sábado, 28 de septiembre de 2019

Nos cuesta comprender un amor que se hace entrega hasta el final dando incluso la vida


Nos cuesta comprender un amor que se hace entrega hasta el final dando incluso la vida

 Zacarías 2,5-9.14-15ª; Sal.: Jr 31,10.11-12ab.13; Lucas 9,43b-45
Hay ocasiones en que por más que nos lo expliquen parece que se nos cierra la mente; no entendemos, estamos quizá ensimismados en nuestros pensamientos, en nuestra idea, en nuestra manera de pensar, que aquello que se nos dice nos parece tan nuevo como incomprensible. ¿Qué hacer? ¿Ya se nos pasará esa cerrazón? ¿Cómo abrir la mente a lo nuevo que se nos ofrece? Pero cuidado que a veces no vemos ni nuestra propia cerrazón. Quizá nos fijamos más en los demás, en lo que vemos o nos parece ver en los otros y decimos cómo es que puede cerrar así tan duro de mollera, pero somos nosotros de la misma manera.
En esas andaban los discípulos ante las palabras que Jesús les decía, los anuncios que les estaba haciendo. No terminaban de entender las palabras de Jesús. Aunque ya en otras ocasiones también se los había anunciado. Querían mucho a Jesús, lo habían seguido dejándolo todo, sus vidas se llenaban de esperanza en algo nuevo, podía parecer que todo marchaba sobre ruedas y Jesús viene con estos anuncios, de entrega y de pasión, de cruz y de muerte. Eso no le podía pasar a Jesús, así incluso un día Pedro se lo había llevado aparte y le había dicho que eso no le podía pasar, en otros momentos porfiaría incluso que estaba dispuesto a dar la vida por El. Las esperanzas que habían puesto en El no se podían venir abajo. Por otra parte esta la idea extendida de lo que habría de ser el Mesías y ellos lo vislumbraban como el Mesías.
Vemos la mente cerrada de los discípulos y las dudas que se les metían por dentro, pero hemos de reconocer que no somos nadie para juzgarlos ni condenarlos por eso. Jesús pacientemente seguía enseñándoles para que llegaran a descubrir toda la verdad del misterio de su vida. Su vida era entrega porque era amor. 
Y quien se entrega es capaz de negarse a si mismo de manera que estaría dispuesto a entregar su vida. Era el amor. Y ya nos dirá en otro momento que nadie le arrebata su vida, sino que El la entrega voluntariamente. Para eso ha venido, no para morir, sino para amar, para dar vida, y como el grano de trigo que da vida está dispuesto a morir; el grano de trigo ha de enterrarse para que muera al brotar una nueva vida, una nueva planta, o ha de ser triturado hasta dejar de ser el mismo para convertirse en harina y convertirse en pan que nos alimenta y que nos da vida.
Y ese es el sentido de Jesús, eso es la vida de Jesús. Pero ya sabemos que una entrega de este tipo no es entendida, porque los que nos creemos sabios en este mundo muchas veces no llegaran a entender lo que significa una entrega para dar vida; dan de su vida, de su sabiduría externamente solo con las palabras que nos trasmiten, pero Jesús que es la Palabra con mayúsculas, porque es la Palabra de Dios, nos da algo mas que palabras porque nos da su propia vida. Es su entrega.
¿Tendrá que pasar por el sacrificio de la muerte de la cruz? Es que no hay amor más grande que el que se da hasta morir por aquellos a los que ama. Y eso es lo que hizo Jesús.

viernes, 27 de septiembre de 2019

Unas preguntas para clarificar cual es el sentido profundo de nuestra fe desde nuestra propia experiencia de pascua


Unas preguntas para clarificar cual es el sentido profundo de nuestra fe desde nuestra propia experiencia de pascua

Ageo 2,1b-10; Sal 42;  Lucas 9,18-22
¿Qué dice la gente? ¿Qué dicen ustedes? ¿Qué es lo que realmente digo yo, pienso yo? Preguntas interesantes. Preguntas a las que hemos de saber dar una buena interpretación pero que sobre todo en la última hemos de saber darle verdadero sentido y profundidad. Para formarnos una opinión, ¿estaremos pendientes de lo que le gente pueda decir?
Realmente reconocemos que nos sentimos influenciados por lo que digan o lo que piensen los demás. No siempre es una influencia positiva. Porque la comidilla de lo que dicen o piensan los demás, sobre todo cuando se hacen de forma negativa pueden influir en nosotros de forma negativa. Cuantas veces en la vida hemos comenzado a sospechar de alguien, a mermarle nuestra confianza desde algo que nos susurraron quizá con no buenas intenciones, y empezamos a desconfiar, a pasar por el filtro de ese comentario que nos hicieron el concepto que teníamos de alguien, o a cambiar la mirada hacia esa persona.  Y es que a veces parecemos tan ingenuos que nos tragamos todo lo que nos digan.
¿Dónde se queda nuestro criterio? ¿Por qué cambiamos nuestra manera de pensar? Nuestra mirada, nuestros criterios, nuestros juicios deberían ser los de una persona madura que no se deja influenciar. Tratar de no poner filtros interesados a nuestras miradas, a nuestros pensamientos, querer ser verdaderamente justos y equilibrados, tener unos criterios bien formados para obrar y para pensar de la mejor manera. A veces no es fácil.
Me ha surgido este comentario y reflexión desde unas preguntas que nos aparecen hoy en el evangelio, aunque parezca que no tienen mucha relación pero es bueno pensar en ese lado humano de la vida, de lo que cada día nos puede pasar, de lo que son nuestras relaciones con los demás. Todo siempre podemos mejorarlo.
Las preguntas las hace Jesús a sus discípulos más cercanos, a aquellos a los que había constituido en apóstoles. Es ver lo que opina la gente de Jesús, pero lo que Jesús va buscando realmente es que los mismos discípulos más cercanos se decanten, se definan, lleguen realmente a tener un conocimiento profundo de Jesús.
Ayer escuchábamos en el evangelio que Herodes recogiendo lo que la gente le contaba de Jesús, y quizás con su conciencia no demasiado tranquila, aunque hay siempre maneras de acallarla y en eso era un buen artista, ahora se siente interrogado por la presencia de Jesús y al final se termina diciendo que quería conocerle. Reflexionábamos entonces sobre cómo la gente busca a Jesús y cómo esa tendría que ser nuestra tarea dejándonos conducir por el Espíritu del Señor para que nuestra fe se abriera al misterio, al Misterio de Dios que se manifestaba en Jesús.
Hoy podríamos decir que el evangelio nos está invitando a dar un paso más, un paso más comprometido. La pregunta ya no es solo a los discípulos, sino la pregunta es a nosotros. Soy yo el que tengo que responder, libre de toda influencia, desde una experiencia viva en el encuentro con Jesús. ¿Qué es lo que realmente yo pienso, qué es lo que opino? ¿Quién es Jesús para mí?
Los discípulos responden primero lo que la gente dice, un profeta, alguien como Juan Bautista como si hubiera vuelto a la vida, para luego dar su propia respuesta de fe. El Mesías de Dios, el Hijo de Dios. Como nos dirá otro evangelista aquello no lo habían conocido por si mismos, sino porque el Padre se lo había revelado en sus corazones. Pero aun tienen que ahondar más en el misterio de Cristo. Por eso Jesús les habla de su pasión, de su muerte en Cruz, de su resurrección. Y aunque aun ahora no terminan de entender estas palabras de Jesús será algo que tienen que ir metiendo  hondamente en su corazón para llegar a comprender y vivir todo el misterio de Jesús.
No podían quedarse con una idea preconcebida de Mesías como quien los liberara de la esclavitud de los romanos, sino que tenían que conocer y comprender el misterio de Cristo a través de su Pascua. Será un trance duro y amargo, que les llevará a muchas dudas y miedos, pero del que han de salir fortalecidos para reconocer que en verdad Jesús es el Señor. Así comenzarán a proclamarlo a partir de la resurrección con la fuerza del Espíritu que comenzará a habitar en sus corazones. La experiencia dura de la Pascua les abrirá de verdad los ojos al misterio de Dios que en Jesús se les manifiesta.
Pero la pregunta queda en el aire. Y nosotros ¿qué pensamos de Jesús? ¿Cuál es nuestra experiencia vital del encuentro con Jesús? ¿Cuál sería en verdad nuestra fe? ¿Habremos pasado también por esa experiencia pascual?

jueves, 26 de septiembre de 2019

Pueden surgirnos dudas e interrogantes, pero busquemos, busquemos luz, busquemos verdadera respuesta en Jesús


Pueden surgirnos dudas e interrogantes, pero busquemos, busquemos luz, busquemos verdadera respuesta en Jesús

Ageo 1, 1-8; Sal 149; Lucas 9, 7-9
Ya conocemos las andanzas de Herodes. Hoy nos dice el evangelio que había oído hablar de Jesús y ahora quiere conocerlo. En una ocasión le dirán a Jesús que Herodes andaba averiguando de El, pero no le hace caso, no le da importancia. Reconoce que ha degollado a Juan el Bautista, no sé si por remordimiento, pero al oír hablar de Jesús le entra como un escozor o un miedo de si Jesús es Juan que ha resucitado. Algo hay dentro de él que no le deja mucho en paz. Su forma de vida, pensando solo en fiestas y en banquetes con las mayores orgías, como cuando degolló al Bautista, o su forma de vivir ahora con la mujer de su hermano. Ya le había costado la reprensión de Juan y que de alguna manera motivó que lo metiera en la cárcel a instigación de Heroidas.
Pero ahora, nos dice el evangelista dice que quiere conocer a Jesús. ¿Cuáles serían sus aviesas intenciones? ¿Sentiría inquietud por aquel profeta, según el decir de las gentes, que había aparecido por Galilea, precisamente su territorio? ¿O sería una curiosidad más que se quedara solo en lo exterior sin dejar que la Palabra de Jesús hiciera mella en su interior?
Quería conocer a Jesús. Como nosotros queremos conocer a Jesús. Como tanta gente que siente curiosidad por Jesús, porque es un personaje histórico y queremos tener noticias de él como de cualquier otro persona de la historia que pertenece ya al pasado; conocer a Jesús como quien conoce un movimiento filosófico más, pero que no me va a apartar de mi manera de pensar o mi propio sentido de la vida. Muchos sienten quizá curiosidad por Jesús, pero se quedan quizá en aspectos que no son fundamentales aunque sean cosas que bien podemos destaca de Jesús.
Lo importante ahora es que tengamos claro por qué queremos conocer a Jesús, cuál es la actitud de nuestro corazón y nuestra vida ante Jesús, ante su Palabra, ante su evangelio. Y es que no nos podemos acercar de cualquier manera hasta Jesús, aunque Jesús siempre tendrá una palabra y una luz para quien se acerque con sinceridad. Pero bien sabemos lo importante que es que estemos abiertos al misterio de la fe, al misterio de Dios que se nos manifiesta en Jesús. Sólo así podremos descubrirle de verdad, conocerle en lo más profundo. No es un personaje más de la historia, no un buen filósofo que nos quiere hacer simplemente un planteamiento de la vida como cualquier otra corriente filosófica.
Es que en Jesús descubrimos el misterio de Dios y solo abiertos a la fe podremos descubrirle. Dejémonos asombrar, no queramos poner límites a ese misterio de fe que se nos quiere manifestar. Pueden surgirnos dudas e interrogantes, pero busquemos, busquemos luz, busquemos verdadera respuesta en Jesús; dejémonos sí interrogar por dentro pero dejémonos interpelar por su palabra, por su vida, por su amor y abrimos el misterio del hombre, el misterio que anida en nuestro corazón al misterio de Dios y ese encuentro nos llevará por caminos de plenitud de vida.
Y eso, aunque ya nos consideremos muy creyentes – como decimos tantas veces creyentes de toda la vida – tenemos que seguir haciéndolo, seguir buscando, seguir queriendo conocer a Jesús, dejándonos interpelar por El, porque en El vamos a encontrar la Verdad, la Verdad de Dios que nos ayudará a descubrir la verdad del hombre, la verdad de mismo.
Quería conocer a Jesús. Queremos conocer a Jesús.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Un anuncio de la Buena Nueva de Jesús del que no nos podemos desentender sino que realicemos con todos los medios a nuestro alcance


Un anuncio de la Buena Nueva de Jesús del que no nos podemos desentender sino que realicemos con todos los medios a nuestro alcance

Esdras 9, 5-9; Sal.: Tb, 13,2.3-4.6; Lucas 9,1-6
‘Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades… Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes…’
Anunciando el evangelio, la Buena Nueva de Jesús, la Buena Nueva de que con Jesús llegaba el Reino de Dios. Lo que Jesús había comenzado anunciando también por los caminos y los pueblos de Galilea. Lo que sigue siendo el anuncio que hemos de seguir haciendo por los caminos del mundo.
Anunciando el evangelio y realizando los signos del Reino de Dios. Decir que llega el Reino de Dios es decir que vamos venciendo el mal, porque solo Dios es nuestro Señor. Y con Dios resplandece la luz, con Dios resplandece el bien y el amor, con Dios se vence todo mal. En el lenguaje del evangelio se curan las enfermedades, ha de desaparecer todo lo que produzca dolor al hombre.
Mucho es el mal que daña el corazón del hombre; la enfermedad es una imagen de ello, pero bien sabemos que no solo es ese mal físico de la falta de salud o de las imposibilidades o discapacidades que tengamos en nuestro cuerpo; hay un mal más profundo que daña el corazón del hombre, el corazón de toda persona y es el que también tenemos que eliminar. Lo llamamos pecado porque todo lo que dañe al hombre rompe nuestra amistad y nuestra armonía con Dios. Dios siempre quiere el bien del hombre y en nuestras manos está el que logremos ese bien venciendo todo lo que sea desamor, venciendo nuestros egoísmos y nuestros odios, venciendo la maldad que se nos mete en el corazón tantas veces y nos hace injustos y malvados, venciendo todo lo que rompe esa armonía de la humanidad y de la creación.
Cuando  hoy en el evangelio escuchamos que Jesús ha elegido el grupo de los doce y los manda con autoridad a expulsar demonios y a curar toda enfermedad anunciando el Reino de Dios, sentimos que esa es también nuestra tarea y nuestro compromiso, la tarea y el compromiso de la Iglesia y de cada uno de los cristianos. Anunciamos la buena nueva de Jesús pero lo hacemos dando señales del Reino de Dios.
Las señales han de aparecer primero que nada en nuestra propia vida porque nos sentimos liberados de todo mal, porque en nosotros no han de aparecer ya de ninguna manera esos signos del mal porque ya nuestra vida resplandece por el amor. Lejos de nosotros el egoísmo y la maldad, lejos de nosotros toda señal de maldad en nuestro corazón y toda hipocresía, lejos de nosotros las vanidades que nos hacen sentirnos orgullosos poniéndonos por encima de los demás, lejos de nosotros la insolidaridad y la mentira, lejos de nosotros la autosuficiencia y la despreocupación por los demás.
Pero ese es el mensaje que llevamos a los demás con nuestro compromiso con nuestra lucha por la justicia, por nuestro trabajo por la paz y por un mundo más solidario, por nuestra cercanía a todos los que sufren sintiendo como nuestros los sufrimientos de los demás, por querer aliviar todo sufrimiento y todo dolor, por nuestra búsqueda del bien y de lo que sea siempre la unidad entre todos tendiendo puentes que nos acerquen los unos a los otros. Estaremos así curando enfermos y expulsado demonios, porque estaremos trabajando así seriamente por hacer un mundo mejor al que nosotros queremos llamar el Reino de Dios.
Una tarea de la que no nos podemos desentender, con la que tenemos que sentirnos comprometidos, con la que estamos en verdad proclamando nuestra fe, con la que estaremos gritando al mundo que el evangelio de Jesús será siempre el camino seguro de salvación para todos. Es el anuncio del Evangelio que tenemos que realizar por todos los medios que estén a nuestro alcance.

martes, 24 de septiembre de 2019

Cuando plantamos la Palabra de Dios en nuestro corazón, llenos del Espíritu comenzamos a ser distintos, porque vivimos la verdadera comunión en el amor



Cuando plantamos la Palabra de Dios en nuestro corazón, llenos del Espíritu comenzamos a ser distintos, porque vivimos la verdadera comunión en el amor

Esdras 6, 7-8.12b.14-20; Sal 121; Lucas 8, 19-21
‘Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’. Así vinieron a decirle a Jesús. Era mucha la gente que se agolpaba a su alrededor porque todos querían estar cerca de El y todos querían escucharle. No está claro en el evangelio que María siguiera todos los pasos de Jesús en su deambular por los caminos y aldeas de Galilea. Un día Jesús había dejado su pueblo y su casa para establecerse en Cafarnaún. Imagen quizá de lo que El pedía a sus discípulos a los que quisieran seguirle. Más tarde sabremos que está también en Jerusalén cuando ha subido a la Pascua, a su Pascua. Vendría ahora desde la cercana Nazaret, o ya se habría establecido más cerca de Jesús, también en Cafarnaún. Solo el evangelista nos dice que María estaban fuera y querían ver a Jesús.
¿María quiere ver a Jesús y también escucharle? Ella era la que un día había dicho sí para plantar la Palabra de Dios en su corazón. ¿María quería ahora también escuchar a Jesús? ¿Por qué no? Nos atrevemos a considerar que no era como una visita protocolaria de la madre que quiere saber cómo van las cosas de su hijo; claro que las visitas de una madre nunca son protocolarias sino que siempre tienen el sentido hondo del amor del corazón de una madre.
Aunque hoy es al revés muchas veces hacemos las visitas de los hijos protocolarias cuando van a visitar a la madre o al padre que quizá sigue solo en casa o ya no está en la casa sino que habremos buscado un sitio donde hagan por ellos lo que nosotros decimos que en los agobios de la vida no tenemos tiempo de hacer. Y salen así esas visita, sí tenemos que decir, protocolarias de unos minutos de vez en cuando para quedar bien.
Los pasajes del evangelio cuando los escuchamos con verdadera apertura del corazón nos van sugiriendo muchas cosas en nuestro interior, ya que en fin de cuentas es la Palabra de Señor que nos habla y nos habla a nuestra vida concreta. Aunque parezca que nos distraemos de lo que pueda ser lo principal del mensaje, sin embargo siempre hemos de estar atentos a cuantos nos va sugiriendo el Señor allá en lo  hondo del corazón. Es la Palabra que tenemos que escuchar, que plantar hondamente en nosotros para que dé frutos con esa disponibilidad del corazón siempre para lo que nos pida el Señor.
Vayamos de nuevo el relato del texto. No habían podido llegar hasta Jesús y se lo anuncian a Jesús. Y Jesús mirando en su entorno, viendo todos aquellos que allí están también con deseos de escuchar la Palabra del Señor nos señala algo nuevo. ¿Quiénes son su madre y sus hermanos? Allí están, los que quieren escuchar la Palabra, los que quieren llevarla en el corazón, los que no la abandonan sino que harán todo lo necesario para que dé fruto. ‘Estos son mi madre y mis hermanos’.
No es un rechazo a María y a sus hermanos, a su familia que allí está queriendo verle, queriendo escucharle también, estar con El. Es señalar que como María se convirtió en su madre por esa apertura a Dios, por ese querer escuchar a Dios – allá en el silencio de su casita de Nazaret así la contemplamos cuando llega el ángel a ella de parte de Dios – si nosotros entraremos a formar parte de esa nueva familia si tenemos también esa disposición para escuchar a Dios.
Nace una nueva familia. ‘No es por la carne ni por la sangre’, como diría el evangelio de Juan, sino cuando dejamos que el Espíritu de Dios llegue a nosotros para hacernos hijos de Dios. Y dejar que el Espíritu llegue a nosotros es abrir nuestro corazón para escucharle, para dejarnos conducir por El,  inspirarnos, decimos, o lo que es lo mismo dejarnos inundar por el Espíritu, nos hacemos uno con El y así comenzamos a ser hijos de Dios.
Y es que cuando plantamos así la Palabra de Dios en nuestro corazón nuestra vida tiene que ser distinta. Hay en nosotros la verdadera unidad del amor, la verdadera comunión.

lunes, 23 de septiembre de 2019

No ocultemos la luz de nuestra fe porque el evangelio sigue siendo una necesaria luz que dé brillo a nuestro mundo


No ocultemos la luz de nuestra fe porque el evangelio sigue siendo una necesaria luz que dé brillo a nuestro mundo

Esdras 1,1-6; Sal 125; Lucas 8,16-18
Ya sabemos que hoy cuando se trata de iluminación hay mucha imaginación en quien está encargado de realizarla; se hacen juegos de luces maravillosos tratando de resaltar aquello que consideramos más importante, lo que puede conllevar un mensaje, se utiliza con frecuencia una iluminación indirecta y no siempre quizá vemos la lámpara o foco que produce tal iluminación. Ocultaremos la lámpara quizás pero buscamos la mejor iluminación; ocultar la lámpara no significa taparla para que no dé luz, sino quizá producir mejor iluminación según lo que pretendamos conseguir o resaltar. La luz, por supuesto, es para iluminar, no para producir oscuridad.
Así la vida, hay personas que son muy luminosas porque cuanto le vemos hacer sentimos en nosotros un estímulo interior quizá para imitarle en sus valores y virtudes o para despertar en nosotros cuanto de bueno llevamos en nuestro corazón para tratar también de iluminar ese mundo en el que vivimos, muchas veces tan lleno de oscuridades. 
Ser luminoso en la vida no es pretender ir por delante con nuestros orgullos para que vean lo bueno que somos o las cosas buenas que hacemos para recibir el aplauso. Hacemos lo que hacemos, vivimos nuestros valores y nuestras virtudes con sencillez y quizá así de forma indirecta sin tener que decirlo de palabra estimulamos a los demás.
Esa sencillez y humildad con que vivimos la vida no nos tiene que hacer ocultar aquello bueno que hacemos, no buscamos el aplauso, pero sí queremos siempre poner luz en la vida, despertar lo bueno que cada uno lleva en su corazón para que salga a flote y así entre todos hagamos un mundo más brillante, más luminoso porque entre lo bueno que hacemos todos haremos que todos podamos ser un poco más felices.
No serán necesarios grandes focos que llamen la atención sino esos gestos humildes y sencillos de amor y cercanía que podamos tener con los demás, esa responsabilidad con que vivimos la vida y aquellas cosas que se nos han confiado calladamente sin hacer alardes pero nunca abandonando esa responsabilidad que tenemos. Eso bueno que vivimos, esa responsabilidad con que vivimos la vida, aunque parezca oculto, saldrá a flote, iluminará aunque sea de forma indirecta, como decíamos antes, a los que están a nuestro lado y algún día se darán cuenta de la luz.
De eso nos está hablando hoy Jesús en el evangelio cuando no dice que la luz no se puede poner en un lugar oculto para que no ilumine, no se puede tapar, como dice El, no se puede meter debajo de la cama o de la mesa. Y esto atañe también a todo lo que es la vivencia de nuestra fe. El mundo necesita de esa luz pero desgraciadamente los cristianos no damos toda la luz que tendríamos que dar, es más, muchas veces parece que hay cristianos que quieren ocultar esa luz, como si les diera vergüenza llevar esa luz de la fe en sus vidas.  No hemos sabido ser valientes para manifestar esa luz, para expresar valientemente nuestra fe con nuestro estilo de vida y también cuando sea necesario con nuestras palabras. Es un testimonio valiente que tenemos que saber dar.
Así nuestro mundo ha ido perdiendo su brillo, no se tienen en cuenta ya lo que son nuestros valores cristianos, muchas veces nos encontramos un mundo adverso que rechaza esa fe, quizá porque el testimonio que les hemos dado no ha sido del todo convincente porque no ha habido verdadera congruencia en nuestras vidas. Mucho tenemos que revisarnos los cristianos de cómo damos ese testimonio, si nuestras vidas son verdaderamente luz para los demás, o si acaso alguna vez lo ocultamos o el testimonio es negativo por su incongruencia.
Que brillen nuestras buenas obras para que todos lo hombres puedan dar gloria al Padre del cielo, como nos dice Jesús en otro momento del Evangelio.

domingo, 22 de septiembre de 2019

La astucia, sabiduría, de abrir el corazón en el uso de los bienes para que no se nos cierre de forma egoísta el bolsillo


La astucia, sabiduría, de abrir el corazón en el uso de los bienes para que no se nos cierre de forma egoísta el bolsillo

Amós 8, 4-7; Sal 112; 1Timoteo 2, 1-8;  Lucas 16, 1-13
¿Qué hacemos de nuestros bienes y riquezas? Nos sentimos dueños; ‘es mío’ es la reacción ante lo que tenemos; casi desde que nacemos comenzamos a querer dominar sobre nuestras cosas como si fueran de nuestra única posesión; es la reacción ya del niño que cuando coge una cosa ya es suya, ‘es mío’ reacciona si queremos que nos la dé y la acapara para si. Aunque tendríamos que pensar si lo hace porque es lo que ve en los otros y ha perdido la inocencia de sentir que todo es de todos. Y en la medida en que somos mayores eso se acentúa, porque hasta nos volvemos avaros y en consecuencia egoístas. Para mí y para mi disfrute.
¿No habría que romper esa espiral de alguna manera? Por eso nos tenemos que preguntar que hacemos de nuestros bienes, de lo que consideramos que son nuestras riquezas. La buena nueva del evangelio que Jesús nos ofrece creo que quiere que abramos nuestros ojos para ver las cosas de manera distinta. Ese Reino de Dios que Jesús nos anuncia no tiene nada que ver con esa avaricia y egoísmo con que vivimos la vida. Son otros los valores. Otro tendría que ser el sentido que le damos a la vida y que le damos entonces también a esas cosas materiales de las que disponemos.
La parábola que nos ofrece hoy el evangelio se nos ha hecho siempre de difícil lectura. No terminamos de comprender que no es el hecho en si de lo que se nos narra sino la imagen que se nos quiere ofrecer. Como se habla de un administrador, de unos bienes no bien administrados, de un dueño que pide cuentas nos quedamos en esa materialidad de lo que se nos cuenta y no vamos más allá. Por eso seguimos pensando que con injustas esas artes y mañas de las que se vale el administrador para no quedarse en la calle, y por eso aun más se nos hace incomprensible muchas veces la parábola cuando aquel amo felicita al administrador injusto por su astucia. No es la astucia en si misma para delinquir lo que se alaba sino el nuevo sentido que se le va a dar a aquellos bienes y riquezas.
Cuando escuchemos la parábola pongámonos nosotros en el lugar, si habla de un administrador, ¿por qué no pensar que somos nosotros ese administrador de esos bienes, o de cuanto Dios ha puesto en nuestras manos? Con otras parábolas entendemos que esos talentos, esos valores, esa riqueza de vida que está en nuestras manos son para que los negociemos, para que hagamos fructificar la vida. De lo contrario seriamos, es cierto, unos irresponsables. Pero ¿qué uso le damos a cuanto tenemos, a eso que hacemos fructificar con nuestro trabajo, solo para una satisfacción personal, para un beneficio propio o con eso que tenemos hemos de pensar en los demás?
El evangelio siempre tenemos que verlo en su conjunto y unos textos nos ayudan a comprender otros. Recordemos, por ejemplo, lo que Jesús le decía a aquel joven rico que viene preguntando qué hacer para heredar la vida eterna. El mensaje final es ‘vende cuanto tienes, compártelo con los pobres y tendrás un tesoro en el cielo’. ¿No podríamos ver aquí la astucia de aquel administrador que usando de aquellos bienes que tiene que administrar está guardando un tesoro en el cielo? Es cierto que las palabras de la parábola pueden darnos la impresión de una intención egoísta e interesada, para tener luego quien le acoja cuando se quede sin nada, que dice la parábola.
Por eso sentenciará Jesús  ‘Ganaos amigos con el dinero injusto, para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas’. En consonancia perfecta con lo que nos dice Jesús en otros momentos del evangelio. Es el sentido y valor que le hemos de dar a lo que tenemos que nunca nos puede encerrar de forma egoísta en nosotros mismos.
Por eso nos hablará por una parte de esa fidelidad nuestra hasta en lo más pequeño, lo que nos puede parecer insignificante, o como son cosas materiales pensamos que tiene poco o menos valor. Esos bienes que poseemos se pueden convertir, es cierto, en una cosa injusta por decirlo de alguna manera, pero depende de cómo los utilicemos, depende del mal uso que nosotros hagamos de ello, o del egoísmo o del desprendimiento con que vivamos la vida y la posesión de las cosas.
Pero ahí también tenemos que ser fieles, porque además no es nuestra riqueza, sino la riqueza también de nuestro mundo y con lo que hagamos de esos bienes podemos hacer que nuestro mundo sea más injusto – por tantas diferencias y desigualdades – o pueda ser mejor porque pueda ser una fuente de vida y de riqueza para los demás. Si no hago fructificar de buena manera lo que tengo no generaré esa riqueza que pueda beneficiar a los demás con su propio trabajo.
¿Qué hacemos de nuestros bienes y nuestras riquezas? Nos preguntábamos al principio. Espero que con esta reflexión seamos capaces de abrir no solo nuestra mente, sino también nuestro corazón para que no tengamos unos bolsillos cerrados. Entendemos.