sábado, 1 de junio de 2019

Jesús nos deja su tarjeta de presentación para ser garante ante el Padre de aquello que le pidamos en nuestra necesidad



Jesús nos deja su tarjeta de presentación para ser garante ante el Padre de aquello que le pidamos en nuestra necesidad

Hechos de los apóstoles 18,23-28; Sal 46; Juan 16, 23b-28
Mira toma mi tarjeta y llámame cuando necesites algo… si vas a hablar con esa persona, yo tengo mucha amistad con ella, toma mi tarjeta y dile que vas de mi parte y seguro que te atenderá… Cosas así nos habrán sucedido, así hemos encontrado un amigo que está siempre dispuesto a ayudarnos, o que se ofrece como garantía de aquello que necesitamos y que pidiéndolo en su nombre lo vamos a conseguir. Son conveniencias sociales, expresiones de amistad y de confianza, seguridad en la ayuda de los amigos para cuando lo necesitemos.
Pues, mirad, mirando o escuchando el evangelio de hoy vemos que Jesús nos deja su tarjeta de visita, se pone de garante por nosotros ante el Padre para que cuanto necesitemos  lo pidamos con la certeza de que lo vamos a conseguir. Es la confianza que tiene en nosotros, para darnos su tarjeta de presentación por decirlo de alguna manera; mejor aun es la confianza que podemos tener en Jesús porque siempre será garante por nosotros ante el Padre. Yo os aseguro, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa’.
¿No ha ofrecido El su vida por nosotros muriendo en la cruz? Es que como nos diría san Pablo nos amó, no porque nosotros fuéramos buenos y lo mereciéramos, sino que siendo nosotros pecadores El murió por nosotros, se entregó por nosotros, ofreció su vida al Padre en el mayor de los sacrificios para que nosotros tuviéramos vida, para que alcanzáramos el perdón. Maravillas del amor de Dios.
Esto es lo que nos ofrece Jesús hoy, que tengamos la seguridad que el Padre del cielo nos escucha, El ora a favor nuestro; para eso  nos ha dejado su Espíritu que ora en nuestro interior con gemidos inefables, como diría el apóstol.
Sin embargo nosotros seguimos quejándonos tantas veces que Dios no nos escucha. Claro que aquí tendríamos que preguntarnos varias cosas, ¿escuchamos nosotros a Dios? Porque algunas veces somos interesados en nuestras oraciones y en nuestras peticiones. Nos volvemos interesados y egoístas. La tarjeta de presentación que nos dan para darnos garantías de que nos van a conceder lo que deseemos no significa que vayamos a pedir cosas inconvenientes, o cosas que vayan en contra de aquel que ha tenido la generosidad de darnos su tarjeta.
Tenemos que saber pedir. Tenemos que hacer, como nos dice Jesús en el Evangelio, buscar el Reino de Dios y su justicia que lo demás nos vendrá por añadidura. Y pensemos que el Padre bueno no le va a dar su hijo una serpiente por pan, como nos dice Jesús en otro momento del evangelio. Tenemos que tener la certeza de que Dios nos dará siempre lo que más nos conviene porque en su Sabiduría infinita de verdad conoce nuestras necesidades y lo mejor para nosotros. Por eso tenemos que saber dejarnos conducir por el Espíritu del Señor también en nuestra oración.
Así nos dice Jesús. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’. Es con la fe que tenemos que acudir al Señor, envueltos siempre en el amor de Dios.

viernes, 31 de mayo de 2019

Como María también nosotros llevamos a Dios cuando vamos al encuentro de los demás con amor, buenos deseos y sincera amistad y en los demás nosotros también encontramos a Dios


Como María también nosotros llevamos a Dios cuando vamos al encuentro de los demás con amor, buenos deseos y sincera amistad y en los demás nosotros también encontramos a Dios

Romanos 12, 9-16b; Sal: Is 12, 2-6; Lucas 1, 39-56
Qué alegría siente uno cuando ante una llamada al abrir la puerta de nuestra casa nos encontramos con un ser querido que quizás por la lejanía en que vive hace años no lo veíamos y ahora viene a visitarnos. Todo se vuelve alegría, los abrazos y cariños se multiplican, todo suena a música a nuestro alrededor y hasta nos parece que el sol se ha vestido de fiesta para unirse a nuestra alegría brillando con un especial resplandor. Entra la alegría por la casa y todo son exclamaciones de ese júbilo quitándonos la palabra para ofrecernos las mejores expresiones de nuestra hospitalidad interesándonos el uno por el otros, recordando mil detalles e interesándonos por los más diversos aspectos de nuestra vida.
Momentos de sorpresa y de jubilo, momentos de reencuentro previamente anunciados, momentos tan esperados como larga se había hecho la distancia y el tiempo de nuestro anterior encuentro o nuestra antigua convivencia. Como en mi familia vivimos la emigración de alguno de sus miembros me hace recordar lo que estamos reflexionando las vueltas a casa de quienes habían emigrado a países lejanos – que lejana parecía en mi niñez la América de la emigración de familiares que pasaban años fuera de nuestra tierra – y cuánta era la alegría y la fiesta a su retorno.
Me ha hecho rememorar estos recuerdos de mi niñez, pero también la experiencia de reencuentro con amigos o seres queridos lo que nos narra hoy el evangelio de la visita de María a su prima Isabel allá en las montañas de Judá. Desde la lejana Galilea – y cuan lejana podría parecer con varias jornadas de camino – se habían reencontrado Isabel con María. En la brevedad del relato del evangelio podemos resaltar, sí, las muestras de júbilo de aquellas dos mujeres en su encuentro y que llenó de alegría aquel hogar de la montaña. Hasta la criatura que llevaba Isabel en su seno tras un embarazo de seis largos meses saltó en el vientre de su madre, porque era muy significativa aquella visita y aquel encuentro.
Quedándonos incluso en estos detalles que hemos resaltado  ya podemos entrever toda la maravilla que allí se estaba desarrollando. Eran las maravillas del Señor que se realizaban en María, pero que abarcaban a cuantos en aquel hogar vivían. Era la madre de su Señor como reconocería Isabel y ahí estaba el gran misterio que allí estaba aconteciendo. Con María era Dios que de manera especial llegaba a aquella casa donde también se estaban obrando por otra parte las obras maravillosas del Señor. Porque si allí llegaba con María el que era esperado de las naciones, allí estaba también aquel que iba a ser señalado como el Precursor del Mesías, el que estaba anunciado como el que había de preparar los caminos del Señor.
La alegría y la alabanza que mutuamente se prodigaban aquellas dos mujeres pronto se iban a convertir en un cántico de alabanza al Señor que viene a visitar a su pueblo para derramar sobre él sus misericordias. Era la aurora bien brillante de un mundo nuevo que iba a comenzar porque quien ya estaba en el seno de María venia para establecer el Reino de Dios entre los hombres. Ese era el anuncio de su presencia, esa iba a ser la Palabra de Buena Nueva que iba a pronunciar, ese era el evangelio, la buena noticia para todos los hombres que allí ya se estaba anunciando y que María sabría traducir con sabiduría en sus cánticos y en sus palabras de alabanza al Señor.
Nos alegramos nosotros también con la visita de María a Isabel en las montañas de Judá. Nos alegramos y nos gozamos con las cosas maravillosas que allí se estaban realizando pero queremos ser nosotros, de manos de María de quien hemos de aprender, esa buena nueva para los demás cuando sepamos ir de verdad con corazón abierto al encuentro de los otros.
Pensemos que cuando vamos al encuentro del otro en nuestras mutuas visitas y en todo lo que significa nuestra convivencia también somos mensajeros de Buena Nueva para los demás; pensemos cómo con nosotros llevamos a Dios cuando nos acercamos con amor, con misericordia, con buenos deseos y sincera amistad a los otros. Dios también va con nosotros y nosotros en los demás también nos vamos a encontrar con Dios.

jueves, 30 de mayo de 2019

Abramos los ojos de la fe y dejándonos conducir por el Espíritu llegaremos a comprender las palabras de Jesús y el sentido nuevo que nuestra vida adquiere


Abramos los ojos de la fe y dejándonos conducir por el Espíritu llegaremos a comprender las palabras de Jesús y el sentido nuevo que nuestra vida adquiere

Hechos 18, 1-8; Sal 97; Juan 16,16-20
No entienden los discípulos lo que Jesús les quiere decir y le dan vueltas y vueltas a sus palabras para encontrarles un sentido. Refleja muy bien lo que nos sucede tantas veces. Nos cuesta entender. Serán situaciones que se nos tornan difíciles, enigmáticas, que nos cuesta aceptar o encontrarles un sentido. Serán palabras que escuchamos y no es porque no sepamos el idioma en que se nos habla, sino que se nos hace difícil interpretar; y nos preguntamos por qué nos dijeron eso, qué nos querían decir, qué interpretación tenemos que darle a lo que nos dicen. Como nos puede estar sucediendo ahora mismo cuando hemos escuchado el evangelio y no somos capaces de interpretar, no somos capaces de llevar sus palabras a nuestra vida.
Algunas veces el estado de ánimo que tengamos en ese momento también influye en que seamos capaces de entender lo que se nos dice. No está siempre el horno para bollos, como dice el refrán; pasamos por situaciones de prueba, no entender el rumbo que se va tomando en nuestro mundo, en nuestra sociedad, y hasta nos volvemos desconfiados con lo que se nos dice, no queremos ya creer, todo nos puede parecer mentira o falsedad, porque quizá no nos entendemos ni a nosotros mismos.
¿Qué hacer? busquemos serenar nuestro espíritu, busquemos sosiego y dejemos de correr tantas carreras en las que nos complicamos la vida, hagamos en cierto modo silencio en el corazón, pidamos la luz a quien en verdad puede dárnosla y dejemos que el espíritu divino actúe en nuestro interior.
Jesús les habla de que ahora le ven, le van a dejar de ver, pero que luego volverán a verle. En verdad que parece un trabalenguas. Les habla de momentos tristes que van a vivir, mientras los demás ríen, pero que llegarán momento de alegría completa. Por el momento en que Jesús pronuncia estas palabras, en la última cena antes de comenzar su pasión, hay una clara referencia lo que van a vivir en aquellos días.
Parece que el mundo triunfa y por eso se ríe, porque han logrado prender a Jesús y su muerte les parece a ellos su victoria. Vendrán los momentos de la soledad del sepulcro, pero tras toda esa pasión vendrá la victoria de la resurrección. Incluso aquella muerte en la cruz es victoria de Cristo, porque es victoria sobre el mal, el pecado y la muerte. Cómo tendríamos que saber interpretar nuestra vida y lo que tantas veces nos pueda parecer fracaso, pero con Cristo no hay fracaso sino victoria.
Pero hay también una clara referencia a lo que será el tiempo de la Iglesia. Jesús tras su ascensión al cielo ya no estará visible para los ojos de la carne. Pudiera parecer orfandad y soledad, pero Jesús nos ha prometido que estará para siempre con nosotros, y para ello nos da la presencia del Espíritu. En el tiempo de la Iglesia, el tiempo que a nosotros nos toca vivir no veremos a Jesús con los ojos de la carne, pero Jesús está con nosotros. Hay momentos que se nos hacen duros, de soledad, de orfandad, de silencio, donde que quizás del entorno en que vivimos lo que vamos a recibir no sea nada bueno porque no nos faltarán las tentaciones, pero también porque estarán presentes las persecuciones.
¿Tiempos de tristeza? Tenemos que aprender a sentir la alegría de la fe en nuestro corazón; tenemos que aprender a valorar la presencia del Espíritu en nosotros; tenemos que saber descubrir que Jesús está siempre con nosotros, y vivimos su presencia en los sacramentos y en la Palabra que escuchamos, pero tenemos que aprender a descubrir la presencia de Jesús en el amor.
Abramos los ojos de la fe y comenzaremos a comprender el sentido de tantas cosas; abramos los ojos de la fe y dejándonos conducir por el Espíritu llegaremos a comprender las palabras de Jesús y el sentido nuevo que nuestra vida adquiere. Sentiremos entonces la alegría más honda en el corazón.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Jesús promete que enviará su Espíritu nuestra luz y nuestra sabiduría, nuestro apoyo y nuestra fortaleza, quien aliente nuestra esperanza y nos llene de la vida de Dios


Jesús promete que enviará su Espíritu nuestra luz y nuestra sabiduría, nuestro apoyo y nuestra fortaleza, quien aliente nuestra esperanza y nos llene de la vida de Dios

 Hechos 17,15.22-18,1; Sal 148; Juan 16,12-15
Es cierto que todos buscamos nuestra propia autonomía queriendo tomar las decisiones por nosotros mismos, tener nuestra propia iniciativa e ir madurando en la vida para tener nuestros propios planteamientos, nuestra propia manera de pensar y de actuar. Forma parte de nuestro crecimiento personal la formación de nuestra propia identidad y personalidad.
No queremos depender de nadie y ya nos es suficiente que en las actividades de la vida, en los trabajos o en la construcción de nuestra sociedad y de nuestro mundo nos sintamos unidos los unos a los otros colaborando junto en ese proyecto común de nuestra sociedad. Aunque con nuestra autonomía y nuestra personalidad no nos aislamos de los demás sino que tenemos que ser capaces de cooperar unos con otros en esa realización de nuestra vida.
Pero es cierto también que en el fondo de nosotros mismos – porque no queremos ser orgullosos ni autosuficientes – deseamos también tener a nuestro lado un buen consejero, un buen amigo que nos acompañe, en quien descargar esas inquietudes hondas que se pueden convertir en frustraciones cuando no logramos lo que ansiamos, pero que de alguna manera sea nuestra ayuda con su palabra certera, con su apoyo cuando lo necesitamos, o con ese empujoncito que tantas veces necesitamos; ese amigo que también en ocasiones nos abra los ojos, nos ayude a ver con mayor claridad en esos momentos en que parece que todo se nos oscurece, como tantas veces pasamos en la vida.
Es lo que nos ayuda a crecer y a madurar en la vida. Y eso siempre lo necesitamos, porque con autonomía, con la autonomía de nuestra personalidad no nos hemos de creer tan autosuficientes que al final queramos caminar solos y aislados de los demás. Mientras hay vida hay crecimiento; mientras hay vida en nosotros hemos de procurar conseguir lo mejor, crecer más y más en nuestros valores, vivir con responsabilidad esa vida con la que también podemos ser apoyo para los demás, estimulo para los otros. No es creernos mejores que nadie, pero si darnos cuenta que todos nos podemos enriquecer mutuamente.
Hoy Jesús nos habla en el evangelio de ese apoyo en el camino de nuestra vida, de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Los discípulos se sentían seguros con la presencia de Jesús a su lado. No le van a seguir viendo con los ojos de la cara, pero han de seguir sintiendo su presencia, por eso les habla de que les enviara su Espíritu, el Espíritu Santo que sea como su abogado y defensor, su apoyo y su fortaleza, su luz y su sabiduría.
El Espíritu estará en la vida del creyente para hacerle sentir la presencia de Dios, su gracia y su fortaleza. Quien en los momentos de oscuridad sea luz para los ojos de nuestro corazón; en los momentos de debilidad e inseguridad como tantas veces nos podemos sentir en nuestra vida nuestra fortaleza y nuestra sabiduría. Será el consuelo para nuestro corazón atormentado, será quien aliente nuestra esperanza, será quien está a nuestro lado en nuestras luchas, será quien nos inspire en nuestras dudas, será nos levante de nuestras debilidades y caídas.

martes, 28 de mayo de 2019

Una nueva presencia en la que ya no necesitamos del sentido de la vista sino que con la fuerza del Espíritu tendremos un nuevo sentido de vivir la presencia de Jesús

Una nueva presencia en la que ya no necesitamos del sentido de la vista sino que con la fuerza del Espíritu tendremos un nuevo sentido de vivir la presencia de Jesús

Hechos 16, 22-34; Sal 137; Juan 16, 5-11
El tener que separarnos de alguien a quien queremos se convierte en una prueba que se nos hace difícil llevar. Nos gustaría estar siempre con los que amamos, con las personas que apreciamos, con aquellos que nos han hecho mucho bien ya sea con sus palabras, con su ejemplo o simplemente con su presencia. Puede ser una prueba dura que incluso pudiera desencadenar amarguras y hasta rupturas, pero también hemos de saber sacar provecho de momentos así. Ahí están por otra parte, es cierto, las frustraciones tenidas en la infancia cuando el padre o algún hermano tenía que marchar emigrante buscando un futuro mejor para la familia, y cuánto dolor provocaban esos momentos y esa separación.
Pero quizá una prueba así nos viene bien el pasarla. Podemos valorar quizá mucho más el aprecio y el cariño que nos tenemos, nos hace recordar cuanto de bueno recibimos de esa persona y en su memoria quizás nos esforzamos más por querer imitarla, o aprendemos a valorar otra manera de presencia y la sentimos muy fuerte dentro de nuestro corazón, al tiempo que se alienta nuestra esperanza de un nuevo reencuentro que nos será de grande felicidad.
Hay circunstancias y momentos en la vida que quizás nos convenga esa separación, aunque sea dolorosa para nosotros. Como decíamos despierta esperanzas, mueve a responsabilidades, nos hace tener otra visión de las cosas y de la vida, nos mueve a descubrir otro sentido, nos hace tener quizás una nueva sensibilidad porque ya no veremos solo con los ojos, sino que aprenderemos a sentir desde lo hondo del corazón.
Me hago toda esta reflexión porque esas situaciones que vemos en el evangelio no solo quiero verlas como algo quizás lejano en el tiempo de lo que le sucedió entonces a los apóstoles sino que quiero hacer una lectura de lo que ahora vivimos y que podemos ver también reflejado en el evangelio o el evangelio nos puede dar una nueva luz que dé sentido a lo que ahora vivimos. Nunca la Palabra de Dios puede estar lejana de lo concreto que es nuestra vida hoy.
Hoy en el evangelio se nos está hablando de la tristeza que están sintiendo los discípulos en aquellos momentos que suenan a despedida o que son preanuncio de lo que ha de suceder. Y Jesús les dice ‘conviene que yo me vaya’. Les cuesta entender. Pero El les está hablando de una nueva presencia, para la que ya no necesitaran del sentido de la vista. Les habla del Espíritu que estará con ellos, el Espíritu de Jesús que ya nunca les faltará y que les hará sentir una nueva presencia.
Valía entonces para los discípulos en aquellas circunstancia que estaban viviendo, y ellos lo comprenderían más tarde; nos vale para nosotros que con nuestros ojos no hemos visto al Señor, ni lo hemos palpado con nuestras manos, como aquellos que se acercaban a tocar su manto, o como Tomás que quiso meter sus dedos en las llagas de los clavos o su mano en la llaga del costado, o como Juan que se recostaría sobre su pecho. Eso así no lo podemos realizar nosotros, pero nosotros si podemos sentir y vivir con toda intensidad la presencia de Jesús.
Y la presencia del Espíritu nos hará conocer todo, y nos hará sentir todo de una manera distinta, y nos descubrirá allá en lo más hondo de nosotros también las sombras que habremos dejado meter en nuestra vida, y sentiremos una nueva luz y una nueva mirada para descubrir a Jesús tal como El nos había dicho que teníamos que verlo en el hambriento o en el sediento, o en todo aquel que nos tienda la mano pidiendo una ayuda, o aquel que lleno de las llagas de la vida lo veamos pasar a nuestro lado. Y entonces podremos descubrir de una forma nueva a Jesús. Y entonces podremos sentir esa fuerza nueva del amor que moverá nuestros corazones y que llenará de verdadera trascendencia nuestra vida.
‘Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré’. Con la fuerza del Espíritu de Jesús en nosotros algo nuevo va a nacer en nuestros corazones.

lunes, 27 de mayo de 2019

Llenémonos de la verdadera espiritualidad cristiana que tiene su fuente en el Espíritu que Jesús nos promete y nos envía



Llenémonos de la verdadera espiritualidad cristiana que tiene su fuente en el Espíritu que Jesús nos promete y nos envía

Hechos de los apóstoles 16,11-15; Sal 149; Juan 15,26-16,4a
Muchas veces en la vida nos encontramos sin fuerzas para emprender la tarea que tenemos que realizar, no sabemos cómo comenzar y parece como que nos encontramos a oscuras sin saber realmente a donde ir. Nos entra la desgana, nos sentimos sin fuerzas o sin motivaciones interiores para la lucha de cada día, nos sentimos incapaces porque quizá no terminamos de conocernos a nosotros mismos y vemos más bien defectos y limitaciones pero no hemos llegado a descubrir todos los valores que hay en nuestro interior y que nos capacitarían para cosas bien importantes.
La vida se nos vuelve complicada desde las distintas tareas que tenemos que afrontar, pero también desde los problemas que se nos acumulan y a los que no terminamos de dar respuesta o no sabemos cómo afrontarlos. Eso nos hace que nos entre la desgana o el desánimo y antes de emprender las tareas nos parecen como montañas inalcanzables.
No nos damos cuenta que la subida hay que hacerla paso a paso y no podemos pretender llegar a lo alto de la montaña sin haber dado antes todos los pasos de la escalada. Cada paso ha de tener su momento y su sabor, cada momento hemos de vivirlo y disfrutarlo; pasos que no podemos ver como tormentos sino como peldaños en esa ascensión que nos llevarán paso a paso a poder disfrutar al final de la altura conseguida.
Y es que nos falta en ocasiones esa fuerza interior, ese creer también en nosotros mismos y nuestras posibilidades, tener claras las metas y los ideales de nuestra vida dándonos cuenta que merece la pena luchar por alcanzarlos.
Eso nos sucede en todas las facetas de nuestra vida, desde esas responsabilidades que cada uno tiene cada día consigo mismo y con aquellos que caminan con él ese camino de la vida, pero también de esos compromisos que adquirimos en nuestro trabajo, en esa sociedad en la que vivimos. Eso nos sucede en nuestro mundo interior, en que muchas veces nos parece encontrarnos vacíos y sin fuerzas, porque quizá no hemos cultivado nuestro espíritu como tendríamos que haberlo hecho; eso nos sucede en el mundo de la fe que vivimos y a la que no siempre damos la debida profundidad y en todo lo que es nuestro compromiso cristiano.
Tendríamos que ser más hombres y mujeres llenos de espíritu, espirituales; tendríamos que saber cultivar una espiritualidad profundo en nosotros que nos eleve porque vivimos demasiado apegados a las cosas materiales como si fueran lo único de nuestra vida. El hombre espiritual tiene fuerza interior, pone metas altas en su vida, se llena de trascendencia porque siempre tiende a ir más allá de lo que ahora tiene simplemente delante de sus narices, sabe darle profundidad a su vida.
Hoy nos habla Jesús de esa presencia del Espíritu en nuestras vidas. Como creyentes en Jesús sabemos que no es solo una cosa que tengamos por nosotros mismos. Es cierto que en nosotros hay esa hambre, podríamos decir, de algo grande pero sabemos que es algo que por si mismo nos supera. No es solo una fuerza que encontremos en nosotros mismos, aunque seamos capaces de muchas y grandes cosas, sino que es la fuerza que nos viene de lo alto, que nos viene de Dios.
Mucho podían saber, después de todo el tiempo que habían estado con Jesús, de lo que habían de hacer para vivir el Reino de Dios, pero tenían que ser conscientes de que un día aparecerían dificultades y hasta persecuciones desde el interior de ellos mismos por esas desganas y desilusiones que se nos meten en la vida como antes decíamos pero también desde el exterior de ese mundo que les rodeaba – Jesús les anuncia esas persecuciones – por eso Jesús les promete la presencia del Espíritu.
El Espíritu que les recordaría cuanto Jesús les había enseñado, pero el Espíritu que seria su fortaleza para esa tarea que Jesús les encomendaba. Habían de dejarse llenar del Espíritu, para no perder la meta, para sentirse siempre con fuerzas, para sentirse como elevados y transportados mas allá de esos contratiempos que se iban a encontrar en la vida. El Espíritu que de verdad les haría fuertes interiormente.
Es esa espiritualidad que nosotros hemos de buscar, porque no nos apoyamos en nosotros mismos, por mucha fuerza de voluntad que tengamos. Necesitamos esa gracia, esa luz sobrenatural, esa presencia del Espíritu del Señor en nuestra vida. Es lo que nos dará verdadera profundidad a nuestro ser, es quien nos hará sentirnos seguros y con fuerzas descubriendo al mismo tiempo todos los valores que tenemos en nuestra vida, es lo que nos elevará y nos llenará de trascendencia para no quedarnos meramente en lo material o en lo terreno que aquí podemos tener o vivir.
Llenémonos de la verdadera espiritualidad cristiana que tiene su fuente en el Espíritu Santo que Jesús nos promete y nos envía.

domingo, 26 de mayo de 2019

El cristiano, testigo del amor de Jesús, ha de convertirse en lugar de encuentro entre Dios y los hombres porque somos verdaderos templos de Dios


El cristiano, testigo del amor de Jesús, ha de convertirse en lugar de encuentro entre Dios y los hombres porque somos verdaderos templos de Dios

Hechos 15, 1-2. 22-29; Sal 66; Apocalipsis 21, 10-14. 22-23; Juan 14, 23-29
‘El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él’ nos dice hoy Jesús en el evangelio. Son palabras de Jesús como de despedida en la última cena. Palabras importantes que nos hablan de su presencia permanente junto a nosotros, palabras que nos hacen sentirnos si escuchamos y cumplimos su palabra en morada y en templo de Dios que quiere habitar en nosotros.
Lo hemos reflexionado muchas veces, el hombre quiere encontrar y conocer a Dios; en el ansia de plenitud que hay en nosotros queremos llenarnos de Dios, vivir a Dios y le buscamos. Hay lugares y momentos que nos parece que nos hacen sentir a Dios más cercano y nos construimos lugares donde podamos sentir de manera especial su presencia; el hombre de todos los tiempos ha buscado ese lugar sagrado, ha consagrado lugares para Dios donde sentir y vivir su presencia.
Son los templos que de una forma o de otra en todas las religiones se levantan en honor a Dios y en los que queremos darle culto, sentirle o escucharle, vivir su presencia y mostrarle la respuesta de nuestra fe y de nuestro amor. Hacemos las ofrendas más suntuosas en nuestros templos que quieren expresar también la grandeza del misterio de Dios que nos supera en su inmensidad. Pero de alguna manera, ¿no nos estaremos quedando lejos del verdadero sentido del evangelio?
La novedad del evangelio de Jesús nos hace sentir de una forma nueva su presencia y es lo que realmente viene a decirnos hoy Jesús en el texto evangélico que hemos escuchado. Recordamos cuando el episodio de la expulsión de los vendedores del templo que lo profanaban con su mercadeo y ante las exigencias de los judíos preguntando por su autoridad para hacer lo que hizo, les dice: ‘Destruid este templo y en tres días lo reedificaré’. No entienden los judíos las palabras de Jesús y las usarán en la acusación ante el Sanedrín, pero como nos comenta el evangelista que ya había captado la plenitud de su mensaje, El se refería al templo de su cuerpo. El es la verdadera morada de Dios entre los hombres.
Pero hoy nos está diciendo que nosotros también podemos ser, tenemos que ser esa morada de Dios. ‘Mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él’, nos dice. Somos nosotros si le escuchamos y aceptamos su Palabra, si hacemos su voluntad y cumplimos sus mandamientos, como nos dice, los que no vamos a convertir en esa morada de Dios, en ese templo de Dios. ‘Haremos morada en El’, que nos dice.
Entendemos entonces las palabras del Apocalipsis que hoy hemos escuchado. Nos habla de la nueva Jerusalén que bajaba del cielo llena de la gloria del Señor, pero  nos dice ‘Templo no ví ninguno, porque es su templo el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero’. No es lo importante ese templo construido con elementos humanos, porque el verdadadero templo es la gloria del Señor Todopoderoso que en nosotros quiere habitar.
¡Qué maravilla! Esto tiene muchas consecuencias, empezando por la santidad de nuestra vida para no profanar ese templo de Dios que somos nosotros. Así hemos sido ungidos y consagrados en nuestro bautismo por la fuerza del Espíritu que no solo nos hace hijos de Dios, sino que nos convierte en esa morada de Dios también en medio de los hombres.
Y es que el cristiano, el testigo de Jesús ha de convertirse en medio de la humanidad en lugar de encuentro entre nosotros los hombres pero en lugar de encuentro también con Dios. Ese ha de ser nuestro testimonio, de eso hemos de ser testigos no solo con nuestras palabras sino con nuestra vida. Con nuestro amor – es nuestro distintivo y todo el motor de nuestra vida – nos hemos de convertir en lugar de reconciliación, de perdón y de paz. Y es que allí donde hay verdadero amor allí se hace presente de Dios con su gracia, con su vida, con su perdón, con su paz. Y eso es lo que tenemos que lograr cuando nos sentimos inundados y rebosantes de amor.
Allí por donde vaya un cristiano tiene que ir un testigo del amor; allí donde esté un cristiano inundado de ese verdadero amor tendrá que haber siempre encuentro entre los hombres, estaremos promoviendo siempre la reconciliación y la paz, se tiene que estar creando comunión, será siempre motivo de comunión entre todos, trabajará por el diálogo y el entendimiento, estará buscando siempre la justicia y la fraternidad. Triste sería que fuéramos un anti-testimonio porque provoquemos rupturas y distanciamientos, porque en lugar de la concordia estemos siendo semillas de discordia y de enfrentamiento. Eso sí que sería una profanación de esa morada de Dios en nosotros. Qué testimonio más verdadero tenemos que dar.
Y todo esto lo podremos realizar porque con nosotros está siempre la fuerza del Espíritu. ‘Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado, nos dice; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’. El será nuestra sabiduría y nuestra fuerza, en El encontraremos la verdadera paz, no una paz cualquiera, sino la paz al estilo de Jesús. Con el Espíritu en nosotros se acabarán nuestros miedos y cobardías, porque El está con nosotros, más aún como venimos reflexionando, El está habitando en nosotros que nos hemos convertido en verdadero templo de Dios, en verdadera morada de Dios.
Cuantas conclusiones y compromisos tenemos que sacar de estas palabras de Jesús.