domingo, 29 de septiembre de 2019

Abismos y vacíos que nos creamos distanciándonos de los demás


Abismos y vacíos que nos creamos distanciándonos de los demás que tenemos que transformar llenando de humanidad el corazón para ver y actuar con una mirada distinta

Amós 6, 1a. 4-7; Sal 145; 1Timoteo 6, 11-16; Lucas 16, 19-31
Consecuencia de la poca profundidad que le damos a la vida y a las cosas y entonces vivimos en un mundo de incongruencias. Hoy todo facilita la comunicación, el encuentro, el contacto con los demás y así buscamos amistades y relaciones a través de las redes sociales con personas que están a miles de kilómetros de nosotros. Pero la incongruencia está en que luego no conocemos el nombre del vecino de al lado y cada uno viviendo en su mundo se crean abismos difíciles de transitar entre los que más cerca estamos. Luego caemos en la indiferencia hacia esos seres cercanos y nada sabemos de ellos y pueden estar envueltos en miles de problemas pero como no nos comunicamos nada sabemos o nada queremos saber.
Buscamos mil fórmulas y culpabilizamos a quien sea para que se resuelvan los grandes problemas del mundo, que si la contaminación, que si el cambio climático, que si los grandes problemas de la inmigración en que tantos se ven abocados a salir de sus países buscando una vida mejor, pero nada sabemos – o no queremos saber – de los problemas del vecino de al lado. No digo que no tengamos sensibilidad para esos grandes problemas de la humanidad que tienen que preocuparnos y por los que tenemos que hacer algo, pero descendamos al que está a ras de la misma calle que nosotros.
Y podríamos hablar de los abismos que se ahondan cada vez más entre países ricos y países pobres, podemos hablar de la mala distribución de la riqueza de la tierra que crea discriminaciones y mundo a los que ya no sabemos que número dar por la pobreza cada vez mayor. Pero ¿seremos conscientes del pobre que está a nuestro lado? Ese pobre que tiene una cara y tiene un hombre, pero que pasamos a su lado sin mirarle a la cara ni nunca nos hemos interesado por su nombre.
Hoy Jesús comienza a hablarnos del rico que banqueteaba espléndidamente cada día, pero que tenia a la puerta de su casa un pobre llamado Lázaro, echado en su portal y con el cuerpo lleno de llagas y con ganas de alcanzar al menos la migajas que caían de la mesa del rico, pero que nadie le daba nada. Estaba a la puerta, en su mismo portal, pero qué abismo más grande había entre ellos. Y es curioso que Jesús incluso le ponga nombre a aquel pobre. Algo nos querrá decir.
La parábola habla de la muerte de uno y otro y mientras el pobre fue acogido en el seno de Abraham el rico fue sumergido en el abismo en medio de tormentos que nos hablan de la culminación de la vida desenfrenada de lujos y banquetes que habían llenado su vida, pero que ahora le hacían estar en un vació profundo. Un abismo ahora seguía separándolos de manera que no podía recibir ni el consuelo de un dedo humedecido que refrescara sus resecos labios. Sentía ahora el tormento del vació que había significado su vida a pesar de tenerlo todo.
Pero le había faltado algo, su vida estaba vacía aunque quisiera llenarla de los sucedáneos de los places y de una falsa alegría y felicidad, le había faltado humanidad para abrir los ojos y ver a los hombres sus hermanos que estaban a su lado con sus miserias y problemas. ¿Nos harán pensar todos estos abismos y vacíos en los que nosotros también podemos caer?
Con un vació grande caminamos muchas veces en la vida, que aunque quizá podamos tener muchas cosas sin embargo no serán capaces de llenar nuestro corazón de lo importante. Mencionábamos antes la humanidad que nos falta en la vida que nos haría tener una mirada a los que están cerca de nosotros y antes no veíamos y para comenzar a compartir ternura y amor.
La parábola entra en un diálogo entre el rico del abismo con Abraham pidiendo que al menos Lázaro pueda ir a avisar a sus hermanos para que cambien el sentido de sus vidas y no terminen en un tormento como el que él esta padeciendo. Ni que un muerto resucite les va a valer, ‘que escuchen a Moisés y a los profetas’, le responde Abraham. Una invitación a que nosotros escuchemos, sí, el evangelio de Jesús, la Palabra de Dios que tan cercana tenemos de nosotros pero que muchas veces prescindimos de ella en la vida.
Será la Palabra que nos ilumine, la Palabra que nos abra los ojos del corazón para ver con una mirada nueva. Será esa Palabra que ahora mismo nosotros estamos escuchando al hacernos estas consideraciones después de escuchar el evangelio, pero que tan fácilmente pronto olvidamos. Hablábamos al principio de esta reflexión de la poca profundidad que le damos a la vida, del vació interior que muchas veces sentimos y queremos llenar de tantos sucedáneos. Vayamos a empaparnos de esa sabiduría de Dios que en su Palabra encontramos y que le dé ese sentido y profundidad que tanto necesitamos.

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