martes, 25 de junio de 2019

Abajarnos para poder llegar hasta Jesús y su evangelio, para vivir en su pobreza y humildad, para entender el camino de la cruz que es camino de entrega y de amor


Abajarnos para poder llegar hasta Jesús y su evangelio, para vivir en su pobreza y humildad, para entender el camino de la cruz que es camino de entrega y de amor

Génesis 13, 2.5-18; Sal 14; Mateo 7,6.12-14
Recuerdo que en mi peregrinación a Tierra Santa ya hace unos años hubo algo que me impresionó y me llamó la atención, aunque también hay que decir que cada paso que damos recordando los pasos de Jesús por aquella tierra nos van llenando de intensa emoción y van dejando una huella honda en nuestra alma. Pero al hecho al que quería hacer referencia fue la entrada a la Basílica de la Natividad del Señor en Belén. Desde fuera se nos presenta como un inmenso edificio que luego en su interior se manifiesta también de forma grandiosa, pero la puerta de entrada en muy pequeña de manera que hay que agacharse profundamente para poder pasar por ella.
Dejando a un lado las motivaciones estratégicas que a lo largo de los siglos hicieron que tuviera ese pequeño tamaño como defensa frente a invasiones externas en el detalle de tener que agacharnos para poder atravesarla puede haber también un hermoso sentido espiritual para el cristiano que allí peregrina. Llegamos a Jesús en el lugar de su nacimiento haciéndonos pequeños y tratando de abajarnos de muchas de esas monturas en las que en la vida queremos subirnos tantas veces. Igualmente nos encontraremos que para entrar en el habitáculo del santo sepulcro y lugar de la resurrección también tenemos que humillar nuestra cerviz agauchándonos por una puerta que también se nos vuelve angosta.
Como los guerreros que desde lo alto de sus monturas no podían conquistar aquel lugar porque el paso era angosto y estrecho así nosotros para acercarnos a Jesús y a su evangelio también tenemos que hacerlo desde caminos de humildad y también desde exigencia interior donde tenemos que desprendernos de todas aquellas cosas que nos impedirían avanzar por un lugar angosto y estrecho.
Muchas veces queremos buscar altos razonamientos filosóficos o teológicos, queremos confrontarlo todo desde una visión científica y excesivamente intelectual, vamos con nuestros orgullos y con nuestros ‘saberes’ y si no somos capaces de entrar en caminos de humildad no sentiremos cómo se nos revela el Señor que se manifiesta a los pobres y a los sencillos y que tiene el Reino reservado para los que son pobres de espíritu, como nos enseñará en las bienaventuranzas. Tenemos que aprender a dejarnos conducir por el Espíritu del Señor que es quien se nos revela en el corazón.
Hoy nos habla Jesús de puerta estrecha y de angosto camino. Alguien pudiera pensar que Jesús lo que hace es ponernos dificultades, como si no quisiera que llegáramos a la salvación. Ni mucho menos. Simplemente nos está recordando las exigencias porque aunque la gracia es un don de Dios, un regalo que en su amor nos hace, no nos salvamos por lo que nosotros hagamos, sino por pura gracia del Señor; emprender ese camino de salvación significa una transformación de nuestra vida. Y eso siempre nos cuesta, porque primero que nada tenemos que luchar con nosotros mismos y esas posturas egoístas en las que tantas veces queremos envolvernos. La respuesta al regalo de la gracia nos pide un nuevo sentido de vivir, que entonces nos exigirá despojarnos de muchas cosas que no casan con esa vida de gracia y santidad que el Señor nos ofrece.
Abajarnos para entrar hasta Jesús, para bajar hasta Belén, para introducirnos entre las estrechas paredes de aquel humilde establo para poder acercarnos a Jesús y vivir su humildad y su pobreza. Poner humildad en nuestra vida, entrar en los caminos de la solidaridad y del servicio, buscar nuestro crecimiento interior para aprender a superarnos, buscar primero que nada el reino de Dios y su justicia, olvidarnos de nosotros mismos y nuestros intereses particulares para aprender a mirar por el otro, ser capaces de perder la vida para poder ganarla, porque no hay amor mas grande que el de quien es capaz de dar su vida por el amado. Es el camino de Jesús, que fue camino de cruz porque fue camino de entrega y de amor. Así tiene que ser también nuestro camino.

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