sábado, 7 de septiembre de 2019

Hagamos humana la vida del hombre liberándola de esclavitudes deshumanizante y poniendo nuestros pequeños gestos de ternura y cercanía que alegran el corazón


Hagamos humana la vida del hombre liberándola de esclavitudes deshumanizante y poniendo nuestros pequeños gestos de ternura y cercanía que alegran el corazón

Colosenses 1, 21-23; Sal 53; Lucas 6, 1-5
La vida está hecha de pequeñas cosas; esos pequeños detalles, esos pequeños gestos, esas pequeñas acciones que vamos realizando casi como una rutina cada día, pero que han de tener hondo contenido que nos ayude a nuestra realización como persona y que también puedan ayudar a los demás.
Depende de cómo las realicemos, porque un pequeño gesto nuestro puede resultar molesto u ofensivo para alguien, pero un pequeño gesto realizado desde un corazón sincero y lleno de ternura pueda hacer muy agradable la vida de los que nos rodean. Esas pequeñas cosas le van dando intensidad y calor a nuestra vida porque queriendo hacer felices a los demás, por ejemplo con una sonrisa o una buena cara, también nosotros nos sentimos felices y vamos llenando de alegría y paz nuestro corazón.
Hay gente que no sabe sonreír a los demás y por su expresión muchas veces dura dan la impresión que llevan su corazón lleno de amarguras que no han sabido superar. Pero a personas así hemos de saber hacerle frente con nuestra sonrisa, con nuestra alegría interior, con una bonita palabra que les hace salir de su ensimismamiento y les haga olvidar las cosas negras que puedan llevar en su corazón.
Creo que los cristianos, los que de en verdad nos tomamos en serio a Jesús y su buena noticia, tenemos que ser siempre las personas con más alegría del mundo. Nos sentimos amados por quien en verdad puede llevarnos a la plenitud y eso tiene que hacer que nos sintamos felices; por eso siempre tenemos que ir repartiendo esa alegría, esa esperanza poniendo ilusión en los corazones de todos aquellos con los que nos encontramos. De ahí lo importante de esos pequeños gestos de bondad, como decíamos antes, que tenemos que ir repartiendo por doquier.
Vivimos con alegría y con paz, queremos seguir los caminos del evangelio, nos caminos que nos traza Jesús y sabemos muy bien que cumpliendo sus mandamientos seremos felices nosotros y haremos felices a cuantos están a nuestro lado. Y es que no solo nunca les haremos daño, sino que siempre le estaremos ofreciendo amor, paz y serenidad para sus corazones. Cumplir la ley del Señor para nosotros no es una agonía que nos esclavice, sino un camino que nos llena de felicidad. Siempre la ley del Señor busca el bien del hombre para la gloria de Dios.
Desgraciadamente todos no lo entienden así y viven con amargura en su corazón, pero es que no han descubierto el verdadero sentido de lo que es la voluntad de Dios para el hombre. No es un capricho, sino un camino de felicidad. Lo que nos sucede muchas veces es que nos hacemos unas interpretaciones muy sesgadas de lo que son los mandamientos del Señor, los llenamos de cosas en su entorno que nos aprietan y terminan esclavizándonos, cuando nos fueron dados para nuestra libertad.
Un ejemplo lo tenemos en lo que nos ofrece hoy el texto del evangelio. El sábado era el día santo para glorificar al Señor, pero al mismo tiempo era el día del descanso del hombre. El ser día de descanso prohibiéndose todo tipo de trabajo era una forma también de humanizar la vida del hombre para que no viviera el trabajo como una esclavitud; el bien del hombre al tiempo que la santificación del nombre del señor era su sentido. Pero lo habían encorsetado de tal manera con tantas prohibiciones que lo habían convertido en algo esclavizante, que entonces se llegaba a vivir con amargura. La muestra la tenemos en lo quisquillosos que eran lo escribas y fariseos que vienen a echar en cara a los discípulos de Jesús que no guardan el descanso del sábado simplemente por coger unas espigas que calmasen la fatiga del camino. ¿Era eso humano? Es en cierto modo la respuesta que les da Jesús.
Hagamos humana la vida del hombre liberándola de esclavitudes innecesarias y deshumanizante. Hagamos humana la vida del hombre buscando siempre el bien de la persona; hagamos humana la vida con nuestra ternura, con nuestra cercanía a las personas, con esos pequeños gestos de humanidad que hemos de tener los unos con los otros.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Desde los valores nuevos del evangelio es necesario unas nuevas actitudes y posturas para vivir la novedad del hombre nuevo del Reino de Dios


Desde los valores nuevos del evangelio es necesario unas nuevas actitudes y posturas para vivir la novedad del hombre nuevo del Reino de Dios

Colosenses 1, 15-20; Sal 99; Lucas 5, 33-39
Algunas veces somos muy especiales, prontos siempre para el juicio y la condena. Nos dejamos llevar por las apariencias, actuamos desde unas rutinas de la vida muchas veces sin saber el por qué de lo que hacemos, no escuchamos las razones o motivos de la actuación de los demás. Y surge en nuestro interior el juicio y hasta la condena.
Nos choca lo que es nuevo en contraposición a nuestras rutinas y tradiciones y nos sentimos bien en lo que hacemos con espíritu conservador y no soportamos ninguna innovación que pretenda mejorar.
Y eso nos sucede en todo el ámbito de la vida social en que enseguida nos ponemos en alerta ante nuevos movimientos, prejuzgándolos sin conocerlo y queremos pasar todo por nuestra lupa que con el paso del tiempo puede estar desenfocada como nos sucede con nuestros ojos que pierden una visión clara por el paso de los años. Eso nos sucede por ejemplo en el ámbito de nuestras comunidades vecinales en que nos ponemos alerta cuando se quieren mejorar cosas que faciliten una actividad viva e innovación.
¿No nos sucederá también en el campo de la fe, de la religión, de la vida de la Iglesia? Ya costó mucho la aceptación de las directrices del concilio  en su tiempo. Como cuesta ahora el movimiento renovador que quiere impulsar el papa Francisco para una renovación de la vida de la Iglesia. Cuántos detractores salen de debajo de las piedras por doquier; cuantas desconfianzas en muchos ámbitos de la vida de la Iglesia; cuantos que como rémoras quieren retardar los impulsos nuevos que se van sintiendo en la vida de la Iglesia, y que son impulsos del espíritu del Señor, al que nos resistimos tantas veces.
Ya le sucedió a Jesús como vemos hoy en el texto del evangelio. Por allá aparecen unos fariseos pidiendo cuentas a Jesús de lo que hacen sus discípulos, en este caso por lo del ayuno. Jesús había comenzado pidiendo conversión desde lo hondo del corazón para poder creer en la buena nueva del evangelio. Y esa renovación cuesta. Para muchos aquello no entraba en sus planes. El Mesías tenia que tener otro sentido y otras tenían que ser las liberaciones. Pero Jesús pide la liberación y renovación desde el fondo del corazón; lo que pide Jesús es una renovación total, hombre nuevo, odres nuevos, vestido nuevo y nada de remiendos o arreglitos.
Es de lo que nos está hablando hoy Jesús. Habla de la alegría de los amigos del novio cuando están la boda de su amigo, donde no tienen que caber tristezas sino todo tiene que ser fiesta. ¿No tendría que ser así la vida del cristiano que se siente unido a Jesús? Tenemos que vivir la alegría de la fe, pero muchas veces nuestros rostros adustos y serios dan la impresión que nos falta esa alegría interior que tenemos que sentir siempre desde la fe.
Quien sigue el camino de Jesús ha de sentirse un hombre nuevo, y quien se siente nuevo se siente con alegría, con deseos de búsqueda, de renovación, de algo nuevo que nos llene de vida; quien sigue a Jesús no puede estar viendo dificultades todo el día, porque se siente con la fuerza del Espíritu; quien sigue a Jesús está queriendo hacer un mundo nuevo, no se contenta con remiendos ni rutinas sino que se siente impulsado a una renovación total. Pero todavía sigue habiendo cristianos que caminan bajo el peso de las rutinas, como cansados y desalentados y criticarán todo lo que significa renovación. Nos sentimos acomodados y ponemos mil dificultades para salir de esa comodidad.
Nos habla Jesús de una vida nueva que no se puede contener en los odres viejos; una vida nueva que no se puede quedar en apaños y remiendos. A vino nuevo, odres nuevos. Cuánto nos queda por hacer en la vida de la Iglesia.


jueves, 5 de septiembre de 2019

Con la confianza puesta en la Palabra de Jesús hemos de tener una mirada más amplia y valiente para seguir lanzando las redes y las semillas del Evangelio al mundo



Con la confianza puesta en la Palabra de Jesús hemos de tener una mirada más amplia y valiente para seguir lanzando las redes y las semillas del Evangelio al mundo

Colosenses 1, 9-14; Sal 97; Lucas 5, 1-11
Nos cuesta aceptar lo que nos digan los demás cuando nosotros nos creemos sabedores de la materia ¿Qué me va a decir a mí?, nos decimos runruneando en nuestro interior un tanto rebeldes.  Sobre todo cuando hemos estado batallando con el asunto y a pesar de todo lo que nosotros sabíamos sobre el tema nos vimos abocados al fracaso de no poder hacerlo. Decimos que tenemos experiencia, que tenemos conocimientos, que nosotros siempre lo hemos hecho… pero en cierto modo nos sentimos humillados porque venga otro a decirnos lo que tenemos que hacer.
Nos cuesta dejarnos guiar; queremos ser muy autodidactas y de alguna forma autosuficientes. Pero hemos de aprender a tener otras perspectivas en la vida, descubrir otras posibilidades, no quedarnos superficialmente en la orilla sino ser capaces de ir mar adentro, de adentrarnos con profundidad en la vida, de abrir otros horizontes. Y para eso nos hace falta dejarnos guiar, no pensar solo en nuestras corazonadas, sino que alguien nos ayude a descubrir algo nuevo, algo distinto para nuestra vida. Confiar, fiarnos, saber apoyarnos también en el otro que tanto nos cuesta por nuestra autosuficiencia.
Cuando lo hacemos, cuando ponemos confianza en la palabra del otro o en su mano tendida para emprender un nuevo rumbo, vemos que aquello que nos parecía tan difícil, casi imposible, se pudo realizar. Nos sentimos, entonces, incómodos dentro de nosotros mismos y en cierto modo avergonzados por no haber confiado antes; quisiéramos huir por la vergüenza pero no tenemos donde escondernos y a partir de entonces estaríamos dispuestos a todo, a lanzarnos a una nueva aventura si fuera necesario; pasada la cura de la humildad estaremos dispuestos a lo que sea, nos lanzaremos a cruzar otros mares si fuera necesario.
¿Será esto lo que nos está enseñando el evangelio de hoy? Jesús que estaba en la orilla del lago ve como mucha gente se reúne a su alrededor porque quieren escucharle; buscando una forma de situarse para poder hablar a todos se sube a una de las barcas, cuyos pescadores estaban ahora limpiando las redes después de una noche de faena. Desde allí habla a la multitud y cuando termina le pide a Pedro que reme lago adentro para echar de nuevo las redes para pescar.
Pedro se ve sorprendido por las palabras del Maestro, él que acaba de regresar después de una noche infructuosa. Bien sabía que no había nada que hacer después de la noche que han pasado. Además qué iba a saber el Maestro que era de tierra adentro, de Nazaret de las artes de la pesca. Eso que se lo dejara a él y su hermano o también a los Zebedeos que sí eran entendidos en las artes de la pesca. Muchas dudas surgieron en su interior.
Pero se fió, remó mar adentro y echaron las redes. ‘En tu nombre…’ porque tu lo dices me voy a fiar. Alguna confianza se había despertado ya en su interior después de escuchar a Jesús y se atrevió a lanzar de nuevo las redes quizá antes las miradas interrogantes y llenas de duda de sus compañeros de barca. Pero la redada de peces fue grande, se reventaban las redes, tuvieron que pedir ayuda. Algo había pasado, pero no era la exteriormente sino en su propia interior.
‘Apártate de mi que soy un pecador’, fue la reacción postrándose ante Jesús. Había sido posible y a él le costaba entender, pero había sucedido. Trágame tierra, o trágame mar, podía estar pensando sintiéndose avergonzado por sus dudas pero admirado por cuanto había sucedido. Era la obra de Dios que se estaba realizando en su interior.
‘De ahora en adelante serás pescador de hombres’, le estaba diciendo Jesús. Nuevos horizontes se estaban abriendo en su vida aunque no sabía bien a donde le iban a llevar, pero se confiaba. Ahora estaría para siempre con Jesús, aunque en ocasiones le vinieran las dudas ante sus palabras o lo que anunciaba y sucedía.
Lo que antes reflexionábamos como introducción a este comentario podría quedarse meramente en actitudes o comportamientos humanos, que también tenemos que iluminar con la luz de la fe, con la luz del evangelio. Esa apertura del corazón a nuevos horizontes tenemos que hacerla desde nuestro espíritu de fe, desde nuestra confianza en el Señor, desde ese dejarnos conducir por su Espíritu. Amplio es el campo que se abre ante nuestra vida, inmensa es la tarea, aunque algunas veces nos sintamos inútiles o pensemos que nada podemos hacer porque las cosas son como son.
Pero ese conformismo no es congruente con nuestra fe. Hay un confianza en nuestro corazón que nace de esa fe que tenemos que tiene que impulsarnos a algo nuevo, a nuevos horizontes y campos de trabajo. Es tanto lo que podemos hacer si con la confianza puesta en el Espíritu del Señor nos adentramos en ese mar de la vida donde tenemos que seguir lanzando las redes, lanzando la semilla, haciendo el anuncio del Reino de Dios.



miércoles, 4 de septiembre de 2019

Jesús nos tiende la mano para levantarnos y nos enseña a abrir nuestras manos para no quedarnos en nosotros y aprender a ir a los demás



Jesús nos tiende la mano para levantarnos y nos enseña a abrir nuestras manos para no quedarnos en nosotros  y aprender a ir a los demás

Colosenses 1,1-8; Sal 51,10.11; Lucas 4,38-44
Hay momentos en que uno necesita sentir una mano amiga sobre su hombro, que te tienden con generosidad y cariño la mano para dar ese paso que necesitas dar en la vida y que tanto te cuesta, ese brazo sobre nuestros hombros que se convierte en abrazo que conforta, que seca nuestras lágrimas o que hace más benigno el dolor que llevamos en el alma.
Hay quienes rehúsan y rechazan ese contacto físico, porque quizá se sienten tan puritanos que les parece que les va a manchar, o son tan solitarios que quieren caminar solos, y no sabrán lo que es la ternura que solo se siente en el corazón pero que parece que corre por nuestra piel y como que nos electriza dándonos una nueva energía, pero que tampoco serán capaz de trasmitirla a los demás, porque a ellos mismos quizá les falta.
No rehúsa Jesús el contacto físico, más bien lo busca y lo ofrece. Se sentirá apretujado en medio de las multitudes que le cercan, dejará que la mujer quizá impura por sus flujos de sangre le toque el manto, o tenderá la mano como hoy vemos en el evangelio para levantar a la suegra de Simón de su postración, un día a la hija de Jairo para levantarla de su sueño y de su muerte y así darle vida, o le veremos hoy que a cuantos vienen con sus dolencias y enfermedades de todo tipo les impone las manos y los sana.
Es bello el gesto que hoy contemplamos en Jesús y tendrá que ser ese gesto con que nosotros aprendamos a ir a los demás, que si bien no siempre se reducirá a un contacto físico, con nuestra sonrisa, nuestra mirada, nuestra cercanía podremos ser rayos de sol para muchos que van ensombrecidos en sus tristezas y agobios por los caminos de la vida.
Son distintos los gestos y los signos que le vemos realizar hoy a Jesús en el corto evangelio que se nos ha ofrecido. Primero, como hemos venido comentando, esa cercanía expresada en esos gestos que nos hablan de su ternura y de su misericordia. Luego le veremos otro gesto hermoso. Al amanecer se retiró solo a un lugar apartado. Como decimos hoy estaba buscando un espacio para sí. Como tantas veces nosotros necesitamos, momentos de silencio, momentos de alejarnos del ruido, momentos de soledad, momentos para pensar en uno mismo, reprogramarse y como se suele decir recargar las pilas. Nos lo recomiendan por todas partes. Lo necesitamos.
Pero para Jesús, como tendría que ser para nosotros también, fue mucho más. El evangelista paralelo que nos hace el mismo relato nos dice que se fue al descampado a orar. Algunos nos pueden decir que es lo mismo. Pero en este aspecto de la oración hay algo más, no es solo encontrarnos con nosotros mismos que en la oración también hemos de saber hacerlo, sino darle además otra trascendencia. Es mirar a lo alto, es dirigir nuestro pensamiento y nuestro corazón a Dios, es encontrarnos con el Señor de mi vida, que va a ser mi verdadera fuerza y mi verdadera luz.
En Dios nos encontraremos de verdad con nosotros mismos, en Dios sentiremos esa luz y esa fuerza que necesitamos, en Dios aprenderemos también a salirnos de nosotros mismos, no quedarnos encerrados en nuestro yo, sino comenzar a sentir y tener una mirada más amplia que me haga ir a los demás, que me haga ir al encuentro de ese mundo al que tengo que llevarle una luz.
Es lo que hoy nos enseña también el evangelio. Tras el encuentro con Jesús que le sana la suegra de Pedro se puso a servirles. Ahora Jesús tras ese momento de silencio se pone en camino porque tiene que ir también a los otros pueblos, a las otras gentes, porque esa es su misión, para eso ha venido, porque a todos tiene que llevar su luz.
Cuánto nos enseña el evangelio. Gestos, detalles, silencios, apertura a los demás, ponernos en camino.

martes, 3 de septiembre de 2019

Tenemos que transmitir con algo más que palabras, con el testimonio de nuestras obras, la autoridad del mensaje de Jesús que queremos llevar a los demás


Tenemos que transmitir con algo más que palabras, con el testimonio de nuestras obras, la autoridad del mensaje de Jesús que queremos llevar a los demás

1Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11; Sal 26;  Lucas 4, 31-37
Todos tenemos experiencia de habernos encontrado en la vida con personas que nos merecen toda admiración y respeto a las que escuchamos con gusto porque sus palabras están llenas de sabiduría en su sencillez, pero que nos llegan hondo al corazón. Son personas humildes y sencillas, personas de gran corazón y con una paz en su alma que trasmiten a través de todos los sentidos, y en quienes vemos reflejadas todas aquellas sabias consideraciones que nos hacen. La autoridad de sus palabras está en su porte, en su manera de ser y de estar, en esa ternura con que nos trasmiten sus sabios consejos. Nos quedaríamos para siempre con ellos escuchándoles y bebiéndonos sus palabras.
Hoy nos dice el evangelio cómo las gentes estaban asombradas por la autoridad con que hablaba Jesús y la sabiduría de sus palabras. Allá en la sinagoga de Nazaret al principio se habían visto sorprendidos, aunque luego la cerrazón de su corazón les llevara finalmente a rechazarle. Pero allí con el texto del profeta proclamado y que El decía que aquella Escritura se estaba cumpliendo en el hoy y allí que estaban viviendo, había anunciado que el Espíritu del Señor estaba sobre El que le enviaba a anunciaba la Buena Nueva a los pobres y la liberación a los oprimidos por el diablo.
De nuevo podía decir ahora en Cafarnaún que aquella Escritura allí se estaba cumpliendo. Les ensañaba como solo podía hacerlo El que era el verdadero maestro para todos, pero además los signos anunciados allí se estaban realizando. En medio de las gentes, ahora en la sinagoga de Cafarnaún, había un hombre poseído por un espíritu inmundo que incluso se pone a gritar interrumpiendo al mismo Jesús y a todos. ‘¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios’.
Era, sí, un reconocimiento de quien era Jesús, aunque las gentes aun no lo habían reconocido como tal. Pero ellos era solamente el Maestro, cuanto más reconocerían que un profeta había aparecido en medio de ellos, pero aquel hombre poseído por el maligno lo estaba reconociendo como el Santo de Dios. Era en cierto modo un reconocimiento de que era el Hijo de Dios.
Pero eran los signos del Reino de Dios que llegaba. ‘Cierra la boca y sal’, fueron las palabras de Jesús. Y aquel hombre quedó liberado del mal. No es extraño que la gente se quedara admirada por la autoridad de las Palabras de Jesús. ‘¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.» Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca’. Y es que en Jesús podemos ver esas señales de autoridad de las que antes hablábamos y que nos hacia admirar la sabiduría  de aquellos hombres que decíamos nos agradaba escuchar. Era la liberación del mal, la buena noticia para los pobres y los oprimidos.
Era la obra de Jesús pero que tiene que ser también nuestra obra. Si hemos venido considerando la autoridad de las palabras de Jesús porque a sus palabras acompañaban los signos, quizá tendríamos que estarnos planteando qué autoridad tienen nuestras palabras cuando queremos hacer el anuncio de Jesús.
Cada cristiano tiene que ser un mensajero. Esa misión nos confió Jesús. Y queremos enseñar, queremos trasmitir el evangelio, queremos despertar la fe en el mundo que nos rodea, pero ¿creerán nuestras palabras? ¿No estaremos muchas veces haciendo una enseñanza teórica de Jesús y del evangelio? Nos hace falta algo más, nos hace falta que transmitamos en nuestras palabras esa autoridad del mensaje del evangelio.
No son solo palabras lo que tenemos que trasmitir, lo que tenemos que enseñar. Nos hace falta dar signos de esa liberación del mal. ¿Tenemos que ir haciendo milagros, cosas extraordinarias?
Cosas extraordinarias no hace falta, sino que vayamos dando en las cosas pequeñas de cada día signos de esa liberación del mal. Empezando por nosotros mismos con el estilo y sentido de nuestra vida, con el testimonio que demos a través de nuestras obras, de nuestra manera de vivir de que estamos en verdad liberados del mal. Hay tantos males que nos acechan, que nos dominan, que nos esclavizan y no terminamos de dar esas señales. De la misma manera que tenemos que ser signos en los demás, en lo que luchemos por la liberación del mal en cuantos nos rodean. Son las obras del amor, de un amor comprometido, que tenemos que realizar. Será la autoridad con que podamos presentarnos para hablar de Jesús.

lunes, 2 de septiembre de 2019

No andemos nosotros en nuestra vivencia religiosa como las gentes de Nazaret con nuestras permanentes desconfianzas y hasta chantajes espirituales


No andemos nosotros en nuestra vivencia religiosa como las gentes de Nazaret con nuestras permanentes desconfianzas y hasta chantajes espirituales

1Tesalonicenses 4, 13-17; Sal 95; Lucas, 4, 16-30
Todos tenemos la tendencia de hacer como dice el refrán de arrimar el ascua a nuestra sardina. Queremos que lo nuestro se cocine bien, que nuestros proyectos sean los que salen adelante, o que los beneficios que puedan resultar sean para nosotros. Nos arrimamos a aquellos que puedan beneficiarnos y manipularemos lo que sea para ganarnos su favor.
Cuando ya no cumplen con nuestros intereses los descartamos; si no hacen lo que a nosotros nos gusta o nos beneficia ya los consideramos como enemigos; mientras vemos las posibilidades de obtener alguna ganancia nos arrimamos de mil manera a su lado, pero si no podemos conseguir lo que son nuestros deseos los abandonamos y hasta somos capaces de hacerle la guerra.
Muchos ejemplos de todo esto tenemos en la vida de cada día, en la vida social, en la política, en las relaciones con los que están cerca de nosotros e incluso de nuestros familiares. No hace falta ir muy lejos, que a nosotros mismos nos puede suceder como sufrientes de esas circunstancias desde las actitudes o posturas de los otros, o por lo que nosotros mismos podemos llegar a hacer.
Hoy el evangelio nos presenta el relato de la presencia de Jesús en la sinagoga de su pueblo Nazaret. Mucho comentamos de la lectura profética que allí proclamó y de su comentario, diciéndonos que aquella Escritura se estaba cumpliendo allí mismo en aquel momento con su presencia. Toda una declaración programática de lo que eran la misión del que estaba lleno del Espíritu del Señor y era enviado a anunciar la buena nueva a los pobres y a todos los que sufren, proclamando el año de gracia del Señor.
Pero queremos fijarnos en lo que a continuación sucede. El orgullo primero de aquel pueblo que ve allí a uno de los suyos,  a uno que ha salido de aquel pueblo – allí están sus parientes y vecinos – haciendo aquella proclamación y pronunciando aquellas palabras de gracia. Se sentían orgullos y se admiraban de su sabiduría preguntándose donde había aprendido todo aquello, como sucede también entre nosotros cuando alguien de los nuestros destaca de alguna manera.
Hasta ellos habían llegado también noticias de lo que Jesús hacia en Cafarnaún y en otros lugares. Ahora ellos querían también sentirse beneficiarios de aquellas obras de Jesús. Seguía existiendo la desconfianza en sus corazones pero al mismo tiempo, como decíamos antes, querían arrimar el ascua a su sardina, que allí hiciera también aquellos prodigios para poder manifestar su orgullo pueblerino ante sus pueblos vecinos. 
Pero el actuar de Jesús no va por esos derroteros, no es el milagrero de turno que realiza prodigios para ganar fama y congraciarse con los suyos. La misión de Jesús es anunciar el Reino y para ello es necesaria una actitud de conversión en el corazón de quienes le escuchan. Por eso terminan rechazadote y hasta queriendo tirarle por un barranco en la cercanías del pueblo.
Pero no nos quedamos en juzgar el actuar de las gentes de Nazaret de aquellos tiempos. El juicio de la Palabra de Dios tiene que llegar a nuestros corazones y convertirse quizá en interrogante para nosotros. Y es el preguntarnos por nuestra fe y nuestra manera de vivir la religión. Es el preguntarnos por esa actitud de conversión que tiene que haber en nuestros corazones y que algunas veces pasamos por alto. Es el preguntarnos por la forma en que nosotros buscamos la relación con Dios con el que queremos mantener nuestra amistad pero para que nos salgan bien las cosas, para que tengamos suerte en la vida, para que se nos resuelvan nuestros problemas… y así muchas cosas en este sentido.
¿No querremos nosotros también algunas veces manipular a Dios para que a nosotros nos dé una suerte especial en la vida? ¿No andaremos nosotros también al chantaje con Dios cuando le hacemos nuestras promesas o cuando hacemos determinadas ofrendas, pero que queremos en consecuencia una compensación para nosotros y nuestras cosas? ¿Algunos interrogantes se podrían plantear en nuestro interior?

domingo, 1 de septiembre de 2019

Un camino nuevo de sabiduría que pasa por la humildad y el servicio que rompe los mitos de las grandezas del mundo


Un camino nuevo de sabiduría que pasa por la humildad y el servicio que rompe los mitos de las grandezas del mundo

Eclesiástico 3, 19-21. 30-31; Sal 67; Hebreos 12, 18-19. 22-24ª;  Lucas 14, 1. 7-14
‘En tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes’.
Merece la pena comenzar nuestra reflexión volviendo a escuchar las sabias palabras del sabio – valga la redundancia – del Antiguo Testamento. Gravadas tendrían que estar en nuestra frente y en nuestra memoria para que fueran sentido de nuestro actuar y de nuestro vivir. Es un camino de sabiduría, es un camino de buen vivir.
La humildad bien valorada por quien sabe comprender lo que es la verdadera grandeza del hombre aunque se convierte en un contra testimonio ante un estilo de vivir y de hacer las cosas que predomina entre los que se creen poderosos en medio del mundo. Les parece a muchos que si no van de prepotentes por la vida avasallando a quien se encuentre por delante no pueden alcanzar el camino de triunfo al que aspiran. La vanidad nos hace engreídos y nos quiere hacer ir con un escalón por encima de los demás para expresar ese dominio y esas grandezas que al final se quedan en fuegos fatuos.
Son los que miran siempre por encima del hombro porque quieren estar por encima del hombre, de la persona; son a los que nada importan las personas que están en su entorno si no les sirven para lograr mayores cuotas de poder que muchos entienden como una forma de enriquecerse no importándole los caminos por los que lleguen a sus avarientos bolsillos; son los que, aunque aparece siempre con una sonrisa en los labios para conquistar a quien sea, sin embargo no saben ser felices de verdad ni disfrutar de lo que han conseguido; son a los que no le importa el manipular todo lo que caiga en sus manos para sus propias ganancias y beneficios que alimenten el orgullo de sus corazones avariciosos y siempre ambiciosos de más.
No son estos pensamientos o reflexiones que nos inventemos para resaltar lo que es la malicia del corazón del hombre cuando nos dejamos influenciar por estas actitudes o maneras de pensar y de actuar, sino que fácilmente, sin querer entrar en juicios condenatorios, al ir recorriendo cada una de las cosas que hemos dicho nos salen nombres y rostros de tantos y tantos del entorno social, cultural y político de la sociedad de nuestra época.
¿No nos hablan hoy los medios continuamente de corrupción y de tantos que por ello son llevados ante los tribunales de justicia? ¿Por qué se ha llegado a ese estado de corrupción? Como hemos reflexionado en más de una ocasión andar por caminos de ese estilo es caminar por pendientes peligrosas y resbaladizas que nos arrastran a esos abismos.
Hoy Jesús se encuentra en medio de una situación embarazosa de este sentido. Un fariseo principal lo había invitado a comer y al llegar con los otros invitados y a la hora de sentarse a la mesa allá andaban dándose de codazos por querer ocupar los puestos principales en la mesa del banquete. Por otra parte conociendo ya lo que enseñaba Jesús a sus discípulos andaban espiándole para ver qué es lo que hacía o la actitud que tomaba.
Allí se estaban manifestando aquellos deseos de poder, de influencia, de grandeza de los que veníamos hablando. Estar entre la gente principal pareciera que nos da lustre y allá vamos orgullosos por la vida diciendo con quien nos codeamos, quienes son esos amigos importantes que tenemos, cómo nosotros también somos importantes y podemos conseguir lo que queramos que para esos tenemos nuestras influencias o nuestros padrinos.
Jesús es sincero como ellos mismos le reconocerán en otro lugar y no obra ni deja de hablar y decir lo que tenga que decir por lo que los otros puedan pensar de él. Les habla claramente en lo que incluso podrían ser unas elementales normas de cortesía y de urbanidad. No andes buscando puestos principales que pudiera ser que el que te haya invitado te diga que ese no es tu sitio y te vas a ver en un bochorno peor. Ocupa los últimos sitios que si el que te invitó lo juzga conveniente ya te llevará a otro lugar más principal. Y viene la sentencia que se repite varias veces en el evangelio. ‘Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido’.
Pero quiere decirnos Jesús algo más. Ya les dirá directamente a sus discípulos cuando anden preocupados y peleándose por los primeros puestos que entre ellos no puede ser como entre los poderosos de este mundo, sino que el que quiere ser primero que se haga el último, el que quiera ser principal que se haga el servidor de todos.
Pero ahora nos habla del estilo que hemos de tener en nuestras relaciones. ¿Buscamos tener a los poderosos o los influyentes a nuestro lado? ¿Es a esos importantes, a los que son los amigos de siempre, o a los que nos invitan también a los que vamos a invitar a nuestras comidas? Las palabras de Jesús son bien claras, invita al que no te puede pagar, al que no puede corresponderte invitándote a su vez porque es pobre y nada tiene. ‘Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos’.
Son bien distintos los parámetros que usamos en nuestra vida de cada día. Es bien distinto el estilo del mundo. Es bien distinto a lo que nosotros solemos hacer, que parece que está todavía bien lejos del estilo del evangelio. ¿Nos hará pensar todo esto? ¿Serán necesarias unas nuevas actitudes, una nueva manera de actuar?  Miremos con sinceridad allá dentro de nosotros lo que tendríamos que hacer.