jueves, 5 de diciembre de 2019

Necesitamos ser cristianos maduros, reflexivos, abiertos siempre a la escucha de la Palabra, que siembra en su corazón para tener buenas raíces como cimientos de vida



Necesitamos ser cristianos maduros, reflexivos, abiertos siempre a la escucha de la Palabra, que siembra en su corazón para tener buenas raíces como cimientos de vida

Isaías 26, 1-6; Sal 117; Mateo 7, 21. 24-27
Es duro y es triste que continuamente estemos oyendo sonidos que llegan a nuestros oídos, pero poco escuchemos y poco entendamos de lo que se nos dice. Es uno de los problemas que van apareciendo en aquellos cuyos oídos van perdiendo la sensibilidad para escuchar. No pueden estar en un ambiente ruidoso porque los sonidos se confunden en sus oídos y en su mente y poco podrán entender de lo que se les dice. Por eso diferenciamos entre oír y escuchar, porque la escucha necesita una mayor atención y una mejor sensibilidad.
Pero si estamos hablando de uno de esos problemas, llamémoslo fisiológicos, que nos van apareciendo en la vida, por el contrario tenemos que reconocer que aunque tengamos los oídos con la sensibilidad suficiente, sin embargo en la vida vamos muchas veces como sordos; vamos a lo nuestro y no prestamos atención, escuchamos aquello que nos interesa, vamos descartando pensamientos e ideas que pudieran ser una interpelación dentro de nosotros para llevarnos a cosas de mayor profundidad. Muchas veces vamos por la vida con mucha superficialidad y nos vamos haciendo un mundo ficticio, irreal, superficial, lleno de sueños y de pocas realidades que centren de verdad nuestra vida.
Nos sucede en nuestras mutuas relaciones en que poco nos escuchamos y quizá demasiado nos enfrentamos sin conocer realmente el pensamiento del que tenemos enfrente o a nuestro lado. Nos dejamos seducir y arrastrar por prejuicios que tengamos nosotros mismos, que nacen la mayoría de las veces de un desconocimiento, o por lo que puedan influir otros en nosotros. Vamos de flor en flor seducidos por colores llamativos pero no buscando aquella flor que nos puede dar un fruto hermoso para la vida.
De eso se vale la publicidad para inducirnos a coger unos productos o para llevarnos según unos intereses determinados, pero también muchas veces dirigentes interesados para hacernos ver sus ideas o su política llena de falacias y de tópicos. Así nos va en la vida, así van los derroteros de nuestra sociedad.
Necesitamos ser más críticos, pero para eso tenemos que darle una mayor profundidad a la vida, para eso tenemos que aprender también a escuchar y escuchar con deseos de aprender pero también con un sentido critico ante lo que se nos pueda ofrecer.
La persona madura ha sabido ir cultivando estos valores en si mismo. La persona madura es reflexiva, sabe escuchar y sabe discernir, tiene la curiosidad de la búsqueda porque siempre aspira a algo más y mejor, pero tiene el valor de ir rumiando todo cuanto va llegando a su mente o a su corazón para encontrar el jugo bueno que puede alimentar bien su vida.
Necesitamos ser cristianos maduros, reflexivos, abiertos siempre a la escucha de la Palabra de Dios, que quiere ir sembrando de forma honda en su corazón para que tenga buenas raíces como cimientos de su vida. Un árbol bien enraizado es más difícil que el viento lo arranque o se lo lleve, se verá zarandeado por las tormentas, pero permanece firme y pronto reverdece después de la pérdida de sus hojas o sus ramas. Es lo que necesitamos ser los cristianos que nos vemos sometidos a muchas tormentas en la vida y que no nos queremos quedar en palabras bonitas o palabras de una emoción pasajera que serán flor de un día. Es el cristiano que da frutos y que contagia con su vida a cuantos le rodean porque siempre será un interrogante y una interpelación para los demás.
Hoy nos habla Jesús de edificar la casa sobre roca, no sobre arena. Ya sabemos cómo tenemos que hacer.

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