martes, 6 de agosto de 2019

Tenemos que aprender a subir a la montaña con Jesús en nuestra oración donde vivamos nuestro Tabor disfrutando de la presencia de Dios en nuestra vida


Tenemos que aprender a subir a la montaña con Jesús en nuestra oración donde vivamos nuestro Tabor disfrutando de la presencia de Dios en nuestra vida

2Pedro 1,16-19; Salmo 96; Mateo 17,1-9
‘¡Qué bien se está aquí!’ Alguna vez nos hemos expresado o nos hemos sentido así. Momentos de felicidad y de dicha, un encuentro familiar, una convivencia con los amigos, alguna experiencia muy especial allá en lo más intimo de nosotros mismos… No querríamos que aquel momento se acabara, no queremos perder la magia de lo que allí estamos viviendo, no deseamos que se diluya esa experiencia espiritual. Que aquello continúe y desearíamos que sea para siempre, aunque sabemos bien que tenemos que bajar a la realidad, volver a las cosas de cada día quizás muchas veces llenas de sombras, pero aquella luz no queremos que se apague.
Era lo que estaban viviendo aquellos discípulos allá en lo alto de la montaña y como siempre es Pedro el primero que salta con su palabra. Más tarde quizás pensará que no sabía lo que decía, pero era algo tan bonito que deseaba que no se acabara nunca.
Jesús se había llevado a una montaña alta en medio de las llanuras de Galilea solo a tres de los discípulos, Pedro, Santiago y Juan. Solía Jesús retirarse a solas a orar y lo hacia en descampado, se adentraba entre los árboles del monte, subía a un lugar elevado tan emblemático en la espiritualidad judía. Ahora no había ido solo sino que se había llevado a aquellos tres discípulos escogidos.
Y allí en aquella intimidad se desplegó la maravilla del misterio de Dios que se manifestaba en Jesús ante los ojos de los discípulos asustados y que más bien estaban aturdidos de sueño cuando tocaba ir a orar como tantas veces nos pasa. Pero aquello los había despertado, aquellos resplandores, aquella nube que los envolvía, a aparición de Moisés y Elías hablando con Jesús. ‘¡Qué bien se está aquí!’, y ya querían hacer tres tiendas para que permanecieran para siempre, aunque casi se olvidaban de si mismos. Dios les había permitido inundarse de su presencia divina.
Pero algo más iba a suceder porque al verse envueltos en una nube se escuchó la voz del cielo que señalaba a Jesús como el amado y preferido de Dios a quien habíamos de escuchar. ‘Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto’. Esto ya sobrepasaba todo lo imaginable y entonces sí que se llenaron de temor y cayeron de bruces rostro en tierra. Pero allí está Jesús con su paz. ‘No temáis’. Había que bajar de nuevo a la llanura.
Aquello era una experiencia para tomar fuerzas para el camino que iba a ser duro y necesitaba estar bien fortalecidos. Moisés y Elías habían hablado con Jesús también de su pasión y muerte, algo que Jesús les había anunciado y nunca habían creído, y ahora tendrían que enfrentarse a todo el recorrido de subida a la Pascua. Sería la Pascua de Jesús que tenia que ser también su pascua; ya llevaban por adelantado la experiencia de Dios que habían vivido donde tendrían que encontrar fortaleza y esperanza, pero que iba a ser algo bien costoso para ellos. Por eso Jesús les dice que no hablen de todo aquello hasta después de la resurrección.
Si comenzamos comentando experiencias humanas que hayamos podido vivir donde nos hayamos sentido bien a gusto, ahora tenemos que dar un paso más. Es llegar a rememorar en nuestra vida esas experiencias de Dios que hayamos tenido. Espiritualmente también habremos tenido en algún momento esa vivencia especial donde sentimos a Dios de manera especial en nosotros. Son esos momentos de Tabor que hayamos podido tener, o son esos momentos de Tabor que de alguna manera hemos de buscar.
Tenemos que subir a la montaña también, tenemos que buscar ese momento donde abramos nuestro corazón a Dios y a como El quiera manifestársenos. Yo diría que tenemos que saber cuidar nuestra oración para que no nos adormezcamos como tantas veces nos sucede o que nos caemos de sueño o nos vamos con nuestra imaginación por otros viajes.
Tenemos que saber encontrar ese momento de silencio interior, donde nos metamos allá en lo más hondo para escuchar a Dios, para sentir la presencia de Dios. Con ruidos, con imaginaciones, con cosas que nos llamen la atención desde lo exterior, o con turbulencias en nuestro espíritu no podemos escuchar a Dios.
Tenemos que aprender a hacer ese silencio, a encontrar ese recogimiento, ese saber centrarnos en Dios con toda nuestra fe para escucharle, para sentirle, para vivirle. Así llegaremos a esa experiencia de Dios, a esa vivencia de su presencia, a ese sentir que Dios está con nosotros y camina a nuestro lado, a tener nuestra pascua de Dios en nuestra vida.
Es lo que hoy celebramos y queremos contemplar en esta fiesta de la Transfiguración del Señor.

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