sábado, 31 de agosto de 2019

La llama de nuestros valores, aunque nos parezcan pequeños, ha de iluminar y dar calor allí donde se encuentra



La llama de nuestros valores, aunque nos parezcan pequeños, ha de iluminar y dar calor allí donde se encuentra

1Tesalonicenses 4, 9-11; Sal 97; Mateo 25, 14-30
Yo no soy tan afortunado como otros, decimos algunas veces porque nos parece que otros son mejores o tienen mejores cualidades que nosotros; y nos entra quizás un complejo de inferioridad que nos hace sentirnos inútiles, incapaces de hacer algo bueno, de poder aportar algo, y nos encerramos en nosotros mismos y nos cegamos de tal manera que no somos capaces de valorarnos.
Cada uno tiene sus cualidades y valores, no tenemos que estarnos comparando con los demás ni tampoco tenemos que ser todos iguales, como cortados por la misma tijera, como suele decirse. Lo que tenemos que hacer es aprender a descubrir esos valores que tenemos que aunque parecieran pequeños en comparación con los demás – y repito no tenemos que compararnos con nadie – son también importantes y hemos de ser capaces de desarrollarlos debidamente.
Igual que en la vida no todos tenemos que ser carpinteros, ni todos electricistas, ni todos artistas, ni todos maestros o abogados, sino que cada uno tiene su función y desarrolla una tarea, lo mismo con nuestras capacidades, con nuestros valores que, repito, tenemos que aprender a valorar. Y desde esos valores que cada uno tiene, desde esas cualidades cada uno aporta y su aportación es tan valiosa como la de los demás.
Hoy nos dice el evangelio que no podemos enterrar los talentos que se nos han confiado sino que cada uno tiene que negociar los que tiene. Es la parábola de los talentos. Y aquel que solo tenia un talento lo enterró para no perderlo, pero los talentos que enterramos al final se pudren y se pierden; no vale que lo queramos sacar a ultima hora diciendo que lo teníamos a buen recaudo para que no se perderá, porque si no lo negociamos es como si lo hubiéramos perdido. La parábola lo expresa porque aquel talento inutilizado se le quitó al que lo tenía y se le confió al que tenia y había desarrollado más.
Creo que entendemos fácilmente el sentido de la parábola, pero no nos vale solo decir que la entendemos, sino que hemos de poner en práctica aquello que nos enseña; de lo contrario seria como el talento enterrado y perdido. Y ponerlo en práctica es aplicar todo esto a lo que son nuestras responsabilidades de cada día, en la familia, en nuestro trabajo, en la comunidad, y también en el ámbito de nuestra fe y de nuestra pertenencia a la Iglesia.
Aquí tendríamos que preguntarnos qué aportamos desde nuestra fe a ese mundo en el que vivimos, a esa sociedad de la que formamos parte. Seremos pequeños o nos consideramos pequeños, pero somos luz, una luz que tiene que iluminar y dar sentido y valor a cuanto nos rodea. La luz es para difundirla, e igual se enciende una pequeña llama que nos parece insignificante e ilumina aquel lugar donde está colocada, que se enciende un foco grande para iluminar grandes espacios. Importantes, la una y la otra.
Importante tú que pareces pequeño, o que te sientes pequeño, como de la misma manera aquellos a los que se les confía mayores responsabilidades. Solo te van a pedir si esa llama se mantuvo encendida, si esa llama iluminó y dio calor allí donde estaba.

viernes, 30 de agosto de 2019

Cuidemos que no nos falte el aceite suficiente para mantener encendida la lámpara de la fe para que sea viva y podamos ser luz en medio del mundo



Cuidemos que no nos falte el aceite suficiente para mantener encendida la lámpara de la fe para que sea viva y podamos ser luz en medio del mundo

1Tesalonicenses 4, 1-8; Sal 96;  Mateo 25, 1-13
Con esto es suficiente, pensábamos, y si acaso luego buscamos más. Pero nos cogió el toro, como se suele decir. No fue suficiente y luego no hubo manera de conseguir más. Son nuestras imprevisiones, muchas veces nacidas de la desgana, del poco entusiasmo, de hacer las cosas simplemente como si fuera una obligación pero sin poner ganas, entusiasmo, alegría que aquello que hacemos.
Hay personas que van así por la vida, arrastrándose. Han perdido la ilusión, no tienen ganas de esforzarse para nada, con poca cosa se contentan, van a lo mínimo y así le vas en la vida. Parece que son felices así, que no necesitan tanto esfuerzo como aquellos que nos tomamos las cosas en serio y ponemos ganas y trabajamos lo que sea necesario para conseguirlo. Pero a la larga no son felices, lo pasaron bien (¿?) en algún momento porque no se esforzaron tanto, pero sus metas eran raquíticas y no lograron algo que les diera mas plenitud a sus vidas.
Esforzarnos y perseveran es algo que cuesta; ser previsores de futuro para las contingencias que pudieran surgir no siempre lo tenemos en cuenta; y no es que tengamos que ir acaparando con agobios como si nos fuéramos a quedar sin nada, pero sí es necesario preparar bien las cosas, porque eso forma parte de nuestra responsabilidad en la vida.
No podemos estar a lo que salta, a lo que venga en cualquier momento y nos coja de improviso. Hay tomarse en serio la misión que tenemos en la vida y por eso es necesario prepararse y desde muy pronto. Es una lástima que tantos jóvenes se tomen la vida alegremente en su juventud y no se preparen en serio para el futuro de su vida.
Son pensamientos que me surgen, un poco desordenados quizás, ante la parábola que se nos ofrece hoy en el evangelio. Ya sabemos de aquellas jóvenes que salían a recibir al esposo que llegaba para la boda, pero que tenían que ir con lámparas encendidas para alumbrar el camino en principio pero también para iluminar la sala de las bodas. El esposo tardó en llegar, y no había suficiente aceite para mantener las lámparas encendidas. Ya conocemos el desarrollo de la parábola y como las que no tuvieron aceite suficiente mientras a última hora fueron a comprar más, se cerró la puerta de la boda y no pudieron entrar.
Ya de alguna manera hemos hecho una lectura del mensaje del texto aplicándolo a la vida, en esas cosas que nos suceden cada día, o en estas posturas o actitudes que tomamos ante nuestras responsabilidades. Muchas situaciones de la vida tendríamos que ver reflejadas ahí para sacar nuestras propias conclusiones; revisión de la forma como nos tomamos la vida, como asumimos hasta el fondo nuestras responsabilidades, como vamos teniendo esas previsiones que necesitamos en el día a día.
Algo que podemos aplicar al camino de nuestra fe, de nuestra formación cristiana, de nuestros compromisos ante el mundo desde esa vivencia de nuestra fe. En nuestras manos, podemos decir, tenemos esa luz de nuestra fe, pero que tenemos que cuidar, que tenemos que preservar que no se apague, que tenemos que alimentar. No nos podemos contentar en decir que tenemos fe, que estamos bautizados y algunas veces realicemos algún acto religioso.
La vivencia de la fe tiene que llevarnos a algo más; primero a profundizar en esa fe, a tener un verdadero conocimiento y formación de esa fe que tenemos, que hemos recibido. Poco nos preocupamos de la formación y maduración de esa fe; nos contentamos con lo que de niño nos trasmitieron, pero luego no lo hemos madurado en la vida en la medida en que hemos ido madurando humanamente. Hay que alimentar esa fe, conociéndola, formándonos, escuchando con atención desde lo hondo del corazón, participando en todo aquello que se nos pueda ofrecer para profundizar en esa fe y hacerla más viva.
Tenemos posibilidad de cada día leer el evangelio, leer la Biblia; como igualmente se nos ofrece por parte de la Iglesia en que participemos en grupos cristianos que nos ayudan a madurar en esa fe. Pero muchas veces somos reacios a participar porque nos creemos que ya nos lo sabemos todo y qué nos van a decir o qué nos van a enseñar.
Se nos apagan las lámparas, no tenemos el aceite suficiente, y vemos como se va debilitando la fe en tantos y nos puede suceder a nosotros también. Cuidemos que no nos falte el aceite suficiente para mantener encendida esa lámpara.

jueves, 29 de agosto de 2019

Nos hace falta el coraje y la valentía del Bautista para hacer frente a nuestro mundo y para dar testimonio del evangelio


Nos hace falta el coraje y la valentía del Bautista para hacer frente a nuestro mundo y para dar testimonio del evangelio

2Tesalonicenses 3,6-10.16-18; Sal 127; Marcos 6, 17-29
Qué peligroso es meterse en un terreno resbaladizo y que además está en pendiente. Son muchos los equilibrios que habría que hacer, pero al final caemos por la pendiente casi sin remedio. Algunas veces nos sucede en muchos aspectos de la vida; nos sentimos encandilados por muchas cosas que nos atraen y llaman la atención y como los mosquitos que dan vueltas alrededor de la luz, terminan quemándose sus alas atraídos por aquella fuente de calor.
Todos tenemos conciencia de lo que es bueno y lo que no es conveniente, de lo que tendríamos que apartarnos, pero nos cegamos en la vida, tratamos de justificarnos, decimos por esta vez que ya luego tendré cuidado pero bien sabemos que cuando nos ponemos en la pendiente vamos a rodar sin remedio; bueno, remedio sí tenemos poniendo fuerza de voluntad por nuestra parte, escuchando los consejos o recomendaciones que personas buenas pueden hacernos, pero en nuestro orgullo no queremos escuchar, en nuestra ceguera no queremos ver, y metidos en la pasión como en un torbellino en espiral parece que más nos sentimos impulsados a hacer lo que sabemos que no está bien.
Es lo que contemplamos hoy en negativo en el evangelio en la figura de Herodes y de los que le rodeaban. Aparecen situaciones incongruentes y contradictorias en las diversas posturas de Herodes. Le gustaba escuchar a Juan pero le inquietaba; sabía que era verdad lo que Juan le señalaba de su comportamiento lleno de vicio y de maldad, pero no se apartaba de aquel camino; sabiendo que obraba injustamente se deja arrastrar por la mujer con la que convivía y primero encierra a Juan en una mazmorra y terminará por cortarle la cabeza; quiere manifestarse como hombre libre y de principios pero se deja arrastrar por el qué dirán ante lo que se da cuenta de que han sido promesas imprudentes y que le están conduciendo al crimen. Brevemente podríamos resumirlo así.
Enfrente la postura valiente y profética del Bautista para denunciar el mal invitando siempre a la conversión y a la corrección de la vida errada; el silencio como ofrenda de justicia y de amor al verse encerrado por decir la verdad, pero que su vida sigue siendo elocuente testimonio ante quien quiera reconocerlo; la vida entregada hasta la muerte por una causa, la causa de la verdad y de la justicia que se convierte en preanuncio de lo que va a ser el sacrificio de Jesús también por nuestra salvación.
Con razón la liturgia lo llama precursor no solo del nacimiento de Jesús sino también de su muerte; por eso en la oración litúrgica de este día pedimos que son su intercesión seamos capaces nosotros de entregar nuestra vida al testimonio y al servicio del evangelio.
En muchas cosas podemos ver reflejado en nuestra vida lo que hoy contemplamos en el evangelio, para analizar por una parte tantas cosas negativas en las que nos vemos envueltos y que como en pendiente resbaladiza nosotros también tantas veces nos dejamos arrastrar. Pensemos en el contra testimonio de nuestros silencios cuando por respetos humanos tantas veces dejamos de decir la verdad, denunciar el mal, proclamar el anuncio del evangelio.
Que seamos capaces de arrancarnos de nuestras cobardías con las que tantas veces hasta ocultamos nuestra fe por el qué dirán; nuestras cobardías porque no queremos nadar a contracorriente sino que actuamos, como se suele decir hoy, solo desde lo políticamente correcto, para no molestar y para que no nos molesten metiéndose con nosotros y con nuestra fe. Ante cuántas cosas cerramos nuestros ojos sabiendo que no son buenas, simplemente porque el conjunto de la gente piensa de una manera determinada.
Nos hace falta el coraje y la valentía del Bautista para hacer frente a nuestro mundo y para dar ese necesario testimonio del evangelio.

miércoles, 28 de agosto de 2019

Nos vemos como envueltos en un torbellino, pero hemos de tener claro lo que es nuestro vivir, el por qué de lo que somos y hacemos, un sentido trascendente y espiritual que dé plenitud


Nos vemos como envueltos en un torbellino, pero hemos de tener claro lo que es nuestro vivir, el por qué de lo que somos y hacemos, un sentido trascendente y espiritual que dé plenitud

 1Tesalonicenses 2,9-13; Sal 138; Mateo 23,27-32
Cada día al despertar nos enfrentamos a la vida; es una forma de decir porque si despertamos es que estamos vivos, pero tras el descanso de la noche se abre un nuevo día ante nosotros que hemos de vivir; y es algo más que respirar, están nuestros sueños pero también las realidades que cada día tenemos que afrontar, con sus luchas, con sus esfuerzos, con unas metas, respondiendo a unas necesidades pero también a unas responsabilidades; algunas veces con agobio porque nos parece ingente la tarea, otras veces con ciertas angustias porque nos parece que no llegamos, o por los sufrimientos que vamos encontrando empezando por nosotros mismos con nuestras limitaciones, otras veces con ilusión renovada porque nos sentimos a gusto en lo que hacemos y hemos encontrado un sentido.
Nos vemos como envueltos en un torbellino, pero hemos de tener claro lo que es nuestro vivir, el por qué de las cosas y el por qué de lo que hacemos, un sentido para nuestro vivir. Por eso no nos quedamos ras a tierra en esas cosas, digámoslas así, materiales con que nos toca lidiar, sino que buscamos algo más allá, más grande, más alto, más sublime. Queremos ponernos en sintonía de lo espiritual porque ahí vamos a encontrar esa luz, ese color que le vamos a dar a cuanto vivimos, a cuanto somos, a todo lo que es también nuestra relación con los demás.
Cuando llenamos nuestra vida de trascendencia sabiendo que no nos quedamos en lo que ahora y aquí hacemos o queremos vivir parece que las cosas tienen otro sentido, encontramos otro valor y otra fuerza. Podemos superar agobios y angustias, sabremos encontrar paz para el espíritu para que no todo sea material o corporal. Y es como decía san Agustín, a quien hoy estamos celebrando, nuestro corazón está inquieto hasta que no encuentra su descanso en Dios.
Cuando le damos esa elevación a lo que hacemos y a lo que vivimos, como decíamos antes, parece que todo tiene otro color, otro sentido. Encontramos la forma de centrarnos en lo que verdaderamente es lo principal y nos iremos por las ramas, no nos iremos solamente por lo que nos dé pronta satisfacción, sino que buscamos y ansiamos algo que nos dé mayor plenitud.
No dejamos de estar con los pies sobre la tierra, atentos a esa vida, a esas responsabilidades, sabiendo mirar con una mirada nueva y distinta la vida misma y cuanto nos rodea, sabiendo tener también una mirada hacia los demás. No caminamos solos; es un camino que tenemos que aprender a hacer juntos; es un camino en el que tenemos que contar con los que están a nuestro lado, como también ellos cuentan con nosotros; es un camino que cuando sabemos compartir se nos hace menos duro, nos hace encontrar alegrías porque hay una nueva ilusión y esperanza en la que mutuamente nos animamos.
Nuestros pies sobre la tierra en esa realidad que vamos pisando, pero nuestro corazón lo ponemos en Dios en quien encontramos verdadero descanso. Ya nos dice que Jesús que los cansados y agobiados vayamos a El porque en El encontraremos nuestro descanso. Y es que en el Espíritu de Jesús encontraremos nuestra fuerza; y es que el Espíritu de Jesús enciende una luz en nuestro interior para descubrir el verdadero sentido y lo que tiene que ser la respuesta verdadera que en todo momento hemos de dar.
Busquemos lo principal, no dejemos que el corazón se nos vacíe de las cosas nobles que nos elevan y engrandecen, llenemos nuestra vida de bien, de bondad, de humildad, de ternura y aprenderemos a ser felices de verdad y a hacer felices a los demás.

martes, 27 de agosto de 2019

Que nuestra fachada nunca engañe sino que exprese lo que en verdad somos con un corazón lleno de bondad y buenos deseos



Que nuestra fachada nunca engañe sino que exprese lo que en verdad somos con un corazón lleno de bondad y buenos deseos

1Tesalonicenses 2, 1-8; Sal 138; Mateo 23, 23-26
Imaginemos que llegamos a una casa que contemplamos en su exterior bellamente cuidada, en el enlucido lleno de colorido de sus paredes, en la belleza de puertas y ventanas, en los jardines que embellecen su entrada y que traspasado su umbral nos encontraremos esa primera habitación que nos recibe también en su apariencia bellamente acicalada y todo muy bien ordenado, sin embargo cuando vamos damos pasos en su interior comenzamos a ver que el orden aparente no es tal orden sino que oculta un desorden y desorganización muy grande donde contemplaremos cosas escondidas tras los muebles de primer plano, basuras por los rincones y algo muy distinto a la aparente belleza de la fachada.
Nos quedaremos cuando menos estupefactos y asombrados por lo que ahora estamos viendo donde ya todo no es belleza sino basuras y caótico desorden. ¿Qué podemos pensar? No tendremos que imaginar mucho para hacer nuestros juicios negativos hacia quienes habitan ese lugar y viven tras engañosas apariencias.
¿Será así nuestra vida y la forma que tenemos de presentarnos a nosotros mismos engañando también con apariencias? Cuántas veces la vanidad de la vida nos lleva por esos derroteros. Cuanta apariencia de personas buenas podemos dar haciendo muchas cosas para la galería, mientras nuestro interior está realmente lleno de corrupción y de maldad. De dentro del corazón del hombre, nos dirá Jesús en otra ocasión, brotan las malquerencias y todos los malos deseos.
Tras una sonrisa falsa podemos estar ocultando nuestras traiciones o nuestros recelos que van poniendo verdaderas vallas entre nosotros y los demás. Una apariencia de bondad pero quizá anide en el interior la maldad que nos lleva a la puñalada trapacera porque con nuestras apariencias buscamos nuestros intereses o nuestras ganancias y realmente poco nos preocupa lo que puedan estar pasando los demás; bonitas palabras pero corazones llenos de maldad.
De todo esto quiere prevenirnos hoy Jesús. No es que todos actuemos siempre de esta manera, pero con frecuencia surge la duda y la desconfianza, surgen los recelos y los distanciamientos, surge la tentación que aviva nuestros orgullos y nuestro amor propio, haciendo que surja ese mundo de vanidad y de apariencia que tanto daño nos hace aunque no queramos reconocerlo, porque solo nos parece que estamos ganando prestigios y pedestales realmente con sus bases bien llenas de polilla o de corrupción.
Necesaria es una autenticidad en la vida, donde en verdad nos manifestemos como somos. Claro que eso necesita también el reconocimiento de las debilidades que tenemos en nuestro interior para no vivir en la falsedad de las apariencias. Nos revestimos de esa vanidad y al final terminamos creyéndonos que somos así como aparentamos engañándonos a nosotros mismos. Claro que si reconocemos las debilidades es para que luchemos por superarnos, por purificar nuestro corazón. Que nuestra fachada nunca engañe, sino que exprese lo que en verdad somos, porque realmente nuestro corazón está lleno de bondad y de buenos deseos.

lunes, 26 de agosto de 2019

Que nunca nos envuelva la vanidad, la búsqueda de apariencias, los brillos superfluos que nos llevan por caminos de falsedad e hipocresía


Que nunca nos envuelva la vanidad, la búsqueda de apariencias, los brillos superfluos que nos llevan por caminos de falsedad e hipocresía

1Tesalonicenses 1,1-5.8b-10; Sal 149; Mateo 23,13-22
La falsedad y la hipocresía hacen odiosas a las personas. Ya sé que me podéis decir de entrada que tratándose de unas reflexiones con valores cristianos el odio es algo que no tendría que caber nunca en nuestros corazones, pero de alguna manera es una forma de hablar para expresar que esa negatividad e hipocresía es algo que nos tiene que caer mal, algo que no tendría que tener lugar en nuestra vida. Sin embargo el que actúa así, movido quizá de la vanidad, se cree grande e importante por la apariencia que quiere reflejar.
Sin embargo se llenan de vanagloria desde los aduladores de turno que les hacen soñar con sus brillos externos y aparentes, y colocándose sobre pedestales hasta quieren ser ejemplo para los demás. Pero a la persona de bien, el que quiere obrar con rectitud y actuar justamente esas cosas le repugnan, las rechaza y le duele en el corazón tanta falsedad como nos vamos encontrando en la vida. Pero sigue siendo una tentación constante que seguimos teniendo en la vida.
El que obra rectamente y quiere actuar en justicia quizá no se haga notar, sino que calladamente va sembrando su semilla de hacer el bien, no hará nunca alarde de lo bueno que hace sino que sabrá vivir con humildad la vida. Son estrellas que parecen escondidas pero que hacen brillar su luz, como tantas estrellas que podemos ver en la infinitud del firmamento, que parece que no destacan con un brillo especial pero en unión con todas las demás dan ese brillo especial al firmamento en una noche estrellada.
Así en la vida vamos dando nuestra luz, que nos parece pequeña, pero que unida a tantas otras luces que parecen pequeñas también dan un brillo de esperanza a la vida para que no todo sea falsedad e hipocresía. Son las luces que verdaderamente nos atraen, son ejemplo y estimulo para los demás y que nos ayudarán para que entre todos podamos hacer mejor nuestro mundo.
Hoy escuchamos a Jesús con palabras fuertes y duras para los que viven en la hipocresía y falsedad, porque quiere que aprendamos vivir en autenticidad buscando siempre lo que es mejor, lo que es lo principal, y que no nos vayamos por las ramas como tantas veces nos sentimos tentados. Jesús habla de actitudes muy concretas que poco menos que se habían convertido en costumbres hechas ley en su época; Jesús rechaza todo lo que sea manipulación de las personas y de la ley del Señor; siempre hay personas interesadas, pero que hacen mucho daño a los demás. No quiere que entre los que le siguen, entre los que optan por el Reino de Dios se dejen seducir por esas falsedades.
Estemos alertas y atentos en la vida para buscar la auténtica verdad, la auténtica ley del Señor, lo que verdaderamente es su voluntad, y buscaremos siempre así el bien del hombre para la gloria del Señor. Que nunca nos envuelva la vanidad, la búsqueda de apariencias, los brillos superfluos que son un engaño para la vida y para nosotros mismos. Que haya autenticidad en nuestra vida y busquemos siempre el bien.

domingo, 25 de agosto de 2019

Poniéndonos en camino con Jesús, aunque sea subida a la Pascua, nos llenaremos de salvación porque es paso de Dios


Poniéndonos en camino con Jesús, aunque sea subida a la Pascua, nos llenaremos de salvación porque es paso de Dios

 Isaías 66, 18-21; Sal 116; Hebreos 12, 5-7. 11-13; Lucas 13, 22-30
‘Señor, ¿serán muchos o pocos los que se salven?’, se acercan unos a preguntarle a Jesús. Una pregunta interesante que puede indicarnos muchas cosas. Porque si algo de fe tenemos en el fondo de lo que hacemos está más o menos ese planteamiento. ¿Lo que estamos haciendo nos hará entrar en el cupo de los que alcanzan la salvación? Quizá sea un planteamiento que sigue latente en nosotros.
Como en la vida cuando nos encontramos con una oferta limitada pero con muchos demandantes. A ver si tenemos suerte, nos decimos. Y algunos se plantean algo así como jugando con la suerte, por ejemplo, cuando quieren ganar unas oposiciones;  son tantos los demandantes y tan escaso el numero de plazas, que ya no miramos lo que sabemos sino como en una lotería a ver si nos cae la suerte, a ver si llegamos al cupo. Como un currículum que tenemos que presentar y allí pondremos todos nuestros méritos, lo que hemos hecho o los títulos que podamos tener y vamos a ver si lo alcanzamos. Pero es en tantas cosas de la vida en las que andamos en el deseo de alcanzar algo y no sabemos si vamos a llegar.
Claro que el planteamiento que le hacen a Jesús es de una mayor trascendencia porque se trata en fin alcanzar la vida eterna. Ya recordamos que alguno le vendrá a preguntar a Jesús qué es lo que tiene que hacer para alcanzar la vida eterna. Hacer cosas… Y en tiempos no tan lejanos así andaban muchas veces los cristianos que se consideraban más piadosos; tenían una lista de todo lo que habían hecho, las misas a las que habían asistido, los rosarios que habían rezado, las peregrinaciones a santuarios que hayan realizado, una contabilidad a ver si tenían méritos suficientes. Una vez alguien me decía que él tenia que salvarse porque había hecho los primeros viernes no se cuantas veces, pero ahora ya ni venía a Misa.
Es cierto que la respuesta de Jesús en principio parece paradójica con aquello de la puerta estrecha por la que no todos podrán entrar. Como si se tratara de un cúmulo de dificultades que se nos ponen y tenemos que sortear. No va por ese sentido la respuesta de Jesús. No olvidemos que El nos dice que quiere que todos se salven y lleguen a conocimiento de la verdad.
Porque hay una cosa que hemos de tener clara que si es salvación - y tenemos en cuenta el mismo sentido de la palabra - es algo que se nos ofrece y que se nos regala. Somos salvados por un Salvador; no somos nosotros los salvadores de nosotros mismos. Viene Jesús y ofrece su vida, derrama su sangre para salvación de muchos que dice el evangelio; es El quien nos salva, quien nos hace el regalo de su vida divina, quien nos inunda con su Espíritu para que podamos ser hijos de Dios, porque ya Dios nos ama como sus hijos.
 Lo que necesitamos nosotros es ponernos en camino con Jesús, seguir sus pasos para vivir su vida. Estas palabras de hoy de Jesús las dice mientras van subiendo a Jerusalén; y Jesús sube a Jerusalén para la Pascua, una Pascua que va a ser muy especial; no solo va a ser el recuerdo y celebración de una pascua antigua cuando Dios los liberó de la esclavitud de Egipto – ya entonces se tuvieron que poner en camino y atravesar un desierto para llegar a la tierra prometida – sino que es un nuevo paso salvador de Dios para toda la humanidad. Y tenemos que ponernos también en camino, en camino con Jesús.
Es un camino nuevo, es el camino que nos señala en el evangelio; es un camino de superación y crecimiento; no es un camino que se reduce a hacer cosas, es un camino de transformación de vida, de renovación interior; es un camino en que tenemos que arrancarnos del hombre viejo de corrupción, de muerte y de pecado, es un camino de libertad interior. Y eso no es fácil.
Ya vemos cómo a muchos les costaba entender a Jesús y lo rechazan porque aquellos nuevos caminos no los entendían, no eran capaces de seguirlo porque preferían seguir por sus viejos y rutinarios caminos; habían entendido la religión simplemente como el cumplimiento de unos ritualismos y cuando Jesús quiere darle profundidad a la vida y al culto que han de darle a Dios, lo rechazan.
Seguir los caminos nuevos de Jesús nos descoloca, es cierto, porque nos hace emprender un nuevo estilo y un nuevo sentido, nos crea una ruptura interior. Y esos caminos se hacían costosos, no porque no se nos ofreciera algo nuevo que iba a llenarnos de plenitud, sino porque nos cuesta arrancarnos de los ritualismos o las rutinas en que siempre hemos vivido. El camino se hace angosto, la puerta es estrecha.
La salvación no era algo mágico que se nos ofreciera a cambio quizá de unas papeletas, un listado o una contabilidad, sino que la salvación la vamos a vivir dentro de nosotros mismos con un nuevo sentido de plenitud de cuanto hacemos, con una nueva libertad interior, con una nueva paz que sentimos en nosotros cuando nos llenamos de Dios. Y en esa trascendencia de la vida esto tendría valores de plenitud y de eternidad porque es vivir en Dios para siempre.
Finalmente Jesús nos está diciendo que no nos valen méritos antiguos, ni méritos acumulados en razón de decir nosotros hemos sido cristianos de siempre, porque somos de un pueblo de cristianos o en nuestra familia siempre hemos sido muy religiosos. Nos propone una pequeña parábola de la puerta que se cierra y algunos no podrán entrar y se quedarán fuera, mientras verán venir de oriente y de occidente, del norte y del sur, quienes se van a sentar en la mesa del Reino de Dios.
¿Estaremos dispuestos a ponernos en camino con Jesús?