martes, 13 de agosto de 2019

Necesitamos los ojos claros y limpios de un niño para ver lo bello de la vida y siempre llevaríamos la sonrisa de la alegría en nuestro semblante



Necesitamos los ojos claros y limpios de un niño para ver lo bello de la vida y siempre llevaríamos la sonrisa de la alegría en nuestro semblante

Deuteronomio 31,1-8; Sal. Dt 32; Mateo 18, 1-5. 10. 12-14
No hace muchos días en las rede sociales aparecía una foto de un amigo, no ya tan joven, que aparecía jugando como si de un chiquillo se tratara en esos parques de juegos que ahora fácilmente nos encontramos para entretenimientos de pequeños y de grandes; allí estaba disfrutando como un niño tirándose de unas sogas colgantes, realmente no sé el nombre del juego acaso porque ya me voy poniendo mayor. Yo le comentaba que le estaba saliendo al flote el alma de niño que todavía llevaba dentro.
Me vino a la memoria esta breve anécdota al escuchar lo que nos pide hoy Jesús en el evangelio, que nos hagamos como niños. Hay a quien no le gusta que lo traten de manera infantil, pero realmente llevamos un alma de niño dentro de nosotros que sin embargo por la seriedad con que nos tomamos la vida queremos ocultar como si nos pareciera que eso nos iba a empequeñecer. Pero ojalá nos quedara aquella inocencia y aquellos ojos limpios sin malicia, que desgraciadamente la vida se ha encargado de hacer turbios; aquellos ojos de curiosidad que siempre buscan y preguntan porque quieren saber, porque quieren creer, porque quieren crecer; lo malo es que cuando vamos creciendo dejamos crecer también la mala hierba de la malicia en nuestro corazón que ya nos impedirá tener aquella mira clara y limpia del niño para descubrir lo bello de la vida.
Le había preguntado a Jesús quién es el más importante en el reino de los cielos. Siempre los hombres nos estamos preguntando cómo podemos ser importantes, aparecen esos deseos de grandeza y de orgullo con tanta facilidad en nuestros deseos y aspiraciones. Pero Jesús, por así decirlo, les rompe los moldes porque les pone un niño en medio de ellos. En aquella época el niño era poco considerado, mientras no llegara a una cierta mayoría de edad no eran tenidos en cuenta. También nosotros decimos de las cosas de los niños ‘eso son chiquilladas’ y no le damos importancia tantas veces.
Conocemos bien la respuesta de Jesús. Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial’.
Ya Jesús nos dirá en otro momento que el Reino de los cielos es de los pobres, y que serán los pequeños y los sencillos los que más están abiertos a Dios, que se revela a los humildes. Hoy nos dice que si no somos como niños no entraremos en el Reino de los cielos. Ya le diría a Nicodemo que había que nacer de nuevo, aunque aquel hombre se preguntara cómo siendo uno mayor puede volver al seno de su madre para volver a nacer. Hoy nos dice Jesús que tenemos que hacernos como niños. Y esos serán los más grandes.
¿Nos hemos fijado en la sonrisa alegre de un niño no solo en medio de sus juegos sino también cuando se siente a gusto con los que le rodean? Una alegría que nace de ese corazón sin malicia, de ese corazón inquieto que busca, de esa generosidad espontánea que lleva al encuentro con los demás, de esas cosas hechas con inocencia donde no aparecen ni las malas intenciones ni la doblez y el engaño. Son las cosas que tendríamos que aprender a vivir para que sigamos manteniendo esa sonrisa alegre en nuestra cara.
Aprenderíamos así a convivir y a aceptarnos, aprenderíamos a caminar juntos siendo capaces de darnos la mano porque confiamos siempre en el que va a nuestro lado. Haríamos la vida bella siempre porque estaríamos dispuestos a evitar las espinas que pudieran dañar. Seríamos capaces de seguir jugando como niños con la alegría sana que brota de corazones sanos. ¿No serían estas señales de que estamos viviendo en los parámetros del Reino de Dios?

No hay comentarios:

Publicar un comentario