sábado, 29 de junio de 2019

Con Pedro queremos caminar débiles como él, pero con Pedro queremos saborear el amor de Dios que solo nos pide que amemos con toda intensidad y sigue confiando en nosotros



Con Pedro queremos caminar débiles como él, pero con Pedro queremos saborear el amor de Dios que solo nos pide que amemos con toda intensidad y sigue confiando en nosotros

Hechos 12, 1-11; Sal 33; 2Tim. 4, 6-8. 17-18; Mt. 16, 13-19
‘Simón, ¿me amas?... ¿me amas más que estos?’ Así hasta tres veces. Fue allá junto al lado. Muchas cosas habían pasado desde que un día allá en Cesarea de Filipo Pedro había hecho una hermosa confesión de fe. Si ya en el primer encuentro, cuando su hermano Andrés se lo presentó a Jesús, le había cambiado el nombre, diciéndole que se llamaría Cefas, Pedro, porque iba a ser la piedra de la Iglesia, en Cesarea después de aquella confesión de fe que le había proclamado como el Hijo de Dios, Jesús le había dicho ya definitivamente que era Pedro, y que las fuerzas del abismo no podrían contra la Iglesia.
En medio momentos de fervor como para decir que no había nadie más a quien acudir por solo Jesús tenia Palabras de vida eterna; pero también le había costado aceptar los anuncios de pasión que Jesús les iba haciendo, tratando incluso de disuadirlo de que subiera a Jerusalén si allí había de sucederle cuanto estaba anunciando. Siempre caminando junto a Jesús, aunque las subidas fueran costosas porque contemplaría así la gloria de Dios que en Jesús se manifestaba. Detrás de Jesús había subido a Jerusalén, aunque doloroso parecía ser aquel camino. Y estaba dispuesto a todo, como un día había dejado la barca y las redes, dispuesto incluso a dar la vida por Jesús, pero había unas sombras en el horizonte. Le costaba entender la pasión y tuvo miedo, se acobardó ante una criada y había negado a Jesús.
A pesar de su dolor, que era ya el que llevaba en el alma por su negación, había corrido hasta el sepulcro para comprobar que la piedra estaba corrida y allí no estaba el cuerpo del Señor Jesús. La Escritura nos dirá que había merecido una aparición especial de Jesús, pero finalmente se había ido a Galilea y había cogido de nuevo las riendas de la barca para pescar. Como en la otra ocasión en ese mismo lago no habían cogido nada en la noche; al amanecer alguien desde la orilla les señalaba por donde habían de echar la red y como entonces se había confiado de la palabra de Jesús ahora también había confiado y la redada había sido también grande.
Quizás el dolor que permanecía en su corazón le impedía vislumbrar quien era en verdad el que estaba a la orilla, pero ante la insinuación del discípulo amado de Jesús se había tirado al agua tal como estaba para llegar a los pies de Jesús. Y allí estaba, no había habido reproches por sus dudas y por sus miedos, por su negación y su pecado, sino que Jesús solamente le preguntaba por su amor. Tres veces le había preguntado y tres veces le decía que lo amaba, que Jesús que lo sabia todo conocía bien que él lo amaba. Y quien un día había sido prometido como piedra ahora era constituido pastor. ‘Apaciendta mis ovejas, apacienta mis corderos’, le decía Jesús.
Quiero ver una cosa que me parece bien hermosa. Un hombre débil y pecador que incluso había llegado a negar conocer a Jesús, un hombre apasionado en su amor que por encima de sus debilidades seguía prometiendo amor y prometiendo fidelidad. Y al mismo tiempo quiero ver a un Dios que confía; sí, que confía en el hombre aunque lo sabe débil; que confía en el hombre a pesar de que en su debilidad habría cometido muchos disparates y locuras, pero allí estaba prometiendo amor, porfiando amor. Es el Dios que confía en mí y en ti, que confía en nosotros a pesar de nuestras debilidades y pecados, porque a pesar de todo sabe de nuestra capacidad de amor que Dios mismo aumentará dándonos su Espíritu.
A los hombres nos cuesta entender esto. No confiamos, retiramos con facilidad nuestra confianza, ya no dejamos hacer a quien un día pudo tener un tropezón. Pero ese no es e estilo de Dios y no tendría que ser nuestro estilo. Cuanto tenemos que aprender de Dios, de su amor, de su confianza y su apuesta por nosotros; por una parte para que tengamos la fuerza de levantarnos de nuestras debilidades, porque todos somos débiles, hasta el que se cree más santo; por otra parte para que con esa misma medida de Dios, con ese mismo talante de Dios miremos nosotros a los demás y también confiemos.
No nos dejemos contagiar por ese espíritu del mundo – que algunas veces se nos quiere presentar como la mejor rectitud y justicia – pero que no confía, que condena, que aparta, que discrimina para siempre al que algún pecado haya cometido. No se debe dejar contagiar la Iglesia por ese espíritu justiciero en muchas de sus actuaciones con los pecadores, que se parece bien poco con el Dios compasivo y misericordioso a quien tenemos que imitar como nos enseña y pide Jesús; pareciera a veces que la iglesia quiere competir con el mundo en sus estilos olvidándonos del estilo y del sentido de Dios.
Con Pedro queremos caminar porque nos sentimos débiles como él, pero con Pedro queremos saborear ese amor de Dios que solo nos pide que llorando, es cierto, nuestro pecado amemos con toda su intensidad porque Dios nos pide simplemente amor para que sigamos desarrollando la misión que quiere confiarnos.

viernes, 28 de junio de 2019

Celebrar al Corazón de Jesús es querer sintonizar con el latido del amor de Dios para aprender a sintonizar con el corazón de los hombres nuestros hermanos



Celebrar al Corazón de Jesús es querer sintonizar con el latido del amor de Dios para aprender a sintonizar con el corazón de los hombres nuestros hermanos

Ezequiel 34, 11-16; Sal 22; Romanos 5, 5b- 11; Lucas 15, 3-7
‘Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones’.
Bella imagen la que nos ofrece el profeta y que recoge la liturgia en la celebración de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús que hoy estamos celebrando. La imagen del pastor es la imagen de su amor por las ovejas, que las cuida, las libra de peligros, las alimenta, camina con ellas buscando los mejores pastos, las reúne cuando se dispersan. Así el Señor en nuestra vida. La Imagen del Corazón eso quiere expresarnos.
No nos quedamos en un órgano del cuerpo sino lo que con él queremos expresar sobre todo en nuestra cultura. Es toda la ternura de la vida la que queremos expresar con el corazón; son los más nobles sentimientos, es la cercanía de quien se quiere tener en las entrañas más intimas de nuestra vida, es el mismo latir y sentir como la criatura que está en el seno de la madre y late al mismo ritmo de su corazón.
Es el latido del amor de Dios; es el latido con el que nosotros tenemos que sintonizar para caminar, para vivir en el mismo ritmo del amor de Dios. Somos discípulos porque queremos seguir sus huellas, somos sus hijos porque queremos tener el mismo latido de amor. Así con El queremos hacernos uno, así El quiere habitar en nosotros poniendo su morada en nuestro corazón.
Es lo que hoy queremos celebra, porque es lo que como cristianos queremos vivir. ‘Que sean uno como tu Padre y yo somos uno’, pedía Jesús en la oración sacerdotal de la ultima cena. Y es que cuando nosotros hoy queremos sentir el latido del amor del Corazón de Cristo porque queremos hacer sintonizar nuestro corazón y nuestra vida con el latido de Dios, con el amor de Dios, es que eso necesariamente nos tiene que llevar a algo más.
No podremos decir que hemos sintonizado con el latido de Dios cuando no hemos aprendido a sintonizar con el latido del corazón de nuestros hermanos. Desgraciadamente se produce demasiada arritmia en ese latido conjunto que tendríamos que tener con nuestros hermanos. Es lo que tenemos que curar.
Es como tenemos que sentir que el Buen Pastor viene para curar nuestras heridas, esa arritmia de nuestro corazón en nuestra relación con los demás. Dejémonos sanar por ese Buen Pastor que cura las enfermedades de nuestra alma, de nuestro espíritu. Reconozcamos esas arritmias porque somos débiles o porque somos tantas veces orgullosos e insolidarios.
No podemos celebrar con sentido esta fiesta del Corazón de Jesús mientras no nos dejemos curar, mientras no arrojemos lejos de nosotros esas arritmias de nuestros orgullos e insolidaridades, mientras no nos dejemos inundar por esa medicina divina que es el amor que Dios nos tiene.
Nos costará en ocasiones porque es fuerte nuestro orgullo y desamor, tenemos que dejar que ponga en nuestros ojos esos colirios divinos para que veamos con una mirada más limpia y más lúcida a los hombres nuestros hermanos que caminan a nuestro lado. Con esa mirada nueva se caerán esas escamas que perturban nuestra visión y nuestro corazón.
Dejemos que el Buen Pastor nos busque, dejémonos encontrar y dejémonos sanar para que así podamos entrar en esa nueva y hermosa sintonía del amor según el latido del Corazón de Dios.

jueves, 27 de junio de 2019

Nos habla Jesús de la necesaria profundidad que tenemos que darle a nuestra vida poniéndole verdaderos cimientos fundamentados en lo que es la voluntad de Dios


Nos habla Jesús de la necesaria profundidad que tenemos que darle a nuestra vida poniéndole verdaderos cimientos fundamentados en lo que es la voluntad de Dios

Génesis 16, 1-12. 15-16; Sal 105; Mateo 7,21-29
‘Eso ya lo sé, pero…’ habremos escuchado más de una vez que nos responden cuando le decimos o comentamos algo sobre lo que debe hacer o cual es el sentido de lo que hacemos o tenemos que hacer. Ya lo saben, ya lo sabemos, nos decimos nosotros también en tantas ocasiones, pero luego no actuamos conforme a eso que decimos que sabemos sino que ponemos ‘peros’, decimos que las circunstancias, que no siempre se pueden hacer las cosas, que la gente hace o quiere otra cosa… y al final nuestro actuar está bien distante de aquello que sabemos que deberíamos hacer.
Incongruencias de la vida, en las que todos podemos caer, porque quizá estamos más pendientes de qué dirán, o aparecen nuestros intereses muy personales o muy egoístas como queramos llamarlos, pero quizá olvidamos la rectitud en nuestro actuar, de unos principios o valores que tendrían que motivar nuestra vida, y así vamos con el pensamiento por un lado y la vida en su actuar por otro.
Nos falta firmeza quizá en nuestras convicciones, nos falta una profundidad en la vida porque nos es más fácil dejarnos arrastrar por cosas superficiales que no llegan a comprometernos, nos falta un compromiso serio en la vida. Y hablamos de muchos aspectos humanos de la vida, en el trabajo, en el familia, en las relaciones sociales, o de lo más intimo de nuestro yo, como podemos hablar de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Jesús que muchas veces es muy frió y poco comprometido.
Nos habla Jesús de la necesaria profundidad que tenemos que darle a nuestra vida poniéndole verdaderos cimientos. La casa edificada sobre roca o sobre arena, como hoy nos dice. ¿En qué verdaderamente fundamentamos nuestra vida? ¿Cuáles son sus verdaderos cimientos? Por esa superficialidad con que actuamos, vamos y venimos como una veleta llevada por el viento. Y cuando hay superficialidad pronto nos cansaremos de todo y terminaremos abandonando. Cómo tendríamos que cuidar esa espiritualidad de nuestra vida que le dé verdadera hondura.
Tenemos que pararnos mucho a pensar, a rumiar dentro de nosotros lo que vamos viendo y lo que nos va sucediendo. Será así cómo aprendamos, como le sacaremos verdaderas lecciones a la vida, pero con unos criterios bien formados. Y para un cristiano el criterio de nuestro actuar está en el evangelio. No siempre lo conocemos lo suficiente, no siempre lo hemos rumiado en nuestro corazón, no siempre sabemos pasar la vida o lo que nos sucede por ese tamiz del evangelio para confrontar así lo que hacemos con los valores que nos enseña Jesús. Por eso parece que andamos muchas veces como cojos o como ciegos, porque por falta de profundidad para que no tenemos donde apoyarnos de verdad y en todo tropezamos.
Por eso hoy nos dice Jesús que no nos basta que digamos ‘¡Señor, Señor!’. Es necesario algo más. Nuestro reconocimiento de que Jesús es el Señor de nuestra vida no se puede quedar en palabras, tendrá que traducirse en los hechos de nuestra vida; y la norma y el criterio que tenemos que seguir son los mandamientos del Señor. Cumplir los mandamientos, porque de lo contrario nuestra vida estaría vacía de contenido.
Somos muy dados a mantenernos solamente en una religiosidad natural, que podríamos llamar así. ‘Yo soy muy religioso’ decimos tantas veces porque visitamos un santuario de la Virgen, le llevamos unas flores o encendemos unas luces, no nos perdemos quizá una procesión o rezamos todas las noches a nuestros muertos.
Pero luego seguimos con nuestra vida de siempre y nuestros criterios están bien lejos del sentir del evangelio, nuestra manera de actuar está bien lejana de lo que es el cumplimiento de los mandamientos. No traducimos en nuestra vida concreta y de cada día esa religiosidad que manifestamos en algunos actos de nuestra vida. Es lo que tenemos que plantearnos seriamente y es a lo que Jesús hoy nos está invitando en el evangelio.

miércoles, 26 de junio de 2019

El árbol bien cuidado y cultivado que florece con belleza y nos muestra su madurez en hermosos frutos embellece y da riqueza a nuestro jardín



El árbol bien cuidado y cultivado que florece con belleza y nos muestra su madurez en hermosos frutos embellece y da riqueza a nuestro jardín

Génesis 15,1-12.17-18; Sal 104; Mateo 7,15-20
Hay gente a la que todo se le va por la boca. Hablando dicen maravillas, hasta son poetas en sus palabras y teóricamente saben mucho. Pero eso, bellas palabras, teorías o doctrinas bien aprendidas, porque luego en su vida no vemos nada. Buenos maestros de teoría, pero poco ejemplarizantes en su vida; no apreciamos en ellos nada. Con apariencia de sabios son insustanciales en su vida, no tienen la profundidad de lo vivido, y demuestran una incongruencia en su vida.
La madurez que tengamos en nuestros conocimientos o en los principios que proclamamos tenemos que descubrirlos en los frutos de su vida. Lo que nos hace ver una superficialidad encubierta, disimulada con palabras hermosas, pero poco sustancial en el vivir. Una comida muy apetitosa en su apariencia y presentación, pero luego insípida, sin sabor, y hasta sin verdadero contenido alimenticio.
¿Será así  nuestra vida? ¿Seremos así los cristianos? ¿Será por eso por lo que no hacemos atrayente nuestra fe y nuestra vida? ¿Se marcharán desencantados los que nos ven o los que ven lo que es la vida de la Iglesia? Esto es algo serio y en gran parte la descristianizacion que vemos hoy de nuestra sociedad en la que no son los valores cristianos los que priman, depende en gran parte de la superficialidad de tantos de nosotros en la manera de nuestro ser y vivir como cristianos. Así no convencemos. Es la incongruencia con que tantas veces nos presentamos.
Tenemos una responsabilidad muy grande. Y es que tenemos que comenzar por crecer interiormente, profundizando en una verdadera espiritualidad cristiana. Tenemos que cuidar nuestro interior para sentirnos en verdad fortalecidos. Eso exige una maduración de nuestra vida, cuidar actitudes, cuidar gestos y detalles, cuidar nuestra verdadera unión con Dios con una oración profunda, una oración auténtica, que sea en verdad un llenarnos de Dios.
Al árbol o a la planta que queremos que de flores y frutos la cuidamos. No nos preocupamos solamente de echar la semilla a la tierra sino que realizamos todo un proceso; el verdadero agricultor lo sabe, tiene que limpiar la tierra de malas hierbas que ahoguen nuestra planta, tenemos que abonar y tenemos que podar, para fortalecer, para quedarnos con lo mejor de la planta porque las ramas que simplemente se chupan la sabia no nos valen. Es todo el cultivo de nuestra espiritualidad, de purificación, de oración, de vida sacramental, de maduración interior, de escucha de la Palabra de Dios rumiándola en nuestro interior. Solo así podremos dar buenos frutos, solo así no nos quedaremos en la apariencia sino que podremos ir al buen fruto que nos alimenta y que nos enriquece.
De eso nos está hablando hoy Jesús en el evangelio. De esos buenos frutos que darán cuenta de lo que llevamos en nuestro interior, que manifestarán la profundidad y la madurez de nuestra vida, que serán los que atraigan y los que convenzan a los demás de cual es el verdadero camino. Así nuestra vida se convertirá en evangelio para los demás, en buena noticia de salvación para todos.
El árbol bien cuidado y cultivado que florece con belleza y nos muestra su madurez en hermosos frutos es el que en verdad embellece el jardín. Así tenemos que ser nosotros que en los frutos que demos mostremos la belleza de nuestro interior y la madurez de nuestra vida y que serán los que en verdad embellecen nuestro mundo.

martes, 25 de junio de 2019

Abajarnos para poder llegar hasta Jesús y su evangelio, para vivir en su pobreza y humildad, para entender el camino de la cruz que es camino de entrega y de amor


Abajarnos para poder llegar hasta Jesús y su evangelio, para vivir en su pobreza y humildad, para entender el camino de la cruz que es camino de entrega y de amor

Génesis 13, 2.5-18; Sal 14; Mateo 7,6.12-14
Recuerdo que en mi peregrinación a Tierra Santa ya hace unos años hubo algo que me impresionó y me llamó la atención, aunque también hay que decir que cada paso que damos recordando los pasos de Jesús por aquella tierra nos van llenando de intensa emoción y van dejando una huella honda en nuestra alma. Pero al hecho al que quería hacer referencia fue la entrada a la Basílica de la Natividad del Señor en Belén. Desde fuera se nos presenta como un inmenso edificio que luego en su interior se manifiesta también de forma grandiosa, pero la puerta de entrada en muy pequeña de manera que hay que agacharse profundamente para poder pasar por ella.
Dejando a un lado las motivaciones estratégicas que a lo largo de los siglos hicieron que tuviera ese pequeño tamaño como defensa frente a invasiones externas en el detalle de tener que agacharnos para poder atravesarla puede haber también un hermoso sentido espiritual para el cristiano que allí peregrina. Llegamos a Jesús en el lugar de su nacimiento haciéndonos pequeños y tratando de abajarnos de muchas de esas monturas en las que en la vida queremos subirnos tantas veces. Igualmente nos encontraremos que para entrar en el habitáculo del santo sepulcro y lugar de la resurrección también tenemos que humillar nuestra cerviz agauchándonos por una puerta que también se nos vuelve angosta.
Como los guerreros que desde lo alto de sus monturas no podían conquistar aquel lugar porque el paso era angosto y estrecho así nosotros para acercarnos a Jesús y a su evangelio también tenemos que hacerlo desde caminos de humildad y también desde exigencia interior donde tenemos que desprendernos de todas aquellas cosas que nos impedirían avanzar por un lugar angosto y estrecho.
Muchas veces queremos buscar altos razonamientos filosóficos o teológicos, queremos confrontarlo todo desde una visión científica y excesivamente intelectual, vamos con nuestros orgullos y con nuestros ‘saberes’ y si no somos capaces de entrar en caminos de humildad no sentiremos cómo se nos revela el Señor que se manifiesta a los pobres y a los sencillos y que tiene el Reino reservado para los que son pobres de espíritu, como nos enseñará en las bienaventuranzas. Tenemos que aprender a dejarnos conducir por el Espíritu del Señor que es quien se nos revela en el corazón.
Hoy nos habla Jesús de puerta estrecha y de angosto camino. Alguien pudiera pensar que Jesús lo que hace es ponernos dificultades, como si no quisiera que llegáramos a la salvación. Ni mucho menos. Simplemente nos está recordando las exigencias porque aunque la gracia es un don de Dios, un regalo que en su amor nos hace, no nos salvamos por lo que nosotros hagamos, sino por pura gracia del Señor; emprender ese camino de salvación significa una transformación de nuestra vida. Y eso siempre nos cuesta, porque primero que nada tenemos que luchar con nosotros mismos y esas posturas egoístas en las que tantas veces queremos envolvernos. La respuesta al regalo de la gracia nos pide un nuevo sentido de vivir, que entonces nos exigirá despojarnos de muchas cosas que no casan con esa vida de gracia y santidad que el Señor nos ofrece.
Abajarnos para entrar hasta Jesús, para bajar hasta Belén, para introducirnos entre las estrechas paredes de aquel humilde establo para poder acercarnos a Jesús y vivir su humildad y su pobreza. Poner humildad en nuestra vida, entrar en los caminos de la solidaridad y del servicio, buscar nuestro crecimiento interior para aprender a superarnos, buscar primero que nada el reino de Dios y su justicia, olvidarnos de nosotros mismos y nuestros intereses particulares para aprender a mirar por el otro, ser capaces de perder la vida para poder ganarla, porque no hay amor mas grande que el de quien es capaz de dar su vida por el amado. Es el camino de Jesús, que fue camino de cruz porque fue camino de entrega y de amor. Así tiene que ser también nuestro camino.

lunes, 24 de junio de 2019

Fiestas de san Juan, fiestas de luz y de fuego purificador, invitación a quemar cuanto de negativo pervive en nosotros como inicio de nuevos tiempos de armonía y fraternidad


Fiestas de san Juan, fiestas de luz y de fuego purificador, invitación a quemar cuanto de negativo pervive en nosotros como inicio de nuevos tiempos de armonía y fraternidad

Isaías 49, 1-6; Sal 138; Hechos 13, 22-26; Lucas 1, 57-66. 80
‘¿Qué va a sep de este niño?’, se preguntaban las gentes del lugar. La noticia había corrido por toda la montaña. Isabel, ya anciana, la mujer de Zacarías el sacerdote había dado a luz un niño. Y allí se estaban obrando las maravillas del Señor. Sacaría había estado mudo desde la vuelta del servicio sacerdotal en el templo de Jerusalén hacía nueve meses; ahora había recobrado el habla cuando discutían cuál había de ser el nombre del niño y había prorrumpido en cánticos de alabanza al Señor. ‘La mano del Señor estaba con él’, reconocían.
Es el niño cuyo nacimiento hoy estamos celebrando. Un ángel le había anunciado su nacimiento a Zacarías allá en el templo cuando hacía la ofrenda del incienso aquella tarde. Ya le había anunciado que venía con el poder y el espíritu de Elías porque venía con misión de reconciliación y había de preparar los caminos del Señor como habían anunciado los profetas.
Profeta del Altísimo lo había llamado ahora su padre en cántico de alabanza al Señor, porque su misión era ir delante del que había de venir para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto. En esa misión lo contemplaremos mas tarde en el desierto entre austeridades y penitencias invitando a la conversión porque ya en medio de ellos estaba a quien él no se consideraba digno de desatar las correas de sus sandalias. Y las gentes vendrían de Jerusalén y de Judea, de Galilea y de todas partes para escuchar su mensaje y para someterse a aquel bautismo que purificaba sus corazones en la conversión para preparar los caminos del Señor.
Hoy nosotros celebramos su nacimiento. Nos unimos a la alegría de aquellos lugares de las montañas donde las gentes se admiraban de su nacimiento y de cuantas cosas estaban sucediendo en su entorno. Nos alegramos con toda la Iglesia porque seguimos escuchando su mensaje que nos invita a la conversión, que nos invita a ser un pueblo bien dispuesto a escuchar la Buena Nueva del Evangelio que Jesús nos viene a traer.
Así lo escuchamos con toda intensidad sobre todo el tiempo del Adviento porque son sus espíritu nosotros también queremos prepararnos para la llegada del Señor en nuestra vida que celebramos en la Navidad. Pero no es solo entonces cuando hemos de escucharle y ahora cuando celebramos su nacimiento no solo hemos de llenarnos de alegría en tantas fiestas que por todas partes en su día se hacen en su honor, sino que hemos de sentir su mensaje que sigue vivo para nosotros porque siempre hemos de estar dispuestos a abrir nuestro corazón al Señor.
Se unen en este equinoccio del verano muchas fiestas que se celebran en la entrada del verano por todas partes unida a muchas tradiciones ancestrales medio con resabios de fiestas paganas que intentamos darles también un sentido cristiano. Bueno es tener buenos deseos para unos y para nosotros en este comienzo de temporada porque siempre todo lo bueno que deseemos para los demás puede ser un principio de acercamiento a los otros al tiempo que una disposición interior para hacer siempre lo bueno a favor de los demás.
Unimos en esta fiesta de luz, - en los días en nuestro hemisferio más largos en su luminosidad del año, aunque en el otro hemisferio la mayor oscuridad de los días puede hacerles desear el que pronto lleguen a ellos esos días de luz y de calor – unimos, digo, a las fiestas del fuego purificador. Es quemar, sí, cuanto de negativo haya en nuestra vida queriendo ahogar en el fuego todos los malos sentimientos que muchas veces pueden llenar nuestro corazón queriendo arrancar de nuestro corazón para arrojar en ese fuego purificador esos malos deseos de odio o de egoísmo, de violencias o de envidias y reticencias para comenzar unos nuevos tiempos de armonía y más solidaridad.
Démosle sentido a esas tradiciones ancestrales que se mantienen en la memoria de nuestros pueblos que no sean solamente una ocasión de fiestas que se puedan transformar en orgías de desenfreno destructoras de nosotros mismos arrastrados por la pasión, sino que sean promesa verdadera de un inicio de un nuevo sentido y de la vivencia de unos buenos valores que construyan nuestra vida y mejoren nuestra sociedad.

Nos alegramos en la fiesta del nacimiento de san Juan. Nuestro corazón se llena de regocijo y en medio de estas fiestas tradicionales que en su honor celebramos no perdamos de vista su mensaje que nos invita a transformar nuestro corazón quemando cuando de negativo pueda anidar en él para iniciar así purificados un nuevo sentido de vivir que en Jesús encontraremos en plenitud.

domingo, 23 de junio de 2019

Nos pide Jesús que hagamos lo mismo que El hizo viviendo su misma entrega y entrando en la misma sintonía de amor



Nos pide Jesús que hagamos lo mismo que El hizo viviendo su misma entrega y entrando en la misma sintonía de amor

Génesis 14, 18-20; Sal 109; 1Corintios 11, 23-26; Lucas 9, 11b-17
‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía… Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva…’
Es lo que san Pablo nos transmite como una Tradición que a su vez él mismo ha recibido del Señor. Es lo que se convierte en el centro de nuestra celebración y de nuestra vida. Es lo que hoy de manera especial, pero siempre queremos vivir cada vez que celebramos la Eucaristía.
Es la entrega del Señor. ‘El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo… se entregó El’. Podría parecer que son los hombres los que entregan a Jesús cuando atentan contra su vida y lo llevan ante Pilato para ser ejecutado, pero es El quien se entrega. Ya lo había expresado, ‘nadie me quita mi vida sino que yo la entrego libremente’ y así lo contemplaremos en Getsemaní que se adelanta a los que le buscan. ‘¿A quién buscáis?... Yo soy’ y da el paso adelante, se entrega.
Por eso en la noche de la cena pascual, se adelanta. ‘Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre’. Es la entrega de Jesús camino y ejemplo de nuestra entrega. ‘Haced esto en memoria mía’, les dice y nos dice. Hacemos memoria del Señor, hacemos memoria de su entrega, hacemos memoria de su vida, hacemos memoria de su amor. 
Hoy está de moda hablar de la memoria histórica, y quien no hace memoria de su historia parece que está olvidándose de sus orígenes, de sus raíces, de valor y del sentido de su vida, porque nacemos y vivimos en un momento de la historia que tiene su continuidad como tiene sus raíces, lo pasado, lo vivido que ha construido el presente. Y quien olvida su historia está olvidando algo muy importante de la razón de ser de su vida; por eso hemos de hacer buena memoria y no tergiversar tampoco la historia, como muchas veces quizá queremos hacer a nuestra conveniencia. Mal construimos así nuestra vida y la vida de nuestro pueblo.
Jesús nos pide hacer memoria suya porque en esa vida de Jesús y de su entrega de amor estamos hundiendo nuestra vida en Dios. Y no podemos desdecirnos de esa historia de amor y de entrega, sino que precisamente eso nos está pidiendo que nosotros hagamos lo mismo que Jesús. Porque Jesús nos está pidiendo que hagamos lo mismo. ‘Haced esto…’, nos dice
¿Qué hemos visto hoy en el evangelio? Jesús que cuando llega a aquel lugar se encuentra con una multitud hambrienta y dolorida. Se detiene con ellos, les habla, les cura y finalmente los alimenta, podemos resumir el evangelio. Pero en medio hay algo que le está diciendo a los discípulos, que nos está diciendo a nosotros. ‘Dadles vosotros de comer’. Los discípulos le habían manifestado con compasión que aquella gente está hambrienta, que están lejos de poblados, que no tienen allí con qué alimentarlos y lo mejor es que regresen a sus hogares, pero Jesús les dice: ‘Dadles vosotros de comer’.
Hoy nos dice ‘haced esto en memoria mía’. ¿Qué ha hecho Jesús? Es el momento de su entrega, de la entrega de amor infinito y nos está pidiendo que nosotros vivamos también en esa entrega de amor. Es abrir entonces nuestros ojos a la compasión, es poner el corazón en sintonía de amor, es ser capaces de captar donde está la necesidad, es ponernos manos a la obra ante la tarea inmensa del mundo hambriento que nos rodea.
Nos lo está recordando hoy con su Palabra en esta fiesta grande de la Eucaristía. Litúrgicamente llevaremos en procesión el Sacramento del Cuerpo de Cristo por nuestras calles. Tiene que ser todo un signo de cómo nosotros salimos también por nuestras calles, por nuestro mundo al encuentro de nuestros hermanos, al encuentro del sufrimiento de los hombres y mujeres de hoy, al encuentro de tantas almas tristes y sin esperanza, al encuentro de ese mundo donde hay tanto sufrimiento porque falta paz, al encuentro de tantos que indiferentes pasan por la vida sin sensibilidad para tener compasión en el corazón, al encuentro de los hermanos que creen y de aquellos que han perdido toda esperanza y les parece que ya no tienen nada en qué creer, al encuentro de los que quizá confundidos en la orientación que le dan a sus vidas crean guerras y violencias allí donde están o con aquellos con los que conviven o viven solo pensando en si mismos, al encuentro de ese mundo que nos rodea que muchas veces parece que se nos vuelve hostil.
La procesión de este día es el signo de todo ese trabajo que tenemos que realizar cuando nos dice Cristo que les demos de comer, o cuando nos manda hoy que hagamos lo mismo que El hizo en memoria suya. No es una memoria de la mente, tiene que ser una memoria hecha desde el corazón porque nos tiene que llevar a un compromiso serio e importante, porque ahí a ese mundo con esos sufrimientos tenemos que alimentar, tenemos que iluminar con una nueva luz. Es el anuncio del Evangelio de Jesús que tenemos que realizar, pero un evangelio de Jesús que tenemos que presentar plasmado en nuestras vidas.
No sean solo unos adornos los que pongamos en nuestras calles con nuestras flores o con nuestro arte – que también tenemos que hacerlo, ¿por qué no? – pero que tiene que llevarnos a un compromiso más grande para hacer lo mismo que hizo Jesús, para vivir la misma entrega que vivió Jesús. No olvidemos que estamos proclamando la muerte de Jesús hasta que El vuelva.