viernes, 20 de septiembre de 2019

Queremos sentirnos caminantes en una misma fe en la que mutuamente nos alimentamos, nos ayudamos con nuestro mutuo estimulo y ejemplo



Queremos sentirnos caminantes en una misma fe en la que mutuamente nos alimentamos, nos ayudamos con nuestro mutuo estimulo y ejemplo

1Timoteo 6,3-12; Sal 48; Lucas 8,1-3
De camino. Es la vida. No estamos en un estado permanente, aunque muchas veces queremos como anclarnos en lugares, en situaciones, en cosas que convertimos en absolutos de la vida, pero pronto nos damos cuenta cuán efímeros son.
Pensemos, si no, en lo que ha sido nuestra existencia; cuantas cosas nos han sucedido, cuantas situaciones distintas hemos vivido y no es necesario hacer una historia muy larga sino pensemos en lo más inmediato; cuantas cosas van cambiando en nuestro pensamiento, en la manera de enfrentarnos a la vida y a las cosas, cuantos encuentros hoy con unos mañana con otros.
Y no es que vivamos superficialmente – aunque a veces lo hacemos demasiado así – sino que en el progreso de nuestro vivir cambiamos porque maduramos, porque aprendemos a profundizar y nos damos cuenta que hemos de actuar de otra manera. Es un camino que vamos haciendo, y en el que vamos al mismo tiempo aprendiendo. Vamos haciendo camino, aunque algunos físicamente no salgan del mismo lugar geográfico, porque el camino es algo más profundo, dentro de nosotros.
Si hablábamos de los encuentros que vamos teniendo, también podemos pensar en los que van junto a nosotros en ese camino. Primero la familia, nuestros padres, porque ahí nacimos y ahí dimos los primeros pasos, pero en ese encuentro en el crecimiento muchas de esas personas se convierten en compañeros de camino; y pensamos en aquellos con los que nos relacionamos más y tenemos mejor sintonía, los amigos, pero pensamos en tantos que nos rodean, vecinos, compañeros de trabajo, gente de la comunidad o entorno en el que nos movemos. No hacemos camino solos. Para bien o para mal son muchos los que van caminando a nuestro lado, aunque hemos de saber aprovechar las mejores oportunidades y las mejores cosas que nos ofrecen.
Estamos hablando de camino, ese camino humano, ese camino social que vamos realizando, pero pensamos también en el camino de nuestra fe. Hoy nos habla el evangelio de que Jesús iba en camino, unas veces recorriendo los pueblos y aldeas de Galilea, otras veces en su subida a Jerusalén. Hoy nos habla del grupo de los doce que se había formado junto a El – El los había llamado de manera especial en medio de todo el resto de discípulos que le seguían – y de un grupo de mujeres que lo acompañaban y lo atendían de diversas maneras. Unas con corazón agradecido porque se habían visto liberadas de muchos males por la presencia de Jesús  - María la de Magdala de la que había expulsado siete espíritus malos – y otras que le ayudaban incluso con sus bienes.
Pensemos en ese camino de nuestra fe que nosotros también vamos haciendo. Un camino que personalmente cada uno debe hacer porque tiene que dar sus propios pasos, pero un camino que nunca se hace en solitario. Igual que decíamos que en el camino humano estaban nuestros padres y el seno de la familia en la que nacimos y recibimos los primeros principios de vida, también en este camino de la fe, ésta se nos transmitió a través de nuestros padres y los que más cercanos estaban junto a nosotros en el inicio de nuestra vida.
Pero tenemos que mirar a la Iglesia, a la comunidad de los cristianos en la que estamos insertados desde nuestro bautismo y que vivimos en un lugar concreto como son nuestras comunidades y parroquias. Así tendríamos que sentirnos caminantes en una misma fe en la que mutuamente nos alimentamos, nos ayudamos con nuestro mutuo estímulo y ejemplo.
Y cada uno puede pensar de forma concreta en esas personas que en nuestra parroquia nos han ayudado de una forma o de otra. Un día hay que pararse a pensar en eso para reconocer lo que recibimos de esas personas cercanas a nosotros en nuestra propia comunidad y de la que tanto hemos recibido, catequistas, monitores de algunas acciones, tanta gente comprometida a nuestro lado que casi sin darnos cuenta han sido nuestro estímulo y una gran ayuda para ese camino de nuestro ser cristiano.
Demos gracias a Dios porque en ese camino no hemos estado solos. A través de ellos se nos ha hecho presente el Señor.


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