga nombre a aquel pobre. Algo nos querrá decir.
La parábola habla de la muerte de uno y otro y mientras el pobre fue acogido en el seno de Abraham el rico fue sumergido en el abismo en medio de tormentos que nos hablan de la culminación de la vida desenfrenada de lujos y banquetes que habían llenado su vida, pero que ahora le hacían estar en un vació profundo. Un abismo ahora seguía separándolos de manera que no podía recibir ni el consuelo de un dedo humedecido que refrescara sus resecos labios. Sentía ahora el tormento del vació que había significado su vida a pesar de tenerlo todo.
Pero le había faltado algo, su vida estaba vacía aunque quisiera llenarla de los sucedáneos de los places y de una falsa alegría y felicidad, le había faltado humanidad para abrir los ojos y ver a los hombres sus hermanos que estaban a su lado con sus miserias y problemas. ¿Nos harán pensar todos estos abismos y vacíos en los que nosotros también podemos caer?
Con un vació grande caminamos muchas veces en la vida, que aunque quizá podamos tener muchas cosas sin embargo no serán capaces de llenar nuestro corazón de lo importante. Mencionábamos antes la humanidad que nos falta en la vida que nos haría tener una mirada a los que están cerca de nosotros y antes no veíamos y para comenzar a compartir ternura y amor.
La parábola entra en un diálogo entre el rico del abismo con Abraham pidiendo que al menos Lázaro pueda ir a avisar a sus hermanos para que cambien el sentido de sus vidas y no terminen en un tormento como el que él esta padeciendo. Ni que un muerto resucite les va a valer, ‘que escuchen a Moisés y a los profetas’, le responde Abraham. Una invitación a que nosotros escuchemos, sí, el evangelio de Jesús, la Palabra de Dios que tan cercana tenemos de nosotros pero que muchas veces prescindimos de ella en la vida.
Será la Palabra que nos ilumine, la Palabra que nos abra los ojos del corazón para ver con una mirada nueva. Será esa Palabra que ahora mismo nosotros estamos escuchando al hacernos estas consideraciones después de escuchar el evangelio, pero que tan fácilmente pronto olvidamos. Hablábamos al principio de esta reflexión de la poca profundidad que le damos a la vida, del vació interior que muchas veces sentimos y queremos llenar de tantos sucedáneos. Vayamos a empaparnos de esa sabiduría de Dios que en su Palabra encontramos y que le dé ese sentido y profundidad que tanto necesitamos.