sábado, 17 de agosto de 2019

No perdamos la capacidad de disfrutar de esas cosas tan sencillas como las risas de unos niños que juegan alegres a nuestro lado y que son señales del Reino de Dios



No perdamos la capacidad de disfrutar de esas cosas tan sencillas como las risas de unos niños que juegan alegres a nuestro lado y que son señales del Reino de Dios

Josué 24,14-29; Sal 15; Mateo 19,13-15
¿Sabremos disfrutar de las cosas pequeñas y sencillas de cada día? Da la impresión muchas veces de que estemos buscando siempre cosas extraordinarias, grandes cosas, especiales acontecimientos, fiestas a lo grande para poder disfrutar de la vida y nos perdemos esas cosas pequeñas y sencillas que están a nuestro lado pero que algunas veces no sabemos percibir.
Buscamos una grandes obras de arte y no apreciamos la sencilla flor que brota al borde del camino; viajamos cuando podemos poco menos que hasta el fin del mundo para admirar bellezas naturales que nos dijeron que allí eran muy bellas, pero no apreciamos los colores del cielo en un amanecer o a la puesta del sol; no nos maravillamos del sol que se levanta cada mañana y nos da luz y calor, como quizá no sabemos apreciar el cariño y la sonrisa de un niño, o la mirada calida de un amigo que pasa a nuestro lado y nos da los buenos días. Cuántos detalles de la vida nos perdemos cada día, solo porque vamos buscando cosas grandes o cosas extraordinarias, cuando grande y extraordinaria es la vida misma en su propia sencillez.
Escuchando hoy el evangelio he querido disfrutar de algo tan sencillo como ve a alguien sentado en la plaza y rodeado de niños que corren y juegan a su alrededor. Es la escena que nos ofrece hoy el evangelio. Sentado en la plaza o a la puerta de su casa, de camino por aquellos caminos o sencillas calles de aquellos pequeños pueblos contemplamos a Jesús a quienes las madres le traen a sus niños que revolotean con sus jolgorios y risas a su alrededor para que los bendiga.
Imagen bucólica, quizá me queréis decir, pero imagen hermosa que estamos perdiendo ya en nuestro entorno, como aquellos avispados discípulos que alejaban a los niños del maestro para que no lo molestaran. Me vais a decir que ando con añoranzas, pro echo de menos cuando los vecinos nos sentamos en la calle a las puertas de nuestras casas sin ninguna prisa por otras cosas que hacer al caer de la tarde mientras comentábamos los acontecimientos del día mientras los niños corríamos arriba y abajo con nuestros gritos y bullicios llenos de alegría.
Buscando cosas que nos parecen más importantes, agobiados porque siempre tenemos muchas cosas que hacer, corriendo siempre de un lado para otro nos estamos perdiendo esas cosas pequeñas y sencillas de la vida donde podíamos disfrutar de la belleza de la convivencia entre familiares y vecinos.
No quiso Jesús que apartaran los niños de su presencia, porque allí estaba, nos decía, el Reino de Dios. Era algo muy sencillo y natural lo que allí sucedía, pero nos estaba enseñando que en esas cosas sencillas encontramos las señales del Reino de Dios.
No perdamos la capacidad de admirarnos por las cosas sencillas, no perdamos la capacidad de disfrutar de esas cosas tan sencillas como las risas de unos niños que juegan alegres a nuestro lado y que nos están diciendo que pongamos cara de alegría en esas pequeñas cosas que hacemos que no le damos importancia, pero que tienen la importancia de ser señales del Reino de Dios.

viernes, 16 de agosto de 2019

Un proyecto de vida en común al que hemos de poner sólidas bases para mantener una fidelidad para siempre


Un proyecto de vida en común al que hemos de poner sólidas bases para mantener una fidelidad para siempre

Josué 24,1-13; Sal 135; Mateo 19,3-12
Si queremos construir un sólido y bello edificio que se mantenga firme con el paso de los años y no tengamos que estar pronto reparando grietas o que pronto se ponga en peligro su estructura ya procuraremos unos sólidos cimientos, pero también nos preocuparemos de los mejores materiales, arquitectos y maestros de obra que lo lleven a su culminación. No significa eso que luego no tengamos que cuidar su mantenimiento para que conserve su belleza y lo podamos utilizar en los fines para los que fue construido.
No quiero andar yo ahora de constructor que técnicos hay en la vida que lleven a cabo su obra, pero sí pienso que esta imagen que hemos querido plasmar aunque sea imperfectamente nos puede valer para muchas cosas en la vida. No nos lanzamos a realizar un proyecto en la vida sin haberlo considerado bien previamente viendo las posibilidades pero estudiando cada detalle de los pasos que tendríamos que ir dando para llevarlo a cabo. No nos quedamos solamente en los sueños de un día, o en unos primeros impulsos que nos podrían inspirar grandes ideas o grandes cosas a realizar. Un primer momento, si queremos decirlo así, de inspiración, pero luego un arduo estudio y trabajo para poderlo realizar.
Así es la vida, así son las cosas que vivimos con toda la creatividad que podamos o tengamos que ponerle, pero es necesario un cuidado y un esfuerzo, hay un gran proyecto de vida que no lo construye uno solo sino que es necesario básicamente una pareja aunque luego vendrán apareciendo otros intervinientes que es el matrimonio y la familia. Algo que como hemos venido diciendo necesita unos sólidos cimientos y exige una ardua construcción.
Desde esos impulsos del corazón y también de nuestros deseos carnales, por qué no decirlo también, muchas veces queremos apurar su construcción y damos por sentado con unas mínimas cosas que ya el edificio está construido y queremos ponernos a vivir en él. Esos impulsos y esos deseos pueden ser un buen arranque – son quizá la inspiración de ese proyecto - pero a los que hemos de dar forma con exquisita delicadeza y cuidado, que quizá no siempre tenemos o ponemos lo suficiente.
Unos sólidos fundamentos, es cierto, de amor y de sinceridad, que nos lleve a un profundo conocimiento de la persona para descubrir cuanta riqueza hay en cada uno pero que han de valernos como un enriquecimiento mutuo incluso en la diversidad de cualidades o pareceres que cada uno pudiéramos tener. Y cuando estamos hablando de amor hemos de cuidar que no sea un amor egoísta que solo busque satisfacciones personales o individuales, sino hemos de comprender todo lo que significa de donación de si mismo, puesto que quien ama se da para buscar el bien y la felicidad del otro, que en un amor mutuo y verdadera será siempre un bien común conseguido.
Hoy le plantean a Jesús en el evangelio el tema del divorcio, como seguimos planteándonoslo en nuestro tiempo. Jesús recuerda lo que es la voluntad de Dios, el plan de Dios desde el principio y nos recuerda también la terquedad del corazón del hombre tan lleno de debilidades. Jesús quiere que le pongamos verdadero fundamento y El con su gracia promete estar junto a nosotros en ese camino de la vida. El sacramento, dignidad a la que Jesús ha elevado el matrimonio significa esa presencia de Dios, porque el amor del hombre y la mujer ha de ser signo también de lo que es el amor de Dios y en el amor de Dios ha de tomar el ejemplo y la fuerza para realizarlo.
Somos débiles es cierto y nuestra vida se nos agrieta por muchos lados, pero nos olvidamos de lo que ha de significar la gracia de Dios en nosotros. Porque el sacramento no es solamente aquel primer momento de la vida matrimonial en la celebración, sino que el sacramento ha de ser toda la vida, en toda la vida sentir esa presencia de Dios que no nos falla y nos ayudará a mantener esos sólidos fundamentos de nuestro matrimonio. Pongamos sólidas bases a su construcción.

jueves, 15 de agosto de 2019

Nos gozamos con el triunfo y la glorificación de María en su Asunción y sentimos que pone en nuestras manos la Luz que nos conduce por caminos de una nueva evangelización



Nos gozamos con el triunfo y la glorificación de María en su Asunción y sentimos que pone en nuestras manos la Luz que nos conduce por caminos de una nueva evangelización

 Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Sal 44; 1Corintios 15, 20-27ª; Lucas 1, 39-56
¿No nos alegramos con el triunfo de los demás sobre todo de los que amamos o sentimos más cercanos a nosotros? ¿No nos gozamos con alegría de los nuestros y hacemos nuestros todos sus gozos? Nos alegramos y lo festejamos; nos alegramos y los felicitamos haciéndonos nosotros participes de esa felicidad.
¿Cómo no nos vamos a alegrar y festejar hoy con el triunfo de María, con el triunfo de nuestra madre a quien la vemos glorificada en el cielo? Hoy es la Asunción de María, es el triunfo de la Madre que participó tan intensamente del misterio de su Hijo que quiso tenerla junto así asociada a su triunfo en el cielo.
Si cuando Jesús se despedía de los suyos en la última cena les consolaba diciéndoles que se iba junto al Padre para prepararles sitio porque donde El estaba quería que también estuvieran los suyos, cómo no pensar que junto a si quería tener a su Madre y para ella tenía preparado el mejor sitio, cuando ella le había hecho sitio en su seno y en su corazón para que se hiciera Dios con nosotros y fuera posible para todos el misterio de la salvación.
Es con lo que hoy nosotros nos gozamos y festejamos. Celebrar pues esta fiesta de María es ese gozarnos con ella, a la que contemplamos dichosa coronada de gloria y dignidad, ‘de pie a su derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir’, como decimos en el salmo de esta celebración. Hoy todo quiere ser cánticos de alabanzas a María, nuestra Madre y nuestra Reina gozándonos de su triunfo, gozándonos en la plenitud de Dios de la que ya ella participa en el cielo por toda la eternidad. Hoy con María queremos cantar su cántico de alabanza a la gloria del Señor.
Esta fiesta de la Asunción de María llena de gozo todos los pueblos de la tierra; la Iglesia se viste de fiesta porque queremos honrar a María, porque queremos honrar a la Madre, nuestra madre y la madre de la Iglesia. Si cuando celebramos la fiesta de la madre que nos llevó en su seno y nos trajo al mundo para ella buscamos los mejores regalos que expresen nuestro amor, y rebuscamos las más hermosas palabras con las que cantar su belleza y todas sus virtudes, cuanto más lo tenemos que hacer con nuestra Madre celestial.
Es la fiesta de la Asunción y a este misterio de María se unen en el fervor del pueblo cristiano muchas advocaciones con las que invocamos a María que es como queremos llamarla desde nuestro amor filial. Por toda la geografía se multiplican las fiestas de la Virgen de agosto, las fiestas en honor de María.
En nuestra tierra canaria hoy la invocamos con ese nombre tan querido de la Candelaria; no solo la celebramos en el dos de febrero que es más propiamente su fiesta litúrgica, sino que en este día queremos invocarla de manera especial recordando como María en su imagen bendita ya estuvo en nuestras como una adelantada de la evangelización. Hoy de manera especial en Tenerife celebramos a la Virgen de Candelaria y peregrinos acudimos a su Basílica para festejarla desde todos los rincones de las islas.
Ella, Candelaria, portadora de la luz bien significada doblemente al llevar en una mano un cirio encendido pero portando en el otro brazo a Jesús, fue pionera de la evangelización de nuestra tierra y podríamos decir que nos está pasando el testigo para que con ahínco nos empeñemos en esa tarea de la nueva evangelización de nuestra tierra y de nuestras gentes. Necesitamos renovar la vivencia del espíritu del evangelio entre nosotros que por tantas circunstancias ha mermado su luz entre nosotros.
Es la tarea en la que está empeñada la Iglesia y en lo que todos tenemos que sentirnos implicados. La Luz del evangelio tiene que brillar con fuerza en nuestra vida y en nuestra tierra. De la mano de María tenemos que comprometernos todos en esta tarea. Ella camina a nuestro lado y nos estará recordando siempre la luz de Jesús que tiene que iluminarnos.
Ese compromiso por nuestra parte tendría que ser la mejor ofrenda de amor que en esta fiesta le ofrezcamos como bueno hijos que somos de María. Por eso no tenemos que dejar que decaiga la devoción a María y sea tergiversada con falsas religiosidades ni meramente con un costumbrismo de no perder unas tradiciones. Es mucho más lo que tiene que ser nuestra devoción y nuestro amor a María, porque tiene que ser algo muy vivo en nuestro corazón, una luz muy fuerte que tiene que brillar en nuestra vida y que ha de ser camino de luz para todos para ese encuentro con Jesús al que siempre nos llevará María. 

miércoles, 14 de agosto de 2019

Porque queremos sentir entre nosotros la comunión del Reino de Dios nos ayudamos mutuamente a superarnos y a crecer en nuestro amor



Porque queremos sentir entre nosotros la comunión del Reino de Dios nos ayudamos mutuamente a superarnos y a crecer en nuestro amor

 Deuteronomio 34,1-12; Sal 65; Mateo 18, 15-20
Este individuo es imposible, es insoportable. Reacciones así tenemos en ocasiones cuando nos encontramos en la vida con personas que quizá dejan mucho que desear en sus comportamientos, que quizá todo el mundo ve cómo se han metido en una vida viciosa - qué lista casi interminable podríamos hacer de individuos que conocemos así enrollados en todo tipo de vicios – y que quizá un día quisimos darle un consejo pero nos hizo caso. Los dejamos por imposibles, como solemos decir, con la cuchara que cojas con esa comas, porque ya ni siquiera intentamos una vez más tratar de ayudar que le den una vuelta a su vida.
¿Nos acobardamos, quizá? ¿Tenemos miedo de enfrentarnos a esas situaciones por las consecuencias que pudieran tener para nuestra vida? Queremos evitar complicaciones y cerramos los ojos para no ver ni querer saber nada. Es difícil y complicado, pero ¿esa sería en verdad una actitud humana hacia esas personas? ¿Qué nos diría el evangelio? Son situaciones difíciles que muchas veces no sabemos como afrontar. Es bonito eso que se dice que tenemos que ayudarnos y que esa es una pobreza muy terrible, pero quizá en nuestra indecisión, cobardía quizá, insolidaridad somos nosotros los verdaderamente pobres. Realmente me siento interpelado en lo más hondo de mi mismo con situaciones así. Es fácil dar consejos, pero ¿hacerlo?
Cuando hablamos del Reino de Dios que Jesús nos anuncia y que nosotros hemos de construir y vivir no se trata de cosas utópicas que se quedan en sueños y que no podemos realizar. Decimos Reino de Dios porque reconocemos que Dios es el único Señor de nuestra vida y que en torno a El formamos como una gran familia en la que hemos de querernos y mantener la unidad y la comunión. Eso se ha de traducir en unos valores que queremos poner en nuestra vida, eso significa como hemos de amarnos y siempre en consecuencia buscamos el bien los unos de los otros, eso significa como tenemos que sentirnos en una profunda comunión sintiendo incluso como propio cuando suceda al hermano.
Si eso queremos vivirlo, ¿no nos duele el mal que pueda haber en los otros o incluso que los otros puedan hacer? ¿No tendríamos, entonces, que preocuparnos los unos de los otros para ayudarnos a superar esas situaciones no tan buenas en las que tantas veces nos podemos ver envueltos? Mucho más podríamos preguntarnos en este sentido.
Y es así, desde ese amor, cómo nos aceptamos y nos comprendemos, pero también con un grande amor y con una exquisita humildad nos corregimos y apoyamos mutuamente para salir de ese mal que se nos haya podido meter en el corazón. Así estaremos haciendo en verdad el Reino de Dios, así es como realmente llegaremos a vivirlo. Es de lo que nos está hablando hoy Jesús en el evangelio en la llamada corrección fraterna, dándonos las pautas más humildes y exquisitas para que realicemos ese mutua corrección de hermanos.
¿Lo hacemos? ¿Nos cuesta? ¿Ponemos verdadera humildad en esa corrección fraterna? No podemos ir desde el engreimiento orgulloso de creernos los santos y los que nunca fallamos, sino que reconociendo que nosotros somos también débiles muchas veces nos acercamos con amor al hermano, con sencillez y con humildad. Muchas consecuencias tendríamos que sacar de las palabras de Jesús que hoy le escuchamos en el evangelio. Aquellas actitudes insolidarias y prepotentes de las que hablamos al principio tienen que estar muy lejos de nuestro estilo de vivir.

martes, 13 de agosto de 2019

Necesitamos los ojos claros y limpios de un niño para ver lo bello de la vida y siempre llevaríamos la sonrisa de la alegría en nuestro semblante



Necesitamos los ojos claros y limpios de un niño para ver lo bello de la vida y siempre llevaríamos la sonrisa de la alegría en nuestro semblante

Deuteronomio 31,1-8; Sal. Dt 32; Mateo 18, 1-5. 10. 12-14
No hace muchos días en las rede sociales aparecía una foto de un amigo, no ya tan joven, que aparecía jugando como si de un chiquillo se tratara en esos parques de juegos que ahora fácilmente nos encontramos para entretenimientos de pequeños y de grandes; allí estaba disfrutando como un niño tirándose de unas sogas colgantes, realmente no sé el nombre del juego acaso porque ya me voy poniendo mayor. Yo le comentaba que le estaba saliendo al flote el alma de niño que todavía llevaba dentro.
Me vino a la memoria esta breve anécdota al escuchar lo que nos pide hoy Jesús en el evangelio, que nos hagamos como niños. Hay a quien no le gusta que lo traten de manera infantil, pero realmente llevamos un alma de niño dentro de nosotros que sin embargo por la seriedad con que nos tomamos la vida queremos ocultar como si nos pareciera que eso nos iba a empequeñecer. Pero ojalá nos quedara aquella inocencia y aquellos ojos limpios sin malicia, que desgraciadamente la vida se ha encargado de hacer turbios; aquellos ojos de curiosidad que siempre buscan y preguntan porque quieren saber, porque quieren creer, porque quieren crecer; lo malo es que cuando vamos creciendo dejamos crecer también la mala hierba de la malicia en nuestro corazón que ya nos impedirá tener aquella mira clara y limpia del niño para descubrir lo bello de la vida.
Le había preguntado a Jesús quién es el más importante en el reino de los cielos. Siempre los hombres nos estamos preguntando cómo podemos ser importantes, aparecen esos deseos de grandeza y de orgullo con tanta facilidad en nuestros deseos y aspiraciones. Pero Jesús, por así decirlo, les rompe los moldes porque les pone un niño en medio de ellos. En aquella época el niño era poco considerado, mientras no llegara a una cierta mayoría de edad no eran tenidos en cuenta. También nosotros decimos de las cosas de los niños ‘eso son chiquilladas’ y no le damos importancia tantas veces.
Conocemos bien la respuesta de Jesús. Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial’.
Ya Jesús nos dirá en otro momento que el Reino de los cielos es de los pobres, y que serán los pequeños y los sencillos los que más están abiertos a Dios, que se revela a los humildes. Hoy nos dice que si no somos como niños no entraremos en el Reino de los cielos. Ya le diría a Nicodemo que había que nacer de nuevo, aunque aquel hombre se preguntara cómo siendo uno mayor puede volver al seno de su madre para volver a nacer. Hoy nos dice Jesús que tenemos que hacernos como niños. Y esos serán los más grandes.
¿Nos hemos fijado en la sonrisa alegre de un niño no solo en medio de sus juegos sino también cuando se siente a gusto con los que le rodean? Una alegría que nace de ese corazón sin malicia, de ese corazón inquieto que busca, de esa generosidad espontánea que lleva al encuentro con los demás, de esas cosas hechas con inocencia donde no aparecen ni las malas intenciones ni la doblez y el engaño. Son las cosas que tendríamos que aprender a vivir para que sigamos manteniendo esa sonrisa alegre en nuestra cara.
Aprenderíamos así a convivir y a aceptarnos, aprenderíamos a caminar juntos siendo capaces de darnos la mano porque confiamos siempre en el que va a nuestro lado. Haríamos la vida bella siempre porque estaríamos dispuestos a evitar las espinas que pudieran dañar. Seríamos capaces de seguir jugando como niños con la alegría sana que brota de corazones sanos. ¿No serían estas señales de que estamos viviendo en los parámetros del Reino de Dios?

lunes, 12 de agosto de 2019

No ocultemos la capacidad de ternura que llevamos en el corazón para poner otro color y otro calor en nuestras relaciones y hacerlas más humanas



No ocultemos la capacidad de ternura que llevamos en el corazón para poner otro color y otro calor en nuestras relaciones y hacerlas más humanas

Deuteronomio 10,12-22; Sal 147; Mateo 17,22-27
Algunos parece que vamos de duros por la vida, ni una sonrisa ni una mueca o expresión en el rostro que manifieste algún tipo de sentimientos, miradas frías y hieráticas, frialdad o insensibilidad en el trato, ningún gesto de afecto o de algún mínimo de compasión cuando nos encontramos con algún tipo de sufrimiento, parecemos impasibles. Nos parece que manifestar sentimientos nos debilita, con nuestras miradas severas nos creemos vencedores y superiores en todo y a todos.
No todos somos así, es cierto, porque se manifiesta mucha ternura en ocasiones entre unos y otros, pero fijémonos en el rostro de los que encontramos por la calle y veremos cómo cada uno va en su mundo, en sus pensamientos, sin ninguna muestra externa de lo que puedan llevar en su interior, sin ninguna mirada que se cruce con el que se encuentra porque parece que van por otro mundo, no por nuestras calles o caminos ni encontrándose con otros que son sus semejantes.
¿Es malo expresar los sentimientos? Nos ponemos a razonar y nos decimos que cuando expresamos los sentimientos nos estamos acercando a los demás, pero aun así seguimos poniendo distancias y guardándonos nuestros sentimientos para nosotros. Pero algunas veces lo que tanto guardamos sin darle uso, termina por estropearse y pudrirse. Y es a lo que da olor muchas veces nuestro mundo cuando vamos tan de insensibles por la vida.
¿No tendríamos que poner otro color y otro calor en nuestras relaciones? No ocultemos la capacidad de ternura que llevamos en el corazón y que nos hace cercanos a los otros para gozarnos con ellos en sus alegrías pero también para saber sufrir con ellos en sus problemas y dolores, que un dolor compartido parece menos dolor porque ya esa cercanía es una forma de consolar.
No tengamos vergüenza de nuestros sentimientos, ya nos sintamos tristes por penas o problemas o ya estemos radiantes por lo bueno de lo que disfrutamos y por lo bueno que descubrimos en los demás. Seremos así más humanos, porque esos sentimientos forman parte también de nuestro ser humano. y es bueno que nos paremos a pensar en estas cosas, que despertemos eso bueno y tierno que llevamos en el corazón, que nos hagamos sensibles ante cuanto les sucede a los demás y no tengamos miedo de manifestarlo y manifestarnos también como seres capaces de compasión.
Y alguien dirá ¿a que viene toda esta reflexión en esta semilla de cada día que quiere ser un comentario del evangelio del día? Es un comentario que queremos hacer pero queriendo llevarlo a lo que es también la vida de cada día, de lo que nos sucede, de la manera que tenemos de hacer las cosas, o de aquellas cosas que tendríamos que hacer florecer quizá en nuestra vida. El evangelio es buena noticia de cada día para nuestra vida concreta y en esa nuestra vida concreta han de florecer nuestros sentimientos.
Simplemente he partido de aquello que nos dice hoy el evangelio que los discípulos se pusieron tristes con las palabras de Jesús. Les hablaba y anunciaba su próxima pasión que ellos no terminaban de entender, y como hablaba de sufrimiento, de cruz y de muerte apareció esa tristeza en sus corazones. Como aparece tantas veces en nuestra vida en cosas que nos resultan incomprensibles, en los problemas que nos surgen cada día o cuando constatamos un sufrimiento injusto en los demás.
Es cierto que los discípulos andaban un poco ciegos porque entendieron lo de la muerte pero no entendieron lo que les anunciaba Jesús también de resurrección. Cuando llegue la resurrección después de pasar por el dolor de la pascua bien que manifestarán su alegría. Hagamos muy humana la vivencia de nuestra fe manifestándonos humanos, manifestando también nuestros sentimientos.
Una alegría que también nosotros hemos de saber manifestar en nuestra vida, en esos gestos espontáneos que nos pueden surgir, pero también con la alegría que vivimos nuestra fe, que nos llega de entusiasmo pero que quiere contagiar de esa alegría y de esa fe a los que están a nuestro lado.

domingo, 11 de agosto de 2019

En nuestra fe y en nuestro ser iglesia tenemos un tesoro en nuestras manos que muchas veces acobardados escondemos y nos falla nuestra fidelidad y nuestra lealtad



En nuestra fe y en nuestro ser iglesia tenemos un tesoro en nuestras manos que muchas veces acobardados escondemos  y nos falla nuestra fidelidad y nuestra lealtad

Sabiduría 18, 6-9; Sal 32; Hebreos 11, 1-2. 8-19;  Lucas 12, 32-48
Cuando a uno le confían una tarea lo menos que uno puede ser es fiel, responsable, y leal hacia aquel que nos ha confiado dicha tarea y responder con prontitud a lo que se nos ha encomendado. Han puesto su confianza en nosotros y ahora hemos de merecernos esa confianza en el cumplimiento de lo encomendado. Ahí vamos manifestando la madurez de nuestra vida y así contribuimos desde esas responsabilidades que asumimos en hacer, por ejemplo, que nuestra convivencia sea de lo mejor y todos al final salgamos beneficiados por aquello que realizamos.
Aunque nos parezca muchas veces que aquellas cosas que hacemos tienen un objetivo y un fin determinado según lo que estemos realizando, sin embargo sabemos bien que todo está interrelacionado y es en fin el mismo conjunto de la sociedad la que sale ganando con lo bueno que realizamos y con el cumplimiento fiel de nuestras tareas. Mi bondad y mi responsabilidad repercuten también en el conjunto de la sociedad en la que vivimos porque son granitos de arena con los que contribuimos a la construcción de esa misma sociedad y de ese mundo en el que convivimos.
¿Por qué me estoy haciendo esta consideración? Es que Jesús nos habla de vigilancia y responsabilidad. Nos habla Jesús del criado que ha de cuidar la puerta de la casa y cuanto más en la ausencia del amo y que ha de estar vigilante para el momento en que llegue para abrirle apenas llegue y llame; nos habla del administrador a quien se le confían unos bienes, o el que está al frente de las tareas de la casa y que todo ha de ordenarlo debidamente para que cada uno cumpla su función y todos además sean bien atendidos; como nos habla también del uso que cada uno ha de dar a sus bienes y posesiones no quedándose en una función egoísta en pensar solo en sus ganancias personales sino de cuanto puede hacer con ello en beneficio de los demás.
¿Qué quería decirles Jesús a los discípulos cuando les proponía estas pequeñas parábolas? ‘No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino’, comenzaba diciéndoles Jesús. ¿No estará preparando Jesús a aquellos discípulos más cercanos a quienes confiaba los secretos del Reino para la misión que un día habrían de recibir? Está queriéndoles decir Jesús cómo confía en ellos y por eso un día les confiará su misma misión. Pero aun más, podríamos decir, estaba señalándoles cómo todo aquel misterio de gracia que a ellos les revelaba un día tendrían que compartirlo, contagiarlo a cuantos les rodeasen; y de esa tarea no se podrían escaquear, como decimos ahora.
Pensamos, sí, quienes hoy estamos escuchando esta Palabra de Jesús en la tarea que tenemos que realizar, porque de El recibimos su misma misión. Claro que pensamos en nuestras responsabilidades personales de cada día con nosotros mismos y en medio de la sociedad en la que convivimos. Fidelidad, responsabilidad, vigilancia, lealtad con nosotros mismos, con nuestro mundo pero también lo hemos de sentir ante Dios. Como decíamos antes cada cosa que hagamos hecha con fidelidad total es un granito de arena bien importante en la construcción de nuestro mundo.
Pero pensemos además nosotros cristianos, que nos consideramos y que nos manifestamos como creyentes en la responsabilidad que tenemos de esa luz que se ha puesto en nuestras manos, que es nuestra fe. Pensemos nosotros, como hombres y mujeres de Iglesia – pertenecemos a la Iglesia, formamos parte de la comunidad eclesial – en la responsabilidad que también dentro de nuestra Iglesia tenemos.
Fáciles somos para hacernos nuestros juicios, para criticar o murmurar en lo mal que están las cosas, en los problemas que quizá vemos en nuestras comunidades cristianas o en el conjunto de la Iglesia, cosas que no nos satisfacen, que vemos que quizá tendrían que ser de otra forma, ¿nos quedamos solo en la critica o en la murmuración o nos comprometeremos a poner nuestro granito de arena para que mejoren también las cosas en nuestra Iglesia?
Tampoco tenemos que meter el rabo entre piernas acobardados por lo que vemos en nuestro mundo y en nuestra sociedad y también quizá por las críticas que recibe la Iglesia, el desprestigio a que quieren someterla en nuestra sociedad de hoy, o la oposición que podemos encontrar para que la Iglesia pueda seguir realizando su misión.
Nos callamos tantas veces acobardados, nos echamos para atrás y no somos capaces de levantar la voz, tenemos miedo de manifestarnos porque tememos la reacción que puedan tener las gentes de nuestro entorno. ¿Es esa la lealtad que tenemos con nuestra fe, con nuestra Iglesia, con aquello en lo que creemos y que queremos vivir? ¿Estaremos siendo el mal administrador que no cumplimos con nuestros deberes de responsabilidad, fidelidad y lealtad?
¿Qué hacemos con lo que Dios ha puesto en nuestras manos? ¿Qué hacemos por esa Iglesia a la que pertenecemos? ¿Estaremos escondiendo ese tesoro por cobardía? En muchas cosas tendremos que pensar, pero también es hora de ponernos a actuar.