domingo, 26 de mayo de 2019

El cristiano, testigo del amor de Jesús, ha de convertirse en lugar de encuentro entre Dios y los hombres porque somos verdaderos templos de Dios


El cristiano, testigo del amor de Jesús, ha de convertirse en lugar de encuentro entre Dios y los hombres porque somos verdaderos templos de Dios

Hechos 15, 1-2. 22-29; Sal 66; Apocalipsis 21, 10-14. 22-23; Juan 14, 23-29
‘El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él’ nos dice hoy Jesús en el evangelio. Son palabras de Jesús como de despedida en la última cena. Palabras importantes que nos hablan de su presencia permanente junto a nosotros, palabras que nos hacen sentirnos si escuchamos y cumplimos su palabra en morada y en templo de Dios que quiere habitar en nosotros.
Lo hemos reflexionado muchas veces, el hombre quiere encontrar y conocer a Dios; en el ansia de plenitud que hay en nosotros queremos llenarnos de Dios, vivir a Dios y le buscamos. Hay lugares y momentos que nos parece que nos hacen sentir a Dios más cercano y nos construimos lugares donde podamos sentir de manera especial su presencia; el hombre de todos los tiempos ha buscado ese lugar sagrado, ha consagrado lugares para Dios donde sentir y vivir su presencia.
Son los templos que de una forma o de otra en todas las religiones se levantan en honor a Dios y en los que queremos darle culto, sentirle o escucharle, vivir su presencia y mostrarle la respuesta de nuestra fe y de nuestro amor. Hacemos las ofrendas más suntuosas en nuestros templos que quieren expresar también la grandeza del misterio de Dios que nos supera en su inmensidad. Pero de alguna manera, ¿no nos estaremos quedando lejos del verdadero sentido del evangelio?
La novedad del evangelio de Jesús nos hace sentir de una forma nueva su presencia y es lo que realmente viene a decirnos hoy Jesús en el texto evangélico que hemos escuchado. Recordamos cuando el episodio de la expulsión de los vendedores del templo que lo profanaban con su mercadeo y ante las exigencias de los judíos preguntando por su autoridad para hacer lo que hizo, les dice: ‘Destruid este templo y en tres días lo reedificaré’. No entienden los judíos las palabras de Jesús y las usarán en la acusación ante el Sanedrín, pero como nos comenta el evangelista que ya había captado la plenitud de su mensaje, El se refería al templo de su cuerpo. El es la verdadera morada de Dios entre los hombres.
Pero hoy nos está diciendo que nosotros también podemos ser, tenemos que ser esa morada de Dios. ‘Mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él’, nos dice. Somos nosotros si le escuchamos y aceptamos su Palabra, si hacemos su voluntad y cumplimos sus mandamientos, como nos dice, los que no vamos a convertir en esa morada de Dios, en ese templo de Dios. ‘Haremos morada en El’, que nos dice.
Entendemos entonces las palabras del Apocalipsis que hoy hemos escuchado. Nos habla de la nueva Jerusalén que bajaba del cielo llena de la gloria del Señor, pero  nos dice ‘Templo no ví ninguno, porque es su templo el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero’. No es lo importante ese templo construido con elementos humanos, porque el verdadadero templo es la gloria del Señor Todopoderoso que en nosotros quiere habitar.
¡Qué maravilla! Esto tiene muchas consecuencias, empezando por la santidad de nuestra vida para no profanar ese templo de Dios que somos nosotros. Así hemos sido ungidos y consagrados en nuestro bautismo por la fuerza del Espíritu que no solo nos hace hijos de Dios, sino que nos convierte en esa morada de Dios también en medio de los hombres.
Y es que el cristiano, el testigo de Jesús ha de convertirse en medio de la humanidad en lugar de encuentro entre nosotros los hombres pero en lugar de encuentro también con Dios. Ese ha de ser nuestro testimonio, de eso hemos de ser testigos no solo con nuestras palabras sino con nuestra vida. Con nuestro amor – es nuestro distintivo y todo el motor de nuestra vida – nos hemos de convertir en lugar de reconciliación, de perdón y de paz. Y es que allí donde hay verdadero amor allí se hace presente de Dios con su gracia, con su vida, con su perdón, con su paz. Y eso es lo que tenemos que lograr cuando nos sentimos inundados y rebosantes de amor.
Allí por donde vaya un cristiano tiene que ir un testigo del amor; allí donde esté un cristiano inundado de ese verdadero amor tendrá que haber siempre encuentro entre los hombres, estaremos promoviendo siempre la reconciliación y la paz, se tiene que estar creando comunión, será siempre motivo de comunión entre todos, trabajará por el diálogo y el entendimiento, estará buscando siempre la justicia y la fraternidad. Triste sería que fuéramos un anti-testimonio porque provoquemos rupturas y distanciamientos, porque en lugar de la concordia estemos siendo semillas de discordia y de enfrentamiento. Eso sí que sería una profanación de esa morada de Dios en nosotros. Qué testimonio más verdadero tenemos que dar.
Y todo esto lo podremos realizar porque con nosotros está siempre la fuerza del Espíritu. ‘Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado, nos dice; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’. El será nuestra sabiduría y nuestra fuerza, en El encontraremos la verdadera paz, no una paz cualquiera, sino la paz al estilo de Jesús. Con el Espíritu en nosotros se acabarán nuestros miedos y cobardías, porque El está con nosotros, más aún como venimos reflexionando, El está habitando en nosotros que nos hemos convertido en verdadero templo de Dios, en verdadera morada de Dios.
Cuantas conclusiones y compromisos tenemos que sacar de estas palabras de Jesús.

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