sábado, 31 de agosto de 2019

La llama de nuestros valores, aunque nos parezcan pequeños, ha de iluminar y dar calor allí donde se encuentra



La llama de nuestros valores, aunque nos parezcan pequeños, ha de iluminar y dar calor allí donde se encuentra

1Tesalonicenses 4, 9-11; Sal 97; Mateo 25, 14-30
Yo no soy tan afortunado como otros, decimos algunas veces porque nos parece que otros son mejores o tienen mejores cualidades que nosotros; y nos entra quizás un complejo de inferioridad que nos hace sentirnos inútiles, incapaces de hacer algo bueno, de poder aportar algo, y nos encerramos en nosotros mismos y nos cegamos de tal manera que no somos capaces de valorarnos.
Cada uno tiene sus cualidades y valores, no tenemos que estarnos comparando con los demás ni tampoco tenemos que ser todos iguales, como cortados por la misma tijera, como suele decirse. Lo que tenemos que hacer es aprender a descubrir esos valores que tenemos que aunque parecieran pequeños en comparación con los demás – y repito no tenemos que compararnos con nadie – son también importantes y hemos de ser capaces de desarrollarlos debidamente.
Igual que en la vida no todos tenemos que ser carpinteros, ni todos electricistas, ni todos artistas, ni todos maestros o abogados, sino que cada uno tiene su función y desarrolla una tarea, lo mismo con nuestras capacidades, con nuestros valores que, repito, tenemos que aprender a valorar. Y desde esos valores que cada uno tiene, desde esas cualidades cada uno aporta y su aportación es tan valiosa como la de los demás.
Hoy nos dice el evangelio que no podemos enterrar los talentos que se nos han confiado sino que cada uno tiene que negociar los que tiene. Es la parábola de los talentos. Y aquel que solo tenia un talento lo enterró para no perderlo, pero los talentos que enterramos al final se pudren y se pierden; no vale que lo queramos sacar a ultima hora diciendo que lo teníamos a buen recaudo para que no se perderá, porque si no lo negociamos es como si lo hubiéramos perdido. La parábola lo expresa porque aquel talento inutilizado se le quitó al que lo tenía y se le confió al que tenia y había desarrollado más.
Creo que entendemos fácilmente el sentido de la parábola, pero no nos vale solo decir que la entendemos, sino que hemos de poner en práctica aquello que nos enseña; de lo contrario seria como el talento enterrado y perdido. Y ponerlo en práctica es aplicar todo esto a lo que son nuestras responsabilidades de cada día, en la familia, en nuestro trabajo, en la comunidad, y también en el ámbito de nuestra fe y de nuestra pertenencia a la Iglesia.
Aquí tendríamos que preguntarnos qué aportamos desde nuestra fe a ese mundo en el que vivimos, a esa sociedad de la que formamos parte. Seremos pequeños o nos consideramos pequeños, pero somos luz, una luz que tiene que iluminar y dar sentido y valor a cuanto nos rodea. La luz es para difundirla, e igual se enciende una pequeña llama que nos parece insignificante e ilumina aquel lugar donde está colocada, que se enciende un foco grande para iluminar grandes espacios. Importantes, la una y la otra.
Importante tú que pareces pequeño, o que te sientes pequeño, como de la misma manera aquellos a los que se les confía mayores responsabilidades. Solo te van a pedir si esa llama se mantuvo encendida, si esa llama iluminó y dio calor allí donde estaba.

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