lunes, 12 de agosto de 2019

No ocultemos la capacidad de ternura que llevamos en el corazón para poner otro color y otro calor en nuestras relaciones y hacerlas más humanas



No ocultemos la capacidad de ternura que llevamos en el corazón para poner otro color y otro calor en nuestras relaciones y hacerlas más humanas

Deuteronomio 10,12-22; Sal 147; Mateo 17,22-27
Algunos parece que vamos de duros por la vida, ni una sonrisa ni una mueca o expresión en el rostro que manifieste algún tipo de sentimientos, miradas frías y hieráticas, frialdad o insensibilidad en el trato, ningún gesto de afecto o de algún mínimo de compasión cuando nos encontramos con algún tipo de sufrimiento, parecemos impasibles. Nos parece que manifestar sentimientos nos debilita, con nuestras miradas severas nos creemos vencedores y superiores en todo y a todos.
No todos somos así, es cierto, porque se manifiesta mucha ternura en ocasiones entre unos y otros, pero fijémonos en el rostro de los que encontramos por la calle y veremos cómo cada uno va en su mundo, en sus pensamientos, sin ninguna muestra externa de lo que puedan llevar en su interior, sin ninguna mirada que se cruce con el que se encuentra porque parece que van por otro mundo, no por nuestras calles o caminos ni encontrándose con otros que son sus semejantes.
¿Es malo expresar los sentimientos? Nos ponemos a razonar y nos decimos que cuando expresamos los sentimientos nos estamos acercando a los demás, pero aun así seguimos poniendo distancias y guardándonos nuestros sentimientos para nosotros. Pero algunas veces lo que tanto guardamos sin darle uso, termina por estropearse y pudrirse. Y es a lo que da olor muchas veces nuestro mundo cuando vamos tan de insensibles por la vida.
¿No tendríamos que poner otro color y otro calor en nuestras relaciones? No ocultemos la capacidad de ternura que llevamos en el corazón y que nos hace cercanos a los otros para gozarnos con ellos en sus alegrías pero también para saber sufrir con ellos en sus problemas y dolores, que un dolor compartido parece menos dolor porque ya esa cercanía es una forma de consolar.
No tengamos vergüenza de nuestros sentimientos, ya nos sintamos tristes por penas o problemas o ya estemos radiantes por lo bueno de lo que disfrutamos y por lo bueno que descubrimos en los demás. Seremos así más humanos, porque esos sentimientos forman parte también de nuestro ser humano. y es bueno que nos paremos a pensar en estas cosas, que despertemos eso bueno y tierno que llevamos en el corazón, que nos hagamos sensibles ante cuanto les sucede a los demás y no tengamos miedo de manifestarlo y manifestarnos también como seres capaces de compasión.
Y alguien dirá ¿a que viene toda esta reflexión en esta semilla de cada día que quiere ser un comentario del evangelio del día? Es un comentario que queremos hacer pero queriendo llevarlo a lo que es también la vida de cada día, de lo que nos sucede, de la manera que tenemos de hacer las cosas, o de aquellas cosas que tendríamos que hacer florecer quizá en nuestra vida. El evangelio es buena noticia de cada día para nuestra vida concreta y en esa nuestra vida concreta han de florecer nuestros sentimientos.
Simplemente he partido de aquello que nos dice hoy el evangelio que los discípulos se pusieron tristes con las palabras de Jesús. Les hablaba y anunciaba su próxima pasión que ellos no terminaban de entender, y como hablaba de sufrimiento, de cruz y de muerte apareció esa tristeza en sus corazones. Como aparece tantas veces en nuestra vida en cosas que nos resultan incomprensibles, en los problemas que nos surgen cada día o cuando constatamos un sufrimiento injusto en los demás.
Es cierto que los discípulos andaban un poco ciegos porque entendieron lo de la muerte pero no entendieron lo que les anunciaba Jesús también de resurrección. Cuando llegue la resurrección después de pasar por el dolor de la pascua bien que manifestarán su alegría. Hagamos muy humana la vivencia de nuestra fe manifestándonos humanos, manifestando también nuestros sentimientos.
Una alegría que también nosotros hemos de saber manifestar en nuestra vida, en esos gestos espontáneos que nos pueden surgir, pero también con la alegría que vivimos nuestra fe, que nos llega de entusiasmo pero que quiere contagiar de esa alegría y de esa fe a los que están a nuestro lado.

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