martes, 24 de septiembre de 2019

Cuando plantamos la Palabra de Dios en nuestro corazón, llenos del Espíritu comenzamos a ser distintos, porque vivimos la verdadera comunión en el amor



Cuando plantamos la Palabra de Dios en nuestro corazón, llenos del Espíritu comenzamos a ser distintos, porque vivimos la verdadera comunión en el amor

Esdras 6, 7-8.12b.14-20; Sal 121; Lucas 8, 19-21
‘Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte’. Así vinieron a decirle a Jesús. Era mucha la gente que se agolpaba a su alrededor porque todos querían estar cerca de El y todos querían escucharle. No está claro en el evangelio que María siguiera todos los pasos de Jesús en su deambular por los caminos y aldeas de Galilea. Un día Jesús había dejado su pueblo y su casa para establecerse en Cafarnaún. Imagen quizá de lo que El pedía a sus discípulos a los que quisieran seguirle. Más tarde sabremos que está también en Jerusalén cuando ha subido a la Pascua, a su Pascua. Vendría ahora desde la cercana Nazaret, o ya se habría establecido más cerca de Jesús, también en Cafarnaún. Solo el evangelista nos dice que María estaban fuera y querían ver a Jesús.
¿María quiere ver a Jesús y también escucharle? Ella era la que un día había dicho sí para plantar la Palabra de Dios en su corazón. ¿María quería ahora también escuchar a Jesús? ¿Por qué no? Nos atrevemos a considerar que no era como una visita protocolaria de la madre que quiere saber cómo van las cosas de su hijo; claro que las visitas de una madre nunca son protocolarias sino que siempre tienen el sentido hondo del amor del corazón de una madre.
Aunque hoy es al revés muchas veces hacemos las visitas de los hijos protocolarias cuando van a visitar a la madre o al padre que quizá sigue solo en casa o ya no está en la casa sino que habremos buscado un sitio donde hagan por ellos lo que nosotros decimos que en los agobios de la vida no tenemos tiempo de hacer. Y salen así esas visita, sí tenemos que decir, protocolarias de unos minutos de vez en cuando para quedar bien.
Los pasajes del evangelio cuando los escuchamos con verdadera apertura del corazón nos van sugiriendo muchas cosas en nuestro interior, ya que en fin de cuentas es la Palabra de Señor que nos habla y nos habla a nuestra vida concreta. Aunque parezca que nos distraemos de lo que pueda ser lo principal del mensaje, sin embargo siempre hemos de estar atentos a cuantos nos va sugiriendo el Señor allá en lo  hondo del corazón. Es la Palabra que tenemos que escuchar, que plantar hondamente en nosotros para que dé frutos con esa disponibilidad del corazón siempre para lo que nos pida el Señor.
Vayamos de nuevo el relato del texto. No habían podido llegar hasta Jesús y se lo anuncian a Jesús. Y Jesús mirando en su entorno, viendo todos aquellos que allí están también con deseos de escuchar la Palabra del Señor nos señala algo nuevo. ¿Quiénes son su madre y sus hermanos? Allí están, los que quieren escuchar la Palabra, los que quieren llevarla en el corazón, los que no la abandonan sino que harán todo lo necesario para que dé fruto. ‘Estos son mi madre y mis hermanos’.
No es un rechazo a María y a sus hermanos, a su familia que allí está queriendo verle, queriendo escucharle también, estar con El. Es señalar que como María se convirtió en su madre por esa apertura a Dios, por ese querer escuchar a Dios – allá en el silencio de su casita de Nazaret así la contemplamos cuando llega el ángel a ella de parte de Dios – si nosotros entraremos a formar parte de esa nueva familia si tenemos también esa disposición para escuchar a Dios.
Nace una nueva familia. ‘No es por la carne ni por la sangre’, como diría el evangelio de Juan, sino cuando dejamos que el Espíritu de Dios llegue a nosotros para hacernos hijos de Dios. Y dejar que el Espíritu llegue a nosotros es abrir nuestro corazón para escucharle, para dejarnos conducir por El,  inspirarnos, decimos, o lo que es lo mismo dejarnos inundar por el Espíritu, nos hacemos uno con El y así comenzamos a ser hijos de Dios.
Y es que cuando plantamos así la Palabra de Dios en nuestro corazón nuestra vida tiene que ser distinta. Hay en nosotros la verdadera unidad del amor, la verdadera comunión.

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